¿Qué piedra tirar?

¿Qué piedra tirar?
19 febrero, 2018 por Redacción La tinta

Los sucesos ocurridos durante las jornadas de protesta por la reforma previsional han dejado debates y análisis en diversos ámbitos de la militancia, organizaciones sindicales, sociales, partidos políticos y medios de comunicación.

Por Mariano Molina para Relámpagos

Hace algunos días, en la presentación de los cuadernos de “Relámpagos”, Horacio González se preguntaba por la legitimidad y valor simbólico de quien arroja la primera piedra, llamando a reflexionar sobre el lugar que puede ocupar ciertas formas de la violencia y la necesidad de encontrar estrategias que ayuden a cuidar a quienes asisten a marchas, en un contexto donde el gobierno no parece mostrar ningún freno en su escalada belicista.

El tema de la violencia en la vida política de nuestro país (y en el continente) acompaña desde la misma constitución de nuestras sociedades, incluso previo a las luchas independentistas. Es buen momento, entonces, recordar que más allá de la legitimidad de la autodefensa, su utilización por ese dinámico espacio que habitualmente denominamos movimiento popular, nunca fue un fin en sí mismo, sino una decisión muy meditada, procesada y que sólo se asume en condiciones excepcionales, precisamente cuando se define que no queda más alternativa.


Alguna vez Pepe Mujica definió al MLN-Tupamaros cómo un movimiento político en armas, más que una guerrilla (es decir resaltando siempre el carácter político de la organización) y Fidel Castro, el comandante líder de la primera y casi única Revolución armada de la historia contemporánea de América Latina, también ha dicho en muchas ocasiones que la utilización de la fuerza o la violencia como recurso político debe ser una decisión excepcional tomada con extrema precaución y severísima conducta. No es el momento de analizar los históricos debates que se han sucedido sobre estos temas, pero es bueno recordar que vienen desde lejos.


Hace algunos años un viejo amigo, partícipe de los tiempos de la resistencia peronista, me apuraba con disyuntivas todavía difíciles para un militante joven y sin mucha formación: “si un policía te viene a pegar con un palo, ¿Vos le pegas al palo?”. Metáfora interesante que encierra esa pregunta sobre el instrumento que utiliza el Poder, casi siempre detrás de escena y para comprender cierta finalidad cuando se opta por una u otra estrategia. Lograr golpear en el corazón mismo del poder real en nuestras sociedades sigue siendo un desafío complejo. Para seguir con los ejemplos podemos destacar que a los tupamaros el imperialismo nunca le perdonó el ajusticiamiento de Dan Mitrione [1] y a Fidel Castro la nacionalización de la tierra y los medios de producción. Ambas escenas, envueltas en formas de violencia, dejaron al desnudo la injerencia imperialista en nuestro continente y las complicidades locales.

Y traigo a la memoria estos asuntos, a modo de poder pensar algunas cosas leídas y escuchadas en los últimos días. La condena a la represión y el autoritarismo del gobierno y el Estado Nacional es una obviedad. Lo venimos diciendo y describiendo en estas páginas desde hace mucho tiempo. Estamos ante el gobierno que más ejerce y promueve la violencia política desde 1983 a la fecha y por eso -también- decimos que la Democracia es un estado en cuestión, qué  cambió su status en la Argentina y la pregunta por su existencia cada día se hace más grande.

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Pero en los análisis y las palabras posteriores a las jornadas de enormes movilizaciones populares del 14 y 18 de diciembre hemos escuchado y leído muchas reivindicaciones de la lucha callejera, la resistencia frente al avance represivo y hasta una nueva estética visual (en realidad vieja) intenta describir esas acciones. Sé que son debates arduos en el seno del movimiento popular y sé -también- que hay muchos y muchas que aceptan algunas discusiones sólo en el marco de conversaciones privadas y nunca un debate público.

Creo que es un grave error la alabanza a las luchas callejeras en clave de revuelta social en los contextos que actualmente vive nuestro país. Y tengo la sensación que no corresponde la estetización de algunas de esas luchas para ampliar los marcos de unidad en una diversa y fragmentada oposición a este gobierno. Estamos debatiendo sobre táctica y estrategia. Tan simple y tan complejo como eso.

