Un nuevo año lectivo en la UNC renueva el debate sobre la deserción
Existen mitos y verdades sobre la deserción universitaria, sobre todo en el primer año. Frente a este desafío, ¿ayudarán las reformas académicas que se vienen implementando en la Universidad Nacional de Córdoba?
Por Daniel Saur para La tinta
Una primera aclaración
Las cifras son engañosas, está instalado que en el primer año el abandono ronda el cincuenta por ciento, apuntando contra la universidad pública a pesar que, como afirma el especialista español Jesús Arriaga, quien visitó Córdoba en diciembre pasado para la Séptima Conferencia Latinoamericana sobre el Abandono en la Educación Superior, la cuestión de la deserción “es un problema universal”.
Si miramos en detalle, el tema es relevante, pero notablemente menor al señalado por el sentido común, rondando en la UNC entre un 25 y 30 por ciento en los últimos años. Esta diferencia responde a motivos poco contemplados: a) en algunas carreras se identifica como desertor a un preinscripto que “sobreestimó” sus posibilidades de estudio y a la hora de largada, por motivos innumerables que exceden su voluntad, no puede ejercer su decisión; en este caso, ni siquiera inicia las actividades, pero se lo considera desertor; b) son numerosos los casos de ingresantes dubitativos, mayoritariamente adolescentes, que se inscriben en dos, tres, o más carreras para llevarlas en paralelo, y transcurridos unos meses y una vez confirmada una preferencia, desestiman las otras, engrosando los números del supuesto fracaso; c) sucede lo mismo con quien se inscribe en una carrera, pero desencantado con la elección deja de cursar para inscribirse en el ciclo siguiente en otra opción más adecuada, luego de un año de maduración; d) es similar el caso de quién estudia en una universidad, pero por diversos motivos, institucionales o personales, elige al año siguiente cambiar de establecimiento.
Salvo el primer caso, en el resto, estamos frente a modificaciones en la adscripción institucional, pero con estudiantes que siguen en la universidad. En ninguno de las opciones planteadas nos encontramos estrictamente con desertores, a pesar de que engorden las estadísticas.
Importancia de la vida universitaria
En una investigación en la que participé años atrás, promovida por la Secretaría de Asuntos Académicos del Rectorado, durante la gestión de Carolina Scotto, realizamos entrevistas a estudiantes de distintas carreras, reunidos en 18 grupos, organizados de acuerdo a formatos de enseñanza y estilos profesionales. Los entrevistados estaban finalizando sus estudios, o lo habían hecho recientemente, de modo “exitoso”. La mayoría consideró al primer año como un desafío, como un período en el que se realizan aprendizajes complejos y de alta exigencia: entender de qué se trata la carrera, comprender la lógica de funcionamiento institucional, las formas de evaluación y las condiciones de cursado, la conformación de las cátedras, entre muchos otros aspectos. En fin, todas las dificultades que implica devenir universitario.
Indagando sobre las claves del “éxito” y los aspectos que ayudaron a sortear ese primer año, aparecía con centralidad la fortuna que tuvieron, por factores diversos y extensos para explicar aquí, en identificar velozmente los lugares, los códigos, las prácticas y la estructura organizacional, para integrarse con rapidez a las dinámicas propias de la Educación Superior. La conjunción de las propias capacidades y los recursos institucionales ofrecidos fueron clave para morigerar un pasaje del nivel medio al superior habitualmente difícil.
Otro aspecto central, muy vinculado a lo anterior, fue la trascendencia que tuvo, para cada estudiante, integrar con rapidez grupos de pares, de gran importancia para el acompañamiento, el estudio, la amistad, la socialización de la información, para sobrellevar adversidades y contratiempos, para la resolución de problemas frecuentes y la toma de decisión. Es decir, el contacto permanente, la vivencia cotidiana y la continuidad con los compañeros, así como trascender rápidamente el anonimato e inscribirse en grupos de pertenencia y estudio, se mostró fundamental para la contención y el amarre institucional del ingresante, pudiendo enfrentar con mayores recursos formativos y afectivos las dificultades habituales que se presentan en la gestión de la compleja vida universitaria.
