Los exilios: entrevista a Horacio Altuna

Los exilios: entrevista a Horacio Altuna
6 septiembre, 2018 por Gilda

Viviana García Arribas y Gabriela Stoppelman para El Anartista

Hijitos míos, no hay que ponerse tristes/ por cada triste despedida:/
todas lo son, es sabido, porque hay otra partida, otra cosa, /
digamos, /donde nada, /nada/está resuelto.
“Algo”, Raúl González Tuñón

Llegamos temprano, como siempre. La casa de las palabras prohibidas está abierta. Su fortaleza legendaria depende de la altura de los planos. De la “altuna” de los planos, dice una voz. Y esa es la especialidad de la casa para combatir el silencio: resistir en ecos, impregnarse en los objetos de fondo, dibujar de historia los desploblados sin mundo, reservar un globito blanco- invitador, dispuesto- por si queda algo más para decir. Porque siempre queda algo más para decir. Y, de paso, evitar que te pille el lobo. Lograr que de su astucia no dependa el ritmo de tu tiempo. Conseguir que el andar de las agujas se acompase a tu deseo y no al revés. No vaya a sucederte como al Señor López quien, ante la posibilidad de hacer una sola pregunta acuciante, sólo atina a decir “¿qué hora es?” Mirá que la orfandad está de moda, advierte un cartel, al final de todos los recintos. Se trata de un espacio amplio, un patio o un descampado, donde deambulan siluetas muy jóvenes en busca de un abrazo. Vemos a uno correr hasta la esquina porque, según dicen, ha perdido su nombre o se le han mezclado los bautizos de tanto desencontrarse. De pronto, dobla. Y su curva habilita el paso desde la casa de las palabras prohibidas a las casa de las preguntas sin exilio. Un lugar para perderse a gusto, pero con cautela. Vaya a saber por qué azar o destino, no hay allí rincón que no esté pleno de juguetes, lápices de colores, plumas, sombras: un diseminado botiquín rescata- infancias. Es bueno detenerse en cada cuadro, avanzar por la historia desplegada de estancia en estancia y saltar en los umbrales, en los pliegues que llevan de un episodio a otro. En la casa de las preguntas sin exilio, a esas transiciones, las llaman puntos de inflexión. Zonas agitadas, intensas, llenas de valles profundos y picos agudos. Y, en todas, suena esa música. Esa: la que devuelve consistencia a las palabras relegadas, la que enrosca en giros de baile a las palabras nuevas, la que puebla con huellas de buen tiempo el tacto de algunos hombres. Y reclama, urgente: ¿pero, cuándo?, ¿para cuándo, un punto de inflexión? Entre los acordes de la pregunta, lo vemos a Horacio Altuna. Y él se presta a conversar.

La casa de las palabras prohibidas

¿quiero venir a casa?/ sí, dije yo
Y volvimos a encontrarnos/ con paz/ yo me sentía bien junto conmigo
igual que yo/ que me sentía bien junto conmigo/ y así/ de un día para el otro
me casé y me casé/ y estoy junta/ y ni la muerte puede separarme.
“Canto nupcial”, Susana Thenon

—Anduvimos hurgando por tus textos. Nos llamaron la atención los blancos, tanto en los globitos vacíos de “Imaginario” que luego también vimos aparecer en López.

—El globo blanco se deja, en general, cuando se hacen publicaciones en Francia o en Italia suponte, para poner texto en ese otro idioma. En el caso de “Las puertitas del señor López” hay algún episodio en el que sí intentan ser una referencia a la censura que había en aquella época.

—Pensaba entonces dónde van las palabras censuradas como las de López, las que no se pueden decir. En “Las puertitas…” terminaban en un tremendo grito, en algo muy contenido que finalmente explotaba.

