Madres de puta: amor y orgullo
Rosa, Andrea y Silvana cuentan cómo se enteraron que sus hijas son prostitutas. De la vergüenza y la culpa a sentirse orgullosas y acompañarlas en su lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales en Argentina.
Por Alexandra Sánchez Hernández para Almagro
En el baño de una casa en Derqui, Provincia de Buenos Aires, dos mujeres lloran abrazadas. Georgina Orellano acaba de confesarle a Rosa Cejas, su madre, que es prostituta.
Rosa lo sospechaba pero no se animaba a preguntárselo a su hija. Sentía vergüenza, sentía dolor, no quería aceptarlo, ni siquiera podía decirlo. Prostituta era una palabra impronunciable para ella.
Cuando se enteró no lo habló con nadie, hasta que un día, mientras limpiaba, se lo dijo a su patrona, que es psicóloga. Primero le preguntó si la consideraba una buena madre, después le contó que Georgina era trabajadora sexual. Temía que la gente reaccionara mal, ahora cree que las personas a las que se animó a decírselo la ayudaron a entenderlo.
–Que no te dé vergüenza, Rosita, Georgina es una mujer muy inteligente. Apoyala –le dijo su patrona.
–Y sí. Eso es lo que estoy empezando a hacer –respondió Rosa.
Desde 2014 Georgina Orellano es la secretaria general de Ammar, Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina, y una de las referentes más visibles del movimiento Puta Feminista en el país, el colectivo de prostitutas que lucha por el reconocimiento legal de su trabajo. A Rosa le gusta que su hija esté organizada y milite por sus derechos.
Ya no siente vergüenza, cada vez que puede le dice que la admira. A veces se lo escribe en los posteos que Georgina hace en Facebook, red en la que tiene casi 19.000 seguidores. Antes prefería no escribirle nada, le daba miedo que se dieran cuenta que era la mamá de una trabajadora sexual.
–Ahora no me interesa. Que se enteren que soy la madre. Estoy orgullosa de mi hija.
Para Rosa Cejas el trabajo sexual es un trabajo como cualquier otro. Dice que ella trabajó toda su vida en casas de familia y su hija es trabajadora sexual. No lo ve como algo malo, tampoco le interesan los comentarios negativos, solo quiere que Georgina esté bien.
–Soy de decirle: hija, ojalá tengas éxito. No bajes los brazos, sigue adelante que te conozco y vas a llegar adonde vos querés.
Cuando supo que Georgina era trabajadora sexual, sufrió. Cada vez que sentía culpa y ganas de llorar le pedía al alma de su esposo que la ayudara a estar tranquila. Ella sentía que no había fallado como mamá y que ser prostituta era una decisión tomada por su hija. Así se lo explicó a sí misma y logró entenderlo.
Rosa llegó a Buenos Aires a los 14 años para trabajar como empleada doméstica cama adentro y ayudar económicamente a su familia en Santiago del Estero. Trabajó en la misma casa hasta los 26 años cuando fallecieron sus patrones, después se dedicó a hacer turnos de limpieza en varias casas.
Hace poco se jubiló. Lo hizo gracias a la ley 26.844 Régimen Especial de Contrato de Trabajo para personal de Casas Particulares que se promulgó en el 2013 en Argentina. Hasta ese momento, las empleadas domésticas no tenían ningún amparo estatal. Lo mismo sucede con el trabajo sexual. No hay una ley que les garantice derechos a las personas que lo ejercen. A Rosa le gustaría que su hija pueda jubilarse.
–Para mí, las trabajadoras sexuales deberían tener derechos.
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Andrea Rostoni se enteró de que su hija era trabajadora sexual en febrero de 2017. No recuerda el día exacto pero sí la escena. Su esposo estaba esperándola en el auto para regresar desde La Plata hasta Tandil. Antes de salir le preguntó a Sofía si necesitaba que le dejara dinero.
–No, ma, yo me arreglo – dijo Sofía.
–¿Cómo te arreglás? – preguntó Andrea.
–Tengo unos clientes – respondió Sofía.
Tardó en entender a qué se refería su hija con la palabra clientes porque nunca habló de trabajo sexual. Cuando logró descifrarlo, su esposo tocó nuevamente la bocina del auto. No paró de llorar en todo el viaje.
–Imaginate cómo me fui a Tandil. Con un sapo atravesado en la garganta y mi marido me decía: Qué pesada, seguís llorando y hace tanto tiempo que los chicos se fueron.
–¿Qué sentiste?
–Angustia. Mucha culpa, desesperación. Un abismo. Me había caído en un pozo.
Llamaba a Sofía todo el tiempo. Le decía que no lograba entender y le reclamaba que no se lo hubiera dicho antes. ¿Cómo lo ve Sofía?, se preguntó y empezó a escucharla. Quiso conocer los espacios en los que militaba y le pidió que la llevara a Ammar. Necesitaba hacer preguntas, sacarse dudas. Se puso como meta abrir la cabeza y empezar a ver las cosas desde otra perspectiva.
–Me sigue costando pero cada vez menos. Tengo 52 años, toda mi vida fui construida de otra manera. Sacarse eso, o sea deconstruirse, es muy difícil.
