Frida y el atasco de las lágrimas
Por Julieta Pollo para La tinta
I tu ¿per què no estàs plorant?
Como un chispazo, la pregunta que da inicio a la película marca un pulso suave que irá hinchándose hasta la escena final. Y tú, ¿por qué no estás llorando? Frida baja los brazos y pierde sus ojos en un cielo que estalla en fuegos artificiales. Después de eso, abrazos de despedida y un auto que deja atrás el cemento de Barcelona para depositarla en su nuevo hogar.
Estiu 1993 es una película que aborda el duelo y el cambio, pero sobre todo retrata la fuerza de los niños y la particular manera en que transitan sus emociones en un mundo de subestimación adulta. En medio de todo ello, asoman el amor, la confianza y la regeneración de los vínculos, mediados por el tiempo que nunca es cuantificable cuando se trata de sanar.
Dirigida por la cineasta catalana Carla Simón, Estiu 1993 narra un verano coyuntural en la vida de Frida (Laia Artigas), una niña de seis años que acaba de perder a su madre y es trasladada a vivir al campo con sus tíos (Bruna Cusí y David Verdaguer) y su prima pequeña (María Paula Robles). Inmersa en un ambiente que le es ajeno y en un núcleo familiar inédito, Frida intenta abrirse camino entre un torbellino emocional para poder transitar la pérdida y así volver a confiar.
Los días van sucediéndose como un dominó se desploma sobre otro y en esa vorágine interna Frida intenta descubrir, comprender y asimilar lo que sucede a su alrededor y hacia su interior. Espiando tras las puertas o debajo de la mesa, la niña va desenredando de los diálogos adultos —que la excluyen o la ignoran— fragmentos de su propia historia.
Bajo una cáscara estoica e imperturbable, experimenta la vulnerabilidad, el desamparo y el miedo a entregarse (otra vez) al cariño de una familia. Por si esto fuera poco, Frida observa con desconcierto el miedo que genera en los otros, el forcejeo familiar con que se disputan su destino y la condescendencia adulta de la que es objeto.
Claro que en momentos tan sensibles no solo es difícil lidiar con la violencia, sino también con el amor. Por momentos la abruman la devoción que le transmite su adorable prima, ahora convertida en su hermana menor; la relación con su tío encarnando una figura paterna que Frida nunca tuvo; y los sucesivos intentos de su tía en conectar con ella desde el cuidado, la crianza y el diálogo sincero —y no desde la lástima o el consentimiento de sus caprichos—.
Enriqueciendo el relato, en la trama se entreveran de manera sutil problemáticas como la discriminación contra los portadores de VIH y el desconocimiento respecto de esta enfermedad en los ’90. También se expone el peso de los mandatos familiares y la condena que engendran hacia la disidencia. Otro tema interesante es el de la crianza conjunta de los hijos, que demanda una presencia activa de ambos no solo en el cuidado cotidiano de las niñas sino también en su acompañamiento afectivo.
Si bien el argumento es crudo, Simón logra un clima cálido y natural que hace contrapunto con la situación emocional que atraviesa la protagonista. Hilvana la historia con sensibilidad sin hacer mella en la tragedia, logrando atrapar al público sin el golpe bajo de los lugares comunes. En la película no hay flashbacks y es porque el pasado, aunque permanece latente, no atomiza la historia. El foco está puesto en los recovecos del doler más que en la muerte en sí.
Con la cámara a la altura de la nena de seis años y los planos secuencia que acompañan el deambular de Frida por el bosque, el espectador penetra en su cotidiano descubrimiento del mundo. A través de juegos, picardías y escapadas nocturnas se simbolizan las carencias y los intentos por conectar con una madre que no vuelve, arrojando a la protagonista a una frustración y una impotencia que no puede enunciar pero que siente intensamente.
La convincente interpretación de las niñas, ambas sub 10, deja ver un paciente trabajo de registro que respeta los tiempos propios de los procesos infantiles. Esta espontaneidad, que potencia el impacto del film, también responde al entrenamiento previo al rodaje de las pequeñas actrices: durante cuatro meses se reunieron a jugar a través de improvisaciones e intercambio de roles en los que recreaban escenas de la película.
La realizadora asegura que se trata de una historia ficcional, aunque no puede dejar de mencionarse que fue su propia biografía la fuente de inspiración de Estiu 1993: Carla Simón perdió a su madre a manos del Sida siendo una niña y se trasladó a vivir con sus tíos y su prima al campo. Según ha explicado, si bien recordaba exactamente sus sensaciones las imágenes eran borrosas por lo que acudió a las fotos de aquel tiempo y a las historias que le contó su familia para poder reconstruir la historia. Este aspecto fue crucial porque le permitió complementar su experiencia de aquel verano con las perspectivas de quienes lo vivieron junto a ella.
«Cuando a un niño se le muere la madre tiende a compadecerse y pensar que no va a salir -dice Simón-. Pero los niños son muy fuertes, más de lo que pensamos, y miran adelante. Estaba el proceso de aceptar la muerte de la madre, claro, pero a mí lo que más me costó fue encajar en una nueva familia. Yo nunca había tenido padre, porque mi había muerto cuando yo era muy pequeña, y ahora de repente tenía un padre y una hermana pequeña. Era una situación muy complicada para mí», sostuvo la directora en conversación con ara.cat.
Carla Simón se graduó en Comunicación Audiovisual en la Universidad Autónoma de Barcelona, y después estudió cine en Londres. Allí dirigió el corto Born Positive. Desde su estreno, Estiu 1993 ha cosechado una buena cantidad de premios y fue elegida Mejor ópera prima en la prestigiosa Berlinale 2017.
Estiu 1993
España, 2017. 97 min. Inicia Films / Avalon P.C.
Dirección y Guión: Carla Simón
Música: Ernest Pipó
Fotografía: Santiago Racaj
Reparto: Laia Artigas, Bruna Cusí, David Verdaguer, María Paula Robles
► Buena siesta
*Por Julieta Pollo para La tinta