Camión de traslados

Camión de traslados
5 abril, 2018 por Redacción La tinta

César González, quien utilizaba el seudónimo Camilo Blajaquis, nació en Morón, Buenos Aires, el 28 de febrero de 1989. Es poeta y director de cine.

 

Al fin comprendí que la vida es un fenómeno imposible de
explicar en términos materiales. Que debajo de la ropa, sea
de marca o sean trapos, atrás de toda etiqueta, de todo oro,
hay siempre un cuerpo, un desdichado ser humano
esclavizado y sometido a la santa ambición que vende barato
este sistema.

A esta conclusión llego mientras el frío bajo cero de este
invierno va puliendo y limando las paredes de mi celda.
Mientras en la madrugada de ayer, en el micro de traslados,
se cruzaban distintos personajes. De diferentes barrios, pero
con dolores en su alma similares en todos.

Uno era de Dock Sud, otro de Lugano, otro de Fuerte Apache,
otro de La Boca, y así sucesivamente, pero en todos
ellos, inclusive en mí, se reflejaba el hechizo del consumo,
esa ley invisible que nos obliga siempre a querer ser más que el
otro y nunca reservar un instante en donde nos asusten nuestras
propias miserias.

Una vez más, lo que que me volvió tristemente a sorprender,
fueron las carcajadas y los berretines que se dibujaban debajo
de los párpados agrios de varios viejos tumberos, acostumbrados
a las cadenas de preso. Sus tristezas eran evidentes, pero
merece un párrafo aparte la elegancia con la que se
disfrazaban con el traje de guerrero, con aquel que ya nada le
duele, que nada espera, solo rejas, traslados, puñaladas,
muerte, hambre, resignación, pero siempre unas zapatillas de
marca en los pies. El hechizo ese, no te deja llegar al fondo
de uno para descifrar lo simple que es vivir. Estamos atrapados,
de eso no hay duda.

Ahora pienso en los mecánicos, en los obreros y finalmente
en los empresarios que son los dueños de esto y que
diseñaron tan perfecto este camión de los comparendos. Hay que
ser ingenioso, capaz y decidido para crear un móvil donde
se te torture tan fácilmente, sin golpes físicos ni gritos.
Tan solo haciéndole los arreglos necesarios que tiene para
que en invierno agonices de frío durante el viaje y para que
en verano te ahogues de calor durante el viaje.

Pero de qué sirve escribirlo si acá ya estamos todos acostumbrados
y no va a cambiar nada. Para nosotros es normal
la tortura del comparendo. Es normal que te vayan arrancando
las raíces del alma con leyes y palizas. Que un abogado
pago te intente amansar con palabras desconocidas. Que el
defensor del estado diga que te ayuda pero nunca gane un
juicio. Que el futuro se parezca cada vez más al infierno.
Que el corazón emita latido pero aislado completamente de cosas
como querer a alguien.

Así reflexionaba y de repente ya llegamos, estamos en la
alcaldía, estamos en el tribunal. La celda acá es más grande y
te cruzas con un montón de pibes. Pasan segundos hasta que uno
empieza a recordar tiempos de pura droga, pura esquina,
mucha ropa de marca, tiroteos, ese mundo aparte o
apartado. Esa infancia anhelando los juguetes de otros niños,
esa infancia donde el primer juguete será un arma, una pipa
para fumar pasta base, una bolsa de poxiran. Creo que de todos
los que estamos en esta celda ninguno fue niño.

Foto: M.A.F.I.A

Palabras claves: Camilo Blajaquis, César González

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