Prins, una mirada irónica hacia el mundo

Prins, una mirada irónica hacia el mundo
11 octubre, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Prins es la reciente novela de César Aira. En ella, se aborda la vida de un famoso escritor que se dedicó durante muchos años a escribir novelas góticas por las exigencias del mercado editorial. Cansado y frustrado por haber permitido que sus aspiraciones literarias de juventud quedasen sepultadas por pertenecer a la industria, decide abandonar definitivamente el oficio y entregarse a los efectos del opio.

Prins es un viaje delirante donde no falta humor, ingenio, misterio y una mirada irónica hacia el mundo por parte de uno de los grandes autores de la literatura contemporánea argentina.

El artista, lo mismo que el demonio, se satisface solo, cierra la curva del apetito sobre sí mismo, y tal era mi caso; pero aún así algo de la opinión ajena me penetraba, y se sumaba al inmenso cansancio que me propinaban la edad, mi pasado y el agobio de la obra deleznable en forma de monte de libros.  Como la cuestión de la calidad no podía remediarla, pensé que podía remediar la de la cantidad, no escribiendo más. Dejar de escribir. Me di cuenta, a posteriori, que de ese modo remediaba también lo cualitativo: en efecto, si no había nada, no se le podía calificar ni de bueno ni de malo, la nada es inerte en ese sentido.  Puede parecer una decisión extrema, pero debo hacer notar que mi estado de ánimo era extremo; me había hundido en la amargura y en la anomia. De modo que no escribir más era lo menos que podía hacer. Hice como el miembro de la familia que en el extremo del hartazgo ante la animadversión de sus parientes les dice que si tanto les molesta va a librarlos de su presencia, y se pega un tiro delante de ellos, sin importarle la presencia de los niños, a los que salpica con la sangre. No es un símil tan exagerado, porque para mí escribir era vivir. Claro que en el caso del suicida el efecto sería más fuerte, produciría un sentimiento de culpa sin precedentes en la familia, les amargaría la vida al menos por un buen tiempo. Mi renuncia, en cambio, por más que fuera a su modo una renuncia a la vida, o a lo más valioso de mi vida, pasaría inadvertida. El único amargado sería yo, que ya estaba amargado. Pero ¿era realmente ´lo más valioso de mi vida´? ¿Escribir esa basura? Estoy dramatizando. Aunque tengo motivos para el drama. Escribir no era sólo mi modo de ganarme la vida sino el trabajo que me mantenía ocupado y mantenía a raya al tiempo, que siempre ha sido mi gran enemigo. Si dejaba de escribir se abría un vacío… aunque el vacío ya estaba ahí, en las interminables jornadas de tedio gótico, cuando contaminado por la temática que invadía mi cerebro como una maleza espesa me paseaba, con una impaciencia no justificada por nada, por los salones oscuros de la casa. Retratos ceñudos de antepasados dudosos me contemplaban desde los paños de roble. Escudos de armas, herrumbradas armaduras con la visera baja, enormes espadas cruzadas en la pared, tan grandes que era difícil imaginar la contextura inhumana de quien hubiera podido blandirlas en un pasado de leyenda. Y en los espejos mi figura envuelta en la luz crepuscular de las vidrieras historiadas con hechos sangrientos. Un vitral sobre todo me atraía, mis pasos me llevaban a él sin auxilio de voluntad y podía quedarme horas (en realidad perdía la noción del tiempo, podían ser segundos) absorto en su contemplación. Representaba la partida de un guerrero a las Cruzadas, la esposa se aferraba a él queriendo retenerlo y vertía lágrimas que en el vitral eran gotitas de epoxi con un cristalito adentro, pero del ruedo de su falda asomaba la cabeza de un zorro, inexplicable y tanto más fascinante por ello. La luz roja del poniente al pasar por las manos unidas de los cónyuges las proyectaba sobre mi rostro, como una bofetada de amor perdido”.

