Literatura y feminismo: La Woolf

Literatura y feminismo: La Woolf
26 febrero, 2018 por Redacción La tinta

Nacida como Adeline Virginia Stephen, eligió usar el apellido de su pareja, y así se la recuerda: Virginia Woolf. Destacada literata de un Londres de entreguerras, sensible al rol de las mujeres en el arte de las palabras y en la sociedad, recordada como feminista. Nosotras aquí, inquietas por ahondar, reflexionar y compartir sobre la pluma de escritoras de identidades femeninas, damos bienvenida a este ciclo de mucho intercambios, bastantes preguntas, menos respuestas y encantadores textos.

Por Redacción La tinta

«Porque parece -su caso era una prueba- que escribimos, no con los dedos, sino con todo nuestro ser. El nervio que gobierna la pluma se enreda en cada fibra de nuestro ser, entra en el corazón, traspasa el hígado.» (Virginia Woolf, Orlando)

Inauguramos este ciclo con Virginia Woolf, y les invitamos a bucear en este universo del que tan poco se conoce y, frecuentemente, tan poco se pregunta.

¿Por qué empezar con ella? Un poco tal vez por la casualidad de leer su primera novela justo ahora; otro poco porque no hubo “barrera, cerradura ni cerrojo” que pudieran imponerle a la libertad de su mente, y así se animó hace cien años a abordar cuestiones que hoy siguen pareciendo revolucionarias de tan rebeldes. Su ensayo “Un cuarto propio” nos ayudará además a andar la temática de este ciclo: mujeres y libros, escritura y lectura, textos femeninos, escritura feminista. Se trata de una reflexión sobre la relación entre las mujeres y la novela, un texto que llegó a nuestras manos por una reedición de 2008. Sin embargo, la primera edición “en Biblioteca Breve” data de 1967, aunque la Woolf dejó de existir materialmente en 1941. Por las marcas en el texto sabemos que la escritora tejió esas oraciones llegando a la década de 1930.

Motivó la escritura de “Un cuarto propio”, la invitación a una conferencia sobre mujeres y novelas. Así, Virginia aprovechó la ocasión y relató detenidamente cómo fue el proceso para organizar esta ponencia, las preguntas que la motivaron, los lugares en los cuales buscó respuestas. Se asombró al encontrar una frondosa literatura sobre mujeres, siempre escrita por hombres: “¿Tenéis alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las mujeres? ¿Tenéis alguna noción de cuántos están escritos por hombres? ¿Os dais cuenta de que sois quizás el animal más discutido del universo?”.

Comenzó a preguntarse entonces, cómo escribían las mujeres, sobre qué, cuándo, y también por qué no escribían, no producían la misma cantidad de libros, artículos, novelas, ponencias que los hombres. Su propia historia personal le valió de prueba. Como las mujeres de la época, Virginia sufría la imposibilidad de estudiar, y mientras sus hermanos varones recibían instrucción formal en Cambridge, ella y su hermana eran educadas en el hogar por su padre, a quien además atendían.

El destino le jugó una buena pasada a su amor por la literatura inglesa. Su casa era la sede de intelectuales, escritores, pensadores, todos ellos compañeros de universidad de sus hermanos. Por estos vericuetos abiertos en el mundo masculino de la época, y tras la muerte de su padre, fue parte el Círculo de Bloomsbury, entre quienes estaban Forster, Keynes, Russell y Wittgenstein. Si bien entre las y los miembros del grupo no existía una temática común, sí pueden trazarse continuidades en torno a una tendencia agnóstica, la oposición a la guerra, una sexualidad libre, la crítica al colonialismo británico y a los valores burgueses victorianos. Mucho de esto aparece en la obra de la escritora. Leyendo a la Woolf se tiene la sensación de que juega con nuestras expectativas y nos pasea por los mundos interiores de sus personajes.

