Un cordobés en el Maracanazo

Un cordobés en el Maracanazo
4 mayo, 2018 por Redacción La tinta

La familia de Ernesto Vidal llegó a la ciudad de San Francisco cuando apenas tenía dos años. Con 16, ya había debutado en Sportivo Belgrano. River lo quiso pero se anticipó Rosario Central. «Italiano, croata y uruguayo, pero bien cordobés», es apenas un capítulo del libro de Adrián De Benedictis titulado «Héroes mundialistas del Interior profundo» y desde allí rescata la historia del puntero izquierdo campeón del mundo en 1950, ídolo de Peñarol y amante de su pueblo por adopción.

Por Adrián De Benedictis

El Mundial de 1950 será recordado siempre por el impacto futbolístico que causó Uruguay en el mítico estadio Maracaná de Río de Janeiro. Entre los que festejaron en Brasil, hubo un nombre que dejó muy bien parado el orgullo de los cordobeses, ya que fue el primero iniciado futbolísticamente en esa provincia que jugó en un Mundial. Y naturalmente, en ganarlo. Ernesto Vidal no nació en Argentina, pero si se considera que llegó al país cuando apenas tenía dos años para instalarse con su familia en la ciudad de San Francisco, Córdoba, era un producto genuino de la provincia de las sierras.

El puntero izquierdo titular de aquella selección uruguaya campeona se perdió el último partido del Mundial, por una lesión que había sufrido ante Suecia, en el duelo anterior, que ganaron 3-2. Anteriormente había participado en el triunfo 8-0 (marcó un gol) frente a Bolivia, y ya en la ronda final ante España (2-2) y ante los suecos. El recorrido para llegar a la cima en esos primeros mundiales era mucho más corto. El jugador integraba en esa época el equipo de Peñarol de Montevideo, donde ofreció su mejor versión, y como su actuación era tan destacada el técnico del seleccionado uruguayo, Juan López Fontana, lo convocó para el Mundial pese a su total falta de antecedentes vistiendo la casaca celeste, y a que hubo que nacionalizarlo de apuro para que pudiera lucirla en Brasil. Dos semanas antes del comienzo de la competencia mundialista, de hecho, Vidal sólo tenía la nacionalidad italiana.

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De izquierda a drecha: Alcides Ghiggia, Juan Eduardo Hohberg, Óscar Míguez, Juan Schiaffino y Ernesto Vidal

Vidal había nacido el 15 de noviembre de 1921 en un pueblo llamado Buie, situado en la provincia de Istria, muy cercana a la ciudad de Trieste. Esta península fue modificando su dominio con los años: perteneció a Venecia, luego a Austria, después a Francia, volvió a Austria nuevamente, y cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, pasó a ser parte de Italia. Para la Segunda Guerra Mundial volvería a cambiar de gobierno, ya que sería del efímero Estado Libre de Trieste, y luego de Yugoslavia. Actualmente, la localidad natal de Vidal se llama Buje y pertenece a Croacia, como consecuencia de la Guerra de los Balcanes.

La familia de Vidal se instaló en San Francisco en 1923, y cuando el joven llegó a los 11 años le ofrecieron incorporarse al club más importante de esa localidad cordobesa: Sportivo Belgrano. Pasó a jugar así para la quinta división siguiendo los pasos de su hermano Güido, mayor que él, que también se había incorporado a la institución. Vidal llegó a debutar en la primera de su club a los 16 años. Tuvo como guía a un veterano crack del fútbol cordobés de esa época, Octavio Biancotti, quien lo terminó de formar entre los más grandes. Ambos, junto a Güido, integraron el equipo titular de Sportivo Belgrano cuando el club comenzó a participar de los torneos de la Liga Cordobesa. El jugador apareció enseguida en la mira de River, y estuvo muy cerca de pasar a esa entidad. Pero como era menor de edad, sus padres tenían que decidir su futuro, y prefirieron que su destino fuera Rosario, una ciudad más tranquila que Buenos Aires. Para que ello sucediera tuvo mucha influencia también que Güido, quien jugaba como zaguero central izquierdo, ya había sido contratado por Rosario Central.

