«La única forma de cambiar la realidad es siendo parte de la Historia»

«La única forma de cambiar la realidad es siendo parte de la Historia»
26 febrero, 2018 por Redacción La tinta

El referente de Patria Grande Itai Hagman visita hoy Córdoba para la presentación del libro «La izquierda y el nacionalismo popular ¿un divorcio inevitable?», escrito junto a Ulises Bosia. Una excusa para conocer su mirada sobre las discusiones y tensiones en el campo popular hoy, tradiciones a recuperar y horizontes emancipatorios.

Por Redacción La tinta

Economista, ex presidente de la FUBA, ex jugador de All Boys, fundador y principal dirigente de Patria Grande y precandidato de Unidad Porteña en las PASO, Itai Hagman es una persona que elige bien cada palabra para exponer sus ideas. En un momento donde se ensayan diferentes estrategias para hacer frente a la avanzada neoliberal y surge con fuerza la discusión de la construcción de la unidad, propone recoger tradiciones emancipatorias y saldar viejas «grietas» en la militancia popular.

—Me interesa si podés echar luz sobre el concepto de Izquierda Popular que desarrollan en el libro.

El concepto de «izquierda popular» surge de un proceso de evolución de un conjunto de agrupaciones que, sintiéndonos de izquierda, militando por un cambio social que tenga que ver con terminar con la explotación, con enfrentar al sistema de dominación, con construir una sociedad más igualitaria, no nos sentíamos identificados con las izquierdas más tradicionales, con los partidos de izquierda. Con cierta orfandad, nos autodenominamos «izquierda independiente» como una forma de diferenciarnos de esas izquierdas más tradicionales a quienes veíamos muy dogmáticas, con una lógica de organización perimida, etc.

Entonces, «izquierda popular» surge como una evolución porque es propio del proceso latinoamericano que vivió nuestro continente en los últimos quince años. Fundamentalmente, la referencia del proceso en Venezuela y Bolivia, y también, obviamente, el proceso argentino con el kirchnerismo, sobre todo, después del conflicto del campo y cuando se genera la polarización política y social que divide la sociedad argentina en un antagonismo, como ocurrió en algún otro momento con el peronismo, nos hace revalorizar y reencontrarnos de otra manera con la tradición “nacional y popular”.

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Empezamos a reflexionar que una izquierda que quiere transformar la realidad debe asumir, de algún modo, una forma de relacionarse con las tradiciones nacionales y populares que anidan en la historia argentina. Por eso, “izquierda popular” es una forma de mencionar una izquierda que busca permanentemente estructurarse y ser parte del movimiento popular, y no por el contrario de esa izquierda que su principal hipótesis de trabajo es la delimitación respecto de las identidades populares y los movimientos nacionales y populares que existen y existieron en la historia argentina.

—En ese marco, ¿cuáles son los desafíos para la etapa?

Los desafíos de la etapa tienen que ver con evitar un proceso de restauración neoliberal que está en marcha en Argentina y en todo el continente. Digo evitarlo porque está abierto,  no hay una derrota decisiva que haya cerrado por completo el ciclo de ascenso popular de los últimos quince años. Pero, por supuesto, las condiciones son negativas, las correlaciones de fuerza son negativas y hoy lo que avanza es la derecha y retroceden los sectores populares. El desafío, por lo tanto, es evitar que se consolide ese proceso. 

En el caso de la Argentina, hay una serie de debates en relación a esto: ¿Cuánto de reivindicación de las conquistas logradas en el periodo anterior y cuánto de la construcción de un nuevo imaginario diferente al que propone el macrismo hay que construir? ¿Qué dosis de cada cosa? ¿Cuál es la importancia en la articulación de la lucha callejera, los distintos sujetos y movimientos que surgen en las peleas, pero, al mismo tiempo, el desafío de construir alternativas políticas y dar la disputa en el sistema democrático a través de las elecciones? Una serie de debates que son muy interesantes y todos los militantes y las militantes del campo popular de todas las organizaciones estamos inmersos, ensayando distintas estrategias.

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—¿Y cuáles creés que son las tensiones y discusiones entre el nacionalismo popular y la izquierda? ¿Por qué se habla de divorcio inevitable?

Históricamente, en la Argentina, hay hubo un divorcio entre el nacionalismo y la izquierda. Y cuando digo nacionalismo, nosotros nos referimos en el libro a un nacionalismo popular, porque, históricamente, en Argentina, hubo un nacionalismo de derecha, un nacionalismo que tiene que ver con una tradición oligárquica, en algunos momentos, fascista, muy reaccionaria, podríamos decir un nacionalismo conservador.

