Evocar el 68 desde las mujeres en lucha: memoria viva en tiempos de rebelión

Evocar el 68 desde las mujeres en lucha: memoria viva en tiempos de rebelión
29 mayo, 2018 por Redacción La tinta

Por Mariana Menéndez Díaz y María Noel Sosa González para Contrahegemonía Web

La lucha de las mujeres irrumpió en los últimos años en América Latina con una extraordinaria fuerza, el Río de la Plata es uno de los epicentros de este resurgir feminista, y desde esta cuenca escribimos. En medio de la revuelta la propia lucha ha evocado la memoria, por necesidad vital de utopías y por urgencia estratégica. Una memoria viva que hemos intentado retejer escandalizadas -e incluso con angustia- ante el descubrimiento del despojo y la insistente producción de olvido. Una producción de olvido provocada desde el poder dominante y también desde los discursos dominantes en la izquierda. Silvia Rivera Cusicanqui nos ha dicho, retomando la cosmovisión andina en la búsqueda de una alteridad epistémica, que el pasado está frente a nosotrxs y es lo que podemos ver, mientras el futuro se encuentra en nuestra espaldas. Son las evocaciones del pasado las que pueden guiarnos.

Cincuenta años después, ¿qué nos evoca el 68? ¿Qué puede volver a enseñarnos desde nuestro presente? Si algo nos ha llegado es su irreverencia, su puesta en jaque de las jerarquías. Los acontecimientos de ese año – que ni empiezan ni terminan en Mayo ni en París- sacudieron al mundo y todavía hoy podemos sentir su eco. El primer paso, tal vez, es fugarse de la imagen congelada del 68’ parisino reducido a batalla cultural, entendida de modo limitado, para abrirlo al proceso de luchas a lo largo y ancho del mundo. En nosotras late todavía la revuelta, late el germen de lucha que queremos retomar hoy en este nuevo tiempo de rebeldía de las mujeres.

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Tiempo de revuelta

Los años 60’ fueron tiempo de convulsionados en el norte y especialmente en América Latina. En Vietnam enfrentaban la invasión gringa, Praga olía a primavera, centroamérica latía en las guerrillas de la mano de la revolución cubana, en el sur también se relanzaban las luchas obreras. México se agitaba con los sucesos de Tlateloco, como cruel respuesta a las movilizaciones estudiantiles acompañadas no sólo por obreros, sino también por las madres de lxs estudiantes. Fueron también tiempos de descolonización y lucha anti rascista, años en los que avanzaron las luchas por la independencia en África y el movimiento negro en Estados Unidos.

Imanuel Wallerstein (1999) señala que si observamos el sistema mundo, han habido dos revoluciones mundiales: 1848 y 1968. Afirma que ambas fueron un fracaso histórico y un punto de inflexión. Si la revolución de 1848 pare al movimiento obrero, las revueltas del 68 abren lo que se ha denominado como “nuevos movimientos sociales”, o dicho de otro modo, abre la ventana para aires nuevos y renovados sujetos, interpelando a la “vieja izquierda”. Si vemos de forma rápida los focos de ambas parecen ser europeos, pero si miramos en detalle el 68 fue un tiempo de rebelión planetario.


Podríamos decir que el entramado clase, sexo, raza tiene nudos antiguos, pero las organizaciones hasta entonces solían hacer foco en una de las dimensiones de la dominación. Desde los estudiantes, las mujeres, lxs jóvenes, las luchas anticolonialistas y el movimiento negro se abre un nuevo tiempo en las calles y en las reflexiones. Estos sujetos colectivos encarnan un cuestionamiento al sistema de dominación, a la hegemonía estadounidense, y también a las perspectivas teórico políticas emancipatorias. Construyendo profundas críticas a la tradiciones de izquierda y al modelo soviético devenido en autoritarismo letal. Señalan jerarquías hasta ahora invisibilizadas, permitiéndonos entender de manera más contundente el funcionamiento del capital. Pero sobre todo, ya no admiten esperar más. Ya no aceptan que sus problemas sean resueltos luego del gran día de la revolución.


