La Pampa: ningún fuego se prende solo

La Pampa: ningún fuego se prende solo
23 febrero, 2018 por Redacción La tinta

Desde que arrancó el 2018, en La Pampa el fuego arrasó una superficie equivalente a la Ciudad de Buenos Aires pero multiplicada por 34. Hasta se tragó un Parque Nacional entero. La imagen satelital del desastre fue elegida foto del día por la NASA. Ángeles Alemandi y Lautaro Bentivegna visitaron a gente de campo, funcionarios, vecinos y mujeres del cuartel de bomberos voluntarios que no se resignan a pasar los veranos con cadenas de humo negro en el cielo y llamas altas como un volcán y ruidosas como el mar.

Por Ángeles Alemandi y Lautaro Bentivegna para Anfibia

Ayelén Hellman, 25 años, productora de seguros. Paola Malbos, 34 años, empleada en el Hogar de Ancianos. Melisa Welch, 25 años, estudiante de Medicina Veterinaria. Marisol Bertín, 28 años, carnicera. Eliana Cleman, 33 años, empleada administrativa. Joana Suarez, 21 años, estudiante del Profesorado de Nivel Inicial.

A veces, cuando les suena el teléfono, estas seis mujeres salen disparadas hacia el cuartel. A medida que se cambian, se cuelgan las mochilas y suben al camión autobomba recuerdan que dejaron a sus hijos solos, que una hornalla les quedó encendida, que no retiraron la cera con la que se estaban depilando y tratan de comunicarse con alguien para que vaya a apagar esos incendios cotidianos, para ellas poder ocuparse de los verdaderos. Las bomberas voluntarias de General San Martín comparten la delegación junto a otros siete compañeros varones. En La Pampa uno de cada cuatro brigadistas voluntarios es mujer, cifra que coloca a la provincia entre los primeros tres puestos de paridad de género cuarteles adentro.

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Ayelén y Melisa integran la Brigada Forestal. Ambas se pusieron el traje amarillo por primera vez en 2012. Dicen que es shockeante ver tanto fuego, la intensidad de un humo que al comienzo no te deja respirar, el olor fuerte del monte ardiendo, el ruido a mar bramando.

Con los años se pudieron acostumbrar a eso, pero a otras cosas no, como encontrar vacas y ciervos calcinados, “parecen muñecos, duros, el cuerpo se les hincha”; o sufrir con “los caballos que no saben qué hacer y se quedan ahí parados, tirándole patadas al fuego”; o ver cómo “sale un avestruz de entre las llamas, a las chapas, te pasa por al lado y te da vuelta, o liebres que corren prendidas fuego y van multiplicando los focos”; una vez incluso una jabalí con sus chanchitos se les arrimó y quedaron al resguardo de ellas.

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La postal “Temporada de incendios en La Pampa” se repite todos los años entre mediados de noviembre y principios de marzo: el fuego en el monte atropella en oleadas y ennegrece el paisaje en cuestión de segundos. Si hay viento, las chispas saltan como langostas en el jarillal y el humo no tarda en encadenar los pueblos por arriba, el cielo se torna amarillo, el sol naranja.

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El registro que lleva la Dirección de Defensa Civil desde 1986 indica que  el promedio de hectáreas arrasadas en la provincia es de 500.000 por año.  El año más trágico fue el 2001, cuando se quemaron 3 millones de hectáreas de las 14,3 millones que componen el territorio pampeano. El año pasado la cifra duplicó la media y en 2018 no parece que fuera a mejorar: en menos de tres meses los incendios se comieron 700.000 hectáreas, territorio equivalente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires multiplicada por 34.

Esta temporada ya hubo más de 140 focos, uno llamó la atención por su magnitud. La nube espesa y gris del incendio que afectó al paraje El Carancho quedó registrada en una imagen satelital que hasta la NASA destacó como “foto del día”. Daniel Leonhart, de 36 años, bombero de la delegación de Anguil, filmó un video desde el corazón de ese desastre, que ya pasa las 86.000 reproducciones en su Facebook. Sólo al verlo se dimensiona la foto. Al publicarlo escribió “No quedó nada…”. Era así.

Este año las Asociaciones Agropecuarias denuncian pérdidas millonarias y un número de vacunos muertos que ascendería al millar. La cifra oficial se sabrá cuando comience la campaña de vacunación.

