Vidas y andanzas de la Reforma (1918-2018) #4: los legados de la Reforma Universitaria

Vidas y andanzas de la Reforma (1918-2018) #4: los legados de la Reforma Universitaria
25 junio, 2018 por Redacción La tinta

Vidas y andanzas de la Reforma. Con ese título, en 1936, la revista cordobesa «Flecha», creada y dirigida por Deodoro Roca, trataba un balance de los éxitos conseguidos por el movimiento estudiantil argentino. Lejos de una mirada complaciente de un pasado siempre mejor, proponía una consideración de la Reforma como punto de partida de una transformación política y social aún inconclusa, renovada tanto en sus horizontes como en los obstáculos que la flanqueaban.

Por ello, los textos reunidos en este dossier buscan interpelar y alertar contra visiones inmóviles y acríticas sobre el reformismo; por el contrario, se interesan por vitalidades y derroteros de una tradición político-intelectual en constante disputa.


Vidas y andanzas de la Reforma (1918-2018) #4: los legados de la Reforma Universitaria

Por Karina Vásquez para La tinta

Cuando nos preguntamos sobre el significado y las repercusiones de la Reforma Universitaria, resulta claro que este acontecimiento no fue solo un conjunto de importantes cambios institucionales al interior de las universidades argentinas. Más bien pareciera que dichas transformaciones constituyeron el puntapié inicial de un proceso de renovación cultural que afectó a todo el continente. Aún a riesgo de simplificar un poco, podemos sostener que los rasgos constitutivos de ese proceso que sacudió a toda América Latina en los años veinte fueron los siguientes.

En primer lugar, cabe mencionar el  juvenilismo . La Reforma fue un llamado muy fuerte al protagonismo y la acción de la juventud. Desde el Manifiesto de 1918, contra la “inmovilidad senil” de las sociedad decadentes, los jóvenes aparecen como los protagonistas de una “gesta heroica” que tiene por objetivo abrir e integrar la universidad a la sociedad. Éste constituye un tópico más general que atraviesa la época, instalado por acontecimientos como la Gran Guerra (1914-1918) y la Revolución Rusa (1917). La Primera Guerra Mundial pone en circulación representaciones asociadas a una Europa vieja, decadente, senil; mientras que la revolución rusa va a poner en escena a su contraparte.

Situadas en los confines de la civilización occidental –de acuerdo al mapa que arma el célebre libro de Oswald Spengler, La decadencia de occidente– América y Rusia van a ser el emblema de los “pueblos jóvenes”, aquellos que pueden insuflar de una nueva vitalidad a una Europa envejecida. La idea era que estos jóvenes, nacidos en países jóvenes que no cargaban con el lastre de instituciones y tradiciones consolidadas, podían lograr una transformación radical de las instituciones y las prácticas sociales. Y lo ocurrido en la Universidad era apenas un ensayo de una transformación más amplia que se proyectaba sobre el conjunto social. Los jóvenes se consideraban los protagonistas de una nueva era, más rica, más sana, más compleja. Como sostenía Ortega y Gasset en El Tema de Nuestro Tiempo –un libro que circuló muchísimo en los años veinte-, una marca de época eran aquellos jóvenes con deseos de ignorar o derribar a un pasado, que –tal como ocurría con las vanguardia- con frecuencia era visualizado como un lastre, como una mochila cargada de problemas y vicios a corregir. Esto es parte de las representaciones que, a nivel local, sin duda instaura la Reforma Universitaria.

Otro rasgo muy característico fue la  búsqueda de nuevos horizontes teóricos . En ese proceso de la reforma universitaria, los jóvenes van a hacer suya una fuerte crítica contra los intelectuales y profesores de la generación anterior, donde por un lado acentuaron la necesidad de actualización y profesionalización de los diversos campos disciplinares, pero por otro también pretendieron legitimar en el ejercicio de una profesión universitaria un compromiso más amplio de intervención en la esfera cultural. Es decir, por un lado les reprochaban el diletantismo y la falta de dedicación tanto a la docencia como a la investigación, pero por otro lado también surgió el cuestionamiento hacia una universidad meramente profesionalista, reducida a lo que llamaban “una fábrica de títulos”. Esa doble demanda de profesionalización e intervención cultural va a impulsar la búsqueda de nuevos lenguajes teóricos, capaz de sostenerse frente a aquellos que habían sido los grandes referentes de las décadas anteriores: el positivismo, por un lado; el modernismo por el otro.

Convencida de que estaba frente a un tiempo de una profunda renovación ideológica, la reforma universitaria propició una fuerte reacción contra el positivismo, buscando nuevos referentes teóricos en el horizonte espiritualista de la Europa de entreguerras. Diversas empresas editoriales, algunas locales y otras españolas –como las colecciones de la por entonces famosa Revista de Occidente- pusieron en circulación traducciones de autores como Scheler, Simmel, Worringer, Keyserling, Husserl, Hartmann, Russell, Sombart, Huizinga, Spengler, Freud, entre otros; autores que por un lado tenían la virtud de hacer evidente el anacronismo del “positivismo” –entendido en sentido amplio-, pero por otro también potenciaban la reflexión sobre el rol de la universidad (y de las distintas profesiones universitarias) en la esfera más amplia de los problemas de la cultura. Esta operación fue enormemente exitosa, así por ejemplo resulta visible que en menos de una década el lenguaje positivista y la retórica modernista fueron prácticamente desplazados de los diarios, revistas y medios de comunicación de la época.