La nueva novela de César Aira nos hace viajar por su mente caleidoscópica, siempre impredecible. Vamos de la realidad más terrenal a la metafísica más desconcertante. Desde el título, ya nos encierra en un misterio: Prins. Nos lleva por laberintos subterráneos y puertas secretas que podrían formar parte de un edifico gótico aún sin terminar. Por si fuera poco, el opio que adquiere el escritor en un extraño local llamado “La Antigüedad” resulta ser un paralelepípedo blanco del tamaño de un lavarropas enorme, que, encima, es entregado a domicilio por un tipo muy raro, decidido a instalarse en la casa del protagonista por tiempo indeterminado. Para conseguir el opio, el frustrado escritor cruzará la ciudad de Buenos Aires en el colectivo 126 junto a una desconocida llamada Alicia (podría ser el amor perdido de su época de estudiante en la Facultad de Ingeniería), donde se encuentra al dealer que tiene la llave para acceder a una nueva realidad.

Tras una sobria y concienzuda consideración me decidí por el opio. Llenaba todos los requisitos que me había impuesto. Para llegar a él había descartado una inmensurable cantidad de ocupaciones, tantas como cosas contiene el mundo, o como palabras contiene el diccionario. Ni yo mismo podía creer que hubiera pasado revista semejante catálogo. ¿De dónde saqué la energía y la resistencia, yo que creía que las había perdido en el camino? Supongo que lo hice en los términos del esfuerzo final y supremo, sabiendo de antemano que no haría otro en el futuro. Mi inconsciente debió de mandar la orden de anular el miedo a quedar exhausto, tanto como la necesidad de ahorrar fuerzas para un trabajo ulterior. Esa larga excursión por el mundo de la diversidad me hizo ver qué intercambiable es todo, cómo los seres, hasta los que más se aferran a su ser propio, son potencialmente otros. Yo lo veía con mi sonrisa de hombre altamente civilizado, con la curiosidad del científico aficionado o el filósofo dominical; pero me pregunté qué efecto le habría causado al hombre primitivo. Con esa pregunta inicié el camino que me llevó al hallazgo. Porque recordé la leyenda del Rey del Opio, que ponía en escena estos pensamientos revistiéndolos de los colores de la fábula y la fantasía.  El Rey del Opio no fue ningún rey, sino un acontecimiento, que puso fin a las eras vetustas. Los hombres antiguos se habían desalentado al ver que lo que estaban haciendo, o viendo, o sintiendo, podría ser otra cosa. Es bastante obvio, pero a sus mentes primarias les caía como un mazazo. ¡Por supuesto que todo podía ser otra cosa! No se necesitaba la maduración de los estadios ulteriores para darse cuenta de un hecho tan palmario. Si estaban pintando un bisonte en la pared de la caverna, los asaltaba la intuición fulminante de que podían haber estado pintando un caballo. Si estaba lloviendo, también podría haber estado brillando el sol y el cielo azul. Y así todo.  ¿Entonces el mundo y la vida eran una alternativa entre otras, un frívolo juego de permutaciones en el que nada valía más que su acontecer casual? Era como para perder interés. En el abatimiento consiguiente, la humanidad, entonces en su infancia, empezó a envejecer aceleradamente. El nihilismo hizo presa del pitecántropo. Ni siquiera el nacimiento de la arquitectura los animó. La especie iba camino a una extinción prematura, cuando, un minuto antes de su medianoche, descubrieron el opio, lo único sin equivalentes ni remplazos.”

El protagonista de Prins es el romanticismo; en concreto, un exitoso narrador de novelas góticas, harto de ser “el payaso de la literatura” que opta por el silencio, volviéndose adicto al opio y encerrando a una doncella en la torre de su mansión.

Prins es una novela corta muy original, provocativa e inteligente que atrapa desde su comienzo y no da descanso.

