La Utopía por Asalto #6: La experiencia de la Proletkult en el fragor de la revolución rusa (II)

La Utopía por Asalto #6: La experiencia de la Proletkult en el fragor de la revolución rusa (II)
17 noviembre, 2017 por Redacción La tinta

Segunda parte de «Prefigurar una nueva cultura. La experiencia de la Proletkult en el fragor de la revolución rusa», de Hernán Ouviña para el dossier «La Utopía por Asalto: 100 años de la Revolución Rusa».

La apuesta por crear una nueva cultura

A los pocos días de la insurrección de octubre de 1917, Anatoli Lunacharsky es nombrado a cargo del Comisariado del Pueblo para la Educación y las Artes del flamante gobierno (conocido como Narkompros, por sus siglas), y desde allí da impulso y solventa a las más diversas iniciativas de experimentación artística y pedagógica. El primer decreto sobre la educación popular, elaborado y difundido desde esta nueva institucional soviética, no deja lugar a dudas del espíritu disruptivo que anima al ciclo histórico inaugurado por el triunfo de la revolución: “Las masas populares trabajadoras -obreros, soldados, campesinos- arden en deseos de aprender a leer y escribir, de iniciarse en todas las ciencias. Pero aspiran igualmente a la educación, que no les puede ser dada ni por el Estado, ni por los intelectuales, por nadie ni con nadie más que por ellos mismos. A este respecto, la escuela, el libro, el teatro, el museo, etc., sólo pueden ser una ayuda. Las masas populares han de fijar por sí mismas su cultura, consciente o inconscientemente. Ellas tienen sus ideas, sus sentimientos, su manera de abordar todas las tareas del individuo y la sociedad, fruto de su situación social, muy diferente de la que disfrutan las clases dominantes y los intelectuales que hasta ahora han sido los creadores de la cultura».


«Cada uno a su manera, el obrero de la ciudad y el trabajador del campo edificarán su propia concepción luminosa del mundo, impregnada del pensamiento de la clase trabajadora. Será éste el fenómeno más grandioso y más bello que tendrá por testigos y por actores a las generaciones venideras: el de la edificación, por las colectividades de trabajadores, de su alma colectiva, rica y libre”. En igual tónica, desde el comité editor de una de las principales revistas de la Proletkult, exigen “que el proletariado empiece, ahora mismo, a crear sus propias formas socialistas de pensamiento, sentimiento y vida cotidiana”.


Es importante reconocer que, si bien Lenin tolera las políticas impulsadas por Lunacharsky en materia cultural, e incluso acepta -al menos durante los primeros años- que desde la institución que lidera se financie las propuestas de la Proletkult, ostenta sin embargo una visión bastante conservadora del arte, más ligada a los clásicos de la literatura rusa del siglo XIX y a las corrientes burguesas hegemónicas en occidente, ya que como supo señalar Giulio Girardi, mientras que “para el Proletkult la revolución cultural implicaba esencialmente una transformación de la cultura, para Lenin significaba ante todo la adquisición de la cultura de parte de las masas: el problema cultural de fondo, el ‘punto crucial de la hora’ no es a su entender la sumisión de las masas a la cultura dominante, sino la carente asimilación de aquella cultura, es decir, su ignorancia (…) La ‘cultura’ a la que Lenin hace referencia es, por tanto, ‘la única cultura existente’, aquella que ha sido conquistada por la burguesía industrial europea, y tan ausente de la Rusia de su tiempo”.

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Teatro de la Proletkult en Petrogrado, 1918. Performance del poema de Walt Whitman «Europa, The 72nd And 73rd Years Of These States’. (Photo by Slava Katamidze Collection)

Durante los años de la guerra civil, y a pesar de un contexto por demás adverso (bajas temperaturas, falta de combustible y de papel, destrucción de la industria, hambrunas masivas y un asedio constante de los países capitalistas) la Proletkult llega a contar con decenas de miles de activistas en sus filas, más de 1400 comités, círculos y células locales (muchas de ellas enraizadas en fábricas y ámbitos productivos), entre 15 y 20 periódicos simultáneos de circulación masiva, numerosos talleres y escuelas, una Universidad Proletaria y alrededor de medio millón de adherentes en toda Rusia. En el plano teatral, además de apelar a la improvisación y recrear obras clásicas, donde al decir de Lunacharski “el espectador y el actor se mezclen en una sola fiesta”, las y los proletkultistas dinamizan la experiencia del llamado teatro autoactivo, que fomenta la elaboración colectiva de obras ambulantes -realizadas en muchos casos al aire libre en plazas, hospitales, escuelas, fábricas, comunidades o cuarteles- y rompe con el papel pasivo del público.

