Luciana Jury, la música como barro entre las cuerdas
Por Julieta Pollo para La tinta
Luciana Jury canta con el cuerpo entero y descalza el alma sobre el suelo, ya sea en un escenario multitudinario como el Próspero Molina o bajo la parra de un patio diminuto. Es una de las intérpretes más interesantes de la escena actual y entiende que lo tradicional no anula la experimentación, sino que es fuente de reactualización constante. Desde la raíz misma del cancionero popular latinoamericano extrae nuevos paisajes a obras añejadas en el tiempo, condensando en ellas la mixtura cultural que nos compone.
Saborea sonidos y palabras con una sensibilidad macerada a fuego lento desde su infancia. Nacida en el conurbano bonaerense, dosis justa de barro y vereda, la Jury ya cantaba cuando medía poco más que una guitarra. Su familia y algunos amigos se reunían con frecuencia a prolongar las noches entre cuerdas y chicharras, pero su prematuro contacto con el mundo del arte no se agota ahí: es nieta de una escritora de radioteatros, sobrina de Leonardo Favio -creador de películas fundantes del cine nacional e ícono de la balada latinoamericana- e hija de Zuhair Jury, quien supo desgranar historias a través de la pintura, las letras y el cine.
Tal vez en esta mixtura de lenguajes se condensa la energía escénica de Luciana: su tonalidad interpretativa desborda desde el estómago hacia fuera con una fuerza que cautiva la fibra emocional de quienes la escuchan. Así sucedió el último fin de semana de enero, cuando compartió el escenario de Los 7 locos con los músicos que cada año llevan adelante la Jam de Folclore cordobesa. Ese viernes, un día antes de su actuación en el Festival Nacional de Folclore de Cosquín, La tinta conversó con ella acerca de la música que construye “con una mano en el cielo y otra en la tierra”, como le enseñó su familia.
—¿Cómo influyó el legado artístico familiar en tu identidad musical?
—Soy el resultado de una construcción familiar… de mi padre, mi madre, y también de todo lo que he bebido y vivido a lo largo de mi historia personal puertas afuera de mi familia: mis amigos, mi barrio, mi contexto territorial. Yo soy del Gran Buenos Aires, siempre estoy entre el suburbio y la capital y soy un poco el resultado de todo ese recorrido de ir y venir ¿no? La gente del conurbano es la Argentina concentrada en pequeños espacios, gente de todas las provincias. De hecho mis padres son mendocinos y somos hijos de esa Argentina que vino a acercarse a las orillas de la ciudad para hacer un futuro mejor. Por eso creo que abordo con facilidad varios géneros: mi raíz es folclórica argentina y latinoamericana, pero también está tejida de cumbia, tango y rock. Siempre en mi familia se ha propuesto la idea de que al momento de crear una historia, una película, una canción podamos tener una mano en el cielo y otra en la tierra. Poder llenarnos de magia pero a la vez sin despegarnos de la tierra, en tanto sostenemos y creemos que este es el único paraíso que existe a pesar de lo que vemos y cómo estamos.
Somos laburantes del mensaje de que siempre es posible un futuro mejor, con una herramienta fundamental para el espíritu y el alma de todos que es estar advertidos del milagro de la existencia. En tanto uno entre en esa frecuencia de mirar un poquito más por afuera de la realidad cotidiana de la vida, y mirarnos incluso a nosotras dentro esa realidad, agradecerlo, sufrirlo, padecerlo y hacer algo con todo eso que uno siente. También implica, dentro de lo que es mi escuela artística, estar conectado con la naturaleza, con los animales, con el otro que es en algún punto el reflejo de lo que uno es… como dice Spinetta, con el que tenés al lado: con tu familia, con tus amigos, con tu barrio, con tu contexto. Y tratar de hacer un puente entre el arte que anda con ganas uno de divulgar y el otro que es quien recibe.
A lo largo de sus tres discos solistas –Canciones brotadas de mi raíz (2011), En desmesura (2013) y La madrugada (2015)- Luciana refresca canciones de compositores como Francisco Canaro, Alfredo Abalos, Jaime Torres, Eduardo Falú, Violeta Parra, Chango Rodriguez, Simón Díaz y Saúl Salinas, además de recuperar muchos cantos campesinos anónimos de este y del otro lado del charco.