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“Le molestaba, sin embargo, llevar a este monstruo brutal revolviéndose en su interior. Oír el crujido de las ramas y sentir los cascos machacando el suelo de aquel bosque cubierto de hojarasca, el alma; no estar ya nunca satisfecha, ni completamente segura, porque en cualquier momento podía revolverse la bestia, ese odio que, sobre todo desde su enfermedad, tenía el poder de darle la sensación de que la arañaban, de que le dañaban el espinazo; le causaba dolor físico y conseguía que el placer en la belleza, en la amistad, en estar a gusto, en ser amada y en hacer de su casa algo encantador, temblara, se derrumbara y doblara ¡como si verdaderamente hubiese un monstruo escarbando en las raíces! ¡Como si toda la armadura de contento no fuese más que egolatría! ¡Este odio!”
(Virginia Woolf, La Señorita Dalloway)

Virginia batalló en un mundo público sin lugar para las mujeres, desafiando la confinación a la casa, a la familia, al ámbito privado. Cuesta imaginar cómo se es escritora, o no se deja de serlo, en ese contexto, con los obstáculos, las dificultades, los temores. Quizás una pista podemos encontrar en su ensayo. Mientras reflexiona sobre qué es necesario para escribir insiste en describir las oportunidades diferenciadas por sexo. Así, imaginó a Judith, posible hermana de Shakespeare, a la que la sociedad de la época hubiera dado otras oportunidades que a su hermano:

“(Shakespeare) encontró muy pronto trabajo en el teatro, tuvo éxito como actor, y vivió en el centro del universo, haciendo amistad con todo el mundo, practicando su arte en las tablas, ejercitando su ingenio en las calles y hallando incluso acceso al palacio de la reina. Entretanto, su dotadísima hermana, supongamos, se quedó en casa. Tenía el mismo espíritu de aventura, la misma imaginación, la misma ansia de ver el mundo que él. Pero no la mandaron a la escuela. No tuvo oportunidad de aprender la gramática ni la lógica, ya no digamos de leer a Horacio ni a Virgilio. De vez en cuando cogía un libro, uno de su hermano quizás, y leía unas cuantas páginas. Pero entonces entraban sus padres y le decían que se zurciera las medias o vigilara el guisado y no perdiera el tiempo con libros y papeles. Sin duda hablaban con firmeza, pero también con bondad, pues eran gente acomodada que conocía las condiciones de vida de las mujeres y querían a su hija; seguro que Judith era en realidad la niña de los ojos de su padre”.

La Woolf, sencillamente, plasmó una crítica abierta y clara al sistema patriarcal desde su propia realidad. Tuvo las mismas dificultades que Judith, y además atravesó dificultades particulares: un cuadro psiquiátrico que la aquejaba, la muerte de su madre cuando era adolescente, la pérdida de su padre siendo aún joven. Vivió con sus hermanos y hermana hasta que se casó con el escritor Leonard Woolf, a los 30 años.

El ensayo es una joya vigente de la literatura europea de la época escrita por mujeres. Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción, decía, reflexionando sobre la libertad y la independencia económica. Se preguntó también sobre el lugar que tenían las mujeres en la literatura de la época: “En el terreno de la imaginación, tiene la mayor importancia; en la práctica, es totalmente insignificante. Reina en la poesía de punta a punta de libro; en la Historia casi no aparece. En la literatura domina la vida de reyes y conquistadores; de hecho, era la esclava de cualquier joven cuyos padres le ponían a la fuerza un anillo en el dedo. Algunas de las palabras más inspiradas, de los pensamientos más profundos salen en la literatura de sus labios; en la vida real, sabía apenas leer, apenas escribir y era propiedad de su marido”.


