Disolver distancias en un solo cuerpo-territorio de pie luchando

Disolver distancias en un solo cuerpo-territorio de pie luchando
23 marzo, 2018 por Redacción La tinta

“Mujeres” y “memoria” en su significación, apropiación, enunciación y circulación tienen algo en común: ambas pueden ser fijadas en una operación que las vuelve siempre sobre sí mismas. Proponemos disolver esa doble captura y reivindicar “MEMORIA” como un gesto mucho más generoso que la recordación de una parte del pasado. Y “MUJERES” como el cuerpo de todas, el cuerpo que aloja afectos y pasiones transhistóricas, luchas heredadas del pasado y desafíos aprendidos en el cotidiano, continuidades entre pasado y presente para construir otro futuro.

Por La luna con gatillo

Ahora bien, la primera invocación es a la imaginación. El primer conjuro es contra la nostalgia. En una ronda circula el mate. La pava es el caldero de este aquelarre. El fuego se enciende con lo que cada una tiene que purgar de las luchas diarias: topadoras, expedientes judiciales, fuerzas de seguridad, indicadores económicos; y también: prejuicios, estigmas, moralinas. Se congregan indias, trabajadoras, negras, piqueteras, dirigentes sindicales, luchadoras sociales. Nadie tira la primera piedra. 24 de marzo, y las mujeres, ¿qué tenemos para decir?

I

24 de marzo. Mil nueve setenta y algo: una mujer porta un arma. Una mujer arroja una granada sobre un grupo de soldados. Una mujer lleva un arma a la sien y dispara. Una mujer arma un porro con una página de la biblia. La imagen de mujer es la condensación de un destino cuya disidencia es imperdonable. Una mujer es secuestrada. Una mujer es torturada. Una mujer es violada. El cuerpo de esa mujer se vuelve territorio de negociación para salvar una vida, dos. La disidencia convierte a ese cuerpo en el territorio en el que se abultan los horrores. Una mujer va a una villa a alfabetizar. Una mujer asalta un camión de lácteos y reparte el botín entre familias de trabajadores desempleados. Una médica hace pesquisa en un barrio de las afueras de una ciudad. Una abogada asesora la huelga en una fábrica. Los horrores son la respuesta a otra propuesta de mujer: ni madre, ni esposa ni sumisa ni devota: guerrillera, terrorista, puta, emancipada. “Mirar equivale a hacerse cargo de aquello que se mira, al llevarlo en la memoria como regente en el futuro de los propios actos…”.

No la persiguen sólo por subversiva, no se ensañan con su carne sólo por roja. La persiguen porque en su rebeldía estallan las estructuras de madre y esposa que sostienen el sistema. La quieren doméstica y reproductiva. Ella, en su propio acto agrieta.

¿Y vos qué? ¿Quién sos? ¿Qué mirás? ¿Vas a luchar o qué?

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Foto: Ricardo Ceppi

II

La compañera agarra el mate cebado. Yo lucho también, en cuerpo entero, mi cuerpo es mi territorio de disputa. La ideología heteropatriarcal del amor romántico sostiene esta mierda y nos hace esclavas. Cuando nací me anotaron como un tal, pero hoy me construyo en otra. No soy hombre. No soy mujer, mi deseo se me aparece amplio. No soy nada, voy siendo todo el tiempo. No hay naturaleza, lo que creemos que somos es el cotillón que adorna la carne, que son normas y reglas. Que nos dan cierto statu quo.

Siempre fui el blanco del corrector de curas, de mi viejo, de la sociedad, como aquellas lo fueron de los milicos. Porque habitamos en un lugar que no puede ser, que no es conveniente, que revela lo artificial. Me descuelgo de la percha y avanzo en mi propio cuerpo. Le pongo el cuerpo.

Miro fotos desde los 70 a esta parte y me repito: “Esta se fue, a esta la mataron, esta murió”. Destino temprano para nosotras. El mercado nos pide putas y no secretarias. El mercado cautivo es el trabajo sexual, que nos quiere diosas. Las oportunidades se recortan. Los medios nos frivolizan.

Somos trans, corriendo todos los márgenes posibles. La biología no es mi destino. Las compañeras en los 70 dijeron “de rodillas las pelotas” y se pusieron de pie y se miraron cara a cara con el enemigo y dieron la lucha a lo que dé. Que se vistieran con ropa de mujer era una lucha en sí misma. “Éramos violadas, vejadas, maltratadas, picaneadas, había chicas que pasaban varios días presas, cuando salían en libertad se bañaban en la celda y se iban derecho a la esquina a trabajar, pero a la hora ya estaban presas nuevamente”.