—Las palabras prohibidas siempre quedan latentes. No se puede prohibir la palabra, a la larga, resurgen de una manera u otra. Y los mensajes se dan por comisión o por omisión. En este caso, se trataba de la época de la dictadura y, para el que lo quería entender, eso era explícito. Lo que no se dice no desaparece, simplemente está en algún sitio y sale cuando corresponde.

—El mismo López, frente a una especie de tribunal celeste dice: “Era tan bueno que no podía reaccionar”. Y esa es otra manera de no decir. Recién hablabas de la dictadura. Nosotros estamos viviendo un momento en que se ha puesto de moda una especie de actitud civilizada: no reaccionar demasiado, como si se asociara el reaccionar a un tipo de enfermedad o de violencia innata ¿qué opinás?

—Que no es un fenómeno argentino, es planetario. Lo vivo en España también. Sucede que los medios tienen el monopolio de lo que se dice públicamente, si bien es cierto que, a través de las redes, hay posibilidad de decir lo que no sale en los grandes medios. En cuanto a lo que mencionabas del señor López se trata de una escena en que él había ido al cielo y habla con Dios o con San Pedro a ver si lo dejaban entrar o no. Como era un tipo pusilánime y cobarde, Dios le dice “¿Eso hiciste con la vida que yo te di?” entonces lo mandan al infierno por no ser capaz de modificar su realidad. Ese episodio del Sr. López está basado en un cuento de Angélica Gorodischer que habla de lo mismo. Con Trillo hacíamos juntos los guiones y justo salió esa relación con Angélica. Respecto de tu pregunta, muchas veces se reacciona, pero no se puede publicar. Y también, por otro lado, todo el mundo se autocensura. No hay espacio donde no haya autocensura. Son las cosas de la época que nos toca vivir. En la actualidad, con lo “políticamente correcto”, que creo que es como la censura de aquellos tiempos, cada vez se pueden decir menos cosas y cada vez se puede hacer menos humor respecto de determinado tipo de cosas.

Inclusive el humor que antes se ejercía con libertad ya no es posible, hay límites no sólo puestos por los medios, sino también por el lector o el espectador, que te censura si uno hace un chiste que entra en conflicto con lo que piensan esas personas. Y muchas veces se equivoca el mensaje inclusive.

—Es como una dictadura del sentido común.

Precisamente. Y pasa en todas partes. Si te muestro comics que se hacían hace veinticinco años, entenderías que hoy sería imposible publicarlos. Y no sólo respecto del feminismo, el humor que hacían en España, por ejemplo, Gila, o Chumy Chúmez, no sería posible hoy. No se pueden tocar ciertos temas. Si no eres judío, no puedes hacer chistes de judío. Si no eres negro, no puedes hacer chistes sobre negros. Y lo mismo con la homosexualidad. Es una gran estupidez ambiente que hay en todo el planeta. En algún momento esto se tiene que terminar. Tiene que haber un punto de inflexión para que el humor vuelva a ser un escape y también una manera de modificar la realidad.

La Altuna de los planos

Porque todo es garabatear mientras se espera/ que desde lejos, de alivio,/ se te asiente un pájaro hermoso/ o el sapo intuitivo te entregue una mariposa.
“La creatividad”, Jorge Leónidas Lamborghini

—Nadie quiere hacerse malasangre en público. ¿Vos tenés alguna instancia de producción privada de cosas que dibujás o escribís y no publicás? Porque decir se puede, lo que no se puede es decirlo públicamente.

—Bueno, yo tengo anotadas ideas y dibujadas cosas que nadie publicaría.

—¿Y no tiene sentido dibujarlas si no se publican?

—No, no es eso. Yo tengo ciertas ideas, pero no tengo tiempo para poder llevarlas a cabo. Me gustaría que eso tuviera una salida. Pero, imaginate. Tengo setenta y seis pirulos. Ahora estoy produciendo, en cantidad, prácticamente lo mismo que cuando tenía cincuenta años, aunque me lleva más tiempo. Encima, tengo menos tiempo para leer más, que es lo que me gusta.

