La Utopía por Asalto #3: Argentina y la Revolución Rusa en sus inicios (II)

La Utopía por Asalto #3: Argentina y la Revolución Rusa en sus inicios (II)
10 noviembre, 2017 por Redacción La tinta

A 100 años de la revolución que eclosionó todos los esquemas teóricos del materialismo histórico y que conmocionó al mundo entero, La tinta invitó a distintxs intelectuales y compañerxs de diversos espacios a que escribieran para repensar los legados de la revolución rusa hoy.

¿Qué tuvo y qué tiene Rusia para convidarle a nuestro presente, en el que todos los lazos sociales parecen resquebrajados? Nosotrxs creemos que nos puede enseñar todo. Precisamente se trató de la primera vez en la historia que una clase explotada intentó modelar un mundo según sus ideas. Pese al panorama arrollador de la Rusia zarista, el pueblo ruso superó todos los diagnósticos, reventó todos los esquemas.

Quienes lean las siguientes páginas del dossier «La Utopía por Asalto» encontrarán artículos y criterios variados: desde análisis históricos y repaso de las repercusiones de la revolución a nivel nacional o provincial, hasta su efecto en procesos sociales locales (como la reforma universitaria) o consecuencias en la cultura.

Con este compilado de textos proponemos volver sobre nuestras luchas y demandas como trabajadores para descubrir nuevas y mejores formas de organizarnos.


La Utopía por Asalto #3: Argentina y la Revolución Rusa en sus inicios (Segunda entrega)

Por Hernán Camarero para La tinta

¿Cuáles fueron las posiciones de las izquierdas y cómo reformularon su existencia ante la Revolución? El Partido Socialista Argentino saludó el derrocamiento del zarismo y la proclamación de la república como símbolo de una revolución democrática a la que, incluso en su moderado horizonte, aún podía aceptar. La institución de una “dictadura del proletariado” por parte de los bolcheviques encontraron al PS en la vereda opuesta, desde la que sólo podían reconocerse los progresos graduales por la vía de la reforma parlamentaria.


Más allá de las complejidades del caso, detrás de esta superficial idea de desvío se revela la ausencia de una genuina teoría de la revolución en el socialismo argentino y, en algún sentido, los límites de su instrumental teórico y programático. Para dar cuenta de estos acontecimientos, el partido apeló a una serie de enunciados generales, pero no alcanzó a comprender, dentro del proceso revolucionario, su dinámica, las estrategias puestas en juego, las fases, las fuerzas motrices, los aliados y los adversarios de cada orientación.


No hubo capacidad para entender las contradicciones y los dilemas que esmerilaron al gobierno provisional, fortalecieron a los soviets y encumbraron a los bolcheviques. Era sintomática la acusación hacia estos últimos como anarquistas bakuninistas, fuera de la tradición socialista. Para el PS no podía existir un socialismo revolucionario: lo consideraba una contradicción de términos, en sintonía con el carácter de su proyecto reformista.

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(Imagen: Caras y Caretas. Documento fotográfico. AGN. Buenos Aires 1923)

Pero esa discusión se había instalado dentro del partido. Una antigua corriente de izquierda en el seno de la organización dirigida por Juan B. Justo, que impugnó de cuajo esas posiciones por su abandono de la política obrera y sus claudicaciones ante la guerra, y oponiéndola a las tradiciones del marxismo, quiso recibir la herencia del Octubre ruso desde su periódico La Internacional. Esa pequeña tendencia política se agrupó primero en el Partido Socialista Internacional, y desde 1920 en el Partido Comunista. A partir de noviembre de 1918, esa organización ganó las calles todos los 7 de noviembre en conmemoración de la Revolución, convirtiéndose en una suerte de efemérides anual impostergable. Pero a esta tendencia le costó definir una identidad política homogénea. Vivió en tensión, reformulación y diferenciación interna durante varios años. Ese partido de iniciales rasgos revolucionarios, hostil al parlamentarismo, consustanciado con la lucha de clases y fusionado con el movimiento obrero en lucha que se pretendía conformar no fue fácil de plasmar. El proceso decantó expectativas y equívocos. La nueva corriente encontró en la Revolución rusa la matriz donde afincar su identidad, su programa y sus formas de organización. Es decir, octubre de 1917 fue el hilo rojo que terminó galvanizando la nueva fuerza, aunque dejó jirones en el camino.