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Los dos celulares de Luis Clara no paran de sonar. Lo llaman todos: el Ministro de Seguridad provincial, el jefe de un cuartel, sus subordinados en la Dirección de Defensa Civil. Se le nota en la cara que los primeros días de febrero fueron intensos. Tiene la piel curtida, el pelo despeinado, la suela de las zapatillas con tizne. Son las ocho de la noche y está solo en su oficinas junto a un hombre que reporta incendios por la radio. De frente a un mapa magnético, Clara pone flechitas para asentarlos. El color de las flechas indica la gravedad: rojo activo, amarillo contenido, verde extinguido. En el día más caluroso del año tres nuevas flechas rojas se hacen lugar entre 130 verdes que se acumulan desde noviembre.

Como un general desde la barranca, Clara evalúa situaciones y distribuye por teléfono sus soldaditos en el llano. Tiene 40 personas a su cargo para cubrir un territorio más grande que Grecia, Corea del Norte, Cuba. Por ese motivo, y ante la voracidad del fuego que consumió en enero el Parque Nacional Lihué Calel casi por completo, tres dotaciones llegaron esta semana desde San Luis y se sumaron a otras tres del Servicio Nacional de Manejo del Fuego. Además un avión hidrante, otro vigía y dos helicópteros con helibalde pasan gran parte del día en el cielo pampeano. Hay veces en que todo lo anterior no alcanza.

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El triángulo del fuego está compuesto por combustible, oxígeno, calor; sin uno de esos elementos, se sofoca. Es lunes a la noche en el cuartel de bomberos de General San Martín, una localidad de tres mil habitantes, aún hace calor, a la tarde el auto registraba 47 grados, un día insufrible, dicen estas mismas mujeres que después se arriman a los fuegos y soportan temperaturas por encima de los 70 grados y en la euforia del trabajo, ni lo sienten. Hablan ahora de cómo se apagan los incendios, de que es una fantasía pensar que lo resuelven todo con agua.

—En esta zona no tenemos ríos, no tenemos arroyos, hay pocos aviones hidrantes, la manera entonces de trabajar es con quemador y contrafuego: cuando chocan dos frentes es como si le quitaras la nafta. Es un trabajo de hormiga y de horas, la última vez fueron 10, hemos estado hasta 20- explica Ayelén.

La desesperación de los dueños de los predios rurales y de sus empleados es tan imprevisible como en los animales. Muchas veces quieren ayudar y hacen contrafuegos sin tener en cuenta la dirección del viento, la humedad, la temperatura, entonces empeoran el panorama: una sola variable fuera de control y el fuego se dispara por todos lados, se vuelve imparable. O al revés, los bomberos necesitan hacer un contrafuego en un campo que no fue afectado por el incendio, porque saben que se puede disparar hacia esa zona y no se lo permiten creyendo que le van a quemar sus tierras, sin entender que es una medida preventiva, estudiada de antemano.

—Para el bombero voluntario es importante salvar un alambre, un palo, un esquinero, ni hablar de un animal, una casa- dice Melisa.

¿Y la vida propia?

—Una no evalúa lo que le puede pasar, hasta que te das un susto. Una vez se dio vuelta el viento y de golpe al incendio que estaba a 300 metros lo vimos encima, empezamos a correr, cuando nos quisimos acordar se estaba prendiendo fuego alrededor nuestro, es como que salta, se encienden focos con hojas de plantas que van volando o troncos que revientan. Esa vez la lengua del fuego era gigante. Yo estaba con tres compañeros y un chico que trabajaba en la estancia, pudimos llegar hasta el casco que estaba limpio, con el pasto corto, hicimos un contrafuego alrededor de la casa, porque también había un zeppelín de gas. Hasta que llegaron de refuerzo bomberos de Córdoba, estabámos agotados, encima cargábamos con palas, las mochilas que pesan 20 kg y que las cuidamos como si fuesen una parte de nuestro cuerpo. Cuando la encargada nos encontró sanos y salvos y la vimos llorar superangustiada porque pensó que habíamos quedado atrapados, me di cuenta de la gravedad – responde Ayelén.

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Con 512 brigadistas, la Federación Pampeana de Bomberos Voluntarios es la fuerza que más personal aporta para combatir incendios en la provincia. Este año, además de pelear contra las llamas, la Federación (junto a otras que integran el Concejo Nacional) está batallando contra el gobierno nacional.

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 El presupuesto está recortado en un 40 por ciento. Esto significa 600.000 pesos menos para cada cuartel pampeano- dice Luis Apud,  director ejecutivo de la FPBV y explica que los fondos para los voluntarios se obtienen de una retención sobre los seguros que se venden en el país a partir de la Ley 25.054-. No han puesto la plata que han recaudado en nombre de los bomberos, por eso el Concejo Nacional interpuso un recurso de amparo.

