«El Amante», la historia de amor con la que el mundo descubrió a Marguerite Duras

«El Amante», la historia de amor con la que el mundo descubrió a Marguerite Duras
2 noviembre, 2017 por Gilda

Por Manuel Allasino para La Tinta

Esta novela autobiográfica de Marguerite Duras, publicada en 1984, narra la historia de  amor entre una adolescente de quince años y un acaudalado comerciante chino de veintiséis, que se desarrolla en los escenarios coloniales de Indochina. El Amante, traducida en más de cuarenta idiomas, fue llevada al cine en 1992, con la producción de Claude Berri y la  dirección de Jean-Jacques Annaud.

La joven protagonista, bellísima, pero muy pobre, no es otra que la propia Marguerite Duras, quien rememora no sólo su singular vivencia sino también las apasionadas y tensas relaciones que desgarraron a su familia y que, prematuramente, grabaron en su rostro los implacables surcos de la madurez.

Ahora comprendo que muy joven, a los dieciocho, a los quince años, tenía ese rostro premonitorio del que se me puso luego con el alcohol, a la mitad de mi vida. El alcohol lo confirmó. Esa posibilidad estaba en mí, sabía que existía, como las demás, pero, curiosamente, antes de tiempo. Al igual que estaba en mí la del deseo. A los quince años tenía el rostro del placer y no conocía el placer. Ese rostro parecía muy poderoso. Incluso mi madre debía notarlo. Mis hermanos lo notaban. Para mí todo empezó así, por ese rostro evidente, extenuado, esas ojeras que se anticipaban al tiempo, a los hechos”.

La novela deslumbra por la sinceridad  derramada por Duras al relatar su intimidad y sexualidad, en la compleja relación que mantuvo con Léo, el comerciante chino al que conoció en un transbordador que cruzaba el río Mekong.

De repente le vi en una bata negra. Estaba sentado, bebía un whisky, fumaba. Me dijo que me había dormido, que se había duchado. Apenas sentí la llegada del sueño. Encendió una lámpara, en una mesa baja.  Es un hombre que tiene hábitos, pienso de repente respecto a él, debe venir relativamente a menudo a esta habitación, es un hombre que debe hacer mucho el amor, es un hombre que tiene miedo, debe hacer mucho el amor para luchar contra el miedo.  Le digo que me gusta la idea de que tenga a muchas mujeres, de que yo esté entre esas mujeres, confundida. Nos miramos. Comprende lo que acabo de decir. La mirada alterada de repente, falsa, sorprendida en el mal, la muerte. Le digo que se acerque, que tiene que empezar otra vez. Se acerca. Huele bien el cigarrillo inglés, el perfume caro, huele a miel, su piel ha adquirido a la fuerza el olor de la seda, el afrutado del tusor de seda, el del oro, es deseable. Le hablo de ese deseo de él. Me dice que espere (…) Dice que, en lo que a él respecta, ha sido el instrumento de su propia desdicha. Me siento feliz con todo lo que vaticina y se lo digo. Se vuelve brutal, su sentimiento es desesperado, se arroja encima de mí, come los pechos infantiles, grita, insulta. Cierro los ojos a un placer tan intenso. Pienso: lo tiene por costumbre, eso es lo que hace en la vida, el amor, sólo eso. Las manos son expertas, maravillosas, perfectas. He tenido mucha suerte, es evidente, es como un oficio que tiene, sin saberlo tiene el saber exacto de lo que hay que decir. Me trata de puta, de cochina, me dice que soy su único amor, y eso es lo que debe decir”.

El sexo y la sexualidad son la base de esta historia prohibida, que se ve atravesada no sólo por la diferencia de edad, sino también por la desigualdad racial, además de la diferencia de clases. Todo el tiempo hay una relación de interés y de placer, ya que ella recibe dinero por parte de su amante para lograr una estabilidad económica en su familia.

“Nos miramos. Besa mi cuerpo. Me pregunta por qué he venido. Digo que debía hacerlo, que era como si se tratara de una obligación. Es la primera vez que hablamos. Le hablo de la existencia de mis dos hermanos. Le digo que no tenemos dinero. Nada más. Conoce al hermano mayor, se lo ha encontrado en los fumaderos del puesto. Digo que ese hermano roba a mi madre para ir a fumar, que roba a los criados, y que a veces los encargados de los fumaderos van a reclamar el dinero a mi madre. Le hablo de las dificultades. Digo que mi madre se va a morir, que eso ya no puede durar. Que la muerte muy próxima de mi madre debe estar también en correlación con lo que hoy me ha sucedido. Descubro que le deseo. Me compadece, le digo que no, que no soy digna de compasión, que nadie lo es, salvo mi madre. Me dice: has venido porque tengo dinero. Digo que le deseo así, con su dinero, que cuando le vi ya estaba en ese coche, en ese dinero, y que no puedo pues saber qué hubiera hecho si hubiese sido de otra manera. Dice: me gustaría llevarte conmigo, que nos marcháramos. Digo que todavía no podría dejar a mi madre sin morirme de pena. Dice que, decididamente, no ha tenido suerte conmigo, pero que al menos me dará dinero, que no tengo por qué preocuparme. Se ha tendido otra vez. Nos callamos de nuevo”.

Margarite Duras nació en 1914 en Indochina y murió en París, en 1996. Estudió derecho, matemáticas y ciencias políticas en París. Su padre, profesor de matemáticas murió cuando ella tenía cuatro años. Su madre, maestra, se dedicó a cuidar las tierras en una precaria situación económica y, de alguna manera, aceptó que su hermosísima hija mantuviera una relación a cambio de dinero con un hombre mucho mayor que ella.

Esta experiencia dejó una marca imborrable en la vida de Margarite Duras que alimentó su escritura y que plasmó en su novela El Amante, convirtiendo su propia vida en material literario.

*Por Manuel Allasino para La tinta

Palabras claves: El Amante, Marguerite Duras

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