Hay un divorcio que viene desde el inicio de cómo se forma la izquierda en Argentina. De ciertas “herencias” de la izquierda europea, que se pensaba fundamentalmente heredera de cierta tradición democrática liberal. En el cual el liberalismo había jugado un papel sumamente progresivo en Europa contra las instituciones tradicionales. En América Latina, en cambio, el liberalismo no fue la tradición de una burguesía progresista que peleaba contra el orden tradicional, feudal, eclesiástico y demás; sino, por el contrario, el liberalismo latinoamericano fue la ideología de la oligarquía, de los sectores dominantes, que querían un país asociado a las grandes potencias y de espaldas a su pueblo. En cambio, el nacionalismo en Europa era visto como chauvinismo, como una reacción antipopular, cuando en América Latina y en todos los países del Tercer Mundo, el nacionalismo podía tener en su faceta popular, un papel fundamentalmente antiimperialista, un papel emancipador.

Cuando surge el peronismo, que es la expresión más importante de nuestra historia nacional de lo que llamamos nacionalismo popular, obviamente, la izquierda presenta una serie de debates de cómo vincularse y relacionarse con ese fenómeno. Y hay toda una larga tradición de la izquierda que considera que, hasta el día de hoy, la delimitación con respecto al nacionalismo popular es la tarea principal de una fuerza política de izquierda. Y, por lo tanto, el divorcio es celebrado, es considerado necesario.  Mientras que, para nosotros, ese divorcio consideramos es el hecho trágico que ha impedido un diálogo entre el nacionalismo y la izquierda que permita avanzar en la construcción de un pueblo y un horizonte emancipatorio en Argentina.  Si uno mira los procesos revolucionarios en la historia de América Latina, va a encontrar que, generalmente, han sido expresados a través del nacionalismo popular y su radicalización, como ocurrió a lo largo de todo el siglo XX.

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—En el libro, también sostienen la idea de recuperar tradiciones y no repetirlas. ¿Cuáles son esas tradiciones? ¿Cómo se recuperan?

La idea de recuperar tradiciones tiene que ver con asumir que un proyecto de cambio social no es fundar un país, como quien nace de un repollo. La historia nunca empieza cuando uno llega. Y, por lo tanto,  una fuerza política de izquierda, que se propone cambiar la realidad tiene que relacionarse con las tradiciones históricas que la anteceden. En eso, creo que hay una gran deuda con respecto, justamente, a la tradición del nacionalismo popular. 

Pero decimos que no repetirlas, fundamentalmente, porque los contextos son muy distintos. Así como las luchas en el siglo XIX fueron muy distintas. O como se dieron, por ejemplo, la emergencia de las luchas del inicio del siglo XX como el surgimiento del irigoyenismo, el radicalismo, los anarquistas, los sindicatos anarquistas y los primeros partidos de izquierda, o el peronismo en la sociedad en proceso de industrialización de mediados del siglo XX, o en las luchas populares contra la dictadura o de la década del ’90, que tuvieron sus propias características en su momento.

Y nosotros tenemos el mismo desafío: pensar cómo se construye un proyecto emancipador, de cambio social, que busque una sociedad más igualitaria en la sociedad que vivimos hoy, en el siglo XIX, que es muy distinta a la sociedad de 1945. El papel, por ejemplo, de las clases medias, de los medios de comunicación y esta revolución de las comunicaciones, el papel de las grandes ciudades, hay una serie de puntos o características de las sociedades actuales y del siglo XXI que no son iguales que hace 70 años. Así como no se puede hacer borrón y cuenta nueva de la historia del siglo XX, tampoco se puede empezar de cero: es asumir que determinadas banderas, determinadas tradiciones, deben ser repensadas y actualizadas a la luz de los acontecimientos de hoy.

—Me interesa el modo en que se trabaja en el libro la frase de John William Cooke y se llega a la idea de que es “preferible equivocarse con el pueblo a tener razón con la izquierda». ¿A qué se refiere? ¿Cómo se encarna un proyecto revolucionario en el pueblo?

