¿Palabras olvidadas? Chacho Peñaloza en los ojos de José Hernández

¿Palabras olvidadas? Chacho Peñaloza en los ojos de José Hernández
9 mayo, 2018 por Redacción La tinta

Pocas personas conocen la existencia de la obra periodística de José Hernández acerca del riojano Ángel Vicente Peñaloza. Las letras del creador del Martín Fierro resultan indispensables y reveladoras para la construcción de nuestra memoria colectiva; para que los símbolos, los monumentos y los nombres no queden vaciados de sentido.

Por Marianela Peña Pollastri para La tinta

Recientemente, en la Ciudad de La Rioja, se implementaron diversas medidas políticas que buscaron promover el reconocimiento del federalismo a través de la monumentalidad y del nominalismo. ¿A qué me refiero con esto? A poner el foco en las enormes construcciones y en los nombres.

La primera acción que recuerdo fue el cambio de nombre del Parque Sarmiento que pasó a llamarse Plaza Juan Facundo Quiroga, aunque, hasta el día de hoy, algunos prefieren decirle “ex Parque Sarmiento”. Luego, la construcción de los grandes monumentos, uno a Chacho Peñaloza y otro a Facundo Quiroga, dos destacados caudillos. Incluso, hace unas semanas, inauguraron el Paseo de la Mujer Federal que recuerda a Dolores Díaz (La Tigra, luchadora en las tropas de Felipe Varela). Con ello, se reconoce no sólo la tradición riojana federal, sino también de la mujer, dejada de lado muchas veces por la historia.

En medio de todo este ajetreo de reconocimientos federales monumentales, ¿no nos estaríamos olvidando de algo básico? Quizás de la educación y de la memoria. Sé que muchas veces es difícil e incluso el acceso a nuestra misma historia se vuelve cuesta arriba cuando comenzamos a indagar en ella, indudablemente, hay archivos perdidos (o destruidos) y parte de ella que nunca fue escrita. Sin embargo, el monumento es una obra artística, plástica y simbólica que, si no es acompañada del sentido que el espectador coloque en ella, queda vacía.

De manera anecdótica e ilustrativa, recuerdo que, muchas veces, escuché a amigos decir “tal lugar queda cerca del viejo sentado” (en referencia a la estatua de J. V. González). La estatua quedó vacía y simplificada en eso, un viejo sentado. Es indispensable el sentido que brinde el espectador ante tales obras para completarlas y dotarlas de significado. Sin educación, estos sentidos serán escasos o muy superficiales.


No hace mucho, me enteré que José Hernández, reconocido intelectual argentino, autor del poema narrativo Martín Fierro, tiene una gran obra periodística en recuerdo y defensa de Don Ángel Vicente Peñaloza (Chacho). Al calor de la circunstancia, denuncia la crueldad de su asesinato.


Por alguna razón, sentí que, como riojana, debí haberlo sabido antes. Mínimo, en algún momento de esos doce años de escuela obligatoria que cursé. De todas formas, es una obra que se viene rescatando y estudiando desde no hace mucho, así que resulta lógico que todavía no llegase a las escuelas. Tampoco se encuentra en las librerías de nuestra provincia. Pero, en nuestra formación identitaria como riojanos y riojanas que resultamos de un devenir de toda una tradición histórica de la que formamos parte, resulta fundamental, aunque sea, el conocimiento de su existencia. Contribuye a que los sentidos no queden vacíos, a que no hayan “viejos sentados”. Y si no reconocemos nosotros nuestra propia historia, ¿quiénes lo harán?

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Vida del Chacho fue publicado en formato de folletín periodístico. Tuvo escasa difusión, cuestión llamativa considerando la fama de José Hernández. Su lectura abre el espectro para pensar los hechos desde distintos cristales, sin desmerecer otras lecturas, sino ampliándolas. El mismo autor supo que no iba a ser bien recibido por ciertos sectores poderosos, pues escribe: “Sabemos muy bien que nuestra tarea de hacer conocer la historia de este patriota infortunado, nos valdría, cuando menos (…) la burla, los apóstrofes groseros, el insulto y la calumnia. Pero (…) no puede semejante consideración influir más en nosotros que el sentimiento de justicia que coloca la pluma en nuestras manos” (Hernández, 1947, p. 106).


Hernández, entonces, construye a Chacho desde un autoproclamado acto de justicia. También lo hace por antonomasia. El hombre federal se contrapone al unitario, que, en teoría, detenta las más bellas prácticas de la civilización incipiente y del progreso, pero que, en la práctica, comete atrocidades terribles, como esas que dicen ser propias de la barbarie.


El asesinato de Chacho en su casa, para después clavar su cabeza degollada en una pica y exponerla en la plaza de Olta, por ejemplo, o el sometimiento posterior de Victoria Romero, que, por el hecho de ser la esposa de Chacho, se vio obligada a los tratos más indignos.

Tal vez, el episodio más revelador de dicha antonomasia sea cuando cuenta cómo el General Peñaloza había devuelto a los unitarios que tenía como prisioneros “que no les faltaba ni un botón del uniforme”, esperando asimismo que le devolvieran a los suyos. Ante el silencio de los jefes unitarios, dice: “Y bien. ¿Dónde están los míos? ¿Por qué no me responden? ¡Qué! ¿Será cierto lo que me ha dicho? ¿Será verdad que todos han sido fusilados? ¿Cómo es, entonces, que yo soy el bandido, el salteador y Vds. los hombres de orden y de principios?”
(Hernández, 1947, p. 143). Los prisioneros bárbaros que le habían tomado a Chacho fueron fusilados sin piedad por los civilizados.

En fin, las letras de Hernández resultan indispensables y reveladoras para la reconstrucción de nuestra memoria colectiva. Para que los símbolos, los monumentos y los nombres no queden vaciados de sentido, como si no fueran capaces de recordar algo que hemos olvidado o que nunca hemos encontrado. Quizás sea hora de, como dice Walter Benjamin, empezar a cepillar la historia a contrapelo.

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* Por Marianela Peña Pollastri para La tinta


Referencias bibliográficas

Hernández, J. (1947). Vida del Chacho. Buenos Aires, Argentina: Talleres Gráficos Ayacucho.

Palabras claves: Chacho Peñaloza, La Rioja

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