Hegemonía, populismo y horizontes comunes

Hegemonía, populismo y horizontes comunes
4 septiembre, 2018 por Redacción La tinta

Por Facundo Ruiz Frágola para La tinta

El gran logro del proceso neoliberal macrista ha sido construir el nosotros-ellos alrededor de una versión «al costo» del populismo, propio de las hegemonías conservadoras. No es nuevo: vemos que pasa en América Latina, pero también en gran parte del mundo.

Lo que ocurre es que, en aquellas latitudes, en particular en Europa central y algunos países del sur del viejo continente, el «momento populista» ha surgido de modo conservador, donde el punto más agudo gira hacia la extrema derecha, por lo cual los populismos se tiñen en buena parte de neofascismo y se construyen a partir de elementos externos como la inmigración, por ejemplo. Es decir, el «ellos» está, por ejemplo, integrado por los africanos que cruzan el mediterráneo ante un «nosotros» que -barnizado de nacionalismo rancio- bloquea las fronteras como único recurso para evitar la catástrofe económica.

En el caso argentino, esta ligera versión que posa su mirada sobre los “negros planeros”, el “regalo de las tarifas”, el “fanatismo irracional”, las “bajas pasiones” y otras tantas justificaciones propias de la antipolítica -que nada tiene de científica, sino que más bien se realiza con inusitado oportunismo práctico- le ha servido al bloque conservador para apuntalar a partir del miedo, las frustraciones y las tensiones, entre otros factores, determinados mitos para una gestión más o menos eficiente de la obediencia política y, en particular, anestesiar el conflicto social de un pueblo que se reconstruye ahora sobre la base de la conformidad de que no hay otras opciones más allá del ajuste para recostar la riqueza en sentido inverso al requerimiento de las mayorías sociales. Es decir, la teoría del derrame para legitimar la extraordinaria ganancia de las multinacionales y los especuladores financieros que, cuando “rebalsan” esas riquezas, las fugan hacia los paraísos fiscales.

Desde nuestra visión, entendemos que el populismo es más bien una lógica de intervención política para la construcción de una voluntad general. Es la integración de demandas colectivas insatisfechas más o menos heterogéneas que federa en una cadena equivalencial gran cantidad de tensiones para gestionar el conflicto social, erigiéndose luego de esa ruptura en una nueva identidad política.


Siempre decimos que hay que comprender que, en política, hay una premisa fundamental: las posiciones, las lealtades y las identidades nunca están dadas de antemano, sino que se construyen discursivamente a través de diferentes dispositivos políticos y no-políticos. Aquí hablamos de discurso como conjunto de herramientas para la construcción de sentido común, que es el que, en definitiva, ordena y negocia permanentemente las inscripciones sociales, si entendemos por política aquella “guerra” de explicaciones por el orden existente.


Pero más allá de la idea científica que podamos tener sobre qué cosa sea el populismo y cuáles características forman parte del término, lo cierto es que, a partir de esa idea utilizada como un artefacto denigratorio para con los de abajo y sus identificaciones políticas, les caen del cielo y casi sin esfuerzo las victorias políticas y electorales.

Esa falacia del pretendido consenso pacificador de la Argentina llamado “cambio”, que amortigua la idea de la lucha por mejores derechos y bienestar general de una comunidad que se realiza, destruye a través del “mito populista” la búsqueda de intereses generales y tiende a satisfacer los intereses de las mismas élites que nos han llevado a la debacle e instala la idea de la meritocracia y el emprendedorismo, donde lo individual aplasta el espíritu colectivo y el ascenso social se convierte en una epopeya que solo puede realizarse a partir de los esfuerzos individuales.

Así, el Estado solamente aplicaría técnicas de gobierno desideologizadas, por ceócratas venidos desde el ámbito privado, y, por tanto, los éxitos solo consistirían en levantarse temprano y esforzarse un poco más. Es la era pospolítica donde los ciudadanos se convierten en meros consumidores de bienes y servicios que se “politizan” cada cierto período porque la democracia no sería otra cosa que un mecanismo de toma de decisiones por parte del cuerpo electoral. Una vez finalizada su tarea, el ciudadano-elector-consumidor se “vuelve a casa” para cumplir con su único rol: trabajar y esforzarse más, pagar sus impuestos y esperar que lluevan inversiones extranjeras.

En efecto, esa estrategia conservadora, en estas latitudes, ha sido clave para deshilachar el tejido social, romper los bloques de amor por el otro y el sentido de comunidad y pertenencia a lazos comunes. Pero, sobre todo, la fractura de la solidaridad orgánica que debe existir en cualquier sociedad con un mínimo sentido de pertenencia y sensibilidad para evitar, a partir de esa fragmentación, la expulsión de miles de trabajadores y trabajadoras de la «ciudadela burguesa» que se había construido en los últimos años con un sentido más horizontal y de igualdad, incorporándolos desde las periferias hacia posiciones más dignas en el tablero social.

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Ese proceso de identificación plagado de reivindicaciones hacia los derechos de los bloques populares molesta y mucho a las élites que todavía sienten amenazada su posición de privilegio y ahora tratan de retomar el intento de emancipación de los procesos políticos para disponer, desde su zona de confort, la normalización del orden existente y anestesiar las quejas del bloque social mayoritario. Es la génesis de la antipolítica y de un estado desprendido del ente social, que solo busca eficacia en los números y columnas contables para ajustar a los más desprotegidos.

En esta carrera que controlan los de arriba y que la mayoría de las veces jugamos con angustia e incertidumbre los de abajo, hay que tratar de politizar los dolores “ajenos” en tanto esos dolores se repiten de a cientos de miles y también deberían ser nuestros. El plan del adversario es hacernos creer que cada fracaso es una oportunidad y que todo depende de nosotros mismos, porque el objetivo de reforzar la idea del emprendedor es la regla predilecta de las élites.

En ese desprendimiento de “nuestros iguales” de los bloques sociales, cada frustración individual trae encriptada la idea de la meritocracia y del esfuerzo del individuo, sin necesidad de tener presencia del Estado para su realización. Así, cada fracaso individual se convierte en una oportunidad de éxito, también individual. Es decir, esa eventual colectivización de los dolores, las frustraciones y las nuevas demandas, quizás en algún momento -espero que sea en breve- pueda reunirnos nuevamente para tener un proyecto y un horizonte común.

* Por Facundo Ruiz Frágola para La tinta. Imagen de tapa: Colectivo Manifiesto

Palabras claves: neoliberalismo, Populismo

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