Claudia Ermeninto: curar en medio del dolor

Claudia Ermeninto: curar en medio del dolor
21 noviembre, 2017 por Redacción La tinta

Algunas personas trabajan de lo que están hechas. Claudia Ermeninto, médica cirujana, nacida hace 50 años en la ciudad de Córdoba, fue la responsable de abrir en el 2001 la oficina de Médicos Sin Fronteras en nuestro país.

Por Ignacio Staropoli para Almagro Revista

Desde que ingresó a la organización, trabajó en más de 16 misiones entre África, Asia y Latinoamérica. Casi no tuvo opción: a pocos meses de graduarse de la Universidad Nacional de Córdoba, allá por diciembre del ’86, ya estaba trabajando en su primera misión, en Guinea Ecuatorial, en el continente africano. “Ahí empezó mi historia. No fue en Médicos Sin Fronteras, fue en una ONG italiana. Estudiando medicina tropical en Bruselas. Cuando ya había regresado de mis primeros dos años como misionera en África es que conozco Médecins Sans Frontierés Bélgica, en el ’90, ’91. Así que bueno, hice el curso con ellos y mis primeras misiones fueron en el ’93, por ahí. Así empezó mi carrera”, dice.

Lo primero que se percibe de ella es su naturalidad para romper el hielo. Cuando llegamos al piso para hacer la nota, apenas nos ve, viene a nuestro encuentro. Claudia actualmente vive en su Córdoba natal. En más de dos décadas viviendo afuera, en contextos de emergencia, no perdió un ápice de su buen humor, ni de ese elemento localista que tan bien caracteriza a los cordobeses.

—Ahora mismo vas y venís de Buenos Aires a Córdoba…

—Si, en este largo caminar, desde hace un año, inicié un nuevo puesto a nivel coordinación del asociativo de Médicos Sin Fronteras para todo Latinoamérica. Es un trabajo con un equipo con el que trabajamos desde México hacia Argentina con este asociativo nuestro, que es la voz que tienen los asociados para participar de lo que son los objetivos y el camino de Médicos Sin Fronteras en la región.

Después de haber estado en Guinea Ecuatorial, ¿en qué otros contextos trabajaste?

—Mozambique, primero. Estuve trabajando allí un año y medio. En un proyecto que era durante la guerra de RENAMO (N. de R: Resistencia Nacional Mozambiqueña) y FRELIMO (N. de R: Frente de Liberación de Mozambique), que eran los dos frentes que estaban enfrentados. Ahí estábamos en un proyecto en el límite con Malaui y Zambia, haciendo todo el desarrollo de la asistencia hospitalaria en un país que estaba devastado por una guerra de 30 años. Así que bueno, llegábamos con Médicos a una zona minada, y hacíamos las visitas con avioncitos, porque era zona de guerra. Mucha gente amputada, mucha cirugía de asistencia de guerra, y ahí reiniciamos una atención médica primaria, después de no haber un médico en toda la región durante casi diez años. Ingresamos en ese contexto. Y fue apasionante, obviamente.

¿Y después de Mozambique?

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Foto:Guille Llamos

—De ahí regresé y fui a trabajar a Armenia, en el límite con Azerbaiyán, a un hospital psiquiátrico. Fue un año, ya como coordinadora médica. Era un trabajo con más de 300 pacientes psiquiátricos. Fue muy duro porque me tocó pasar un invierno con 30 grados bajo cero, en un ambiente donde no había absolutamente nada de asistencia ni estructura. Empezamos de cero. Logística, distribución, agua, saneamiento, atención médica, todo lo que se pueda imaginar, porque era un depósito prácticamente, pero un depósito de pacientes.

Después vino Colombia. Trabajábamos en la parte de Buenaventura, por un año y medio, en una zona de las FARC. Un lugar jodido también, en una época de inseguridad muy fuerte en Colombia con los carteles narcos, con guerrilla… Fue un año y medio trabajando en zona de ríos, también en todo lo que era atención primaria y salud materno-infantil.

