Funesmorti

Funesmorti
16 noviembre, 2017 por Redacción La tinta

River quería confirmar el ascenso de categoría y él tenía que correr para justificar su contrato en el club a los 18 años. El descenso se vivía en cámara lenta, tal como se viven las tragedias. El nudo en el estómago podía sorprender a un hincha millonario en cualquier momento del día y de la semana. Todos debían atravesar el lento via crucis. En el minuto 43, del partido 38, contra Almirante Brown, Rogelio corrió… Corrió como quien practica mucho la manera de convencerse de que no está mufado.

Por Noelia Pistoia

No era a su hermano, era a él que le quemaban las piernas por correr a Meza Sánchez en una contra decisiva para River, que necesitaba aguantar o hacerle un gol más a Almirante Brown y, así, exterminar la sombra de un viejo enemigo: el empate en el último minuto. River quería confirmar el ascenso de categoría y Rogelio Funes Mori tenía que correr para justificar su contrato en el club a los 18 años. El detalle de la deuda por el derecho de piso era una combinación de mala suerte y torpeza. Por eso, la primera vez que intentó robar la pelota y cortar la jugada a los 43 minutos del segundo tiempo, nada diferente sucedió. Su suerte era la misma que lo había acompañado a Estados Unidos cuando participó de un reality show que ganó y nunca recibió el contrato prometido como premio.

River tampoco estaba de racha. El descenso se vivía en cámara lenta, tal como se viven las tragedias. Primero fue un pensamiento extraño, un mal sueño; después un no sé qué en el pecho o la joda de un bostero. La confirmación de lo imposible fue un tajo que durante ese infierno se infectó hasta que todos los hinchas vivieron la tristeza de sufrir una endemia que conocían de nombre por otros equipos, pero que durante 110 años nunca sintieron ni la necesidad de prevenirse.

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El nudo en el estómago podía sorprender a un hincha de River en cualquier momento del día y de la semana, no solamente cuando sintonizaba Fútbol para Todos para ver los partidos en un horario que solo subrayaba la anormalidad de la situación. Algunos descargaban un poco de esa bronca enojándose con la publicidad del gobierno que desfilaba en los entretiempos de todos los partidos. Otros, los que venían regodeándose en las mieles del kirchnerismo, se mofaban de los primeros. Pocos no tenían opinión. Sin embargo, tanto los que se alborotaron con el endurecimiento de los controles al dólar y los que festejaron la estatización de YPF, sentían por igual la estafa de su club, todos los culos fueron tocados sin distinción de clase. Todos debían atravesar el lento via crucis de los 38 partidos en la B. La identificación y la exaltación total de la amargura llegó incluso a alterar la sensibilidad de los millonarios que no se permitían pensar en otra cosa. Sin vergüenza y sin culpa, ¿qué respondería un hincha de River, que vio la tragedia de Once por televisión, si le preguntáramos qué fue lo que más le afectó ese año?

A Rogelio le había tocado debutar en River cuando todavía no tenía el total control de sus largas piernas ni la distancia del offside completamente calibrada. Sin embargo, en el partido 38 contra Almirante Brown, cuando González Pires la despejó larga y le dio una segunda oportunidad contra Mesa Sánchez, Rogelio intentó no escuchar las voces de los hinchas enojados que al unísono lo señalaban a él como uno de los culpables del descenso, que le decían que él no era capaz de convertir ese pelotazo en una jugada peligrosa. Corrió como quien practicó mucho la manera de convencerse de que no está mufado, a pesar de las veces que la pelota pegó en el palo, la atajó el arquero, le picó mal, la sacaron en la línea o que no le cobraron los penales. No sintió la presión del murmullo de los auriculares diseminados por toda la tribuna ni de la voz del micrófono abierto que anunciaba el gol de Huracán que envió a Atlanta al descenso segundos antes de que empezara su jugada. Corrió, la robó de guapo y la bajó. Se detuvo una milésima de segundo. Vio a Trezeguet y, con una lucidez insospechada en él, hizo lo que pedía la jugada: la pasó para que el francés solo tuviera que acompañarla hasta adentro. Aunque tal vez no fue visión de juego, sino cagazo, lo que lo salvó de hacer una de más, una vez más.

*Por Noelia Pistoia / Taller de escritura y lectura sobre fútbol «La música de los domingos«

Palabras claves: Fútbol Femenino, literatura, River Plate

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