Mirar desde esta diversidad de luchas nos señala por lo menos dos aprendizajes, la existencia de una multiplicidad de sujetos en lucha y la imperiosa tarea de insistir en descolonizar y despatriarcalizar nuestra producción de memoria y nuestras prácticas de transformación. La irrupción – antes, durante, y pos 68 – de múltiples sujetos nos ha enseñado a cultivar una mirada que reconoce la amalgama de dominaciones, que no sólo señala la explotación capitalista sino la opresión y el despojo. La urgencia por comprender que la máquina de muerte a la que nos enfrentamos se funda en la sedimentación de relaciones capitalistas patriarcales de matriz colonial. Tres aristas que no pueden pensarse escindidas sino profundamente imbricadas, que se refuerzan mutuamente anudadas por la violencia de todo tipo hacia nuestros cuerpos y nuestros territorios. Nosotras quisiéramos hoy seguir el hilo de la lucha antipatriarcal y feminista, reconocernos en ese largo linaje de mujeres en lucha, recuperar las luchas del 68’ multiplicadas en los 70’ a través de una de las más potentes revueltas de las mujeres.

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68 y después: revuelta feminista

Las mujeres en esos años no sólo comenzaron a lucir minifaldas con desenfado, sino que estaban germinando una fuerza que terminaría cuestionandolo todo. Fueron partícipes de todas las luchas, desde el movimiento negro hasta la lucha obrera, de la resistencia en Vietnam hasta protagonistas de la lucha contra la guerra, estuvieron en las guerrillas y en las luchas estudiantiles. Dinamitaron el lugar del cautiverio impuesto a la mujer para lanzarse otra vez a participar de la vida política. Pero una sensación extraña es relatada por varias protagonistas, una incomodidad que luego sería combustible emancipatorio y que abrió preguntas nuevas: ¿qué lugar nos tocó dentro de esas luchas? ¿qué tareas asumimos y nos fueron adjudicadas? ¿que voces eran escuchadas y cuáles no? ¿quienes marcaban las formas, los ritmos y las prioridades? Casi las mismas preguntas que nos hicimos nosotras, hijas de las luchas contra el neoliberalismo de los años 90’, antes de reconocernos feministas.


Coincidimos con Francesca Gargallo (2008) cuando afirma que no se puede decir sencillamente que la luchas del 68’ inventaron la liberación femenina, pero sí que existen entre ambas un vínculo insoslayable. Los últimos años de la década del 60` y los años 70’ se conocen en el feminismo como la segunda ola. Desde allí podemos encontrar los hilos que unen el 68 con la irrupción de la lucha de las mujeres. Las críticas lanzadas a la izquierda serán retomadas y amplificadas desde las experiencias feministas, ya que muchas nacieron en sus entrañas. “El deseo de vivir no se mendiga, se toma” era una de las frases grafiteadas en plena revuelta parisina, las mujeres que participaron de algún u otro modo sintieron sus efectos y se los tomaron en serio. Sus deseos y su imaginación política ya no pedirían permiso ni mendigarían.


¿Que había estado pasando en esos años en la vida de las mujeres? En 1960 se había iniciado la comercialización de la pastilla anticonceptiva en Estados Unidos y un años después ya circulaba por Europa. En 1963 se publica “La mística de la feminidad” de Betty Friedan, donde se describe “ese malestar que no tenía nombre” y que no era otra cosa que las vivencias del patriarcado que ahogaban a muchas mujeres. Aunque fuera luego criticado por ser pensado desde las mujeres blancas, urbanas y de estratos medios, el libro es de los primeros en dar cuenta de la ola feminista que estaba empezando y que luego tendrá mayor visibilidad y fuerza. Aparecen diversos grupos de mujeres, intervenciones artísticas, clínicas autogestionadas de salud, habrá poesía, música y tiempo de rebelión. Imágenes, relatos y testimonios de esa época aparecen en el documental “She is beautiful when she is angry”. Las mujeres negras serán protagonistas de las luchas antirascistas, serán oradoras, teóricas e inspiradoras de muchas otras mujeres. Angela Davis (2016) como figura icónica, entretejerá una mirada entre marxismo, antirascismo y feminismo dando impulso a la necesaria perspectiva interseccional. Por otra parte, aparecerá también una de las máximas expresiones de esos años que es el texto de Kate Millet, Política sexual, publicado en 1970. Desde allí se popularizó la frase “lo personal es político”, que da nombre y cristaliza uno de los sentidos más potentes de ese tiempo de lucha. El énfasis puesto en politizar lo cotidiano del 68 será radicalizado a través de esta consigna y las prácticas de autoconciencia que se extendían en cientos de grupos por todo el país.