Llegan a donde no llega nadie…

—Donde no llega nadie. Y bueno, después de eso fue Benim, que es la zona de África del oeste, que está pegadito a Nigeria, en un proyecto de úlcera de Buruli, que es una mycobacterium, de la familia de la lepra y la tuberculosis, con edemas y amputaciones espontáneas de miembros.

¿Esos brotes son epidemias que se dan en los países y Médicos toma la posta al no haber gobierno ni autoridades que lo contengan?

—Claro, esto más que epidémico es endémico. ¿Qué quiere decir? Que en lugar de darse en forma de picos, es algo que sucede a lo largo de un tiempo más prolongado. Lo curioso de esta enfermedad es que no se conoce cómo es el origen, o sea, cómo es el contagio del paciente con esta enfermedad. Ahí fue un trabajo muy interesante porque venía gente del Instituto de Medicina Tropical de Bélgica y hacíamos el apoyo en todo lo que era la parte de investigación de esa enfermedad. Terminando ahí me proponen ir como responsable médica a Medici Sensa Frontier en Roma. Dos años, a la oficina, que también fue muy interesante porque siempre había vivido el terreno y esto era conocer las oficinas. Hasta que me llaman de España para abrir una representación de Médicos sin Fronteras, pero en Argentina. Me volví en ese momento con la intención de quedarme, al menos, dos años quieta, y estudiar.

A partir de ahí se van expandiendo al resto de Latinoamérica, Uruguay y el resto de los países.

—Claro, la intención siempre fue la captación de recursos humanos para trabajar con Médicos Sin Fronteras. Así empezó. La primera oficina que se abre fue acá en Córdoba, en marzo del 2001, y en julio o agosto se abre Buenos Aires.

Y si comparamos el 2001 cuando llegas acá, a hoy, ¿divulgar la misión en esa época fue algo bastante diferente a lo que es hoy?

—¡Sí, claro! Aparte, llegar a un país donde, digamos, sí había colegas que ya trabajaban, pero a nivel de conocimiento en el tejido social no había ni idea de lo que éramos. Se sabe de Médicos sin Fronteras en las grandes catástrofes, también por el trabajo de estos 15 o 16 años que llevamos haciendo hacia la sociedad civil. Iniciamos en Argentina nuestros primeros pasos y fuimos creciendo. Tuvimos una intervención en las inundaciones de Santa Fe, hubo también una intervención, que fue anterior, que fue la del 2001, con la caída del gobierno de De la Rúa, que tenemos esa crisis enorme con niveles de mal nutrición en Tucumán…

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Foto:Guille Llamos

El noroeste argentino…

—Exacto, todo. Hicimos una exploratoria (N de R: se refiere a un tipo de investigación, en la cual se pretende tener una aproximación general ante una determinada problemática, sin contar con información previa), con un compañero de Barcelona en Tucumán, Chaco, Jujuy y Formosa. Y se decidió un proyecto que era una intervención puntual para trabajar en las zonas hospitalarias, porque en ese momento se creaba todo un refuerzo de sostenimiento en la parte periférica desde el Ministerio de Salud y Nación, y nosotros íbamos a fortalecer con trabajo y medicamentos.

En el contexto de las misiones, ¿qué fue lo primero que notaste que te faltó?

—A ver, uno va madurando con en el tiempo. Siempre digo, uno se va y cree que deja todo atrás. Llega a un lugar y puede ser una persona nueva, pero lo que pasa es que uno lleva toda la mochila… entonces uno llega ahí y lo que uno es, cambia todo. Cambia el contexto, el idioma, la cultura, los olores…

¿Y vos cambiás?

—Y… Llegar a eso es adaptarse, tener flexibilidad, hay que pensar que uno va a llegar y va a vivir un contexto de equipo, 24 horas. O sea, no es que estás ocho o diez horas y te vas a tu casa, acá tu equipo es tu familia, y somos componentes de distintas culturas. Puede haber un holandés, un belga, un chileno o un mexicano y cada uno con una cultura diferente. Es muy enriquecedor, pero hay que saber adaptarse.

Siempre estuviste en misiones largas…

—Sí, la emergencia a mí me cuesta mucho, porque prefiero el largo plazo. He estado en proyectos de más de dos años, dos años y medio sin volver. Yo vivo y me hago en el terreno. El ir y venir bajo esa tensión no es mi estilo, lo evito a eso. La emergencia es para un tipo de personalidad.

