“Antes decían ‘estos hippies piensan que con la agroecología van a alimentar el mundo’, y hoy el INTA habla de agroecología”

“Antes decían ‘estos hippies piensan que con la agroecología van a alimentar el mundo’, y hoy el INTA habla de agroecología”
22 noviembre, 2018 por Redacción La tinta

Filardi es abogado, integrante de la Cátedra de Soberanía Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la Facultad de Medicina de la UBA, escritor, viajero por la ruta del hambre en el mundo, docente y cofundador del museo donde recibe a Almagro Revista. Formado en Derechos Humanos en la Universidad de Columbia y en Buenos Aires, donde además de especializarse, trabajó en la agenda de Memoria, Verdad y Justicia cuando se abrieron las causas de lesa humanidad

Por Mariana Jaroslavsky para Almagro Revista

A 20 cuadras, en el Congreso de la Nación, se debate el presupuesto 2019. Son las 7 de la tarde del miércoles 24 de octubre y en el Museo del Hambre más de 30 personas discuten sobre cómo salvar los arbolados urbanos. Marcos Ezequiel Filardi oficia de anfitrión. Después de despedir a los participantes más largueros, prepara un mate con yerba de un proyecto familiar misionero y se sienta a conversar.

Filardi es un torbellino de información que cita al economista inglés Raj Patel para explicar la problemática del hambre en el mundo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de hambre? Personas despojadas del derecho humano a la alimentación, personas que no comen, enferman y mueren por no tener acceso a la comida. Según la teoría de Patel, es un reloj de arena. Entre los alimentos y los consumidores se angosta el embudo en un puñadito de distribuidores. “El Supermercadismo” es un síntoma. El negocio de la industria alimentaria está en pocas manos y la comida no llega a quienes no tienen acceso económico.

Para arrancar esta conversación es preciso entender dos términos: la seguridad alimentaria que “se da cuando todas las personas tienen acceso físico, social y económico permanente a alimentos seguros, nutritivos y en cantidad suficiente para satisfacer sus requerimientos nutricionales y preferencias alimentarias, y así poder llevar una vida activa y saludable”, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO); y la Soberanía Alimentaria, que “es el derecho de cada pueblo a definir sus propias políticas y estrategias de producción, distribución y consumo de alimentos a fin de garantizar una alimentación cultural y nutricionalmente apropiada y suficiente para toda la población”, según la Vía Campesina, movimiento que engloba a más de 200 millones de campesinos en todo el mundo desde 1996. “El regalo más grande que le dio el campesinado a la Humanidad, probablemente”, asegura el abogado.


Filardi habla rápido y lleno de datos y experiencias. Es que con sus ojos vio el hambre africano, continente que recorrió durante más de un año y medio después de recibirse; se metió en la desigualdad de India y Bangladesh. La injusta construcción del muro que separa a Israel y Palestina despojando a los segundos de las fuentes de agua y de los campos de alimentos cultivados por sus ancestros. Y la tragedia argentina en un periplo de 2016, que llamó Viaje por la Soberanía Alimentaria.


La semilla tocó tierra cuando tenía cinco años: en 1985 vio la hambruna etíope televisada. “Televisada”, repite. “Ese año se arribó a la suficiencia alimentaria, había alimentos para todos y un millón de etíopes murieron de hambre. Lo que puso en evidencia que parte importante del problema es la disponibilidad”, describe. Esa imagen marcó su destino.

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“Cuando vuelvo de África, en 2007, estuve 3 meses muy perdido, no entendía nada lo que pasaba acá. Me pesaba la frivolidad que me rodeaba frente a la intensidad de las cosas que me asaltaban a cada rato en aquella ruta. En esos meses, en la Defensoría Federal estaban encarando la llegada de los africanos al país, las Naciones Unidas para los Refugiados estaban pidiendo una intervención, era una problemática nueva. Entonces me quedé, junto con un psicólogo, desarrollando un programa. En la otra cara del ministerio público con cierto resquemor porque ya conocía estas instituciones oficiales, burocráticas, jerárquicas. Luego fui tutor de los niños, niñas y adolescentes refugiados. En paralelo, le propuse a Mónica Pinto, que era titular de Derechos Humanos, después fue Decana, el Seminario Interdisciplinario sobre el Hambre y el Derecho Humano a la Alimentación Adecuada. Una optativa dentro de la carrera de Abogacía de la UBA, de 4 módulos. Lo arrancamos en 2008”.

