Sobre héroes y tumbas, la novela argentina del siglo XX

Sobre héroes y tumbas, la novela argentina del siglo XX
7 diciembre, 2017 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Sobre héroes y tumbas, publicada en 1961, consagró a Ernesto Sabato como escritor universal. En sus páginas indagó las verdades últimas, y muchas veces atroces, que hay en el subsuelo del hombre; y profundizó en la investigación de la relación entre la conciencia y el mundo exterior del sujeto.

La novela muestra a los últimos representantes de una familia oligárquica venida a menos, en la que se intercala la trágica historia de los seguidores del general Lavalle, que una vez derrotados llevaron el cuerpo muerto de su jefe al exilio.

Por un lado, Martín y Alejandra, que viven una relación intensa, tortuosa y atormentada. Por otro, la historia de un incesto brutal; y la asfixiante atmósfera en la que se debaten sus protagonistas. Además, Sobre héroes y tumbas, narra la invención de una apócrifa organización de ciegos; y la necesaria decisión de huir a la Patagonia en busca de un renacimiento vital, de una nueva oportunidad.

La novela se divide en cuatro capítulos: El dragón y la princesa, Los rostros invisibles, Informe sobre ciegos y Un Dios desconocido.

“Martín levantó un trozo de diario abandonado, un trozo en forma de país: un país inexistente, pero posible. Mecánicamente leyó las palabras que se referían a Suez, a comerciantes que iban a la cárcel de Villa Devoto, a algo que dijo Gheorghiu al llegar. Del otro lado, medio manchada por el barro, se veía una foto: Perón visita el Teatro Discépolo. Más abajo, un ex combatiente mataba a su mujer y a otras cuatro personas a hachazos. Arrojó el diario: ‘Casi nunca suceden cosas’, le diría a Bruno, años después, ‘aunque la peste diezme una región de la India’. Volvía a ver la cara pintarrajeada de su madre diciendo ‘existís porque me descuidé’. Valor, sí señor, valor era lo que le había faltado. Que si no, habría terminado en las cloacas. Madrecloaca. –Cuando de pronto- dijo Martín- tuve la sensación de que alguien estaba a mis espaldas, mirándome. Durante unos instantes permaneció rígido, con esa rigidez expectante y tensa, cuando, en la oscuridad del dormitorio, se cree oír un sospechoso crujido. Porque muchas veces había sentido esa sensación sobre la nuca, pero era simplemente molesta o desagradable; ya que (explicó) siempre se había considerado feo y risible, y lo molestaba la sola presunción de que alguien estuviera estudiándolo o por lo menos observándolo a sus espaldas; razón por la cual se sentaba en los asientos últimos de los tranvías y ómnibus, o entraba al cine cuando las luces estaban apagadas”.

Sobre héroes y tumbas es considerada como una novela total, porque aglutina una variedad de elementos que la distinguen de la literatura latinoamericana. Tiene rasgos de surrealismo, sobre todo en Informe sobre ciegos;  la trama puede insertarse en la corriente de la “novela de tradición”, y la descripción de una familia retratada a través de un lapso de tiempo con tintes decadentes, la emparenta temáticamente con las ficciones de  William Faulkner y Gabriel García Márquez.

A su vez, Sabato llevó a cabo una impecable operación. Romantizó, reinventó, realzó y mitificó el sur de la ciudad de Buenos Aires: La Boca, Barracas y el Parque Lezama. Siguiendo los pasos del desventurado Martín, la novela nos hace transitar por la zona portuaria, con sus inmigrantes italianos frustrados y piadosos. La vieja casona de la familia Vidal, el loco que toca el clarinete y el mirador donde moraba Alejandra, vendrían a aportar su dosis gótico-romántica.

“Viéndola caminar hacia el restorán, Martín se dijo que para ella no era adecuada la palabra linda, ni siquiera hermosa; quizá se le podía decir bella, pero sobre todo soberana. Aun con su simple blusa blanca, su pollera negra y sus zapatillas chatas. Sencillez sobre la que resaltaban aun más sus rasgos exóticos, del mismo modo que una estatua es más notable en una plaza desprovista de ornamentos. Todo parecía resplandecer aquella tarde. Y hasta la calma del día, la falta de viento, el sol fuerte que parecía postergar la llegada del otoño (más tarde pensó que el otoño había estado esperando agazapado para descargar toda su tristeza en el momento en que él estuviera solo), todo parecía indicar que los astros se mostraban favorables. Bajaron hacia costanera. Una locomotora arrastraba unos vagones, una grúa levantaba una máquina, un hidroavión pasaba bajo.-El progreso de la Nación –comentó Alejandra. Se sentaron en uno de los bancos que miran al río. Pasaron casi una hora sin hablar, o por lo menos sin decir nada de importancia, pensativos, en ese silencio que tanto inquietaba a Martín. Las frases eran telegráficas y no habrían tenido ningún sentido para un extraño: ´ese pájaro´, ´el amarillo de la chimenea´, ´Montevideo´.  Pero no hacían proyectos como antes, y Martín se cuidaba de aludir a cosas que pudieran malograr aquella tarde, aquella tarde que él trataba como a un enfermo querido, ante el cual hay que hablar en voz baja y al que hay que evitar el menor contratiempo.  Pero, ese sentimiento –no podía dejar de pensar Martín- era contradictorio en su misma esencia, ya que si él quería preservar la felicidad de aquella tarde era precisamente para la felicidad; lo que para él era la felicidad: o sea estar con ella y no al lado de ella. Más todavía: estar en ella, metido en cada uno de sus intersticios, de sus células, de sus pasos, de sus sentimientos, de sus ideas; dentro de su piel, encima y dentro de su cuerpo, cerca de aquella carne ansiada y admirada, con ella dentro de ella: una comunión y no una simple, silenciosa y melancólica cercanía. De modo que preservar la pureza de aquella tarde no hablando, no intentando entrar en ella, era fácil, pero tan absurdo y tan inútil como no tener ninguna tarde en absoluto, tan fácil y tan insensato como mantener la pureza de un agua cristalina con la condición de que uno, que está muerto de sed, no la ha de beber”.

Con esta obra Ernesto Sabato encontró la posibilidad de dar vida a los fantasmas ya míticos de nuestra literatura: Fernando Vidal, Alejandra, Martín, Bruno y Lavalle.

*Por Manuel Allasino para La tinta

 

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