¿Cuáles fueron las cosas que más te marcaron?

—Me alegro de mi misma de no haber perdido la capacidad de asombro. De que te duelan las cosas. Seguir emocionándome, eso para mí es lo fundamental. Uno convive con esas realidades por mucho tiempo, como la falta de acceso de agua potable o la falta de vacunas. Todo eso conlleva a una situación de vida paupérrima, y en situaciones de pobreza absoluta, eso es muerte. ¡Y muerte joven! Los pibes de cinco años que mueren como moscas, las madres que van a parir y mueren por no tener las condiciones necesarias. Una vez, haciendo una estadística muy simple y contemplando la alta tasa de natalidad de algunos países del África -donde hay diez hijos por madre- una mamá, una persona analfabeta, me decía: “Sí, pero de diez hijos (ponele), la mitad se me mueren”.

Y cuando te encontrás con que una madre naturaliza ese tipo de cosas… ¿qué te pasa?

—Es que es la resignación a la pobreza. Es la falta de acceso a todo, desde que nacen y viven y mueren. Por ejemplo, para que te hagas una idea, en Níger, un país Africano, francófono, que está siempre en la lucha con Haití a ver cuál es el más pobre del mundo, la esperanza de vida promedio está aproximadamente en los 45 años. Yo llegaba y decía “bueno, soy una sobreviviente”, porque tenía ya más de 50. Es todo muy efímero. Duele la resignación de las madres, sobre todo en casos de malnutrición, ¿no?

Me acuerdo un caso de una madre que vino con mellizos de tres años, con uno de ellos con un caso ya muy grave de malnutrición. El chico tenía tres años y pesaba como un recién nacido. Apenas llegó intentamos hacer algo y murió, y vos veías a esa madre sin zapatos, con los pies rasgados después de horas y horas de caminar así para llegar. Se lo dimos y se le cayeron dos lágrimas, me miró y me dijo: “Por lo menos le dimos una oportunidad”. Me derrumbé, me puse a llorar. A pesar de tanta experiencia, de haber visto tanto, nunca perdí la capacidad, ni de asombro, ni de que me duelan las cosas. Doy gracias por eso.

Y después de eso, ¿qué es lo que te recarga, lo que te da fuerzas?

—El volver me recarga. Me acuerdo sobre todo la primera vez que volví de la misión del África, era como que estaba fuera de foco… después de dos años y medio, volvía al departamento donde vivía con mi mamá y me pasaba que cerraba, apagaba la luz, me molestaba la tele. Porque llegaba, no te digo salvaje, pero es como que uno vive en unas condiciones que después te olvidás de cómo era todo. Y digo, ¿cómo puede ser que dos años le ganen a 25, que fue el tiempo que viví acá? El reconectarse toma cierto tiempo, y uno necesita su espacio, aunque es muy personal.

Hay gente que llega y cambia a “modalidad ciudad”.

—Claro, exacto. Hay una frase, creo que era de García Márquez, no me acuerdo quién era, que decía que en esta rapidez que tenemos ahora de viajes de avión, de que en seis horas estás en otro lado del mundo, vos llegás pero todavía no te llegó el alma. Para mí era esa imagen.

Mismo el choque de contextos…

—¡Claro! A mí lo que más me shockeó de todos los lugares donde trabajé fue el psiquiátrico de Armenia y el contexto de malnutrición de Níger. Justamente en Níger, estábamos en Niamey, en la frontera con Mali, en un contexto muy duro, a 45 grados de calor, día y noche, donde es todo desierto y es realmente muy duro. Cuando nos vamos, llegamos a Barcelona antes de Navidad. Aeropuerto, subte, y llegamos a Plaza de Cataluña para ir a las oficinas, que están en la zona de las ramblas. Ahí, lo primero que emerge al llegar es el Corte Inglés. Era un 22 de diciembre, todo el mundo comprando bolsas y cosas de Navidad. Y seis horas atrás estaba en la nada absoluta. Esa es una foto que todavía la tengo en mi cabeza. La imagen de la nada absoluta y en seis horas, click, ya está, de nuevo en la “realidad”, entre comillas.

