Un reino demasiado breve, una exploración por los vínculos humanos

Un reino demasiado breve, una exploración por los vínculos humanos
17 octubre, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Un reino demasiado breve es una novela del escritor Mauro Libertella publicada en el año 2017. En ella se trata de contestar a ciertos interrogantes universales: ¿Cómo nace el amor? ¿Cuándo se empieza a agrietar eso que parecía irrompible? ¿En qué escenas se funda la atracción entre dos personas?

La perspectiva de Julián sobre sus relaciones amorosas guía la novela. El protagonista es hijo de una típica familia progresista de clase media porteña. Todo el tiempo se piensa a sí mismo en relación a las mujeres que ha amado; y traza el arco biológico de historias sentimentales en un viaje al fondo de las emociones.

El amor con Florencia, con quien se conoce en un viaje grupal a Israel, cuando ambos tenían dieciocho años. Comparten varios días en ese país y el romance continúa en Buenos Aires. Ella es mánager de un grupo de rock que toca covers en pubs de mala muerte. Una larga sucesión de pequeños conflictos va debilitando la pareja y de a poco los mundos de los dos se convierten en dos ecosistemas aislados y deciden separarse.

Lo importante es tener un tema en común, un tópico sobre el que apoyarse. Afortunadamente, esos diez días en Israel todavía estaban vivos, eran una materia caliente sobre la que charlaban una y otra vez y encontraban mil variaciones del mismo tema. Cuando Julián volvió a Buenos Aires, se vieron primero un sábado, después un miércoles y un sábado, y cada semana fueron agregando un nuevo día a su calendario de pareja hasta que terminaron viéndose casi todos los días. Sin embargo, había algo perfectamente insular en su relación, como si fuera un elemento anómalo que no se tocara en absoluto con los otros elementos de sus respectivas rutinas. Julián estudiaba historia en la UBA, aunque le gustaba escribir y prefería los libros de literatura a los de historia. Vivía con su madre en Villa Crespo y tenía dos grupos de amigos, los del colegio secundario y los de la facultad, un grupo viejo y un grupo nuevo que también constituían universos paralelos. Los amigos del colegio eran más excéntricos y más inocentes; los de la facultad eran más intelectuales y más afectados. En su familia estaba su madre, el padre que vivía solo hacía ya algunos años y la hermana que poco tiempo atrás se había ido de la casa. Ese era el rompecabezas de su vida, que no tenía mayores misterios y que era tan común como puede ser cualquier biografía de clase media en la Buenos Aires de principios del siglo XXI. Florencia vivía con su hermana en una casa en Paternal. Eso ya era raro; él casi no conocía a nadie que a esa edad no viviera con sus padres y menos a dos chicas, hermanas, viviendo juntas. Quizás no era tan poco frecuente, pero su experiencia y sus referencias del mundo eran verdaderamente acotadas: había ido a un colegio privado que, además, era un colegio judío, así que su reciente adolescencia se había desarrollado en un gueto adentro de un gueto. La Paternal, de hecho, era su pequeñísimo imaginario burgués algo así como el extrarradio, el campo abierto. Cuando fue a conocer su casa por primera vez se dio cuenta de que no, de que ese era un barrio perfectamente poblado, correctamente edificado y criteriosamente iluminado. Su casa era un departamento de tres ambientes con muy pocos muebles, en claro contraste con las casas familiares que estaban siempre llenas de cosas innecesarias.  La primera vez que él la visitó ahí era de día y la luz del sol incrementó su timidez. Recorrió la casa con enorme cautela, reconociendo un territorio nuevo y tratando de encontrar las palabras justas, el comentario preciso ante cada cosa que veía. A Julián le gustaba Florencia, le gustaba mucho, y por eso su miedo y su timidez eran mayúsculos, caminaba por una cuerda floja y no tenía idea de cómo se empezaba una relación. Se diría que la relación ya había empezado hacía varias semanas, cuando se subieron al avión que los llevaría a Oriente Medio, pero no: la historia empieza siempre cuando están solos por primera vez en la casa donde vive alguno de los dos”. 

Mauro Libertella tiene un estilo sutil y atrapante. Encuentra en esos diálogos engañosamente ingenuos, la manera ideal de profundizar en los vínculos humanos hasta llegar a la médula.

Julián luego de su noviazgo con Florencia, que duró aproximadamente un año, tiene una transición turbulenta y llega a su gran historia de amor con Ana, una chica que nació en un pueblito cercano a Olavarría, que ha sido educada en colegios aristocráticos y cuyos abuelos viven en un casco de estancia que ella visita con regularidad.

Ana y Julián van y vienen con sobresaltos. A medida que la relación se deteriora, muchas de las cosas que antes estaban muy bien ahora empiezan a estar bastante mal.

Pasaron los meses y Ana se fue convirtiendo, para Julián, en un elemento díscolo que lo obsesionaba. Se diría que necesitaba ese conflicto; de un modo perverso y enroscado, le servía para vivir. Habría sido más aconsejable hacer el camino duro y purgarse: hacer el duelo, estar solo, limpiarse y finalmente recuperarse. Pero no.  La relación inconclusa con Ana era un aguijón que llevaba todos los días clavado en algún lugar incómodo del cuerpo, un aguijón que lo hacía sangrar y le deformaba el cuerpo y le recordaba una y otra vez, pinchazo a pinchazo, que estaba haciendo las cosas mal.  ¿No es muy común? Julián tenía 24, 25 años, y no podía estar plenamente soltero y plenamente feliz. Después de una relación tan absorbente quedó lleno de miedos y bastante golpeado. En algunos de sus encuentros se daban un beso, breve, acotado, y en esos momentos Julián sentía una culpa terrible: sabía que ese beso era un claro retroceso en sus intentos por superar la relación y al mismo tiempo lo excitaban y la elevaban a Ana a un lugar cada vez más inalcanzable. Desde que se separaron, ella le empezó a parecer todavía más hermosa. Era un espejismo de manual-desear con toda la furia lo que ya no se puede tener-y sin embargo Julián lo vivía como una realidad perfectamente tangible. Se masturbaba pensando en ella, la imaginaba todas las noches en su cama desnuda, con un hombre, con dos hombres, con mil hombres. Cuando la volvía a ver esas imágenes reaparecían y funcionaban como un estimulante. Ana se fue convirtiendo, para él, en un amor ideal y en un objeto de deseo furioso. Si antes, cuando estaban juntos, era un amor imposible-algo no funcionaba, el sexo se volvió trabajoso, había demasiado cortocircuitos-, ahora ella se había convertido en alguien perfecto y abstracto, una especie de biografía maravillosa que conquistó su cabeza y lo torturó durante meses y años. Casi no tuvieron sexo durante el primer año de separación. Ella percibía ese lugar idealizado en el que él la estaba ubicando y quizás se sintió cómoda en ese terreno abstracto, inmaterial. Se había creado, de nuevo, un abismo físico entre los dos”.

Un reino demasiado breve es la versión femenina y masculina de un mismo síntoma, el desmoronamiento de algo que parecía fuerte. Lo fugaz prevalece sobre lo duradero. Una pareja que muchos años después de terminar, al cruzarse en la calle ni siquiera se reconocen.

Sobre el autor

Mauro Libertella (México DF, 1983). Creció y vive en Buenos Aires. Es licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es autor de Mi libro enterrado, El estilo de los otros y El invierno con mi generación publicados en Argentina, Chile, Perú, Costa Rica, México e Italia.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: literatura, Mauro Libertella, Novelas para leer, Un reino demasiado breve

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