Pensó, con real agudeza, que no bastaba solo con que cada vez sean más mujeres las que escriban, sino en la necesidad de trascender las formas masculinas de escritura. En este sentido Virginia no solo puso nombre a las diferentes posibilidades según sexo y clase social, también evidenció las múltiples miradas sobre el mundo, desafiando el igualitarismo. Existe una literatura, nos explica, a la que estamos habituados pero que no solo no es la mejor, sino que tampoco es deseable que sea la única. Porque en el tejido de palabras la razón y el lenguaje se ponen en movimiento, pero también el corazón, también las distintas maneras de habitar las calles, las casas, las escuelas, los vínculos.


La Woolf logra transmitirlo admirablemente: “Sería una lástima terrible que las mujeres escribieran como los hombres, o vivieran como los hombres, o se parecieran físicamente a los hombres, porque dos sexos son ya pocos, dada la vastedad y variedad del mundo; ¿cómo nos las arreglaríamos, pues, con uno solo? ¿No debería la educación buscar y fortalecer más bien las diferencias que no los puntos de semejanza?”.

Ante un sistema que muestra a las mujeres escritoras actuales como la prueba de que ya no hay diferencias, es importante un ejercicio de memoria crítica. Esas mujeres batallaron su lugar en mundo que sigue siendo de hombres, aunque se note menos, aunque parezca que no. Resta sólo repasar cualquier catálogo editorial y contar cuántos escritores son hombres y cuántas mujeres, ni hablar de revistas especializadas. Hagamos el experimento.

«Por diversos que sean los sexos, se confunden. No hay ser humano que no oscile de un sexo a otro, y a menudo sólo los trajes siguen siendo varones o mujeres, mientras que el sexo oculto es lo contrario del que está a la vista». (Virginia Woolf, ‘Orlando’).

Fiel al grupo de intelectuales en el que se formó, en las obras de la autora aparece una crítica a la moral de la familia, haciendo foco particularmente en las relaciones sexo afectivas, la heterosexualidad y la monogamia. En la carta de despedida a Leonard, antes de adentrarse al río Orse, le agradece la felicidad construida. Sin embargo durante algunos años mantuvo una relación amorosa con la escritora Vita Sackville-West, sin empañar su matrimonio. A la Señorita Dalloway le ocurría algo parecido, y en uno de sus monólogos interiores el personaje piensa: “Pero este asunto del amor (pensó, guardando la chaqueta), esto de enamorarse de las mujeres. Por ejemplo, Sally Seton; su relación en los viejos tiempos con Sally Seton. ¿Acaso no había sido amor, a fin de cuentas?”.

No sólo lo deja discurrir en sus ficciones, en “Un cuarto propio”, lo plantea abiertamente, con la ironía que recorre el texto: “Siento interrumpirme de modo tan abrupto. ¿No hay ningún hombre presente? ¿Me prometéis que detrás de aquella cortina roja no se esconde la silueta de Sir Chartres Biron? ¿Me aseguráis que somos todas mujeres? Entonces, puedo deciros que las palabras que a continuación leí eran exactamente éstas: «A Chloe le gustaba Olivia…» No os sobresaltéis. No os ruboricéis. Admitamos en la intimidad de nuestra propia sociedad que estas cosas ocurren a veces. A veces a las mujeres les gustan las mujeres”.

Una vida desafiante, una extensa obra que recorre distintos géneros, un ensayo feminista que guarda vigencia en la literatura actual, una pluma que enamora y se contrapone a los cánones de la época. Todo eso nos enamora de la Woolf. Aunque insistan en retratarla siempre desde su muerte y sus luchas interiores, su vida parece ser un atravesamiento constante de literatura, periodismo, poesía, crítica, proyecto editorial, cartas, feminismo, valentía, amor.

El listado de sus obras es vasto y accesible. Nosotras invitamos a leerla, a difundirla y a compartirla. A pensar cómo y qué escribió en los tiempos en los que le tocó vivir. En cómo, aún hoy, nos sigue contagiando rabia y energía para cuestionarlo todo desde un ojo crítico y un corazón rebelde.

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*Por Redacción La tinta.

Palabras claves: feminismo, literatura, Virginia Woolf

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