—¿Y escribís, independientemente de la escritura como parte del dibujo? Ficción, por ejemplo.

—Bueno, todos los guiones los escribo yo, desde siempre. Cuando trabajaba con Trillo lo hacíamos juntos, yo era coautor de los guiones. Pero cuentos y eso, no. Claro que me gustaría tener el tiempo para hacerlo. Soy amante de la lectura y de la escritura, pero soy más amante del cómic y del cine. Eso sí, me gustaría hacer un guion de cine, tal vez hacer adaptaciones de cosas que he hecho en cómic.

—Respecto al cine, aprovecho para preguntarte algo: en tus dibujos se ve una inspiración cinematográfica. Los cuadros están planteados, muchas veces, como si fueran planos cinematográficos ¿hay algo de eso?

—Sí, absolutamente. El cine y el cómic son deudores uno de otro, nacieron juntos. Pasa que el cine se desarrolló, digamos, de una manera más industrial. El cómic quedó más estructurado en cuanto a que era, desde su nacimiento en Estados Unidos, una lectura infanto juvenil para varones. Pero, con el tiempo, eso se constituyó en una forma fija de producción. El cine funciona de otra manera. El cómic empezó a ser adulto en los años cincuenta y pico, con Oesterheld, precisamente, que fue el primero en el mundo en hacer historias adultas en este género. Esto es real, no lo digo por ser argentino. Ese es el contexto en el cual yo me formé. Vivía en Necochea, tenía diez años más o menos, e iba dos veces por semana al cine veía tres películas en cada sección. Eran las secciones dedicadas a la mujer y a los niños. Entonces, en los años cincuenta, yo me tragué todo el cine americano de las décadas de los ´30, ´40 y ´50. Mi formación visual y narrativa viene de ahí, aunque yo haya evolucionado a lo mejor en otras cosas. Si ustedes se fijan en mis historias, salvo en la tira que hago ahora que es otro tipo de lenguaje, en toda mi producción hay muy pocos primeros planos de caras, lo cual viene de aquel cine. En aquella época se hacían planos medios o planos americanos, no había casi primeros planos. Ahora le enfocan un ojo o la nariz a la gente. Antes no había eso. Lo que yo hago, inconscientemente, tiene ese origen. Y todo lo que es la narrativa está también emparentado con eso. A su vez, también el cine ha copiado a la historieta. El lenguaje se modifica muy poco. El cine es la cantidad de imágenes por segundo, ¿verdad? En un punto, el comic es igual, es narrar con imágenes.

Que no te pille el lobo

Esta noche, el lobo es una sombra que está sola
“El lobo”, Jorge Luis Borges

—Hace un rato hablabas del tiempo. En el primer mail que me enviaste me decías “No sabés lo que es mi vida”, en “Las puertitas…”, López tiene ese reloj en la oficina marcándole el pulso todo el tiempo y los chicos de “El último recreo” deben aprovechar y apurarse a vivir antes de desarrollar y ser adultos, porque es cuando el veneno en el aire los matará. ¿cómo te llevás con la urgencia y cómo la combatís para poder disfrutar?

—En mi caso es incongruente. Yo disfruto dibujando. Lamento la edad que tengo. Mirá: la Editorial Galerna, en Argentina, empezó a publicar toda mi obra, en dos tomos hasta ahora, y yo les dije “A este paso van a terminar de publicar mi obra completa cuando yo cumpla ciento quince años, esto así no funca…” Y me pasa de tener proyectos que incluyen cuatro álbumes, que serían cuatro años de mi vida o más. Siendo muy optimista, a los ochenta y pico, seguiré dibujando. Entonces el tiempo lo mido de esa manera, con el trabajo. Ahora, por ejemplo, voy a viajar un mes a México a conocer a mi nieto mexicano que nació hace poquito, el 12 de julio. Y durante ese lapso no voy a dibujar, así que tengo que adelantar trabajos. Debo adelantar un mes y pico de la tira como para no me pille el lobo, para tener el tiempo suficiente y disfrutar allá sin estar pendiente de los plazos de entrega.