“Milito siempre gracias a otros y a otras, siempre hubo alguien que me tiró una soga. Sola nada. No soy iluminada. Fue hacerme cargo de nuestro rol histórico, no se nos puede pasar la vida como si fuera una planta de acelga cuando hay gente al lado que no come. La crudeza de la vida me hizo llegar a militar”.

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Foto: Colectivo Manifiesto

III

Pienso en la crudeza de la vida cuando me llega ese mate. La miro en la tele. Es poderosa. Es negra de barrio, es trabajadora, es luchadora, es mujer. Dice que se rebeló del ámbito doméstico no por feminista, sino para parar la olla. Si eso es ser feminista, entonces puede que lo sea. No se lo pregunta. No le importa tanto ahora. Le importan los puestos de trabajo, le importa que todas esas familias no queden en la calle, le importa que las políticas de ajuste le den margen de vida. Le importa que no le pase como a esa otra, que además de la pobreza tiene que capear con la violencia, afuera y adentro de la casa.

Entiende perfectamente que todo esto no es nuevo. Es 24 de marzo y entiende cómo las 30 mil desaparecidas tienen que ver con tener que hacer la carpa frente a la municipalidad o el piquete a la puerta de la fábrica o el corte de ruta por los alimentos o la marcha por el salario social. Sus pibes tienen hambre. Su mamá la ayuda. O su tía, o su hermana. No está sola. Están sus compañeras. Es 24 de marzo y piensa en esas otras compañeras, que ni sabía que habían existido. Ahora lo sabe. Las siente. Entiende que Macri es hijo de los milicos. Se mira las manos, curtidas de trabajo, se le marcan las venas y está más arrugada de lo que debería en sus 35 años. O de lo que lo están las de la tele. Claro, piensa, eso es la clase. Las piezas se unen en la experiencia vivida. Lo supo siempre, pero no lo había razonado así. Su abuela llegó desde el campo, su madre creció en la villa, ella pudo lo que la dejaron.

Es 24 de marzo y ella, como tantas, está en la calle. Marcha con las abuelas, con las madres, con las hijas. Se acerca a una y le dice algo al oído. Hubiese querido oirla. Imagino que le dice «a mi hijo también lo mató la dictadura, la de ahora, la de la policía… La que obliga a los pibes a no tener más horizonte que el barrio que manejan los transas… Pero nosotras le estamos dando batalla, es más fácil teniendo su ejemplo». La otra mujer se saca el pañuelo blanco, y se lo da. Intercambian. Uno blanco, el otro verde. Pañuelos… Con los que se tapan los ojos, con los que se secan las lágrimas, con los que probablemente también bailen. 24 de marzo y la calle es el encuentro de todas estas luchas, del repudio a tantas dictaduras… La dictadura del gatillo fácil, la dictadura de los abortos clandestinos, la dictadura de las prisiones domiciliarias, las dictaduras de las identidades todavía no encontradas, la dictadura de la riqueza en pocas manos que siempre asoma con la cara de ajuste e inflación. Bueno es que se encuentran, que se entienden las luchas… diferentes, pero compañeras. Sus muchos por qués. Ahora ella va con su pañuelo blanco, y un cartel que grita ¡Basta de ajuste y represión! ¡Abajo el Estado policial!

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Foto: Colectivo Manifiesto

IV

El mate no llega hasta ese barco. Se queda dando vueltas en la ronda. 24 de marzo mil seiscientos y tanto. Grilletes en manos y pies sujetados a una barra inmóvil. En la bodega del barco negrero la madera arde con el calor del sol, o se inunda con las tormentas de altamar. La soledad anticipa las laceraciones, la venta, la compra. El velo del alma empieza a aparecer y el espejo empieza a mostrar otro mundo. El mundo empieza a ser la mirada jocosa, penosa del otro. El mundo occidental desapareció a las esclavas por su concepción colonizadora y antropófaga.

El mate se hace cimarrón. 24 de marzo de 2018. El mundo occidentalizado desapareció a Marielle Franco hace unos días nomás. Ella, heredera de la lucha de las negras que planificaban y ejecutaban fugas de esclavos; las negras que organizaban las comunidades de esclavos libertos y desde allí la lucha por su libertad; las negras que enfrentaron con sus cuerpos el apartheid en todas partes del mundo; las negras que pelearon las independencias de todas las que luego le negaron la suya propia. Es imposible dimensionar lo que sintetiza la bala que se estrella contra la sien de una mujer negra, lesbiana, irreverente. El ensañamiento es directamente proporcional a la obstinación que las mujeres seguimos demostrando a diario en pedirle al cuerpo un poco más, un poco más de resistencia. Eso creen ellos, nosotras creemos que nuestra obstinación es tanto más grande, caprichosa, insoportable. Porque nosotras sabemos que existir es resistir.