—¿La UBA no tocaba estos temas?

—No, para nada. Y que hubiera un seminario interdisciplinario era rarísimo, que viniera un biólogo, una antropóloga, una nutricionista, un agrónomo a hablar de los distintos aspectos de la alimentación para los estudiantes de abogacía… La primera clase hablábamos de la alimentación del zorro pampeano con el biólogo y los pibes se miraban. ¿Adónde va todo esto? “Estamos estudiando derecho y nos están contando de la caca del zorro pampeano”. A partir de ahí veíamos el rol de nuestra aparición como especie, las transiciones alimentarias de Patricia Aguirre, la alimentación del mamífero hasta el homo sapiens sapiens y ahí la alimentación como hecho cultural, los aspectos nutricionales, hasta hablar estrictamente de Derecho, dos clases. Los estudiantes veían cómo el rompecabezas se terminaba de armar.

—¿Qué significa Miryam Gorban para vos?

-Fue un enamoramiento a primera vista. Estábamos en estas jornadas por la Seguridad Alimentaria y ella vino porque Carlos Carballo estaba en el panel y Miryam tuvo una intervención muy fuerte, como suele tener. Después me llamó aparte y me dijo “muy bueno lo tuyo, pero no hay que hablar de seguridad alimentaria, hay que hablar de Soberanía Alimentaria. Ya nos vamos a juntar, que esto, que lo otro”.


Yo estaba terminando de definir el programa del seminario así que aproveché para mandárselo y me llama: “Esto es un desastre, a quién le importa hablar de calorías, de proteínas, hay que hablar de política alimentaria”, me dice. Y así, ahí arrancamos. Le entregué el módulo de nutrición a ella y a su equipo de nutricionistas que hoy forman parte de la cátedra. En 2013 arrancamos la Cátedra Libre, en Agronomía ya habían comenzado en 2011.


—¿En qué estado se encuentra el Derecho Humano a la Alimentación Adecuada?

—Es un derecho, está reconocido normativamente en la propia Constitución Nacional. No tenemos un problema de reconocimiento normativo, es un problema de apropiación social y de reconocimiento social de la alimentación como un derecho humano. Al no haber conocimiento de la alimentación como un derecho, hay un desconocimiento muy importante de lo que implica, cuáles son los componentes, qué podemos hacer frente a esto, cómo lo podemos hacer valer, exigir. El nivel de utilización de un lenguaje de derechos humanos frente a la alimentación sigue siendo incipiente, no permea aún en las políticas públicas. Nosotros compartimos que el Derecho Humano a la Alimentación Adecuada en la Argentina está seriamente comprometido, seriamente violado por el Estado en todos los niveles: nacional, provincial, municipal. En sus cuatro componentes: en la disponibilidad, en accesibilidad física, en accesibilidad económica, en adecuación cuantitativa, en adecuación cualitativa, en adecuación cultural, en todos estos puntos tenemos problemas y en sustentabilidad ni qué hablar. Decimos que en este país, que tendría todo para garantizar el ejercicio de ese derecho a sus 45 millones de habitantes, el derecho a la alimentación de gran parte de la población está seriamente violado. Si no de toda, practicamente de toda diría.

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Foto: Leonardo Rossi

—¿Hay algún diálogo respecto a esto con algún sector de la política?