—¿Pero te permitís la lentitud para disfrutar el trabajo?

—Yo siempre disfruto, siempre. Soy un tipo bastante parejo en los humores, aunque me pongo de mal humor cuando me salen mal las cosas, porque soy obsesivo como toda la gente que tiene una pasión. Disfruto, estoy feliz al trabajar. Nunca en mi vida, en los cincuenta y pico de años desde que dibujo, me levanté una mañana lamentando tener que ponerme a dibujar.

—Qué bueno…. En tus trabajos -y en esto se nos hizo un puente con los trabajos de Diego Parés- aparece mucho el tema de la desilusión y también de la desidealización, ¿Cuál sería para vos una diferencia entre desidealizar y desilusionar?

—Uno puede desilusionarse con algunas cosas, creo. Y pensar que a lo mejor fue ingenuo o darse otras explicaciones. Me parece que desidealizar tiene otra carga: si uno tiene ideología, es más grave que esta se pierda, o que la cambies por la desilusión. Este es un razonamiento que hay que tener en cuenta.

—Hay la presencia de mucha gente sola en tus trabajos. Especialmente, nos llamaron la atención los niños. ¿Cuál te parece que es la mayor orfandad que estamos viviendo en este tiempo?

—Es probable que la falta de ideología, pero también la falta de sentimientos. Yo vivo en España, esto es Europa, una Europa vieja y chota que está con este tema del mundo de los refugiados, de la gente que emigra desde África, desde países empobrecidos de Europa. Europa fue allá a saquear, a robar y a explotar. Los que vienen de allá vienen a trabajar. Entonces, sucede una cosa muy horrible. Pasa lo mismo con muchísimos latinoamericanos que vienen: no los reciben o los reciben para trabajos subalternos. Hay una especie de correa de transmisión entre la falta de sentimiento y la falta de ideología, todo va unido. La izquierda, todo ha cambiado, ha mutado. Nos hacen ver que la derecha ahora es el centro, que el centro es la izquierda, y que la izquierda es el comunismo rojo que va a terminar con la propiedad privada y todo eso. Una fabulación.

—Decías “Si tuviera que hablar de mis trabajos diría que son una búsqueda de fidelidad a la época en que se desarrollan mis historias” ¿seguís sosteniéndolo?

—Sí. Es una pretensión. Alguna vez dije que me gustaría que cuando se lea “El loco Chávez” se sepa cómo era la época en que la hice. Lo mismo con “Las puertitas…”. Y, a pesar de que lo que hago ahora en Clarín es absolutamente costumbrista, sin una carga política, hay allí una cosa de época, una especie de relación entre lo que piensan los personajes con lo que hay a su alrededor.

Puertitas para no orfandear

Y aunque me haya alejado de su abrigo/ Como se aparta a un huérfano en la vida,/ Envuelto ya en mi poncho solitario,/ Sigue siendo mi reino todavía.
“Radiante quebracho”, Elvio Romero

—¿A qué llamarías un cómic obsecuente con el poder?

—Leo muy poco cómic como para darte un ejemplo de eso. Sería el que elogia a un gobierno que no sea honesto, que no sea democrático. Se podría ser obsecuente ideológicamente con el poder, si ese poder fuera democrático y ese cómic lo defiende, aunque no sería obsecuencia, que tiene una carga negativa, si un trabajo mostrara lealtad o solidaridad a un proyecto democrático.

—Esto de que en el cómic se pueda leer la época en que se hizo lo enlazo con la soledad de tus personajes, ¿qué tipo de soledad es la de hoy?