No tuve que internarme mucho por la calle Hong Kong porque la Antigüedad estaba en el número 1, en la esquina Rivadavia. Se presentaba bajo la forma de un templete blanco, al que se entraba generando una contraseña en una pantalla justo debajo del viejo aldabón. Desde la vereda de enfrente no me había gustado nada la concepción arquitectónica, y de cerca me confirmaron mi juicio esas salvaguardas digitales fuera de lugar, además de fáciles de violar. Si no me hubiera tomado tanto trabajo para llegar me habría vuelto a mi casa sin más. Pero, extinguido el Armiño, ya no tenía otro recurso. Y, haciendo de necesidad virtud, empecé a reconsiderar. El templete era un adefesio, pero no lo era la Antigüedad de la que funcionaba como representación y entrada. La Antigüedad era el arca cerrada que contenía toda la magnífica elegancia del pasado lejano. Los tesoros del tiempo se habían despojado de materia, cabían en cualquier parte: en un hormiguero, en un globo, en un frasco. ¿Por qué no en un templete blanco de estilo ecléctico? Me vuelvo a ver ahí de pie frente a esas feas columnas, desalentado (pero el desaliento es mi estado natural permanente) y a la vez resignado a actuar, y en el pensamiento me congelo en ese instante, dejo la imagen fija. Porque necesito hacer una digresión, esta vez deliberada, para que se entienda lo que siguió. Conseguir una droga tan exótica e ilegal como el opio exige que se entienda todo el proceso, paso a paso y de modo exhaustivo. De ahí que tenga que retroceder media vida y aclarar antes de que oscurezca del todo. Debo remontarme a mis años de estudiante, ya que lejanos pero presentes como génesis, años de ansia de saber, lecturas torrenciales, carreras de aprendizaje en las que el conocimiento era a la vez la liebre y la tortuga.  El estudio era un campo que se extendía ilimitado y profundo, con recorridos en todas las direcciones. Me sentía a mis anchas en él, para nada amedrentado. Quizás adivinando mi predicamento futuro, veía en él la solución perfecta a los problemas de la ocupación del tiempo: estaba sembrado de metas, tan lejanas como las quisiera y a la vez todas al alcance de la mano.  Tenía ante mí una vida de gabinete, de bibliotecas, satisfactoria, vocacional y fecunda. Con mi capacidad no tendría dificultad en conseguir las becas necesarias para mantenerme hasta completar mi formación y conseguir un puesto de investigador en alguna universidad, o en el Instituto Warburg, o hasta ganar plata con mis libros. Pero hubo un problema, que pinchó estos sueños, y todos los demás. Surgió, precisamente, de la Antigüedad, que ejercía sobre mí una decidida atracción, que resultó fatal. Me había persuadido de que su estudio era fundamental, imprescindible e insustituible para ser culto de verdad. Grecia, Roma, las dinastías sasánidas, los egipcios, los Tang: la raíz de la civilización, que seguía absorbiendo del suelo del tiempo los nutrientes de la cultura del presente. No me faltaba entusiasmo, energía, mi memoria estaba intacta, mi mente absorbía con avidez, sabía que era cuestión de seguir leyendo para que todo empezara a conectar y se armara el gran panorama de los tiempos antiguos. Y sin embargo una sorda molestia me hacía difícil el camino, me desanimaba, era como andar en bicicleta por un barro profundo”.

Prins reúne en sus páginas las características más singulares de la trayectoria de César Aira. El misterio y el humor se filtran en cada frase para contar una historia sorprendente que no hay que perderse.

Sobre el autor

César Aira nació en Coronel Pringles, Argentina, en 1949. Desde 1967, vive en Buenos Aires, dedicado a la traducción y a la escritura de novelas, ensayos y muchos textos que oscilan entre ambos géneros. Aira es uno de los narradores más radicalmente originales, imaginativos, inteligentes y delirantes. Su obra ha sido publicada profusamente en Argentina, Chile, México y España, y sus novelas han sido traducidas a más de veinte idiomas.

En Literatura Random House, se han publicado hasta el momento: Ema, la cautiva, La mendiga, Cumpleaños, El mago, Canto castrato, Las noches de flores, Un episodio en la vida del pintor viajero, Parménides, Las curas milagrosas del Doctor Aira, Las aventuras de Barbaverde, El error, El congreso de literatura, Los fantasmas, El santo, El cerebro musical, Sobre el arte contemporáneo/En la Habana y Evasión y otros ensayos.

Con la publicación de El santo, Literatura Random House inauguró la Biblioteca César Aira, donde se recuperan algunas de sus mejores obras.

*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen: Alice Wellinger.

Palabras claves: Cesar Aira, literatura, Novelas para leer, Prins

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