La deconstrucción de un “conflicto” naturalizado

La deconstrucción de un “conflicto” naturalizado
7 febrero, 2018 por Redacción La tinta

Por María Victoria Estrada para La tinta

La cuestión Israel/Palestina es un “conflicto” de gran relevancia y reconocimiento internacional que, sin embargo, ha sido poco cuestionado y debatido en profundidad. A lo largo de la historia, sus orígenes y alcance fueron tendenciosamente expuestos como un conflicto de larga data, con la consecuente demonización de un régimen y la supuesta heroicidad del otro.

Al contrario de lo que nos han hecho creer, hacia finales del siglo XIX existía en esta Región un espíritu de tolerancia, evidenciado por la multirreligiosidad y el respeto por las diferencias culturales e ideológicas. A partir de allí, el movimiento sionista, alentado por figuras como Theodor Herlz, inició lo que se convertiría en uno de los proyectos colonialistas más genocidas y sangrientos de la historia.
Bajo el lema del “Retorno a Sión” y la promesa de otorgar un “Estado Nacional Judío” a los profesantes de dicha religión, el sionismo comenzó a proyectar en el escenario global todas las políticas y alianzas estratégicas que le facilitarían la concreción de sus fines.

De esta manera, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, surge la Declaración Balfour (1917), una carta dirigida al banquero judío Walter Rothschild en la cual Gran Bretaña –que en esos momentos tenía el Mandato sobre Palestina- se comprometía a crear un hogar nacional judío en Palestina.

En el año 1947, mediante la Resolución 181, la Organización de las Naciones Unidas establece el plan de partición de Palestina. Un año después, se crea oficialmente el Estado de Israel. Basta con ver un mapa comparativo de Palestina antes (1948) y después (actualidad), para comprobar que el mal llamado “conflicto” no es tal, sino que siempre se trató de un proyecto colonial europeo, legitimado por gran parte de la comunidad internacional y con el aval de las Naciones Unidas.

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A partir de su creación, el Estado de Israel conquistó, avasalló y condenó al éxodo a miles de palestinos. No sólo ocuparon sus tierras, sino que privaron –y continúan privando- a los palestinos al derecho propio de la existencia. De allí, el reconocido lema de lucha “Resistir es existir”.

Las alianzas israelíes fueron determinantes para su victoria en todas las guerras árabes-israelí: con Estados Unidos y sus aliados, Israel venció con el poder de las armas a los árabes en la primera guerra árabe-israelí (1948), la Guerra de los Seis Días (1967) y la guerra de Yom Kippur (1973). A pesar de todas las derrotas, las masacres y planes de ocupación y militarización, la lucha inquebrantable de los palestinos nunca se acobardó, y es que, una vez más, “resistir, es existir”.

Actualmente, los medios internacionales han dado a conocer la figura de Ahed Tamimi, la niña de 16 años mundialmente conocida por levantarle el puño a un militar israelí en una demostración impactante de defensa a su familia. Hecho que, sin embargo, desencadenaría en la privación de su libertad.

Los medios también se han hecho eco de los dichos del emblemático magnate de los Estados Unidos, Donald Trump, quien días antes de Navidad declaró a Jerusalén como la Capital de Israel. Como respuesta, 128 países de la ONU votaron en contra de dicha declaración.

Esto nos lleva a cuestionar, desde una perspectiva crítica, ¿qué nos están ocultando? ¿Sobre qué NO se está hablando? ¿Por qué conocemos el desfile de declaraciones pero no sus fundamentos? La invisibilización de los medios hegemónicos internacionales es sin duda ensordecedora. La naturalización de ciertos conflictos y realidades, es la medida eficaz contra el pensamiento crítico y el silenciamiento de las verdades (e intereses) ocultos.

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Ver más allá

En primer lugar, el conflicto árabe-israelí, no es un conflicto. En dicho asunto, no se dirimen intereses contrapuestos de carácter histórico, se trata, más bien, de un proyecto sionista colonial que en los últimos tiempos hasta la actualidad se ha encargado de masacrar vidas, de silenciar voces, de aniquilar derechos. En este sentido, el “conflicto” de Israel/Palestina requiere urgentemente de una reconceptualización, a partir de una conciencia de reconfiguración histórica.

En segundo lugar, estos planteos y denuncias no deben ser interpretados como antisemitismo. El genocidio palestino aquí denunciado no apunta en contra de la religión, sino en contra de las pretensiones expansionistas e imperialistas del Estado de Israel. Para ello, una vez más, sólo basta con preguntarse ¿Cómo surge el Estado de Israel? ¿Qué hechos desencadenaron la ocupación israelí en tierras palestinas? ¿Por qué el “conflicto” parece no tener fin?

Por otra parte, la cuestión palestina-israelí afecta directamente nuestros propios intereses, en todos los niveles. La política interméstica se vuelve evidente en el análisis de las relaciones históricas y actuales de la Argentina con el Estado de Israel: el Atentado a la AMIA en 1994, la visita del primer ministro israelí Netanyahu a la Argentina en el 2017, un gran aliado de Mauricio Macri. No somos ajenos a la política internacional.

No obstante, sí somos ajenos (involuntarios) de las realidades e intereses enmantelados de los grandes imperialistas. Con la complicidad de la comunidad internacional, el genocidio palestino ha sido atenuado -¿sabían ustedes de los 22 campos de concentración de Israel durante y después de la Segunda Guerra Mundial?-, a la vez que el proyecto colonialista se ha ido legitimando y afianzando en tierras palestinas. Con esta complicidad de la comunidad internacional, la justicia y los derechos humanos se vuelven obsoletos, es lo que denomino “solidaridad nominal”, fiel a las palabras, pero invisible en los hechos.

Y es que a los efectos de la humanidad, todos son genocidios. Sin embargo, a los efectos del poder, el derecho a la vida es relativo.

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*Por María Victoria Estrada para La tinta.

Palabras claves: Ahed al-Tamimi, Benjamin Netanyahu, Donald Trump, Israel, Palestina

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