—Las soledades nuevas son, a lo mejor, inducidas por lo digital. Hay cada vez más gente que se relaciona más con los móviles o a través de las redes que personalmente. Veo que los chicos juegan cada vez menos entre ellos. Tengo nietos ya grandes. Sus padres-mis hijos- tratan de que el móvil o las redes no sean la forma de relación principal de los chicos, les muestran otra posibilidad. Me parece que hay bastante soledad en la gente a la que le resulta más fácil la relación mediada por lo tecnológico.

Sí. No empieza siendo eso, pero así termina. Los chicos tendrían que desarrollarse jugando, tocándose, con más relación entre ellos.

—Pensaba en los chicos de “El último recreo” tan solos, tan huérfanos, y a su vez reproduciendo la miserias de los adultos.

—Claro, esa es la idea, que los chicos son el resultado de una formación, de una historia. Entonces ahí hay una reflexión, tendenciosa también, pero es real. Abarcar un tema en su totalidad es imposible, lo que ahí hay es un recorte. En el caso de “El último recreo” lo tratamos de esa manera, con tres o cuatro ejemplos.

—Claro. Ahí no es posible matar al padre ni simbólicamente.

—Ni siquiera eso. Había un difusor de psicoanálisis en Argentina que siempre hablaba de este tema. No recuerdo ahora el apellido, creo que era el esposo de Eva Giberti.

—Otro tema muy interesante, un poco surrealista pero a tu estilo, es el de la continuidad de los mundos, tanto en “Las puertas del señor López” como en las de “Tragaperras” ¿Cuáles son tus puertitas?

—El dibujo, definitivamente.

—¿Y qué pasa cuando estás un mes sin dibujar? ¿Tomás notas, vas “cartoneando” imágenes?

En realidad, hecho de menos la posibilidad de dibujar más. Pero siempre estoy muy abierto a cosas que puedan servirme. Leo mucho. Soy bastante permeable a las influencias. Entonces, cuando no dibujo, cuando no estoy haciendo una historieta, estoy almacenando cosas aunque no me lo planteo como un ejercicio consciente.

Pasado de bautizos

Como tú, no tiene nombre. Tal vez seáis lo mismo. Tal vez
un día también tú me nombres así.
“No es ya”, Paul Celan

—A quienes leemos mucha literatura, el cómic nos resulta un gran recreo: con el dibujo descansamos del texto y, con el texto, descansamos del dibujo. ¿Qué cosa singular tiene esa combinación que, además, resulta para la Academia un género tan subestimado como arte?

—Para mí es narración. Entonces tiene lo bueno, lo malo y lo regular que tiene cualquiera de las formas narrativas. Las buenas narraciones en cine, en cómic o en novela subsisten, sobreviven. Esa es la gran virtud: que aquello que uno produce, valga. Es esa botella que uno tira al mar con un mensaje y que es recibido, leído y entendido- inclusive cada vez con nuevas lecturas-, pero siempre es una forma de vincularse. Hasta ahora el cómic no está dentro de la cultura oficial, pero todo llega. Hay autores de cómics que, aunque no están en el canon, sí son reconocidos por los lectores. Quino, Fontanarrosa, Oesterheld, Solano López, Trillo, ocupan un lugar en la cultura oficial, aunque esta no los asuma, aunque no los quiera reconocer. Ellos subsisten a pesar del silencio. Esto es evidente. Pasan los años y la gente los hace sobrevivir. Todos recurrimos a ellos cuando pensamos en los maestros y, de alguna, manera, reciclamos lo que ellos hacían.

—Cómic me suena a humor, pero historieta abarca lo que es gracioso y lo que no lo es, como muchas de tus obras.

—El cómic es la palabra más utilizada. Cuando yo hablo con alguien en Argentina digo historieta, pero aquí se habla de cómic. En Francia, se dice bande dessinée. En Italia, fumetti. Pero historieta también tiene un sentido peyorativo en España, refiere a una historia que no tiene seriedad. Entonces, a vos te suena mal cómic, y aquí suena mal historieta. Y así vamos…

—Ahora que lo pienso habría que rebautizar el género con un nombre que incluya todo.