En consonancia con lo anterior, la Reforma también se caracterizó por la  construcción de una nueva figura del intelectual . Las nuevas lecturas, esa “nueva biblioteca” incitó a estos jóvenes a reflexionar sobre la universidad como una institución que se había “aislado” del conjunto social, de sus necesidades y preocupaciones. El problema que se abrió a partir de este diagnóstico es cómo la universidad podría recuperar el liderazgo político-cultural. La respuesta que, con frecuencia, van a encontrar estos jóvenes al interior del movimiento reformista va a ser construir una nueva figura de intelectual, que ya no es el intelectual positivista –que simplemente analizaba a la sociedad como un hecho fáctico del mundo para diagnosticar sus males- ni es el intelectual modernista –que aspiraba, como Lugones, a erigirse como “mediador” entre el pueblo y la clase dirigente-.

¿En qué reside la particularidad de esta nueva figura? En la obligación del intelectual y de la universidad de ir al encuentro del pueblo para constituirse en su guía. Los reformistas construyeron con frecuencia imágenes del pueblo “dándose por entero a la causa de los estudiantes”. Más allá de que la reforma no logró en el caso argentino plasmar un movimiento político propio, ciertamente predominó la idea de que ese liderazgo cultural se construiría sobre todo interpelando a un conjunto social específico, elaborando sus necesidades y preocupaciones. Así como las vanguardias en la Argentina de los años veinte se plantearon cómo sería posible la construcción de una obra original y potente que ingrese legítimamente al canon de la cultura occidental, y la respuesta fue la progresiva elaboración de una voz que registre lo específico, lo particular, lo propio; así también, el movimiento reformista va a plantear que el intelectual debe ir al encuentro del pueblo para ejercer legítimamente ese rol de liderazgo cultural al que la universidad se consideraba destinada.

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Y, por último, el rasgo del reformismo que se expande durante toda la década del veinte es su  americanismo . Los jóvenes estudiantes se volcaron hacia contactos hispanoamericanos que revitalizaron y expandieron los horizontes del reformismo. Pero este acercamiento supuso la definitiva liquidación del positivismo, porque justamente implicaba valorar todo aquello que el positivismo consideraba “inferior”: la particularidad de América Latina y el aporte específico, exótico, original que estas culturas podrían realizar al canon de la cultura occidental. Así, por ejemplo, esto implicó una valoración positiva de la revolución mexicana (antes visualizada apenas como la mera irrupción del “caos” que acabó con el “orden” oligárquico); del arte, los murales, los artistas, poetas e intelectuales del México revolucionario, que –como Vasconcelos- ponían énfasis en la necesidad de acabar con “el monopolio de Europa” para recuperar mediante un esfuerzo de síntesis aquellas fuerzas bárbaras y reprimidas por el simulacro de “la” civilización. De hecho, la celebración del I Congreso Internacional de Estudiantes en México en 1921 –al que concurrió una delegación argentina- fue fundamental para estrechar relaciones con otros intelectuales hispanoamericanos, pero también a lo largo de la década del veinte será importante la presencia de exiliados peruanos en la Universidad Nacional de La Plata, viajes, cartas, publicaciones, es decir una gran circulación de ideas, personas y contactos por el ámbito hispanoamericano, que enriqueció y complejizó los planteos de la vanguardia en Argentina y en la América Latina de los años veinte.

Estos rasgos del movimiento reformista se constituyeron como verdaderos “legados” que atravesaron toda la década del veinte y aún más allá. En los treinta, esa “nueva biblioteca” que los reformistas promovieron –con lecturas de Freud, de Simmel, de Spengler- continuarían planteando diagnósticos y respuestas para un mundo que había sido transformado radicalmente por todo tipo de crisis –económicas, políticas, sociales-.

Esa rebelión que estalló en Córdoba a partir de un conflicto netamente universitario fue, sin embargo, lo suficientemente potente para iluminar el horizonte de la cultura al menos dos décadas. Un siglo después, ese llamado de “la juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica” sigue resonando: en un contexto social cada vez más fragmentado por la necesidad y la escasez, en un contexto político que con frecuencia deslegitima el rol de la escuela y la universidad públicas, vale la pena insistir en esa certeza en la que resistieron varias generaciones: de los y las jóvenes es el futuro y está en la Universidad. ¡Vayan y vayan por todo!

* Por Karina Vásquez para La tinta


Compiladores del Dossier

María Victoria Núñez. Profesora y Licenciada en Historia por la UNC, integrante del Programa Historia y Antropología de la Cultura (IDACOR / CONICET-UNC) y docente adscripta en la cátedra de Historia Argentina I (Escuela de Historia-UNC).

Ezequiel Grisendi. Profesor Regular del Departamento de Antropología (FFyH-UNC) e integrante del Programa Historia y Antropología de la Cultura (IDACOR-CONICET).

Palabras claves: Reforma universitaria, Vidas y andanzas de la Reforma

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