La frase de Cooke hace alusión a un debate con la izquierda tradicional. Pero, en el libro, en un artículo, la utilizo para una reflexión más general, para la cual tomo un aporte de Pablo Iglesias, el líder de Podemos de España –que es una experiencia política que, por lo menos a mí y, en general, a toda nuestra militancia, le resulta muy interesante. Y tiene que ver con que  si el objetivo de una fuerza política es pararse desde un lugar al margen de la historia, al margen de los acontecimientos, al margen de las experiencias que hace su pueblo y establecer como una cierta vara que, con pedantería y soberbia, conoce la historia y los límites de los procesos históricos y sus derivaciones posibles, o, si por el contrario, la vocación de una fuerza política militante, que quiere cambiar la realidad, es implicarse siempre, estar presentes viviendo la historia y siendo parte de ella, tratando de influir siempre en los acontecimientos. 

Cooke, cuando dice “prefiero equivocarme con el Che a tener razón con Codovilla, que es la frase original, yo la generalizo diciendo que «prefiero equivocarme con el pueblo a tener razón con la izquierda». Lo que, en definitiva, estamos diciendo es que, en última instancia, no importa en el debate entre Codovilla y el Che, es decir, en el debate entre el viejo Partido Comunista de la Argentina (PCA) y la tradición del guevarismo que surge en los 60s, en última instancia, no importa quién tiene razón. Porque aunque tuviera razón esa izquierda que siempre cuestiona los procesos históricos, que siempre establece cuáles son los limites y tiene un saber supuesto de cuáles son las derivaciones de la historia, aunque tuviera razón, la única forma de cambiar la realidad es siendo parte de la historia.

Entonces, aunque yo vea un proceso que sea equivocado, que tiene límites, tengo que, de algún modo, ser parte de ese proceso si quiero influir en los acontecimientos. Y nunca pararme desde un lugar de supuesto saber y superioridad, estableciendo los límites de un proceso, el cual miro desde afuera. Creo que la frase de Cooke resume eso y creo que es un gran aprendizaje que tenemos que hacer todos los militantes que realmente queremos cambiar la realidad y no solamente analizarla.

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—En varios puntos del texto, se hacer referencia al «ser revolucionario» y la Revolución. ¿Es posible hoy volver hablar de horizontes revolucionarios?

La palabra revolución es una palabra muy atractiva, que nos provoca magnetismo a todos los que militamos, los que dedicamos nuestra vida a tratar de cambiar la realidad.

Si me preguntan qué sería pensar la revolución hoy o ser revolucionario hoy, diría que hay una gran diferencia con nuestras generaciones anteriores. Porque, durante el siglo XX, se podían discutir muchas cosas. Se discutía cuál era la vía, si la lucha armada, si era por las elecciones, si había que pasar por distintas etapas o, por lo contrario, hacer todo el proceso revolucionario en simultáneo, un montón de debates. Pero nadie discutía en la militancia popular que tarde o temprano iba a ocurrir. Es decir, la revolución se veía como un hecho inexorable. Y, muchas veces, como un hecho que estaba a la vuelta de la esquina.

Nosotros somos la generación que vivió la derrota de muchos de esos proyectos fallidos, de lo que se llamó el socialismo real, muchos de los cuales devinieron en regímenes autoritarios o que defeccionaron de sus principios y fundamentos originarios. Por lo tanto, para nuestra generación, la revolución ya no es un hecho inexorable. No es algo que va ocurrir y que esta predeterminado y escrito en la historia. Y ni siquiera es el hecho más probable. No vivimos un contexto donde todo el tiempo hay revoluciones y estamos esperando a ver cuándo nos toca la nuestra, sino, por el contrario, la revolución es la excepción.

Entonces,  yo diría que, hoy, pensar la revolución, o pensar en ser revolucionarios, tiene que ver justamente con esa apuesta: no militamos por una revolución porque creamos que sea inexorable, ni siquiera porque creamos que sea la hipótesis más probable, sabemos que es la más improbable. Sin embargo, estamos convencidos y convencidas de que es la única forma de cambiar radicalmente la sociedad, construir una sociedad diferente , donde todos y todas seamos plenamente libres e iguales, donde no haya más injusticias, donde no haya más opresiones de ningún tipo.

Y ese sueño, esa utopía, que está plenamente vigente, aunque, obviamente, la forma de pensarla, de transitarla y de llevarla a cabo sea muy distinta de cómo se pensaba hace 50 o hace 100 años atrás.

*Por Redacción La tinta.

Presentación del Libro «La izquierda y el nacionalismo popular ¿un divorcio inevitable?», hoy a las 19 en el bar Los Infernales de Güemes.

Palabras claves: elecciones, Itai Hagman, izquierdas, kirchnerismo, nacionalismo popular, Patria Grande

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