También editó Maldita Huella (2007) en colaboración con Carlos Moscardini, y El Veneno de los Milagros (2014) junto al poeta Gabo Ferro, quien concibió esas canciones especialmente para ser interpretadas por ella. La artista adelantó que actualmente está trabajando su próximo disco junto a Juan Saraco (Duratierra), Leandro Savelón y Lucas Bianco.
Sin miedo a atravesar los géneros, Luciana ha traducido a su particular estilo un himno del rock nacional como «Post Crucifixión» de Luis Alberto Spinetta; el clásico italiano «Lola», popularizado por Raffaella Carrà; y el ritmo inolvidable de la cumbia argentina a través de «En tu pelo» (que si bien no es originalmente de Lía Crucet fue su versión la que interesó a Luciana, luego de bailarla mil veces durante su adolescencia).
—Si bien interpretás mucho del folklore nacional también hacés versiones de muchos otros géneros, ¿cómo surgieron esas canciones?
—A veces uno siente más libertad en desarmar un bolero que una zamba o un gato o una chacarera. Hay cierto encorsetamiento cada vez que una persona se arroja las músicas folclóricas, será porque tienen el peso de lo tradicional y eso a veces también obstruye un poco la imaginación. Pero lo cierto es que yo le he perdido el miedo hace mucho tiempo a estos juegos que hago con las canciones. Me ha ocurrido también con una canción de Rafaela Carrá, «Lola», que la tomo como un brochazo de mi infancia y que se la transmito a mi hija. Y te digo sinceramente no me ocurre esto desde un lugar primero del concepto y después de la música. Es muy instintivo y casi animal… sucede cuando agarro la guitarra y sucede algo nuevo en esa canción. Y después yo hago una relación intelectual de lo que estoy haciendo, pero en general siempre trabajo de manera casi, te diría, primitiva.
—¿De qué manera concebís la música popular?
—La música popular es, a mi criterio, lo que sucede un poco más allá de los dispositivos de comunicación y de divulgación de lo que es la música popular. Meter la mano un poco más en la raíz, ir para atrás, investigar amorosamente nuestra música, cuáles son los orígenes de nuestros sonidos, de nuestro folclore, para poder entender quiénes somos en tanto estas músicas son el resultado de una realidad y de una circunstancia que han vivido los pueblos a lo largo del tiempo.
Por eso mi búsqueda en mis dos primeros discos ha sido echar mano del recuerdo de las músicas olvidadas, de las músicas anónimas. Pero bueno, para tener acceso a eso es necesario o bien un espíritu de curiosidad muy grande -que no era precisamente el mío- o un fundador, un alguien a seguir que en este caso han sido mi padre y mi madre, que me han enseñado músicas que ellos han rescatado también por averiguar, por meterse, por investigar y conocer gentes. Entonces todo eso que se me ha transmitido yo lo devuelvo con mi presente, en esta Argentina, en esta realidad mundial que tenemos.
—¿Te parece que esas historias encuentran un correlato en la actualidad?
—Absolutamente… formas de amor sobre todo. He vuelto a rescatar historias de amor en esas músicas antiguas donde aparece el sacrificio, la esclavitud, el creer que si duele más es porque uno ama más. Entonces yo las canto con mucho respeto pero también con una cierta intención de despellejar esas formas, cambiar la mirada del cómo se debe amar y en todo caso preguntarnos que si estamos como estamos es porque venimos de donde venimos.
—¿Cuál es entrecruce entre el arte y la política?
—La realidad del mundo a un artista lo debe teñir, lo debe conmover, porque en definitiva uno hace las cosas para mejorarse en el mejor de los sentidos, para ser la mejor persona posible y hacer el mejor bien posible al otro. Y en eso uno va tomando una posición de las cosas que uno cree que están bien y de las que cree que están mal. No es necesario ser ultra partidista, ir con pancartas o ser tan explícito, pero sí es necesario sentirse comprometido con la realidad que uno vive. Yo creo que todos los grandes artistas casi sin pensar están compenetrados, son las mismas situaciones del mundo las que a los artistas le hacen desentrañar alguna angustia, alguna desdicha. Es inexorable.