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—Como creyente que soy, para el próximo verano lo más útil que podemos hacer es rezar.

Oídas a la distancia, las palabras del rabino Sergio Bergman suenan ahora como una predicción cumplida. Fue en noviembre de 2016, mientras parte de La Pampa estaba inundada, cuando el ministro de Ambiente de la Nación adivinó catástrofes y reconoció en un diario de Bariloche que el gobierno había ajustado el presupuesto para su cartera. Los pampeanos no imaginábamos lo que vendría: 963.016 hectáreas afectadas, más de mil millones de pérdidas para los productores y vidas consumidas por el fuego.

—Esto es una profecía apocalíptica- dijo Bergman en enero de 2017 cuando visitó La Adela, localidad fronteriza con Río Negro cuyos campos fueron devastados. “No vengo a actuar. Vine a dar aliento a los brigadistas que combaten los incendios”, explicó a los periodistas.

Tres meses después volvió el agua. En una sola semana llovió en La Pampa como debería haber llovido en 6 meses y el resultado fue catastrófico. Evacuados en distintas localidades, más pérdidas millonarias y el anegamiento de las principales rutas nacionales fueron parte de las consecuencias. Cuando la provincia comenzaba a salir a flote, volvieron los incendios, Bergman no apareció más.

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La última vez que Iván habló con Rocío le dijo que el fuego estaba a 7 kilómetros. Era contratista rural desde 2005, tenía 32 años. Muchas veces le habían ofrecido empleos fijos, pero manejar el tractor era todo para él. Su hermano Federico, de 20, lo estaba ayudando estas vacaciones, era estudiante de Ingeniería Mecánica. Rocío le pidió que no se arriesguen, que se vengan. Trabajaban en un campo en el departamento de Hucal, al sur de La Pampa. El día siguiente a esa conversación una nube gris, espesa, asfixiante, les cubrió las vidas: quedaron atrapados por el incendio. El más chico de los hermanos Starkloff murió en esas tierras que no le pertenecían pero que cuidaba como propias. El mayor ingresó al Hospital Lucio Molas de Santa Rosa el viernes 29 de diciembre con el 90% del cuerpo quemado, murió dos días después.

—Dio la vida por el campo- dice Rocío Sassi, desde hacía 14 años era novia de Iván, en marzo se iban a casar.

Fue la noticia con la que los pampeanos empezamos el 2018, el preludio tristísimo de la temporada que se avecinaba.

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Lo dicen las campañas: una colilla de cigarrillo, un asado mal apagado al costado de la ruta, la vela de un santuario del gauchito gil, el desperfecto mecánico de una cosechadora, un siniestro vial, una falla en las líneas eléctricas, todos son potenciales incendios. En tiempo de tormentas es común que la caída de un rayo dispare una tragedia. Pero el problema –dice Luis Clara- son los incendios inexplicables, esos que solo podrían producirse si hay una intención deliberada para que todo arda.

—Acá han llamado para decir que vieron una Toyota roja, un auto blanco, un hombre prendiendo fuego al costado de una ruta, pero nadie hace una denuncia y es muy difícil comprobarlo.  Yo no puedo echarle la culpa a nadie, pero ningún fuego se prende solo en el medio del monte una noche fresca y despejada. 

La sospecha del director de Defensa Civil se corresponde con la de varios brigadistas y bomberos que –aunque no lo digan públicamente­- ven en algunos siniestros una acción deliberada: renovar las pasturas que el ganado ya no come, favorecer el rebrote y ganarle lugar al monte.

—Se dice que andan prendiendo– dice Darío, 45 años, tambero del establecimiento Santa Lucía ubicado diez kilómetros al oeste de Santa Rosa. El lunes pasado, cuando faltaban tres horas para comenzar el ordeñe, el humo y un extraño fulgor le interrumpieron el sueño. Afuera, a mil metros del tambo y de la casa que comparte con sus hijos y su mujer, un montecito estaba ardiendo. Como si las 85 vacas lecheras fueran animales sagrados, Darío salió corriendo para llevarlas a un cuadro seguro. En pocos minutos llegaron los bomberos y detrás los curiosos.

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El uso del fuego como herramienta agropecuaria está reglamentado por la Ley Provincial 1354, normativa que va de la mano de Ley Provincial de Bosques (N° 2624). En esta última se establece qué tipos de intervenciones se pueden hacer y se prohíbe el desmonte de bosque nativo. Las quemas autorizadas deben hacerse entre febrero y agosto bajo la supervisión de un profesional, con un permiso especial, y dando aviso a los campos vecinos, la policía, y Defensa Civil. Rara vez sucede de esa forma.