En marzo de 2017 acompañó por primera vez a Sofía a la movilización del Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans que se realizó en Buenos Aires. Se puso la remera con la frase Puta Feminista. En ese momento, confiesa, sintió vergüenza. Miraba para todas partes y se preguntaba si todas las personas que estaban en la columna de Ammar eran prostitutas. Al año siguiente volvió a marchar. De nuevo llevaba la remera Puta Feminista pero ya no sentía vergüenza, en esa ocasión sostenía la bandera de las trabajadoras sexuales.
A fines de 2017, cuando Sofía aceptó participar junto a otras referentes de Ammar en un informe especial sobre prostitución para Telefe Noticias, Andrea supo que muchas personas lo verían y se enterarían del trabajo de su hija. La noche de la emisión, dice entre risas, se les terminó la clandestinidad.
–Salimos todos del clóset.
Andrea cree que el trabajo sexual es un trabajo. Sabe que no es fácil entenderlo pero cada día lo comprende más. En ese proceso es clave su hija porque le responde con paciencia cada pregunta y repregunta que su madre le hace. Eso le da tranquilidad.
–Todos los días me voy sacando una piedrita, otra piedrita y mi mochila cada vez está más livianita.
Le gusta que Sofía milite por sus derechos y que sea referente de Ammar. Siempre la acompaña y se siente parte de la lucha puta por derechos laborales. Acercarse a la militancia de las trabajadoras sexuales le cambió la percepción del mundo. Para ella hay un antes y un después del feminismo, movimiento que la ayudó a comprender la decisión de su hija.
–Me gusta que Sofi defienda su causa. No importa que el mundo entero le diga que no.
A veces dice a modo de chiste que quiere ser coach de madres de trabajadoras sexuales que no aceptan el trabajo de sus hijas. Ya tiene una primera recomendación para las madres: escuchar, preguntar, investigar, también otra para las hijas: tener paciencia porque entenderlo toma tiempo.
–Quiero hablar con las mamás que hoy en día se están clavando dagas y se quieren matar porque se enteraron que su hija es trabajadora sexual.
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La relación entre Silvana Nieves y su hija Florencia se convirtió en un acto de complicidad a mediados de 2015, cuando Florencia le contó por chat que era trabajadora sexual. Silvana no la cuestionó. Sabía que decirlo era un alivio.
–Le dije que si ella era feliz yo lo entendía.
Le recomendó que se cuidara y se quedó tranquila al enterarse que hacía parte de una organización de trabajadoras sexuales. Sentía que Florencia no estaba sola.
–Yo sé que si algo le pasa a mi hija va a tener el apoyo no solo de sus padres sino de sus compañeras de Ammar.
Florencia es una reconocida activista por los derechos de las trabajadoras sexuales. También es actriz porno. Su nombre artístico es María Riot, como se llama en twitter e Instagram donde tiene miles de seguidores. En Facebook se llama Florencia Natalia.
Silvana jamás pensó que su hija vende el cuerpo, siempre pensó que presta un servicio y que la prostitución debería ser reconocida legalmente. Para ella es una labor en la que se puede tener horarios y días de trabajo. Le gustaría que las trabajadoras sexuales no sean estigmatizadas y que haya una ley que les reconozca sus derechos.
–Si hay gente que paga por servicios sexuales, a las prostitutas les tienen que dar la posibilidad de aportar para jubilación y obra social –dice.
Hay una anécdota que cuenta con entusiasmo. En el 2017 una de las profesoras del colegio nocturno de Luján, en el que está terminando la secundaria, pidió elegir un tema para hacer un trabajo escrito. Silvana hizo el suyo sobre prostitución y la militancia de María Riot. “El trabajo sexual es trabajo” lo tituló.
–¿María Riot es tu hija? Yo la admiro – le dijo la maestra cuando leyó el texto.
–Sí, es mi hija – respondió Silvana.
No puede entender que haya madres que rechazan a sus hijas putas. Ella admira a Florencia, le gusta como se expresa y cree que tiene mucho valor al escribir sobre sus luchas. Siempre está pendiente de las publicaciones y posteos que realiza en redes sociales para defenderla de las personas que la insultan o le hacen comentarios despectivos. Florencia le pide que no les responda, que no se involucre tanto.
–Me leo todos los comentarios para ver quiénes la apoyan. Si hay alguno fuera de lugar lo pongo en su sitio.
A Silvana no le pesa saber que su hija es prostituta. No tiene ningún problema con esa palabra, tampoco con la expresión trabajadora sexual. Se siente menos cómoda con la palabra puta, le parece que es despectiva y que se usa para insultar. Dice que aún así es la palabra que Florencia lleva escrita en su cartera.
–¿Cómo definirías a una trabajadora sexual?
–Es una trabajadora que cobra por sus servicios. Cualquier trabajador cobra. Un artesano cobra por su cuadro. Cobra por su tiempo.
Cuando Silvana termine el secundario quiere estudiar la carrera de Artes. Los días de nostalgia le gusta pintar. Algunos cuadros los hace para sus familia. A su hijo le dibujó un gato, a su hija menor la carátula de un disco. Si pintara algo para Flor la dibujaría a ella.
*Por Alexandra Sánchez Hernández para Almagro / Fotos: Alejandra Rovira