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En ese club, Vidal compartió plantel con figuras como Waldino Torito Aguirre, Rubén Bravo y Alberto De Zorzi. Luego de debutar allí auspiciosamente, un problema físico hizo que tuviera que abandonar las canchas por un tiempo, y cuando ya estaba recuperado le costó volver a insertarse en el equipo. Su lugar lo había ocupado Rubén Marracino, y los buenos desempeños de este jugador relegaron a aquel rubiecito procedente de San Francisco. El pase a Peñarol fue tomando forma precisamente a partir de esa falta de continuidad. La relación entre Central y los uruguayos era excelente, y el Dr. Agustín Rodríguez Araya, quien fue muchas veces presidente del club rosarino y se encontraba exiliado en Montevideo por diferencias políticas con el régimen peronista, colaboró para que la operación se concretara.

La llegada de Vidal a Peñarol coincide con un momento difícil en la historia del club, debido a que su clásico adversario, Nacional, venía de ganar el título durante cinco años consecutivos (desde 1939 hasta 1943), marcando una supremacía abrumadora sobre los aurinegros. Vidal llegó y su aporte fue tan rápido como vital para que al final del torneo pudieran cortar esa racha exitosa de los tricolores. Debutó el 2 de setiembre de 1944 y convirtió uno de los goles con los que su equipo ganó 4-2. El Diario de Montevideo, al día siguiente, publicó: “En cuanto a Vidal, que debutó también ayer en filas decanas, jugó con acierto, dando la impresión de que puede ser muy útil para su nuevo team. Es rápido, se desplaza con acierto, centrea con habilidad y da la impresión de ser efectivo”.

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Visado de entrada en Brasil de Ernesto Vidal Di Servolo [sic] 5 de abril de 1950.
La principal virtud que tenía Vidal era la velocidad, y Peñarol la explotaba buscándolo con pases de 20 o 30 metros a las espaldas de sus marcadores. Vidal arrancaba y cuando su marcador se daba vuelta le resultaba imposible alcanzarlo. A partir de esa cualidad se convirtió en El Patrullero, por la rapidez con la que llegaba a la zona de definición. Por esos años, el club de Montevideo contrató como director técnico al inglés Randolph Galloway, quien diagramó el conjunto que el húngaro Emérico Hirschl mejoraría hasta convertirlo en una formidable máquina futbolística. En el inolvidable ataque de ese Peñarol del ‘49, Alcides Ghiggia, Juan Hohberg, Oscar Míguez, Juan Alberto Schiaffino y Ernesto Vidal desparramaban goles y talento, al punto de que todos salvo el también argentino Hohberg -de quien ya se hablará en este libro- terminaron siendo titulares del seleccionado uruguayo que se quedó con el título en Brasil. Esa delantera había sido apodada La Escuadrilla de la Muerte, en referencia a un recordado film de la época.

En 1953 Vidal fue vendido a la Fiorentina de Italia, donde jugó dos temporadas, pero una fractura de tibia y peroné atentó contra su carrera, y debió estar inactivo durante seis meses. Luego, el equipo italiano Pro Patria se interesó en él a pesar de que no estaba en sus mejores condiciones, y jugó allí un año hasta que otra fractura lo obligó al retiro. El Pro Patria le ofreció la dirección técnica, pero Vidal prefirió volver al “pago chico”, y entrenar a su entrañable Sportivo Belgrano. Vidal falleció en 1974 en “su” San Francisco. No por nada, en definitiva, allí deliran cada vez que se recuerda al primer jugador que llevó a Córdoba a lo máximo del mundo futbolístico.

*Por Adrián De Benedictis, autor de «Héroes mundialistas del Interior profundo»(Ediciones Al Arco) / Extraído de Deportes y Literatura.

Palabras claves: Mundial Rusia 2018, Uruguay

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