V

La ronda sigue girando. El tiempo aparece como un círculo que nos transporta sin dejar de pisar la tierra.

-«Ya no hay tiempo» hermana». Aquí es muy fácil que a una la maten. El costo que pagamos es muy alto». El winka yanakona pisotea una vez más el territorio, la Madre Tierra, la ñuke mapu. Ayer el río estaba enfurecido, también había unas mierdas sucias en el aire… Ya la devastación es enorme. El desprecio por nosotras, por nuestro pueblo es total… Pero lo que más preocupa no es nosotras, que estamos aca, pasando noches heladas en el campamento y haciendo las guardias. Nosotras al menos levantamos una ruka, nos reunimos en torno al kutral, nos sabemos una en el cuerpo guerrero de todas. Pero afuera… Afuera a lo lejos, se escuchan las máquinas, se escuchan las explosiones…. ¿Sabe hermana? Las últimas noches me ardieron las rodillas y lloré… Lloré porque sufro sus heridas. Agradezco a la Pacha que me comparta su dolor, que me lo pase… Puedo sentirlo, hace semanas ya que no podemos volver, pero puedo saber que la destrucción del winka allí es voraz. Y ya encima quiere entrar una empresa nueva, que es inglesa. Veo los árboles caer y apilarse en esos camiones, los animalitos huir, la montaña estallar. Duele la muerte de toda esta diversidad… Duele, desgarra, arde… en mis rodillas y en mis hermanas.

-Hermana, ayer hubo encuentro de insurgentas, y se acercaron las lamieng werkenes. Sabemos que no nos conformamos, que no estamos desmayadas. Sabemos que para nosotras vivir es luchar. Y sabemos que cada quien debe hacerlo a su modo, según su lugar y su tiempo. En la ronda, algunas manifestaron el miedo. Ayudamos a controlarlo pues. Difícil es cuando bien sabemos que las mujeres morimos más. El pinche patriarcado está monstruoso y también tiene muchas cabezas. Acá más las desaparecidas son mujeres. Ahora los soldados también están más cerca y rodean la milpa del grupo de mujeres. A propósito nomas, como bien machitos que se creen, se apostan ahí nomás, cerquita. Y nosotras nomas le vamos a trabajar, y cargamos las herramientas y ya nos traemos el alimento. Y ahí nos miran los muy machitos. Y ya nos dicen algo y ya les tiramos algo también. No se crea que no les vamos a enfrentar. Y nos roban el alimento estos cabeza-vacía. Cuantos hermanos se han ido con el ejército. Nos hace tristeza. Pero acá tampoco hay ya más tiempo. Y ¿sabe? Los varones no se le animaban, pero ahí las insurgentas decidimos viajar. Vamos a acercarles la fuerza de nuestros ancestros, «ese es nuestro alimento y nuestra convicción a la hora de luchar». Así estamos las mujeres y todas las diversidades, de todo el mundo.

-Mari mari pu lamieng. Zomo kimey. Zomo weichafe. Su palabra es alimento para nuestra comunidad, será transmitida. Estamos lejos, pero estamos juntas. El terror se actualiza. La tortura continúa, y se hace también topadora, se hace cianuro, se hace glifosato… «Sé que vamos a triunfar, me lo dijo el río», así de enfurecido nomas como estaba… Porque aún hay resistencia, y de la buena… Hay las mujerazas, las abuelas, las madres, las weichafe, las niñas, las de ayer, las de hoy, las de mañana. Hay con qué.

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Foto: Tomás Barceló Cuesta

VI

Es 24 de marzo y la ronda del mate sigue, me lo pasan a mi, te lo pasan a vos. Hace poquito María Moreno me ayudaba a pensar que en estas mujeres hay “un sentimiento sin nombre, que no tiene aún historia ni ha sido coagulado por el lenguaje.”Nos tejemos en vínculo con estas herencias. Ese vínculo podría asimilarse a una extraña palabra: mismidad. La mismidad no es la identidad ni la identificación. Nada puede ser lo mismo, sin romper, de algún modo, el principio de unidad”. Reconstruimos “un relato que sostiene la esperanza de no ser una en una suerte de transición hacia el múltiple cuerpo político”.

*Por La luna con gatillo.

Palabras claves: Dictadura Cívico-Militar, feminismo, mapuche, Marielle Franco, trans, travesti

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