Como respuesta frente a la carencia del papel y para potenciar la cultura oral y la expresión corporal tanto en ámbitos urbanos como rurales, también se multiplican los periódicos bajo formatos no convencionales: periódicos-murales (pintados sobre paredes o diseñados en gigantografías), periódicos-orales (de lecturas colectivas y en espacios públicos) y periódicos-vivos (centrados en noticias y eventos escenificados, en particular entre las tropas del frente en medio de la guerra civil). Los grupos de agitación y propaganda (conocidos bajo el acrónimo de AgitProp) fueron claves en la realización de intervenciones político-culturales y artísticas que aspiraban a crear una nueva sensibilidad estética y a forjar la autoconciencia de la clase trabajadora. Si en materia literaria se gestan círculos de escritura colectiva y se busca resaltar el papel de las y los novelistas o poetas-proletarios (refractarios al individualismo), en el de la música se aspira a democratizar las orquestas y coros, desechando en muchos casos a la figura del director, y hasta a crear sonidos e instrumentos vinculados con la cotidianeidad de las y los obreros en fábricas y talleres.


La desprofesionalización del arte y la impugnación de los “especialistas” atraviesa los más diversos ámbitos de experimentación, al tiempo que celebraciones de fechas emblemáticas como el 1° de mayo devienen momentos propicios para construir fiestas a cielo abierto en las grandes ciudades, mediante la apelación a prácticas carnavalescas y escenificaciones iconoclastas en los espacios públicos: carteles, murales, brigadas de agitación, títeres, artistas callejeros y personajes circenses, se mezclan entre la muchedumbre para dar vida a una cultura y a una estética popular participativa y en movimiento.


En su momento de mayor esplendor, la irradiación de la Proletkult logra incluso proyectarse a nivel mundial: aprovechando la presencia en suelo ruso de referentes de varios países que habían asistido al Segundo Congreso de la Internacional Comunista en 1920, se conforma una instancia provisional de articulación global, a partir de la cual se potencian círculos, institutos, grupos y comités que, en cada país, configuran secciones nacionales de la Proletkult (desde Italia, con el joven Antonio Gramsci y el periódico L’Ordine Nuovo como impulsores en Turín, pasando por Francia y el grupo Clarté liderado por Henry Barbusse, hasta Estados Unidos, con el apoyo entusiasta de John Reed).

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Eclipse de una experiencia vital

Por su carácter heterogéneo, radical e iconoclasta,  la Proletkult no estaba bajo el control directo del partido. Su crecimiento y expansión fue visto como una amenaza cada vez mayor por parte de ciertos dirigentes bolcheviques, entre ellos el propio Lenin.  Esto llevó a que interviniese en forma directa en dos Congresos claves, donde se debía debatir la orientación de la Proletkult y su vínculo con el Comisariado del Pueblo para la Educación y las Artes. El propio Lunacharski reconoce, en un artículo escrito con posterioridad a los hechos, que “Vladimir Ilich temía por lo visto que el Proletkult se convirtiera en el nido de alguna herejía política”. Así, primero en el Congreso Panruso de la Educación para Adultos realizado en mayo de 1919, y más tarde en ocasión del Congreso Panruso de Proletkuls, durante octubre de 1920, el líder bolchevique sale al cruce de las y los proletkultistas, aduciendo que lo que proponen en términos culturales es un proyecto de “invernadero”. A contrapelo, no se trata, según él, de crear algo novedoso pero artificial, sino de tomar como punta de partida la cultura ya existente, y lograr que las masas accedan a lo mejor de este conocimiento y acerbo burgués acumulado por la humanidad. A su vez, insiste en la necesidad de que la Proletkult se supedite a las directrices del partido. Tras fuertes polémicas, una comisión del comité central delibera en torno al asunto y, finalmente, el 1 de diciembre de 1920 se publica en el periódico oficial Pradva una carta elaborada por esta instancia máxima bolchevique, donde además de denunciar los “gustos absurdos y pervertidos” y los “elementos socialmente ajenos” y “hostiles al marxismo” que componen la Proletkult, hacen pública la decisión de subordinar todas sus actividades a la línea del partido e integrarlo, como una sección más, dentro del Comisariado de Educación.