Una fuente especializada que pidió reserva de su identidad dijo:

 En los meses críticos de incendios muchos aprovechan la volada. Hacen quema caliente para eliminar arbustal, abrir el monte y tener rebrote. Si antes le sacaban 10 raciones para una vaca, ahora le sacan 50, esa es la parte que no cuentan algunos productores.  Queman en enero para aprovechar las lluvias y tener pasto fresco en marzo. Hubo un caso en el que un productor le ofreció a los brigadistas una vaquillona si dejaban que el fuego quemara 5.000 hectáreas de su campo.

Por las quemas no autorizadas, la falta de picadas cortafuego (caminitos especiales) exigidas por ley o la sospecha de que un incendio puede haberse provocado intencionalmente, decenas de productores ya fueron multados en esta temporada. El colmo: uno de los multados es el mismísimo ministro de Seguridad de La Pampa, Juan Carlos Tierno.

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Negro. Donde antes había un monte impenetrable, ahora un cementerio de esqueletos de arbustos. Uno pasa la mano por la corteza y se tiñe los dedos como si hubiese tocado carbón. Si bien el sol está sobre nuestras cabezas, el calor sale desde abajo, de las entrañas de este campo consumido por el fuego. Es la estancia La Mercedita, ubicada cerca de la localidad de Abramo. Casi la una de la tarde. Emilio Masiero, de 33 años, se acerca al borde de la barraca y mira a lo lejos, como quien aún no puede creer que de las 8 mil hectáreas que tiene a cargo, casi la mitad se vean así.

Boina, bombacha con faja, alpargatas. Jamás había estado cerca de un incendio tan grande como el de fines de diciembre. El año pasado por salvar 260 vaquillonas cruzó el fuego arriba de la Ranger con las llamas lamiéndole los vidrios. Ésta vuelta había focos en la zona desde hacía unos días, pero lo tenían controlado: trabajaban con brigadistas haciendo picadas y contrafuegos. Dice que el viernes 29 de diciembre para las 5 de la tarde todos tendrían que haber estado en sus casas, pero apareció como de la nada un frente nuevo. En una hora y veinte minutos quemó dos leguas de largo por media de ancho.

—Parecía un volcán.

No es posible imaginar la tensión. Hay que tomar decisiones rápidas: cortar un alambre a tiempo, enfrentarse con el vecino que no quiere hacer las picadas, romper el candado de la tranquera de un campo en el que no vive nadie, no perder de vista al compañero, saber alejarse a tiempo.

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Emilio era amigo de Iván Starkloff, se cruzaron esa tarde, cada uno cuidando los campos lindantes en los que estaban trabajando. Iván le convidó agua que llevaba en un termo azul, Emilio le dijo que regresara al casco, no vaya a ser que el tractor se le ahogara. Cuando lo volvió a ver ya el fuego había hecho estragos en él, entonces tiraron un colchón arriba de la chata, lo subieron y salieron al encuentro de la ambulancia. Dice que era un tipo servicial, “una persona gaucha, que se iba a sacar lo que tenía puesto para dártelo”.

La muerte de Iván y Federico dejó marcas como el sello que se imprime en el ganado: la noción de soledad en la que se apagan los fuegos, puro voluntarismo y solidaridad; la certeza de que no vale la pena arriesgar la propia vida; la impotencia ante lo que podría ser evitable.

No hay que rezar. Emilio necesita invertir su tiempo en otra cosa: arriar dos mil animales a la zona verde, no saltearse la vacunación, cargar camiones para el frigorífico, esperar meses para que el pasto vuelva a crecer, tal vez hasta un año en algunos sectores muy dañados. Los dueños deberán enfrentar los gastos de casi 70 km de alambrados perdidos. Mildred, esposa de Emilio, ayuda en lo que puede y dice que mira a cada rato el horizonte, casi una actitud obsesiva, pero está atenta por si logra detectar alguna columna de humo.

Lo doloroso no son solo las cosas que perdimos en el fuego, sino el loop que producen estas vivencias: en noviembre de este mismo año todo volverá a comenzar.

*Por Ángeles Alemandi y Lautaro Bentivegna para Anfibia. Fotos: Armando Nuñez y Servicio Nacional de Manejo el Fuego.

Palabras claves: extractivismo, incendios forestales, La Pampa

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