Los subterráneos, una crónica legendaria de la generación Beat

Los subterráneos, una crónica legendaria de la generación Beat
30 mayo, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Los subterráneos es una novela de Jack Kerouac publicada en 1958. En ella se precisa su voluntad de llevar a cabo una suerte de autobiografía literaria que será, al mismo tiempo, una crónica legendaria de la generación Beat, ese grupo de escritores estadounidenses de los años cincuenta, que se caracterizaron por el rechazo a los valores clásicos de la sociedad, el uso de drogas, la libertad sexual y el estudio en profundidad de la filosofía oriental.

La novela está ambientada en San Francisco, ciudad a la que Kerouac llegó en 1953, antes de alcanzar el éxito y la fama, y es un fresco de días y de noches habitadas por el jazz, el alcohol y las drogas. Todo el tiempo se transita entre la desesperación absoluta y las ilusiones más alocadas. De ese cóctel sobresale la estremecedora historia de amor del escritor Leo Percepied (una nueva encarnación de Kerouac) y una muchacha negra, Mardou Fox (Vito Amoruso), quienes se conocieron una noche de verano y comparten un pasado difícil y traumático.

“Me dijo que una de esas noches ella vendría para comer alguna cosita improvisaba que él mismo prepararía, de modo que cuando llegó yo también estaba en casa, fumando hierba en el salón bajo una luz roja opaca;  entró con su aspecto de siempre pero esta vez llevaba una sencilla camisa deportiva de seda azul y pantalones de fantasía, y yo no me moví, con aire distante, simulando desdén, con la esperanza de que ella lo advirtiera, así que cuando la dama entró en el cuarto no me levanté. Mientras ellos comían en la cocina hice como que leía. Simulé no prestarles ni la más mínima atención. Después salimos a dar una vuelta los tres pero la tensión había disminuido y los tres tratábamos de conversar, como tres buenos amigos que desean estrechar sus vínculos y decirse todo lo que les pasa por la imaginación, en amistosa rivalidad.  Fuimos al Red Drum a oír un poco de jazz, esa noche estaba Charlie Parker con Honduras Jones a la batería y otros personajes interesantes, probablemente estaba también Roger Beiloit, con quien ahora deseaba encontrarme; y ese entusiasmo del bob tierno y nocturno de San Francisco en el aire, pero ahora en el fresco y dulce y descansado North Beach; fue así como desde la casa de Adam en Telegraph Hill bajamos corriendo por la calle blanca bajo los faroles, corrimos, saltamos, mostramos nuestras habilidades, nos divertimos, nos sentíamos dichosos, algo palpitaba, y me gustaba que ella pudiera caminar  tan rápido como nosotros, una belleza pequeña, delgada y vigorosa con la cual uno podía pasear por la calle, y tan llamativa que todos se volvían para mirarla y para mirarnos. Adam extraño y barbudo, la morena Mardou con esos pantalones raros y yo, corpulento, facineroso y feliz”.

Percepied, como cualquier hipster de la época, tiene una apariencia sombría y desilusionada. Es un gran lector, y además ganó unos cuantos dólares escribiendo novelas que nunca llegaron a satisfacerle plenamente. Pertenece de alguna manera a la contracultura que encabezaron los movimientos afroamericanos, principalmente, los centrados en el jazz; y tiene una espiritualidad  basada en aspectos oníricos y subconscientes.

“Al principio yo dudaba, porque era negra, porque era desordenada (siempre lo dejaba todo para mañana, el cuarto sucio, las sábanas sin lavar, aunque santo Dios qué pueden importarme las sábanas); dudaba porque sabía que había estado seriamente loca y podía volver a enloquecer, y una de las primeras cosas que ocurrieron durante las primeras noches fue que ella se había ido al cuarto de baño y se paseaba desnuda por el vestíbulo solitario, pero como la puerta de entrada chirriaba de una manera extraña me pareció (en el ensueño de la marihuana) que de pronto había llegado alguien y estaba en el rellano de la escalera (como por ejemplo González el mexicano, una especie de vago o de paraíso, un tipo anémico que tenía la costumbre de ir a su casa, con la excusa de una cierta vieja amistad que ella había tenido con algunos Pachucos de Tracy, a mendigarle moneditas, o dos cigarrillos, y esto todo el tiempo, generalmente cuando peor estaba ella, y a veces hasta se llevaba botellas para venderlas); pensando que debía de ser él, o alguno de los subterráneos, que le pregunta en el vestíbulo <<¿Hay alguien contigo?>>, y ella absolutamente desnuda, sin  importarle, como la vez del callejón, se queda tan tranquila y le dice: <<No, hombre, será mejor que vuelvas mañana porque estoy ocupada, tengo visitas>>, así fue mi ensueño de la marihuana mientras estaba tendido en la cama, a causa del gemido o chirrido de la puerta, que hacía justamente el efecto de una voz gemebunda; de modo que cuando ella volvió del cuarto de baño se lo dije (honestamente razonable, de todos modos, y creyendo que en realidad había sido así, casi, y por otra parte siempre convencido de que seguía siendo activamente loca, como cuando trepó a la cerca en el callejón), pero cuando oyó mi confesión me dijo que casi le había dado el ataque nuevamente; se asustó de mí y casi se levantó y se escapó, por motivos como éste, atisbos de locura, repetidas probabilidades de nuevos ataques de locura, yo tenía mis <<dudas>>, mis dudas masculinas y reservadas acerca de ella; razonaba así: <<Hoy o mañana, sencillamente, me iré de aquí y me conseguiré alguna otra, blanca, con los muslos blancos, etcétera, y todo esto habrá sido una gran pasión, aunque espero sin embargo no causarle sufrimientos>>. ¡Ja!, sentía dudas porque preparaba la comida de cualquier modo y no lavaba nunca los platos enseguida, lo que al principio no me gustó nada, aunque luego tuve que reconocer que en realidad no cocinaba tan mal y que después de un tiempo lavaba los platos, y que a la edad de seis años (así me lo contó ella más tarde) se había visto obligaba a lavar los platos de la tiránica familia de su tío, y para colmo la obligaban constantemente a salir al callejón en la oscuridad de la noche, con el cubo de basura, todas las noches a la misma hora, y ella estaba convencida de que el mismo fantasma la acechaba siempre a esa hora; dudas, dudas, que ahora ya no tengo en la opulencia del placer del pasado”.

La novela Los subterráneos es un perfecto ejemplo de prosa espontánea que Jack Kerouac pretendía trabajar a conciencia. Con su escritura sincopada y visceral, este Charlie Parker de la literatura, forja el mito de la imprescindible generación Beat, cuyo legado e influencia siguen con más vigencia que nunca.

Sobre el autor

Jack Kerouac (1922-1969) es el novelista más destacado y emblemático de la generación Beat. Publicó: En el camino, Los subterráneos, Los Vagabundos del Dharma, La vanidad de los Duluoz y En la carretera. Además editó: El rollo mecanografiado original, y Cartas, una selección de su correspondencia con Allen Ginsberg.

*Por Manuel Allasino para La tinta

Palabras claves: Jack Kerouac, literatura, Los subterráneos, Novelas para leer

Compartir: