Reivindicación del Chango Farías Gómez

Reivindicación del Chango Farías Gómez
29 noviembre, 2017 por Gilda

Gerardo Fernández para Panamá Revista

¿Cómo abordar la figura del Chango Farías Gómez? ¿Desde el tipo que oyendo a Hugo Díaz simular con su boca el rasguido de la guitarra y el golpe del bombo y habiendo escuchado hasta el cansancio al grupo vocal norteamericano Mills Brothers inventó los famosos “fonemas”, que son el “mboporobó” (para simular el sonido del bombo) o el “tachicatachí” (para la guitarra) con que los Huanca Hua zarandearon la parra de nuestra música folklórica en 1961 y que le hicieron pensar a don Atahualpa Yupanqui que uno cantaba y los otros le hacían burla? ¿Cómo describir en pocas palabras al Chango? ¿Como el músico que inventó una forma pesada, densa, pero con swing para interpretar las zambas del Cuchi Leguizamón? ¿Como el gran revolucionario que abandonó los Huanca Huá para formar el “laboratorio” del Grupo Vocal Argentino? ¿Qué fue el Chango? ¿El seleccionador de talentos que armó Músicos Populares Argentinos, la famosa MPA? ¿El percusionista al que recurrió Ariel Ramírez a comienzos de la década del sesenta para que les enseñara los “yeites” de la percusión criolla a los maestros del Conjunto Ritmus, agrupación de percusión integrada por músicos de la academia que dirigía el maestro Antonio Yepes, muy buenos en lo suyo pero con serios desconocimientos sobre los secretos de la percusión folklórica? ¿Quién fue el Chango? ¿El mayor de los hijos del “Tata” Farías Gómez y la compositora Pocha Barros, hermano de Marián, Bongo, Pedro y Mariano?

Chango fue eso y más. Fue un tótem. Tuve la suerte de entrevistarlo varias veces, la última, cuando falleció Ariel Ramírez. Con escasos conocimientos de música en los términos de la academia pero con una cabeza sin límites, lo suficientemente abierta como para captar todo lo que andaba dando vueltas en la música del mundo;  Chango inventó arreglos, encontró patrones similares en la música popular del continente provenientes en buena medida de África, por eso enlazó una milonga como “Los ejes de mi carreta” con una guajira cubana y también exploró los lazos que ligan a un bailecito con la bulería española.  También fue el músico tremendamente admirado por referentes como Manolo Juárez, y fue el compañero de andanzas del Mono Izarrualde con quien exploró muchas fusiones y dejó pistas para que algún día los que vienen detrás las desarrollen.

Discutidor al máximo, pagado de sí mismo, orgulloso al punto de llegar a no actuar con Mercedes Sosa estando en el exilio porque en el afiche figuraba muy chiquito su nombre al lado del de la negra. ¡Y eso que pasó penurias en su exilio europeo! A Mercedes la conoció de bien potrilla en la peña que regenteaba Pocha, su madre. Padre de Juancho, un gran músico de perfil bajísimo que heredó toda su sapiencia, de Facundo, gran percusionista, de Jerónimo y Micaela.

Lo más cerca que estuve de un genio fueron las veces que lo entrevisté. Mi vínculo con la música estuvo siempre signado por la apertura pero también con el respeto y el gozo por las cimientes, todo se sintetizó en su obra.  Una vez lo tuve sentado en la radio junto a Raúl Carnota, ese día me enseñaron que la chacarera es “Un dos tres, un dos tres” como el vals pero con el acento en el tres, no en el uno.  Todavía recuerdo aquella zapada que se armó en una fiesta que hicimos para juntarle unos pesos a Raúl Carnota, que se iba a Estados Unidos a probar suerte: esa noche se armó la rosca con Luis Salinas, Jorge Marziali, Laura Albarracín, los amigos del grupo Santaires, el mismísimo Carnota, Miguel De Caro con su saxo y el Chango en percusión con latita de cerveza y llavero…

El tipo tenía conexión con la simiente de nuestra música popular ya que el Tata, su padre, fue uno de los primeros en tocar música folklórica en el piano, cuando nadie sabía cómo ejecutar una zamba con las blancas y las negras. Esas investigaciones del Tata luego serían desarrolladas por Adolfo Ábalos, quizá el maestro que primero llegó a la conclusión de cómo se debe tocar una chacarera o una zamba en el piano, nada menos. El Chango estuvo siempre en esas cocinas, olfateando y absorbiéndolo todo (Algo de esto cuenta en la apertura del LP “Contraflor al resto”, que grabó con Marián y Manolo Juárez).

