La herencia pura de las damas del jazz

La herencia pura de las damas del jazz
4 diciembre, 2017 por Gilda

 

Por Christian Jurmussi para La tinta

Cécile McLorin Salvant, inició sus estudios de piano clásico a los cinco años y comenzó a cantar en la Sociedad Coral de Miami a los ocho. En 2007 se trasladó a Aix-en-Provence (Francia) para continuar sus estudios y, en 2009, después de una serie de conciertos en París, grabó su primer disco junto con el Jean-François Bonnel París Quintet, titulado «Cécile». Un año más tarde ganó el concurso Thelonious Monk en Washington DC.

En 2014 su segundo álbum «Womanchil» es nominado para un Grammy, y en 2016, su tercer álbum «For One to Love», gana el Premio Grammy al Mejor Álbum de Jazz

Cécile nunca es estridente; más bien parece canturrear, una ocupación que diríamos tan sencilla como enjabonarse bajo la ducha. Y no. Cerramos los ojos y nos acaricia, abraza y envuelve. Engatusa de tal manera que, de a ratos, ha de alejarse el micrófono de los labios para no abrumar y que sintamos su voz como torrente líquido.

En la década de los 40, en la que por los ahogos de la Segunda Guerra Mundial las mujeres maquillaban con una línea recta de cosmético la parte posterior de la pierna para simular que llevaban medias, tres voces sometieron el jazz al imperio de la mujer: Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Sara Vaughan.

Precisamente Sarah Vaughan inspiró a Cécile McLorin… puede que por el color de su piel, su voz maleable o el origen en común, ya que Cécile también pasó primero por la Iglesia antes de llegar al conservatorio. En un coro infantil a la sombra de un campanario francés despertó su curiosidad por cantar; en una escuela de música amaestró un incipiente talento y a los 14 años, después de escuchar por primera vez a Sarah Vaughan, supo que estaba predestinada a suceder a las grandes vocalistas.

Andaban las tertulias divididas sobre si McLorin Salvant atesoraría más discos de Sarah Vaughan o Billie Holiday, aunque parece probable que contabilice de ambas por docenas.

El triunfo de McLorin Salvant es el del talento puro sobre lo superficial, sobre la mercadotecnia y la amable tibieza con la que se envuelve el jazz vocal en los despachos de las multinacionales. La vocalista es un huracán artístico que no deja un solo aspecto de su carrera sin cubrir de forma brillante, empezando por su exquisito repertorio, que no cae en obviedades y que denota la riqueza del sustrato sobre el que se asienta su formación, pasando de Bob Dorough a Kurt Weill, resucitando viejos blues de Ida Cox o Spencer Williams, y varias gemas más.

Cécile no solo canta sino que interpreta las canciones como quien cuenta una historia personal, con una sofisticación y una capacidad narrativa que evoca la de cumbres del genero como Frank Sinatra o Billie Holiday. Casi no improvisa con scat, porque es en su relectura musical de las letras donde su genio eleva el vuelo, vampirizando las canciones, volviéndolas únicas y, ante todo, propias. Jazz vocal puro, genuino, sin cortar.

Bajo esta excelencia se intuye la posibilidad de que, afortunadamente, por ahora solo estemos rascando la superficie de lo que es capaz de hacer en el futuro.

*Por Christian Jurmussi para La tinta.

Palabras claves: Cecile McLorin Salvant

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