Katerine MacKinnon (1995) dijo que “el feminismo es la única teoría que emerge de aquellos cuyos intereses afirma” al hacer referencia a que el método de crear conciencia -también llamado concientización en Estados Unidos o autoconciencia por las italianas- es el método por excelencia del feminismo. Muchos grupos de autoconciencia surgieron de forma más o menos espontánea, entre amigas, compañeras de universidad, vecinas. Es desde esta práctica de hablar entre mujeres, pero esta vez revalorizada, politizada y conceptualizada, que las experiencias en este tiempo de lucha cobran fuerza. En distintos formatos, con distinta frecuencia, las mujeres comenzaron a reunirse y a hablar de su experiencia como mujeres y lo hacían sólo entre ellas. Esto significaba relatar abusos, hablar de sexualidad, de hijos, de maridos y de cenas, de jefes, de sus madres y abuelas y de todo lo que en lo cotidiano y a lo largo de nuestra vida nos conforma como mujeres desde el esquema de dominación. Cada una fue encontrando en la otra señas propias, dolores ya no individuales sino colectivos y desde ahí aparece una fuerza capaz de desbordarlo todo. Lo personal es político no era un eslogan vacío, sino una clave política profundamente fértil. Ese mismo debate es el que en la actualidad recogemos, se trata de un partir de sí, para no quedarse en sí (Pérez Orozco, 2014), como un intento de no separar el cuerpo femenino de las luchas que se dan, o más bien de un partir de sí para ser con otras, para ser mujeres en lucha (Menéndez, 2017).

En Francia luego de Mayo del 68 las mujeres que estaban organizadas en distintos grupos, especialmente en grandes ciudades, crean el Movimiento de Liberación de las Mujeres. Se trató de un esfuerzo de organización política de gran alcance. La estética de la provocación y el sarcasmo que habían tenido lxs estudiantes es redoblado desde las mujeres, por ejemplo en el acto de depositar flores en la tumba del soldado desconocido, en el Arco de Triunfo de París, pero dedicándoselo a la mujer del soldado desconocido. Con las flores pusieron la inscripción “existe alguien más desconocido que el soldado desconocido, su mujer”. Se burlaban del canon masculino con ironía, en frases como «un hombre de cada dos es una mujer». En octubre, cuarenta mujeres, encadenadas a las rejas de la prisión de la Petite Roquette, clamaban: «Nosotras somos todas prisioneras»”. En 1971 aparece el “manifiesto de las 343”, que abre el debate sobre la legalización del aborto en el país.

De ese tiempo de lucha y en esa geografía aparecen varias mujeres que debaten desde el pensamiento de la diferencia, criticando las bases psicoanalíticas y de la teoría política, tan propias del mundo francés. Ellas cuestionan la centralidad de lo fálico en tales teorías, no por la teoría en sí, sino para denunciar lo que eso ha significado en tanto toda nuestra referencia simbólica se construye sobre lo masculino. Abren desde ese lugar el debate sobre un nuevo orden simbólico en femenino, especialmente Luce Irigaray (2007) quien aporta nuevas pistas para pensar las relaciones entre mujeres desde el espéculo, desde el mirar hacia nosotras mismas y nuestras semejanzas y ya no desde el ser lo otro, lo abyecto, o recuperando a Simone de Beauvior, reclamando ya no ser más el segundo sexo.

