Afganistán: de la Guerra Fría a la Guerra contra el Terror

Afganistán: de la Guerra Fría a la Guerra contra el Terror
15 noviembre, 2018 por Tercer Mundo

Las tierras afganas hierven al compás de conflictos internos, intervenciones extranjeras y una situación humanitaria acuciante.

Por Guadi Calvo para La tinta

La estratégica posición geográfica de Afganistán ha convertido al país de Asia Central en un paso obligado tanto de ejércitos como de caravanas de mercaderes. A lo largo de su historia, ha sido invadido por los imperios regentes de cada época que, tarde o temprano, fueron derrotados. Desde Alejandro Magno a los británicos, desde los soviéticos a los Estados Unidos, ninguna fuerza invasora hizo pie el tiempo suficiente para sentirse fuerte. Entre las montañas afganas, han quedado miles y miles de esos invasores, víctimas del carácter indomable de las tribus que lo habitaban y una geografía tan hostil como lo son sus guerreros, dando lugar a una leyenda de un pueblo indómito, que sigue vigente hasta nuestros días.

Se dice que, el 24 de diciembre de 1979, el presidente estadounidense Jimmy Carter miraba por televisión la entrada del ejército soviético a Afganistán, junto a su Secretario de Seguridad, Zbigniew Brzezinski, y que, de golpe, este último saltó de su asiento, gritando: “Acabamos de regalarle un Vietnam a los rusos”. El “zorro polaco” no se equivocaba, porque había sido parte del complejo entramado que se había tejido no solo con los muyahidines afganos y el gobierno de Pakistán, que daban guerra al gobierno comunista de Kabul, sino un cúmulo de naciones que iban a convertirse en parte de un sofisticado entramado, que terminaría haciendo de las montañas afganas una verdadera jungla vietnamita. Muchos de los enemigos de la Unión Soviética acompañaron a Estados Unidos y, de alguna manera, se involucraron en el conflicto, que se convirtió en una entente contra Moscú. Arabia Saudí, el Reino Unido, Francia, Israel, Egipto e incluso China, entre otras muchas naciones, vieron la oportunidad de golpear al oso ruso y no lo dudaron.

El Ejército Rojo no solo iba perder cerca de 16 mil hombres -de los casi 650 mil efectivos que participaron de la guerra que se extendió de 1978 a 1992-, sino que esa derrota iniciaría el proceso de disolución de la propia Unión Soviética, dando lugar a un mundo unipolar, cuyo desplome todavía lo estamos presenciando.

Afganistan montañas del Hindu Kush la-tinta

Estados Unidos, entonces, emergió como el gran vencedor de la guerra antisoviética, mientras que uno de sus socios fundamentales, Arabia Saudí, inició un proceso mayúsculo de conversión en el mundo musulmán a la forma más extrema de la interpretación del Corán, el wahabismo.


Con sus infinitos recursos financieros, Arabia Saudí, regida por el sunismo wahabita, iba a extender su ideología desde Nigeria a Filipinas, mediante una red de madrassas (escuelas coránicas) y mezquitas, donde se impartía su extrema interpretación del Corán. Su accionar en la guerra afgana fue la gran oportunidad de contrarrestar la emergente estrella del chiismo, tras la exitosa revolución de los Ayatolas iraníes en 1979. Por eso, más allá de los acuerdos comerciales y militares con Estados Unidos, la Casa de Saud entendió también que tenía la gran oportunidad para extender su presencia en el mundo islámico, de donde terminarían emergiendo los movimientos extremistas que, como un Golem, escaparían de la voluntad de sus creadores y realizarían los certeros y sangrientos atentados que sacudieron a la opinión pública mundial, como los de Nueva York, Madrid, Londres, París, Moscú, Berlín, Bruselas, San Petersburgo, Niza, Manchester o Barcelona, y, así, continuar con una ola de terror que todavía no se detiene.


En el marco de la Guerra Fría, para la primavera de 1978, los comunistas afganos habían tomado el control de Kabul, iniciando una ola de persecución contra los mullah (líderes religiosos), que pretendían establecer un régimen islámico extremo, que impedía la educación de las mujeres, reglamentaba su vestimenta y hasta controlaba el largo de la barba de los hombres, pasando por un extenso etcétera que convertía una sociedad moderna en una aldea del siglo VIII.

Afganistan ejercito sovietico la-tinta

La resistencia de los muyahidines contra el poder central comunista pro-soviético derivó en una guerra civil que precipitó la llegada de la asistencia y los asesores militares de Moscú, algo que finalmente provocaría la invasión.


Para entonces, el entramado tejido por Brzezinski estaba prácticamente terminado: más de cinco mil millones de dólares de la CIA fueron puestos en la maquinaria de guerra en la que los muyahidines solo serían la cara visible. Riad aportó el doble que Washington, arrastrando también donaciones particulares, como la del entonces devoto y multimillonario empresario de la construcción Osama Bin Laden. El jeque saudí se involucró de manera absoluta en el conflicto, financiando campos de entrenamientos en Pakistán y alentando a miles de sauditas a participar de la Gran Yihad.


El resultado fue que cerca de 20 mil saudíes participaron en esa guerra, al tiempo que otros varios miles de jóvenes musulmanes llegaban de los diferentes rincones de Islam, como Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Pakistán, China, Filipinas, Indonesia y Malasia, además de los militantes islámicos de las entonces repúblicas musulmanas de la Unión Soviética.

La retirada rusa de Afganistán dejó una guerra civil entre los entonces muyahidines de la Alianza del Norte –que fueron los grandes protagonistas de la conflagración-, religiosos moderados y pro-occidentales, que sufrieron la embestida del Talibán (estudiantes del Corán), una organización ultra montana fundada por el mullah Mohammad Omar, acompañados de la recién fundada Al Qaeda, dirigida y financiada por Bin Laden.

Aquella guerra se terminó de resolver a favor del Talibán, en 1994, que comenzó a gobernar con la Sharía (ley coránica) hasta la invasión de los Estados Unidos en 2001, bajo la excusa de buscar a Osama Bin Laden, tras los ataques de septiembre en Nueva York, en el marco de la “Guerra contra el Terror” establecida por el entonces presidente norteamericano George W. Bush.

Afganistan taliban combatientes la-tinta

El Talibán, que sometió a 30 millones de personas a los arbitrios de la Sharía, se convirtió en ejemplo para los miles de estudiantes que habían pasado por las madrassa saudíes no solo en África y Asia, sino también en muchas naciones europeas y ciudades norteamericanas.


El primer resultado exterior del triunfo del Talibán fue el surgimiento de las guerras en las zonas musulmanas de Rusia, postrada tras la debacle soviética. Prácticamente, la misma coalición que combatió a la Unión Soviética en Afganistán se unió para atacar a Rusia en su propio territorio. Allí, se originan las guerras de Georgia y Chechenia, y los movimientos terroristas que han atacado objetivos civiles en muchísimas oportunidades, alcanzando a Moscú, San Petersburgo y otras ciudades rusas, con un saldo de cientos de muertos. Un fantasma que todavía puede irrumpir en cualquier momento, más allá de la guerra sin cuartel que el presidente Vladimir Putin estableció contra el terrorismo en todas sus formas.


Muchos de los veteranos de la guerra afgana fueron reenviados a sus países de origen, e incluso al conflicto de los Balcanes, y lucharon junto a los musulmanes bosnios. Otra de las consecuencias de la guerra afgana fue el crecimiento del integrismo en Argelia, donde estuvieron por imponerse en las elecciones de 1991, lo que derivó en una guerra civil que dejó 200 mil muertos entre 1991 y 2001, entre el ejército argelino y varios grupos fundamentalistas, del cual el Frente Islámico de Salvación (FIS) fue el más importante.

Desde ese tiempo, en cada país, comenzaron a surgir grupos que revindicaron a Afganistán, del mismo modo que los ejércitos de liberación de América Latina revindicaron a Cuba.

Al unísono, aparecieron Boko Haram en Nigeria; Al Shabaab en Somalía; Abu Sayyaff en Filipinas, o el MITO (Movimiento Islámico del Turkestán Oriental) en China, entre otros centenares de organizaciones, que se extendieron a lo largo del mundo musulmán, donde atacan, particularmente, a sus propias sociedades, renuentes a aceptar el fundamentalismo religioso.

La profundización de la guerra en Irak y el inició de lo que se conoció como la “Primavera Árabe” dio un nuevo impulso al terrorismo mal llamado islámico, afianzándose donde ya tenía presencia: Libia, Egipto, Turquía, o instalándose en naciones como Níger, Mali o Chad, algo que daría la oportunidad a miles de voluntarios que llegaron, otra vez, de cada rincón del Islam y también de Europa, a la guerra siria. Desde que se inició el conflicto en Siria, se estima que participaron cerca de 300 mil terroristas, mucho de ellos reclutados por el Estado Islámico (ISIS o Daes) a partir de 2014, también un Golem ideado por el Departamento de Estado y financiado por las monarquías sunitas del Golfo Pérsico.

Afganistan Taliban control territorio la-tinta

Más allá de las derrotas y las bajas provocadas por la alianza de Siria, Rusia, Irán y la organización libanesa chiita Hezbollah, los sobrevivientes de ISIS están reactivando frentes en el Sahel y Afganistán, donde, desde 2014 -y tras el comienzo de la retirada de las tropas occidentales, particularmente de los Estados Unidos-, las acciones de la organización del mullah Omar, que nunca fue derrotada, se han vuelto a incrementar, alcanzando a controlar casi el 40 por ciento del país y tener presencia en todas sus provincias.

Al trágico espectro afgano, se le suman, desde 2016, el Daesh Khorasan (antigua provincia musulmana conformada por Afganistán, Pakistán y parte de Irán e India). Desde ese momento, veteranos de las guerras de Siria e Irak se han instalado en el norte afgano, según fuentes iraníes, trasladados por helicópteros norteamericanos, amenazando tanto al Talibán como al Ejército y la policía de Afganistán, y a las propias tropas estadounidenses, que han vuelto a aumentar su presencia con la administración de Donald Trump. La estratégica localización de los hombres de Abubakr Al Bagdadi, fundador de ISIS, les permitiría migrar hacia Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán, y, así, iniciar una nueva faceta de una guerra que parece eternizada en el tiempo.

En la actualidad, Afganistán se encuentra en un alambicado proceso electoral, que más que buscar soluciones para el país, pareciera intentar presentar una buena imagen a los contribuyentes norteamericanos. Mientras tanto, las conversaciones de paz en Moscú, recién iniciadas con la presencia de todas las partes involucradas, serían la más remota posibilidad de una paz todavía demasiado lejana para hacerse ilusiones.

*Por Guadi Calvo para La tinta

Palabras claves: Afganistán, invasión, Rusia

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