—Empiezan a haber algunas expresiones todavía diría incipientes. En su momento acompañamos un proyecto de la diputada nacional, Liliana Parada, que trabajó un proyecto de Ley Marco del Derecho a la Alimentación con Soberanía Alimentaria, trabajado con los movimientos sociales, con los movimientos campesinos, muy interesante, muy omnicomprensivo, muy rico, que no tuvo tratamiento ni en comisión te imaginarás.

—¿Está completo como para retomarlo si algún representante quisiera?

—Sí. Lo que pasa que Liliana lo decía, cada uno de sus incisos es una batalla en sí misma, abarcaba todo el sistema alimentario desde la semilla hasta la semilla. Era políticamente muy fuerte, en ese momento prácticamente inviable. Hoy tenemos parches legislativos. Puede haber una ley más o menos abarcativa en algún aspecto, pero no tenemos un proyecto integral, no hay una estrategia nacional alimentaria, no tenemos una verdadera ley marco del Derecho a la Alimentación. El sector está emparchado y desregulado con los actores privados operando sin que haya un verdadero Plan Alimentario. Si bien tuvimos el Plan Estratégico Agroalimentario (PEA), no tiene nada que ver con la Soberanía Alimentaria porque era más soja orientado a la maximización.

—Se aprobó el arroz transgénico este mes. ¿Qué significa esto?


—Una mala noticia, como las que venimos acumulando al respecto. Ya prácticamente tenemos el 100 por ciento de la soja transgénica, el 96 por ciento del maíz, y sigue creciendo, el 100 por ciento del algodón, se aprobó la alfalfa transgénica, dos variedades de papa transgénica, ahora esto. Es decir, hay un crecimiento del agronegocio con todo el paquete tecnológico asociado a sus anchas en materia regulatoria. El gobierno le está dando luz verde prácticamente a todas las solicitudes de aprobación de eventos transgénicos.


En las CALISAS y colectivos afines de todo el país (ya suman 45) llaman a los alimentos ultraprocesados, rebosantes de sales, grasas saturadas y azúcares, OCNIS: Objetos Comestibles No Identificados. Vacíos nutricionalmente y causantes de enfermedades crónicas no transmisibles, como muchos casos de diabetes, hipotiroidismo, problemas cardiovasculares y cánceres, entre otros, sumados a la malnutrición y la obesidad. Además, comprobaron en los territorios que las fumigaciones sobre poblaciones provocan malformaciones, abortos espontáneos y graves problemas respiratorios y en la piel.

—¿El modelo agroindustrial está asociado a la malnutrición en la Argentina?

—Totalmente. El resultado está en nuestros cuerpos y a la vista. Decimos que producimos alimentos para 10 veces nuestra población, esto no es así, estamos produciendo commodities exportables que hoy pueden servir para engordar a los ganados, pero también sirven para llenar los tanques de nafta con biocombustibles, o para hacer bioplásticos. Entonces tenemos competencia entre estómagos de seres humanos, de autos y la propia industria que se vale de esos materiales. Tenemos desnutrición aguda, chicos que no comen, desnutrición crónica, el 12 por ciento de nuestros niños no va a desarrollar la talla que podría si estuviera adecuadamente nutrido, hay una infantilización de la pobreza, 1 de cada 2 niños de nuestro país es pobre. Tenemos un 30 por ciento de la población debajo de la línea de la pobreza, un 10 debajo de la línea de la indigencia. Y tenés, por otro lado, un 60 por ciento de sobrepeso y obesidad, que en los niños es un 40 por ciento. No está lleno de variados y nutritivos alimentos, está lleno de carbohidratos, grasas, azúcares, sal, lo más barato que ofrece el mercado pero que no es bueno para nutrir.

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—Vos decís que esto es el reflejo de una ideología…

—Totalmente. Yo coincido con Patricia Aguirre, quien dice que la alimentación nos refleja. Es un hecho social total que es producto de relaciones sociales y que produce relaciones sociales. Si ves cuál es la situación de la alimentación en la Argentina te das cuenta el estado de nuestra sociedad. Se expresan todas las desigualdades en el plato.