Las reformas promovidas
Desde la asunción de las nuevas autoridades de la UNC, con argumentos que enfatizan disminuir la deserción y aumentar la tasa de graduación, se está implementando una reforma académica basada en dos aspectos claves: a) aumentar la “transversalidad” promoviendo cursadas combinadas, no solo entre distintas carreras, escuelas y facultades, sino incluso se prevé combinar tramos entre distintas universidades, públicas y privadas, a partir de lo que han dado en llamar “sistema de créditos”; b) potenciar de manera significativa la oferta de formación a distancia, mediada por tecnología; la creación de la plataforma Edx o Facultad 16, va en esa dirección, previendo la inscripción de 10 mil nuevos estudiantes para este año.
Ambas opciones, aunque en menor escala a lo propuesto, ya existen en la UNC; sin embargo, su profundización podría conseguir un efecto contrario al previsto. El asunto tiene gran complejidad y por cuestiones de espacio sintetizaré que, más allá de la ayuda que pueda brindar en casos específicos la flexibilidad del cursado o la oferta a distancia para candidatos que no tienen medios para trasladarse a las sedes universitarias, implementadas de modo amplio ambas medidas seguramente facilitarán escenarios de mayor deserción.
La movilidad de un espacio institucional a otro, tanto como la formación estrictamente mediada por TIC, más allá de sus bondades, en términos generales facilita un vínculo institucional más laxo que el mantenido por estudiantes que desarrollan su trayectoria en una sola unidad académica, de manera presencial y en contacto directo y cotidiano, con los mismos compañeros, profesores, pautas y reglas institucionales. No debemos olvidar que cada Unidad Académica conforma estilos de enseñanza, formas del hacer definidas por el campo profesional específico y posee una cultura institucional propia, a la que el estudiante debería adaptarse o reconocer en cada “movilidad”.
En síntesis, de modo general, la “volatilidad” dada por la flexibilidad y la mediación tecnológica produce un tipo de vínculo que puede facilitar desacople y desubjetivación, sobre todo cuando el “amarre” institución ya es muy débil o dificultoso, siendo uno de los factores centrales del abandono actual. Claro que en esta reflexión comparamos vis a vis, carreras presenciales y a distancia de igual duración; si las carreras a distancia apuntan a acreditaciones menores, de menor jerarquía, obtenidas en pocos meses o un par de años, las cifras de graduación podrían mejorar en comparación con lo que sucede en las carreras más extensas.
A lo anterior habría que sumar las dificultades que plantearía un vínculo más lábil con la institución en términos de la vida y participación política. Más allá de los by pass o de los intríngulis normativos al paso, es inevitable preguntar: ¿dónde votaría el estudiante o cómo podría ejercer roles de representación cuando se está desplazando de una unidad académica a otra? ¿Cómo repercute en el ejercicio de la ciudadanía universitaria un vínculo mediado estrictamente por dispositivos tecnológicos, distanciando al estudiante de la experiencia directa? La relación más laxa no solo tiene implicancias en la posibilidad de integrar activamente una comunidad, sino también en el compromiso y participación efectiva que se pueda tener con la institución y con quienes la conforman. Es posible pensar toda una serie de secuelas e implicancias negativas que podrían generarse, deteriorando la vida política en la universidad.
Las autoridades actuales de la UNC critican con cierta razón, lo que suelen llaman carreras “rígidas y verticales”, por su relativa poca flexibilidad, pero en la mayoría de los casos estas son más humanizantes, contenedoras, con un trato más personalizado y “familiar”, que “sujeta”, que compromete más y sostiene al estudiante en la institución. La asiduidad a un espacio y la presencialidad genera confianza y participación, ayuda a personalizar y humanizar.
En la visita a Córdoba aludida arriba, el especialista en educación Jesús Arriaga, reiteraba con insistencia que la mejor estrategia para evitar la deserción es que el estudiante “se sienta parte”, perciba que conforma “una comunidad dentro del ámbito universitario”; agregando además que, constituir una comunidad, con todo lo que implica a nivel de experiencia, integración, sociabilidad y de ejercicio institucional ciudadano, “hace al aprendizaje más rico”.
*Por Daniel Saur para La tinta.
*Doctor en Investigación Educativa y Profesor de la UNC.