La constitución del PC y la total adhesión a las pautas políticas, programáticas y organizativas provenientes de la Komintern en Moscú supuso un salto en el proceso de homogeneización. Los laberintos de esa relación con la IC, una historia interna e incluso clandestina, aún poco conocida, resulta decisiva y muy útil de comprender, pues fue por allí donde circuló buena parte de los vínculos, las informaciones y las políticas entre Buenos Aires y Moscú. Las peripecias de ese proceso dicen mucho acerca de los modos en los que la Revolución rusa operó en la sociedad política de la Argentina.

El proceso de 1917 conmovió a varias culturas e identidades ideológico-políticas de las izquierdas y provocó reflexiones o reconsideraciones doctrinarias y estratégicas. Dentro del heterogéneo campo del anarquismo hubo disimiles posicionamientos, aunque de conjunto inicialmente hubo un saludo el movimiento revolucionario de las masas. Se aludía a la construcción de una “nueva era” destinada a tener un impacto en todo el mundo, siempre que se mantuviera como desafío al orden establecido y evitara la tentación de un curso político.

Pero luego, ya con fuerza desde 1919, y con total definición desde los hechos de Kronstadt en 1921, las corrientes mayoritarias del anarquismo (tanto las nucleadas en torno a La Protesta y la FORA como a las referenciadas en el periódico La Antorcha) pasaron a una crítica radical a la “dictadura de partido” encarnada en el régimen de Lenin y convocaron a una “tercera revolución rusa” contra el partido. No obstante, hubo grupos libertarios más heterodoxos que, aun desde un ángulo crítico, siguieron abrigando esperanzas en el curso soviético hasta inicios de los años veinte. Luego conocidos como “anarcobolcheviques”, en buena medida quedaron referenciados por el diario que editaron en 1921, Bandera Roja y por el periódico El Trabajo.

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La Revolución Rusa también provocó una conmoción en las filas del sindicalismo revolucionario. Algunos de sus militantes revisaron parte de sus tradicionales preceptos a favor de la autonomía y el apoliticismo. Surgió así un ala revolucionaria dentro de este espacio, conocida como “sindicalistas rojos”, un pequeño núcleo de militantes que hizo propias algunas ideas y prácticas de los bolcheviques. Desde 1919 estos grupos se aglutinaron en la Federación de Agrupaciones Sindicalistas Revolucionarias (FASR), que impulsó el periódico La Batalla Sindicalista, editado entre 1920 y 1923.

La relación entre la Argentina y la Revolución rusa es un asunto difícil de abarcar en todas sus implicancias, aristas y temporalidades. Me concentré sólo en el primer lustro, cuando el proceso soviético mostró su mayor dinamismo como experiencia de emancipación social, aún no anulado por el fenómeno de burocratización que luego sobrevino, y que tiempo después acabó montando ese Leviatán moderno al que Stalin rindió culto.

Aquel fue un período en el que Rusia atraía las miradas y despertaba la esperanza de muchos trabajadores, oprimidos y militantes que encontraron allí experiencias de liberación nunca antes vistas. Un lustro, aproximadamente, que expresó el ciclo fundador y ascendente del movimiento surgido en octubre de 1917, signado por el protagonismo de las masas y las grandes transformaciones revolucionarias.


Como vimos, en la Argentina de esos años, en parte porque operaron aquellas influencias, se conoció una notable actividad de lucha, organización y reflexión emancipatoria por parte de trabajadores, estudiantes, intelectuales y artistas en estado de radicalización ideológica y política. Fue eso lo que despertó la reacción brutal del Estado, las clases dominantes y las derechas.


También aquí, desde 1921-1922, hacia el fin del gobierno de Yrigoyen, tras una serie de derrotas que concluyeron varios años de intensa conflictividad laboral, terminó ese ciclo distintivo del movimiento obrero y las izquierdas. En buena medida, aquellos pueden ser imaginados como los “tiempos rojos”, tanto en Rusia como en la Argentina. A un siglo de distancia, necesitamos examinar esas primeras huellas críticamente, como pistas para relanzar el camino del socialismo.

* Segunda parte de la nota de Hernán Camarero para La tinta. (Ver: Primera Parte)


Un mayor desarrollo de estos temas en: Hernán Camarero, “Tiempos rojos. El impacto de la Revolución rusa en la Argentina”, Buenos Aires, Sudamericana, 2017.

Palabras claves: La Utopía por Asalto, Revolución Rusa

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