Su padre Zuhair considera la perfección como “un insulto” por lo que siempre intentó hacer relucir las impurezas: en ellas, sostiene, anida el potencial movilizador del arte, y es una premisa que Luciana trabaja amorosamente. Transita el desborde vocal y corporal como materia sensible que potencia su mensaje; se estremece y se disuelve entre las canciones envuelta en el revoloteo manso de sus propias manos que se hacen puño cuando la voz desgarra. Como barro entre las cuerdas, transita la dulzura y la aspereza, el lamento y el éxtasis, la picardía compadrita, el galope de las pampas y la desmesura gitana.
—Tenés grabaciones de tus cantos de niña en las guitarreadas familiares ¿volvés cada tanto a esos registros?
—Sí… más que nada para escuchar mi voz de cuando era chiquita, que es el único registro vivo digamos. Yo soy de una época donde era muy difícil tener un grabador en casa, entonces fueron grabaciones de otra gente que nos ha hecho y me las ha devuelto mucho después. Y da impresión escucharse… me quiero escuchar cómo sonaba, qué intención yo le ponía a esa manera de cantar y no encuentro mucha diferencia en este presente que tengo. De todas maneras creo que ha sido un camino bastante largo poder llegar a cantar con el mismo sentimiento que cantaba cuando tenía 5 años. Es algo que uno pierde en la adolescencia, se llena de pudores y de miedos. Creo que estoy volviendo a ese estado de inocencia y de libertad y me da muchas satisfacciones volver a encontrarme ahí.
—Ahora que tenés una hija, ¿compartís este mundo con ella como lo hiciste con tus padres?
—Es hermoso y es distinto… aunque es parecido en algún punto también porque mis viejos son muy musicales entonces a mí no me condicionaban ni me decían para dónde ir, simplemente se juntaban en casa, hacían guitarreadas y yo me prendía. Quizás en mi casa no hay tanta guitarreada pero yo suelo tocar bastante, entonces no hay forma de que mi hija no escuche… y creo que la mejor manera de querer enseñarle algo a los pibes es no poniendo intención de querer enseñarles nada. Que trascurra en su vida natural y que después ellos revisen y elijan.
Ese viernes 26 de enero Luciana subió al escenario de Los 7 locos risueña y sencilla, en compañía de los músicos Diego Bravo, Julián Beaulieu, José Gómez y Chelko Pajón. «De a poquito quiero amarte», cantada junto a Airena Ortube, «El rancho ‘e la Cambicha» entre risas socarronas, «A unos ojos» con su dulce laraleo, «La amorosa», «Déjame que me vaya» y la bella «Maldigo» de Violeta Parra, fueron algunas de las canciones que compartió esa noche.
Para cerrar eligió «Post crucifixión», dedicada a “Santiago Maldonado, a tu alma buena”, y su versión de «Ella ya me olvidó», en la cual recitó las emotivas palabras que estremecerían a todo Cosquín al día siguiente: En tu nombre, en todo tu ser Jorge Zuhair Jury, Leonardo Favio. Acá está Juan Moreira, mierda. Nazareno, Nazareno. ¿Monito? Monito las pelotas… ¿me escuchaste papito? Señor Gatica. Y soy Gardel. Ofrenda a la tierra es la misma tierra pa’ vos, pa’ mí, pa’ él, pa’ ella. Ofrenda a la tierra es cuidar al ciudadano que pelea por sus derechos perdidos o por perder. Ofrenda a la tierra es no al monocultivo ni al desmonte. Ofrenda a la tierra es un mundo más libre. Ofrenda a la tierra es muerte al patriarcado. Ofrenda a la tierra es revalorizar y empoderar a las mujeres cada vez más. Ofrenda a la tierra es… ella ya me olvidó. Yo la recuerdo ahora… ¡Yo no quiero! ¡yo no debo! ¡yo no voy a olvidarla!
►Luciana Jury. Viernes 18 de mayo a las 22 en el Centro Cultural Graciela Carena (Alvear 157).
*Por Julieta Pollo para La tinta. Fotos: Dianela Salgado.