—Bueno, ahora se usa llamarlo novela gráfica, pero tampoco me parece, porque no todas las producciones son novelas. Esto es parte de los tiempos también. Tanto historieta como cómic pueden llegar a establecerse en algún momento como una forma universal. Sin embargo, los franceses no van a dejar de llamarlo bande dessinée, porque son franceses…

Con la alacena al tope

Tal vez experimentamos golpes de muchosidad de vez en cuando, pero la muchosidad constante es patrimonio de unos pocos sensibles.
Versión de “Alicia en el país de las maravillas”, de Tim Burton

—Has dicho que no sos muy lector de poesía, pero nosotros te haremos una pregunta típica de nuestra revista: ¿qué es para vos lo poético?

—Dentro de mi trabajo, nunca pensé en hacer algo poético. Yo no soy ni lector ni analista de poesía, pero uno encuentra a la poesía cuando apela a algún sentimiento mayor o más profundo, creo. Habrá alguna cosa de las que hice que podría ser quizás poética, pero sólo me lo he planteado como la mejor manera de transmitir un sentimiento, ternura, amor, tristeza… Hay algo como de poesía en “El último recreo”, cuando los chicos dejan sus juguetes. Tienen que irse y despojarse de cosas que forman parte de la infancia pues van a empezar a dejar de ser niños. Eso tiene una parte de poesía si el lector lo quiere ver. Pero, bueno, yo lo hice como una historieta, no como poesía.

—Me llamó la atención cómo las biografías de los personajes se construyen con los objetos que los rodean. A veces hay tantos objetos que hasta llenan el cuadro.

—Eso es parte de mi formación. Yo lleno de información cada segundo plano de lo que hago y quiero que el lector vea dónde está el personaje, qué está pasando allí. Pero eso es un deseo interior mío. Admiro a los colegas que no cargan, que son mucho más simples e igual transmiten lo que quieren. Me parece que, si no cargo de detalles, de documentación el segundo plano, se pierde algo.

—Cuando tus personajes se quedan en mundos blancos, generás un efecto extrañamiento, justamente porque uno viene de algo con mucho mundo, con mucha información. Se produce un sentido extra ahí.

—Me acuerdo que en algunas tiras de “El Loco Chávez” o de “El Nene Montanaro”, cuando el Loco se encontraba con Pampita o el Nene con Silvina, después de una pelea o una larga separación, desaparecía el mundo y los personajes de su alrededor. Es un recurso también, que uso no con sentido poético, sino para liberar la lectura, digamos. En “Es lo que hay” lo uso mucho porque, tal como planteo la tira, es mucho más teatral. No hago grandes paneos ni muestro grandes escenarios ni nada por el estilo.

—¿Utilizás bastante los recursos teatrales?

—Sobre todo en la tira. A lo sumo, acerco o alejo la cámara cuando un personaje está hablando. Pocas veces lo mantengo fijo. Igual la cabeza se mueve, no es una cabeza inmóvil mirando a cámara.

—A veces llaman la atención los personajes que miran al lector y generan una complicidad con él, como saliéndose de la tira.

—Pasa en “Es lo que hay”, que está pensado desde el principio como un reality. Los personajes miran a cámara, hablan con el lector-espectador en algún momento. Es un recurso que me pareció bien usar…Y lo voy a volver a usar…

La casa de las preguntas sin exilio

Su mirada aguda ya era una pregunta/ A la primera palabra que decimos: todo.
“14 de junio”, poema de José Saramago

—El tema de nuestra revista en este número son los exilios, ¿te sentís exiliado de algo?

