Iglesia y Estado, o la laicidad en Argentina

Iglesia y Estado, o la laicidad en Argentina
11 septiembre, 2018 por Redacción La tinta

Por Roberto Di Stefano para La tinta

¿Por qué la Argentina es el único país de América Latina que nunca separó la Iglesia Católica y el Estado? La pregunta nos conduce al problema de la laicidad en tanto que cualidad de los Estados llamados modernos. ¿Qué es la laicidad?

Los sociólogos de la religión Micheline Milot y Jean Baubérot coinciden en que la laicidad comprende cuatro principios: 1) la separación del Estado de las instituciones religiosas; 2) la neutralidad del Estado en relación con las religiones y las demás concepciones de la vida que conviven en el seno de la sociedad; 3) la libertad de conciencia y 4) la igualdad de los ciudadanos en materia religiosa. Los dos primeros elementos serían los medios para garantizar los dos últimos, que constituyen los verdaderos fines de la laicidad. Desde esta perspectiva, un Estado que impusiera a sus ciudadanos una determinada ideología, por atea que fuese, no sería un verdadero Estado laico, desde el momento en que no cumpliría con el segundo principio.

Una dificultad para abordar este problema estriba en que, por lo general, se concibe la laicidad según el modelo francés de separación de la Iglesia y el Estado de 1905, que, a su vez, se inspiró en el mexicano de la Constitución de 1857. Una laicidad que Milot definiría como “cerrada”, que impone una regulación política según los términos de una “razón universalista”. En ese modelo mexicano y luego francés, una identidad cívica, política, tiende a desplazar -incluso a reemplazar- a la religión, que es concebida como una amenaza a la identidad nacional. Por eso, en Francia -el país europeo que más interviene en materia religiosa-, está prohibido, por ejemplo, que las empleadas públicas musulmanas vistan su velo tradicional o que se coloque cualquier símbolo religioso en las reparticiones públicas. El problema es complejo, porque a ese tipo de laicidad se le puede objetar que, a fin de cuentas, favorece a los católicos. En Francia, el día de descanso semanal es el domingo, mientras que para algunas religiones corresponde al viernes -musulmanes- o el sábado -judíos-. Además, Francia está llena de crucifijos y de Vírgenes que están allí desde tiempo inmemorial, de manera que los ciudadanos no católicos no pueden evitar encontrarse con ellos por todas partes, incluso en edificios públicos, que quizás conservan una imagen del siglo XIII que es imposible quitar sin destruir la pared y que es una maravillosa obra de arte.

Una alternativa a esa laicidad “cerrada” es otra “abierta” en la que el Estado, independiente respecto de las religiones y neutro en materia religiosa e ideológica, interviene de manera más flexible y atenta a las necesidades puntuales para garantizar las finalidades de la laicidad, es decir, la libertad de conciencia y la igualdad de derechos. Es el caso de Canadá, donde existen “acomodaciones razonables” que permiten, por ejemplo, que un trabajador pueda descansar el día que prescribe su religión y trabajar en cambio el domingo.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Lo que importa entender es que el actual problema de la laicidad, sobre todo en sociedades multiculturales como Francia o Canadá, pero también en la nuestra, dista de ser una cuestión simple, a resolver en términos de blanco o negro. Basta con decir que existen democracias muy avanzadas en términos de derechos, donde las libertades individuales y la igualdad de los ciudadanos son sacrosantas, que conservan Iglesias de Estado o casi oficiales, como Inglaterra, Suecia, Dinamarca o Noruega. Es decir, no hay una única fórmula. Es la sociedad misma, mediante el ejercicio de un debate público abierto e inteligente, la que debe definir qué tipo de laicidad quiere o necesita.

En el caso de la Argentina, razones históricas explican que la Iglesia Católica y el Estado no hayan sido separados jurídicamente hasta hoy, a pesar de que las propuestas más antiguas de concretar esa separación datan del profundo siglo XIX. Esas razones pueden resumirse en los siguientes puntos: en época colonial, los territorios, hoy argentinos, eran un área pobre y marginal del imperio español. La población era escasa y el espacio inconmensurable. En el siglo XIX, las guerras internacionales y civiles volvieron más incontrolables aún esos territorios para las élites que surgieron de la Revolución y que asumieron la tarea de crear el país. Para ellas, el problema principal se expresaba en los términos en que lo hizo Sarmiento: civilización o barbarie.

Existía consenso en el seno de esas clases dirigentes en que la construcción de la nación era imposible sin “civilizar” mediante el poblamiento, la religión y la educación. Juzgaron, entonces, que era necesario ocupar el país con poblaciones extranjeras, porque la densidad poblacional era demasiado baja y porque creían necesario cambiar las “costumbres” de las poblaciones locales a partir de la difusión de hábitos de laboriosidad que consideraban patrimonio de los europeos.


Para encarar esa tarea, consideraron que era necesario contar con la Iglesia Católica -creían unánimemente que la religión era la base de la moralidad y de la “civilización”, por lo que el templo y la escuela fueron los dos pilares de la “civilización” para los liberales argentinos-. Y como la Iglesia Católica era pobre y débil, el Estado apostó a fortalecerla.


Exactamente lo contrario que en México. Mientras en tierras aztecas se implementaba una amplia política de expropiaciones de propiedades eclesiásticas -a mediados de siglo, la mitad de la tierra cultivable pertenecía a alguna institución religiosa-, en la Argentina se creaba el presupuesto de culto.

El tipo de laicidad que fijó la Constitución de 1853 aseguraba uno de los principios de la laicidad, la libertad de conciencia, pero ninguno de los otros tres. Más tarde, en el siglo XX, problemas como la definición de la identidad nacional y la llamada “cuestión social” -los conflictos sociales-, así como la crisis de las democracias liberales, estrecharon aún más las relaciones entre Estado e Iglesia. El resultado es que, hasta el día de hoy en la Argentina, la Iglesia Católica goza de privilegios respecto de las demás religiones y Estado e Iglesia nunca fueron separados.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

En los últimos años, los debates en torno a la cuestión de la laicidad se han intensificado por su relación con controversias referidas al derecho familiar -por ejemplo, el matrimonio de personas del mismo sexo- o de salud reproductiva -por ejemplo, la educación sexual o el aborto-. Sobre todo, el debate de este año en torno al aborto intensificó los reclamos por la separación de la Iglesia y el Estado, mientras hay en el Congreso un proyecto de ley de libertad religiosa que los contradice, al confirmar el trato privilegiado hacia la Iglesia Católica.

¿Qué laicidad queremos los argentinos? Lo importante para afrontar este tema es comprender que, lejos de ser sencilla, la cuestión es espinosa, porque, según hemos visto, una laicidad tan estricta como la francesa puede esconder desigualdades de derechos y afectar la libertad de conciencia. Siendo así, lo conveniente es tratar de impulsar un debate inteligente y abierto, tarea nada sencilla en un país en que se tiende a hablar sin saber, a plantear todas las discusiones en términos de blanco o negro y a conformar bandos que, más que corrientes de opinión, parecen hinchadas de fútbol.

* Por Roberto Di Stefano para La tinta / Imágenes: Colectivo Manifiesto.

Palabras claves: apostasía, Iglesia Católica

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