Hay personas (e intuyo que algunas formas de organización también) que se disputan algo de su autoestima en relación a cuan cerca estuvieron de las vallas policiales y los parámetros de valentía se miden en la capacidad de recibir balazos de gomas o aguantarse más tiempo la respiración de los gases lacrimógenos. El mero hecho de mencionar las broncas y sufrimientos personales o colectivos de los últimos tiempos, como justificadores de hechos de violencia política son inconsistentes y, además, peligrosos. Precisamente porque lo que se disputa en la calle no son las ganas individuales, sino la mediación y acción de la política y el papel de las organizaciones.

El año 2017 ha sido escenario de enormes movilizaciones en defensa de derechos básicos. Quizás las más grandes (en términos defensivos) que se recuerden desde el regreso de la democracia. Esas multitudinarias formas de habitar la calle se realiza mayoritariamente en organizaciones de diverso tipo y con variadas historias, aunque también hay mucha gente que asiste en forma individual. Las miles y miles de personas que se movilizan en todo el país no es un dato menor para el gobierno y el poder real, aunque intenten minimizarlo permanentemente y los operadores de turno quieran imponer la cosmovisión de que un twitter o 30 segundos de TV son más importantes que las multitudes. Este recurso también viene desde lejos.


El ninguneo existe -precisamente- por la multitud que se moviliza. Y entonces viene nuevamente la pregunta táctica indispensable: ¿la alabanza a la resistencia callejera contra  la policía convoca más o menos multitudes? ¿Las organizaciones ganan capacidad de convocatoria o la pierden si se promueve una forma de resistencia más o menos violenta? ¿Si el gobierno nos invita a representar la escena mediática de la víctima y la necesidad del orden, vamos a participar o dejarlo sin escenografía?


Son preguntas indispensables para estas horas. Por eso quiero preguntarnos por las mejores formas de movilizar mayorías y no ocasionar hechos que tengan un resultado contrario. El poder que estamos enfrentando es despiadado. No va a tener límites en su violencia física y simbólica contra las almas movilizadas ni en aprovechar todos los recursos del Complejo Económico-Mediático-Tecnológico para infundir miedos, terrores y mentiras. Una vez más debemos hacer el esfuerzo por comprender la complejidad de lo que enfrentamos y no responder simplemente con reflejos viejos, respuestas rápidas y sin atravesar el contexto.

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Debemos ocupar la calle. Y debemos habitarla. Eso implica cuidarse y cuidarnos. No están en juego las vanidades individuales ni de las organizaciones. Está en juego la posibilidad de seguir interpelando a una sociedad en un contexto defensivo. Es una lucha de largo aliento y la paciencia es un don que debemos seguir cultivando, sin despreciar las diversas iniciativas de movilización y acciones. El arte de la política es -también- encontrar las estrategias acordes para una batalla que se da en diversos frentes y con muchas modalidades.

Si llegara a existir la palabra aguante para este tipo de debates (algo que realmente me cuesta aceptar), probablemente el aguante real no lo tengan quienes hayan tirado alguna que otra piedra o le hayan pegado a uno o más policías, sino quienes a lo largo del tiempo han mantenido vivas las organizaciones y no se hayan dejado absorber por la lógica de la parafernalia mediática ni arrastrar por esas formas cínicas y pragmáticas, tan comunes de la política argentina.

Es probable que sean debates tan incómodos como necesarios. La historia nos ha enseñado que es preferible asumirlos y no esconderlos, porque las consecuencias pueden ser impensadas en el presente. Quizás estas palabras se anticipen demasiado, pero prefiero asumir el error de tirar mi piedra al debate de ideas y no lamentar debates inconclusos a futuro.

*Por Mariano Molina para Relámpagos / Fotos: M.A.F.I.A.
1. Agente de la CIA y FBI que actuaba infiltrando organizaciones populares en Uruguay en la década del sesenta

Palabras claves: diciembre, macrismo, revolución

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