—Yo vine acá como inmigrante en el 82’, en plena dictadura. Pero tengo mucho respeto por los exiliados. En aquella época yo sufrí lo que sufrió todo argentino: perdí amigos, compañeros, me sentí represaliado, me sentí censurado. Podría haber venido como exiliado, pero no me persiguieron como para que me tuviese que venir. Vine como inmigrante. Con el tiempo, con un amigo, empezamos a hablar del exilio interior. Cada vez hay más cosas en las que tenemos que recluirnos, más cosas que tenemos que repensar, pero entre nosotros, entre amigos. Argentina es mi lugar en el mundo. Hace treinta y seis años que vivo en España, pero yo soy argentino. El tema de la nacionalidad es una cuestión de papeles y no de sentimientos, yo soy argentino. Sigo extrañando y viviendo la realidad argentina, incluso, te diría que con más información que muchos de los argentinos que conozco. A lo mejor eso es una manera de estar exiliado, pero no lo registro como un exilio impuesto, sino como señal de los tiempos que nos toca vivir y de la vida que llevamos.

—Me acordaba de este personaje “El contestador”, que te da diez segundos para hacer una pregunta capital de tu vida. López, abatatado y torpe, le pregunta qué hora es. Y recién hablabas de preguntas que no se pueden formular, ¿cuáles son las preguntas que hemos mandado al exilio, que ya no hagamos y que sería importante rescatar?

—Creo que esas preguntas están. No hay un vacío, al contrario, estamos llenos de preguntas. Sucede que es cada vez más difícil hacerlas críticamente, pero las preguntas no dejan de tener vigencia, son sobre la vida, aunque a veces las pensemos como preguntas políticas o ideológicas. Felizmente, gran parte de mis amigos son gente muy joven, de entre cuarenta y cincuenta y cinco años. Ellos se plantean las preguntas que yo me hacía a su edad. Las respuestas son siempre las mismas. El tema es que, cuando encontrás las respuestas, no te cambien las preguntas, ¿no?

—¿Y si vos llegaras frente al “Contestador” qué le preguntarías?

—No sé… Supongo que le preguntaría cuánto falta para que las cosas cambien, para el punto de inflexión. En el caso del señor López, con tanto que hay para preguntar, cuando él pregunta por la hora es porque no tiene idea de que tiene la posibilidad de preguntar algo importante. Era un tipo muy tonto, muy cobarde, que no quería cambiar su destino.

—Me gustó lo del punto de inflexión.

—Sí. Un punto de inflexión para la humanidad, para que cambiemos esas cosas que nos están pasando ahora y que cada vez van peor. Cuando hice “Ficcionario”, pensé en un mundo distópico y me quedé corto, porque lo que pasa ahora es peor en muchos aspectos. Me gustaría que mis hijos y mis nietos pudieran vivir ese punto de inflexión sobre el que yo me pregunto.

—Si vivieran en Argentina, estaríamos complicados. En México, alguna luz hay ahora.

—En el caso de México era también difícil de pensar hace seis meses. Ahora, yo hablo bastante con mexicanos y me dicen que se lo van a cargar, que a Obrador no lo van a dejar transformar nada. Eso forma parte de la época de inflexiones de la que hablamos. La gran carga de expectativas de la gente respecto del gobierno de López Obrador tal vez no los deja ver que deben prevenir el desencanto. México es un país, como ustedes saben, con un grado de violencia altísimo: en el mes de julio, murieron por violencia doméstica ciento sesenta y cinco mujeres. Hay cincuenta y cuatro millones de pobres. Eso no se soluciona con López Obrador, ni siquiera en un par de generaciones. Si todo va bien y se van sucediendo gobiernos progres, puede que se llegue a sacar adelante un país como México. Argentina es más de lo mismo. En este momento es bastante jodido todo. Pero, hace tres meses, aquí con Rajoy, era impensable que algo pudiera cambiar. Y vino este tipo Pedro Sánchez, en quien igual no tengo ninguna fe, porque ya sé cómo son las cosas, el socialismo acá es como el radicalismo en Argentina, ¿ustedes no son radicales?