En Italia Carla Lonzi, desde Revuelta feminista, dará inicio también a la práctica de autoconciencia y escribirá ese texto hermoso de título irreverente “Escupamos sobre Hegel” para realizar una crítica contundente al pensamiento filosófico masculino. En esa geografía existió también un intenso y prolífero debate con el marxismo y variados aportes desde el pensamiento de la diferencia sexual, también llamado feminismo de la diferencia. Especialmente desde la Librería de Milán se realizan publicaciones que teorizan desde el partir de sí (Rivera- Garretas 1997), ampliando la mirada al orden simbólico que surge desde las relaciones entre mujeres, con base en la relación primaria con la madre (Muraro, 1991). Preocupadas por una política viva, cuestionando la lógica de la representación y la igualdad en términos modernos, es decir una a la que sólo acceden los hombres, discuten sobre otros modos de producir decisión colectiva y de vivir dignamente.

También en Italia y en Estados Unidos las feministas producirán una mirada renovada sobre el marxismo, primero en el texto fundante “El poder femenino y subversión de la comunidad” de Maria Rosa Dalla Costa y Selma James (1977). Organizando a su vez la Campaña Internacional por salario para el trabajo doméstico, recopilada en parte en el libro “Wages for Housework. The New York commitee 1972 – 1977” editado recientemente por Silvia Federici.

Desde esta lucha por el salario, no como táctica sino como perspectiva, las críticas a la izquierda abiertas por el 68 serán retomadas y profundizadas. Federici (2010; 2013) por ejemplo avanzará sobre la crítica a Marx, para releer su concepción sobre la acumulación originaria y la degradación de las mujeres en la llamada transición del feudalismo al capitalismo, afirmando que esa violencia es un proceso continuo que reactualiza las formas de despojo. Así como la necesidad de comprender que la división creada entre producción y reproducción implica la invisibilización y desvalorización del trabajo reproductivo a cargo mayoritariamente de las mujeres. Estos primeros aportes abonarán luego los fértiles debates posteriores sobre la centralidad de la reproducción de la vida para repensar la transformación y la recreación de las luchas por lo común y las tramas comunitarias, poniéndose cada vez más en diálogo con la experiencia latinoamericana contemporánea para nutrirse mutuamente.

El cielo se oscurece y las estructuras de poder reaccionan a las revueltas, en ciertos lugares se les construyen diques y en otros, más colonizados, más pobres, se las liquida. Mientras tanto se da inicio al proceso de neoliberalización, que implica en nuestro sur ver estallar las dictaduras con toda su violencia. Cientos de mujeres militantes deberán marchar al exilio buscando asilo, y en esa migración forzosa muchas se encontrarán con las experiencias feministas del norte. Provocando en ellas una relectura de sus experiencias vitales y políticas a la luz de las diferencias y las relaciones de poder entre hombres y mujeres.

Aunque en los años 70 aquí se vivía bajo el terrorismo estatal y no hubo el mismo grado de expansión de energía feminista que en el norte, al volver y encontrándose con otras en la luchas contra la dictadura darán inicio a un nuevo movimiento de mujeres que durante la década de los 80’ recorrerá las calles las plazas y las camas, en nuestro país y en la región.

Hoy que América Latina es fuente de fuerza central para la lucha de las mujeres, que desde aquí gritamos ni una menos y vivas nos queremos, y se repica de sur a norte, cuán necesario y urgente abrir el diálogo con el pasado y entre distintas geografías. Somos nietas e hijas de todas ellas, somos el presente de su irreverencia y la prueba viva de la libertad que ejercitaron y que supieron abrir para nosotras, desde esa memoria late nuestro deseo de cambiarlo todo.

*Por Mariana Menéndez Díaz y María Noel Sosa González para Contrahegemonía Web.

Palabras claves: 1968, feminismo, Mayo francés

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