La harina y la albahaca chayando en el vino

La harina y la albahaca chayando en el vino
20 febrero, 2018 por Soledad Sgarella

Entre vidalas y coplas, la fiesta más popular de La Rioja invitó este febrero -como lo hace históricamente- a brindar por lo cosechado, agradecer a la Pachamama y sanar desamores.

Por Soledad Sgarella para La tinta.

Diosa de la lluvia y el rocío, Challai era una joven diaguita con el corazón roto. Enamorada del principe Pujllay (el mujeriego y fiestero del olimpo, o tribu, según quien nos cuente la leyenda) y no correspondida en sus sentimientos, se fuga al monte para no regresar. El príncipe, arrepentido y borracho, va a  buscarla, pero la joven se convierte en nubes y cada febrero vuelve en forma de rocío, mientras al Pujllay (ridiculizado y andrajoso) lo queman y lo entierran al final de esta popular celebración.

“Chaya”es -en quechua- «agua de rocío», y si bien se basa en esta leyenda, se fueron sumando otros personajes y rituales al conjunto de eventos que hoy conforman la fiesta popular más importante de La Rioja: el festival oficial, los esperados y multitudinarios “Topamientos” entre familias (presididos por el “Compadre” y la “Cuma”) y los esperados Patios Chayeros.

Entre agua y harina, La tinta (en los pies danzantes de Florencia Bessone) se metió a conversar con algunos vecinos de Barrio Parque -en la localidad de Chilecito- donde la  Chaya es esperada todo el año.

“Es algo demasiado importante para nosotros, algo muy sentido y muy adentro que lo traemos desde que nacemos”, dice Facundo Requelme. “Es algo por ahí que no tiene demasiadas explicaciones. No hay una definición en el diccionario para decirte qué es puntualmente la Chaya… cada uno lo vive de diferentes maneras, pero básicamente te puedo decir que es una fiesta popular, una fiesta del pueblo, una fiesta en general del que menos tiene, la fiesta de los pobres antiguamente. Hoy tal vez todas las clases sociales se hayan apropiado de la celebración, ya no hay esa diferencia, hay una mixtura, pero  originalmente era la fiesta del pobre. Y más originalmente, era un ritual en agradecimiento a la tierra por la cosecha, muy parecido lo que se celebra en la Pachamama.  Después se fue mezclando ya cuando llegaron los españoles, con el tema del carnaval y todo lo demás y salió lo que hoy es la Chaya. Pero te digo, para nosotros, nuestra familia, desde que tengo uso de razón se celebra siempre y es una fiesta que estamos esperando todo el año, y dejás todo de lado para estar acá”

Facundo es sobrino de Carlos Requelme, un conocido músico organizador de “La siesta Chayera” uno de los patios más famosos de Chilecito.

Los “patios” son eso: patios de familias que se abren para el festejo, el encuentro, y el disfrute de la música y las comidas tradicionales. Con entrada libre y gratuita, son peñas que conservan el espíritu de lo familiar y comunitario. “Es importantísimo sostener estos espacios porque es un lugar donde no hacés para lucrar, donde no se cobra entrada, donde no lo hacés para ganar guita básicamente, que muchos lo usan de esta manera… porque verdaderamente es una fiesta y lo celebrás con la gente que querés, con los amigos y familiares y se abre la puerta y es todo cariño. Estamos esperando todo el año celebrar y compartir”, agrega Facundo con su inconfundible tonada.

La harina y la albahaca llorando en el vino, dice la canción del Cuchi Leguizamón. Pero en los Topamientos, además de llorar las penas, se abrazan las alegrías y abajo de una capa blanca de trigo, todos y todas somos parte del mismo pueblo.

Silvi Fernández hace más de siete años que vive en La Rioja. Música, sabe de la importancia de conservar los espacios de comunión cultural y cuenta lo que sintió al empezar a participar de La Chaya: “al venir de afuera, y no estar acostumbrada a estos encuentros tan comunitarios y tan que traspasan todas las generaciones, es muy fuerte lo que se siente.  Lo que más me impresiona es que una pone sus sentimientos a flor de piel, entonces por momentos estás alegre y agradecida de la vida y de estar viviendo esos momentos, y al ratito nomás ya una llora porque también es eso… como si no se pudiera separar el dolor y la alegría. Están juntos.  Me pasa que a mí me dan ganas de compartirlo. Como antiguamente era una fiesta para después de la cosecha, bueno, a mí me gusta compartir con los que hemos sembrado, de alguna u otra manera, en el año. La Chaya es para mi eso: juntarme con esa gente y alegrarnos de las cosechas que vamos logrando.”

Los rituales, estas necesarias prácticas repletas de simbolismos, refuerzan y actualizan la identidad de cada pueblo. La cultura se muestra allí, sale a la luz, nos cuenta acerca del universo de quienes están participando.

Dice Carlos Argañaraz, oriundo de Nonogasta -pueblo bien cercano a Chilecito- que en los patios se produce el encuentro real, el intercambio de cosas importantes. “La Chaya se celebra desde siempre, me recuerdo desde que era niño. Siempre la reunión después del almuerzo, la harina y el agua y juntarse los vecinos a cantar. Eso existe y perdura, ahora mejor, porque viene gente de otros lugares… que me gusta porque podemos tomar cosas muy lindas de los demás, y yo calculo que ellos también pueden tomar cosas nuestras para llevarlas y contarlas allá, para mantener viva la tradición…”.

Mientras de fondo suena una cueca, Argañaraz agrega: “Hay muchas cosas que nos unen durante el año… pero la Chaya nos une desde otro lugar: desde el lugar de la alegría, el lugar de compartir y celebrar” y remata, al ritmo de un bombo que suena por allá: ¡Viva la Chaya!

*Por Soledad Sgarella para La tinta. Colaboración y fotos: Florencia Bessone.

 

Palabras claves: chaya

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