—No, para nada. Quedan muy pocos radicales, te digo.

—Me da risa, porque aquí en España, para llamar a la izquierda se alude a radicales. Si supieran…

Esa mujer

esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo./ Atención atención yo gritaba atención/ pero ella invadía como el amor, como la noche
“Gotán”, Juan Gelman

—¿La palabra revolución tiene para vos algún sentido todavía?

—Sí. Yo formo parte de la generación de los 60’, cuando todos queríamos cambiar el mundo. Después, en los ´80, todo cambió, pero para mal. Pero si uno se pone a ver en la música popular, en los 80’ surgieron los punks y su “no future”. En la actualidad no existe ni siquiera esa protesta, salvo en el rap, que sí cuestiona a toda la sociedad. En el resto, dentro de la música popular, eso desapareció. En el rock, hay gente de mi edad que todavía canta y son protestones. Cuando se muera Neil Young va a quedar algún otro, pero esto también va desapareciendo. Aunque yo creo que en algún momento habrá un punto de inflexión también para que cambien estas cosas. Y está lo que no cambia con el tiempo, lo mejor de uno, lo que uno es en lo profundo. Mirá, yo soy un jazzero irredento, me gusta mucho el jazz. Los otros días fui a ver a una cantante negra, creo que estuvo alguna vez en Argentina, Cécile McLorin Salvant, una chica de origen haitiano de veintiocho años. Es maravillosa. Por edad, yo tengo la costumbre de escuchar a Ella Fitzgerald, a Sara Vaughan, a las grandes. Pero la vi a esta chica ya dos veces y me emocionó. Estuve con ella y le dije que era una grande y ella me decía que yo era un mentiroso. Hace un año, el último tema lo cantó a capella, fue “Alfonsina y el mar” en un español perfecto, nada de esa dicción anglófona que distorsiona las palabras. Y, en esta última presentación, cerró con “Gracias a la vida”. Fijate: negra y progre, cantando canciones latinoamericanas tan cercanas a nosotros. Es fantástico. Y hay otra cosa que te quiero comentar: hace unos años vino a España Winton Marsalis, un jazzero formidable, un gran difusor de las raíces del jazz. Hizo un concierto con su sexteto, en el cual empezó tocando lo último que se hace en jazz, algo muy moderno. Y terminó ese concierto con las canciones negras que cantaban los negros en los algodonales.

Había unas cinco mil personas en el estadio, que hacían palmas, seguían las palmas de los siete negros en el escenario. Los negros, además, les explicaban cómo batir palmas, no así nomás, sino con una cadencia determinada. Ellos cantaban y la gente hacía las palmas. La lección histórica es que esto fue en un estadio en Barcelona, Cataluña, y los catalanes fueron los últimos esclavistas que hubo en América. En 1880 se tuvieron que ir de Cuba porque Maceo los hizo ir. Esa es una lección. Toda una platea de catalanes, después de un siglo, haces palmas a siete negros que contaban una historia, que ellos no tenían siquiera en la cabeza.

—Hubo un punto de inflexión ahí. Y se ve que la música es fuerte para vos.

—Sí, lo es. Estoy todo el día con la música. Y les quiero hacer yo una pregunta: ¿Qué es “El Anartista”?

—Es una revista online de acceso gratuito que podés mirar cuando quieras. Salimos en papel durante diez años. Ahora vamos por el cuarto años online. El Anartista no es una palabra nuestra, la inventó Marcel Duchamp, a quien se la choreamos.

—Perfecto. Yo voy una o dos veces por año a Argentina, el año que viene espero poder ir para marzo o abril. Extraño mucho.

—Este año no te estás perdiendo nada bueno. Nos vemos cuando vengas.

*Por Viviana García Arribas y Gabriela Stoppelman para El Anartista.

Palabras claves: comic, historieta, Horacio Altuna

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