Se crió en un hogar culto, codeándose con fenómenos de la talla del armoniquista Hugo Díaz o Miguel Saravia, el Joao Gilberto de nuestra música criolla… Todo lo que escuchó lo reprocesó en arreglos de una inventiva sin igual que alumbraron el desarrollo de la forma de tocar nuestra música popular desde fines de los cincuenta hasta nuestros días. Cierta vez le dije a Raúl Carnota: “che, la forma en que abordás la zamba se me asemeja a la del Chango”, y Raúl fue contundente: “el Chango es todo, Gerardo”.

“Ponele magia” decía en los ensayos. Así expresaba muchas veces sus ideas, el tipo quería magia, no un acorde tal o un sonido determinado. Entre otras cosas fue un percusionista de la ostia, por ejemplo el trabajo que hace en la batería en “Te voy a contar un sueño”, de Jacinto Piedra, en MPA es de vanguardia. Es el que primero entendió en Argentina aquello de que “la electrónica es la continuación de la música por otros medios”. Cuando hoy aparecen chicos vestidos de rockers en los festivales veraniegos aferrados al bajo cual Roger Waters, desconocen que ya el Chango enchufó guitarras y pianos hace más de cuarenta años. Cierta vez, aprestándose a grabar el primer disco solista de su hermana Marián, plena década del sesenta, le mostró los arreglos al maestro Tucho Spinazzi, que era director artístico del sello Odeón. Spinazzi escuchó y le dijo “la cuestión no es internacionalizar la chacarera”, a lo que el Chango, irreverente, respondió: “justamente de eso se trata este disco”. Innovador de punta a punta pero con las dos patas en la más cruda tradición, ahí radica la profundidad de su obra y lo lejos que llegó su mensaje, porque el Chango conoció todos y cada uno de los secretos de nuestra música popular del interior. Renegó toda su vida contra lo que denominaba “los gerentes de la tradición”.  Siempre decía que el nuestro es el único país del continente donde a nuestra música popular se la llama “folklore” porque eso contribuyó al nacimiento de los “folklorólogos”, señores de una Aduana que calificaban y determinaban qué es folklore y que no. Vaya si tenía razón. 

El Chango llegó a tener entre sus manos el Santo Grial de la música popular argentina, por eso sus arreglos y sus innovaciones terminaron siendo una suerte de academia o, si se quiere, el templo pagano de la verdad musical de los cantos del interior de nuestro país. Porque contrariamente a muchos que se ponen a innovar sin saber qué es lo que quieren transformar y otros que creen conocer todos los secretos de una chacarera pero en rigor no saben nada, el Chango conocía cada detalle, por herencia, por roce, por toque, y esa base es la que le señaló durante su vida artística hasta dónde llegar en la innovación para que una chacarera sonara moderna sin perder su raíz.

El Chango es ese pasaje angosto de la música popular argentina por donde transitan los que no se conforman con lo establecido y quieren innovar pero entendiendo que si se corta el vínculo entre vanguardia y tradición se rompe la magia, se cortan los cables que nos conectan con el pasado y entonces nos quedamos en el aire, sin tierra, sin ancestros, sin origen. El valor de su aporte seguramente pasa por ese compromiso con la vanguardia que nunca atropelló el respeto por la tradición. El manejar esa tensión con suma delicadeza es lo que le permitió estar 50 años a la vanguardia de nuestra música popular sin perder un solo rasgo de criollismo e identidad.

Dicen que fue el inventor de la máxima que reza “la música es el arte de combinar los horarios”. Su velorio fue una de las reuniones de músicos más conmovedora que se haya visto en mucho tiempo. Esa noche se cantó y mucho. Verónica Condomí se paró frente al Chango y entonó “La Pomeña”. Cuando en la Segunda llegó esa parte de la letra que dice “El sauce de tu casa está llorando” se quebró y fue como un rayo que nos humedeció los ojos a todos. Luego cantamos “Maturana” y “Zamba del carnaval”, por supuesto, con sus arreglos.

Sobre el ataúd había una fotito de Néstor, el escudito de Boca, un compact y una imagen de Evita.

*Gerardo Fernández para Panamá Revista

Palabras claves: Chango Farías Gómez

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