—¿Qué viste en el viaje por la Argentina?

—Vi un modelo agroindustrial dominante destinado principalmente a la exportación que es ecocida que es verdaderamente genocida y que es violatorio de todos nuestros Derechos Humanos: a la Alimentación Adecuada, al agua, a la salud, a la integridad física, a la vida.

—¿Y en lo humano?


—Maravillosas personas. La otra cara. Los que le ponen el cuerpo y luchan contra los distintos extractivismos, porque incluye la megaminería, el fracking, la lucha contra las represas en Misiones y en Entre Ríos, todas las luchas socioambientales. Gente honesta, comprometida, con mucha sabiduría, poniendo el cuerpo en pos de una sociedad más justa, un ambiente verdaderamente saludable, comprometiéndose, tejiendo redes. La salida no es quimérica, no es utópica, no es una idea delirante que tenemos en las cátedras libres si no que ya está teniendo expresiones concretas y está avanzando en los territorios.


—¿Creés en el consumo responsable?

—Es importante pero no hay que sobredimensionar. Vos podés decidir si le comprás a la agricultura familiar campesina indígena en una feria del productor al consumidor o si le comprás a los agronegocios y Walmart, por decir. Ahí hay un poder que podemos ejercer. Ahora, se agota en eso y con eso no llegamos ni a la esquina. Sí nos permite reapropiarnos de la alimentación, ser concientes, estar atentos, ver qué nos rodea, pensar cómo podemos salir del sistema dominante y buscar alternativas. Ahora, no vamos a cambiar la gran trama de intereses solamente con eso. Además, hay otra idea que me transmitió Raj Patel, que es peligrosa: salir al mundo a través de mi billetera, con mi actito individual de consumo transformo la realidad. Por eso decimos que interpelamos a nuestro rol en tanto miembros de una comunidad política, tanto ciudadanos. Esto implica otras cosas, informarnos, ser semillas de la transformación, ponerle el cuerpo en la calle, interpelar a los funcionarios públicos, pelear por ordenanzas. Estar jugando en toda la cancha, desde la Universidad desde la Escuela, del Sindicato, el territorio. Desde las cátedras decimos que tejemos redes. Ese es nuestro aporte. También están las asambleas, los campesinos, los productores que están abandonando el modelo convencional para abrazar la agroecología, el de los neocampesinos que se van de las ciudades al campo y quieren hacer agroecología, que exploran, que están inquietos, que son creativos. Se está dando un verdadero movimiento alimentario en el país con muchos actores, cocineros, artistas, médicos, nutricionistas, biólogos, antropólogos, ingenieros. Se está construyendo un verdadero movimiento renovador del sistema agroalimentario.

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—¿Qué está ocurriendo con el agua?

—La situación del agua es dramática. Argentina está dotada de bienes comunes naturales (así llaman en la soberanía alimentaria a lo que en otros ámbitos nombran como Recursos Naturales) que nos permitirían tener una vida digna, saludable, producir alimentos sanos, seguros y soberanos, en calidad y en abundancia. Hoy hay en el agua la misma crisis que en alimentación: problemas de disponibilidad, de accesibilidad física y económica, problemas de adecuación. Pensá: lo que arranca en el glaciar en la cordillera sufre primero el impacto de la megaminería y arrastra todo eso el curso de agua, después se encuentra con los agrotóxicos y fertilizantes sintéticos en la zona de los agronegocios, luego con las represas, luego, cuando pasa, con los hidrocarburos, tanto convencionales como no convencionales con todo el paquete químico. Después, los plásticos, los fármacos, los antibióticos. Hoy nuestras fuentes de agua están seriamente contaminadas por todas estas actividades extractivas.

—¿Acá los intereses económicos no reconocen derechos?