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Foto:Guille Llamos

Además de su tiempo en los países de África y Colombia, en el 2007 Claudia Ermeninto abrió la oficina de Médicos Sin Fronteras en México, con el objetivo de comprender las problemáticas de los migrantes centroamericanos que cruzan a Estados Unidos utilizando la red de ferrocarriles denominada “La Bestia”, que atraviesa las fronteras sur y norte. “Ahí se hizo una exploratoria para la parte de lo que era migración, que eran los migrantes de la frontera sur de México con Guatemala y la del Norte, con Estados Unidos. Después me llamaron de nuevo, porque abrimos el proyecto de migrantes en la frontera del sur. Estábamos en Tapachula, el límite con Guatemala, en Arriaga, que es la zona en la que sube el tren “La Bestia”, donde van los inmigrantes en el techo. Teníamos tres puntos de atención médica en los albergues que tienen los curas. Cuando el tren llega a Arriaga, que es donde descarga cemento, ellos pasan un proceso durísimo durante el viaje, donde se sufren abusos, violaciones, tortura y todo tipo de violencia. Ahí implementamos los llamados tratamientos One shot, que estaban orientados a darles contención, a darles herramientas emocionales como para soportar ese viaje.

Viste toda la misera que se puede ver. Contame cuántos milagros viste en 30 años de trabajo.

—Bueno, son misterios, momentos mágicos. Me ha tocado como médica asistir o hacer partos yo solita, que para mí es muy mágico. Son criaturas con muy baja inmunidad, que tienen paludismo, neumonía, bajo peso… o sea, fluye todo para que aumenten las probabilidades de mortalidad de esa criatura. La malnutrición se trabaja desde un CRENI (N de R: Centro de recuperación de cuidado intensivo) y el CRENA, que es lo mismo, pero ambulatorio. Entonces, los chicos que nosotros detectamos graves los llevamos al hospital, se les da el alta y vuelven al programa ambulatorio. ¿Y qué pasaba? A la noche, con el resto del equipo comíamos todos juntos y era: “y a vos ¿cuántos se te murieron?… ¿y a vos?”. O sea, ¡el tema del equipo era la muerte! Era una impotencia… Entonces dije: “No, chicos, vamos a ver distinto, vamos a pensar que todos estos chicos llegan acá y se van a morir, y nosotros vamos a hacer todo lo que podamos hacer para salvarlos”. Era darle vuelta a este tema fatídico de la muerte, y decir “bueno, vienen desahuciados y nosotros estamos haciendo mucho, porque no se mueren todos”. Siendo médico y sanitario y no poder, llegás a un momento en que te sentís frustrado profesionalmente. Y ni con toda la terapia intensiva de un lugar super desarrollado, porque no es una cuestión de complejidad, porque Médicos Sin Fronteras te da todos los recursos, sino que ya son chicos que vienen muy graves.

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Foto:Guille Llamos

¿Cómo ves la cobertura que le dan los medios a este tipo de problemáticas?

—Es cierto que por lo general estamos en muchos contextos que suelen estar fuera de la agenda de los medios. Por supuesto, cuando hay un Ébola, cuando tenés Siria o lo que sea, ya son temas que tienen una cobertura mediática muy grande. Después, bueno, habría que analizar caso por caso. Pero no es solo un tema de Argentina, eh. En el mundo también. Tuvimos como un antes y un después cuando Médicos ganó un premio Nobel de la paz del ’99. Eso fue algo que marcó, fue un momento bisagra, tanto de visibilidad como de formadores de opinión. A nivel sociedad también, hoy hay una sociedad muy fuerte que dice, que opina, y que toma a Médicos como un líder de opinión.

La misión de ustedes es un poco subversiva, es no conformarse con la realidad como la vemos hoy.

—Claro, no es solo salvar vidas, dar testimonio de lo que hacemos es también darle voz a quienes no la tienen.

*Por Ignacio Staropoli para Almagro Revista. Foto:Guille Llamos.

Palabras claves: Médicos Sin Fronteras, Pobreza, salud

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