Semanas más tarde, durante los primeros meses de 1921, Petrogrado vivirá una oleada de huelgas obreras y formas de protesta inéditas hasta ese entonces, a las que le sucederá la rebelión de Kronstadt (territorio de gran simbología revolucionaria), que hace un llamado a la “creatividad socialista” y demanda una mayor democratización, la revitalización de los soviets y el fin del monopolio decisional bolchevique. La respuesta de Lenin y Trotsky fue reprimir a los insurrectos de forma cruenta. En medio de la arremetida contra los marineros alzados, el X Congreso del partido decide no sólo ratificar la existencia de un partido único en la vida pública del país, sino además vetar la conformación de tendencias o fracciones dentro de él, haciendo caso omiso a los planteos de grupos como el denominado “Centralismo Democrático” y la llamada “Oposición Obrera” (encabezada por la feminista Alexandra Kollontai), que exigían un mayor protagonismo de la clase trabajadora tanto al interior del partido como en las tareas de gobierno, y una apertura al debate público en torno al papel de los soviet y las organizaciones sindicales en la coyuntura vivida en Rusia.


De manera premonitoria, Kollontai expresará en clave irónica lo que se vivía como clima de época por esos momentos: “Es cierto que en cada mitin decimos a los obreros y obreras: ‘¡Cread la vida nueva! ¡Construid! ¡Ayudad al poder los soviets!’. Pero tan pronto como la masa, tan pronto como un grupo de obreros y obreras asume nuestro llamamiento e intenta llevarlo a la práctica, alguno de nuestros órganos burocráticos, que se considera afectado, golpea en los dedos a esos iniciadores demasiado fogosos”. A pesar de estas sabias e incómodas palabras, la dirección bolchevique opta por hacer huelga de oídos y reafirmar la prohibición de toda disidencia organizada.


Al desenlace de Kronstadt y las mociones votadas en este Congreso, se le suman una casi completa mímesis entre partido y Estado, la reinstalación de relaciones capitalistas y prácticas mercantiles a través de la Nueva Economía Política (NEP), así como la férrea apelación a la disciplina no sólo al interior del partido, sino también en fábricas e instituciones educativas, mediante el reforzamiento de modalidades de dirección unipersonal, todas ellas externas y designadas desde arriba.  La subjetividad militarista, basada en lógicas jerárquicas de mando-obediencia y cultivada al calor de la guerra civil, permean, en grado cada vez mayor, a gran parte de los ámbitos de la vida cotidiana rusa. Este combo explosivo genera un clima más hostil aún para las apuestas político-culturales de la Proletkult, que por su carácter experimental y subversivo van a contramano del llamado al orden propuesto por la dirigencia bolchevique.  

Proletkult-revolucion-rusa-arteA su vez, la implementación de la NEP trae aparejada una quita de subsidios y fondos para este tipo de proyectos y reinstala el pago de entradas en muchas obras, muestras y presentaciones, lo que resiente su sostenibilidad y lleva al cierre de numerosos talleres, teatros y ámbitos artísticos creados a su amparo.

El eclipsamiento de la Proletkult acompaña así al contexto de normalización en el que se sume tristemente la realidad del país. Bogdanov se desvincula del movimiento y retoma su vocación por la medicina, practicando en su propio cuerpo los primeros intentos de transfusión de sangre, que lo llevan a la muerte (¿o tal vez suicidio?) en 1928. Lunacharsky continua en su cargo también hasta finales de la década del ‘20, pero el rumbo de la educación y la cultura cobran otra orientación general, cada vez más signada por el burocratismo estatal y los requerimientos utilitarios en el que se sumerge la economía rusa. Poco a poco, se comienza a escuchar el réquiem de la revolución en las calles. Sin embargo, la estela de esta red organizativa de colectivos y grupos artísticos-culturales seguirá mostrando algunos destellos en los años venideros, antes de apagarse de forma definitiva.

A la vuelta de la historia, y un siglo más tarde de aquellas jornadas insurreccionales donde las masas rusas osaron tomar el cielo por asalto, de nosotros y nosotras depende que esa estrella roja, y otras tantas de variados contornos y colores, se enciendan nuevamente e iluminen frondosos senderos por los que transitar hacia un socialismo en el que quepan muchos socialismos. Desde ya, siempre teniendo en claro que -tal como supo arriesgar Rosa Luxemburgo- aramos sobre un territorio virgen y “sólo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados”.

* Por Hernán Ouviña para La tinta.

Palabras claves: La Utopía por Asalto, Proletkult, Revolución Rusa

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