—Arrasan con todo. Además, es cómo conceptualizamos la naturaleza. ¿Es algo externo a nosotros o nosotros somos naturaleza? Juan Yahdjian, un médico misionero de 83 años, escribió el maravilloso libro “Somos Naturaleza” y ahí dice una cosa muy sencilla: cuando agredimos a la naturaleza, nos estamos agrediendo a nosotros mismos. Nosotros somos el agua que bebemos, el aire que respiramos y el alimento que comemos. Él dice “somos los consumidores finales del sistema que supimos conseguir”. Probablemente, si seguimos con este nivel de destrucción, la naturaleza se libre de nosotros, desaparezcamos como especie y las plantas con sus maravillosos mecanismos de adaptación vayan a ocupar nuestro lugar, los animales también volverán a ocupar su lugar de antes de nuestra aparición como especie depredadora.

—¿Es difícil hacer llegar este mensaje?


—Sí. Aunque con el cambio climático y todos los eventos extremos se empieza a generar un nivel de consciencia colectiva que se da cuenta que estamos vivenciando en nuestra propia trayectoria existencial cambios profundos y significativos que antes no habían. Empieza a dispararse alguna preguntita, a haber conciencia. También entendemos que los productores no son nuestros enemigos, que son los grandes intereses económicos los que se benefician de todo esto.


—¿Y cómo llevás esta conciencia en lo personal?

-Yo ya no rehuyo a nada. Tampoco me quita las ganas de vivir ni el optimismo. Uno se fortalece desde la trama colectiva, no estoy solo, somos muchísimos y muchísimas los que estamos peleando para que esto cambie, para transformar este sistema alimentario, para transformar estas relaciones sociales. Si no hubiera tenido esa experiencia maravillosa de haber conocido a toda esa gente en nuestro territorio que está poniendo el cuerpo, peleándola, comprometida, quizás no estaría acá hoy. Tejer redes, con la alegría de que es una lucha hermosa que estamos encarnando colectivamente que nos hace felices en el camino y que no puede ser si no con alegría. Es la alegría de que estamos intentando, al menos, que esto valga la pena. No pasamos desapercibidos ni nos resignamos. Es tan grande la trama que la salida posible es solo colectiva.

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—Aparecen con más fuerza movimientos como el ecofeminismo. ¿Se articula la pelea por la igualdad de género con búsqueda de la Soberanía Alimentaria?

—Bueno, el feminismo es un impulso muy fuerte que está teniendo, a mi entender, causes muy importantes, por hacia donde está yendo, los temas que está poniendo en la agenda, las discusiones que está planteando. Últimamente uno de los principales puntos que se viene trabajando es la lucha contra los extractivismos. Antes nos decían “estos hippies se piensan que con la agroecología van a alimentar al mundo”. Hoy el INTA habla de agroecología, hay fondos de inversión que la nombran. Que un político, que lo que le importa es el voto, vaya por este lado y cambie el discurso es señal de que hay una demanda social. No somos tontos ni ingenuos, sabemos de dónde vienen y los riesgos que implica este gatopardismo de “ayer no, hoy sí”. Nosotros vamos a seguir sosteniendo la demanda de abajo hacia arriba, la búsqueda de otro sistema alimentario y otra relación con la naturaleza. Nosotros siempre estamos a la defensiva y decimos “no a la Ley Monsanto Bayer de Semillas”. Pero también tenemos proyecto propio, de las organizaciones campesinas y los movimientos sociales de nuestro país que pautaron 5 puntos de consenso. Lo tomó un partido político que antes quería imponer la ley de Monsanto por DNU y hoy hablan de la semilla campesina criolla y la defensa de la Soberanía Alimentaria. Bienvenidos sean. Esa demanda que antes era desoída hoy tiene cada vez más fuerza. No tiene aún el ímpetu y la masividad del feminismo pero creo que es la segunda fuerza que viene, creo que son los dos temas principales, el feminismo, y con el componente eco, la lucha socio ambiental siguiéndole los pasos.

*Por Mariana Jaroslavsky para Almagro Revista

Palabras claves: agroecología, Inseguridad Alimentaria, Monsanto, soberanía alimentaria

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