La muerte nos enseña que la vida es muy valiosa
A través de una «InstalAcción» en el Pabellón México de Ciudad Universitaria, el Día de los Muertos cobró nuevos sentidos. Altares temáticos, ofrendas, lecturas, arte, performances, música y baile fueron algunos de los elementos para vivir una jornada repleta de color, donde los recuerdos y homenajes a cada muertx, revitalizaron la alegría que produce una celebración abierta y colectiva.
Por Irina Morán para Alfilo
“La idea es que esta actividad se expanda. Que cada año vaya perdiendo un poco más los nombres propios”, comenta Gustavo Blazquez al hablar de la organización. “Que la gente se apropie, participe y lo vaya haciendo suyo”, dice sobre la actividad que convocó a docentes, investigadorxs, estudiantes y nodocentes de las facultades de Filosofía y Humanidades y de Artes, que contó además con el apoyo de las Secretarías de Extensión de ambas unidades académicas y que fue declarada de interés legislativo por la Legislatura de la Provincia de Córdoba.
Así, en este segundo año de celebración del Día de los Muertxs se sumaron distintas organizaciones, grupos y/o programas como el Propale, las Bordadoras por la paz; el Archivo Provincial de la Memoria, Tarde Marica, Las madres del dolor; los familiares y amigxs de víctimas por violencia de género y transfemicidios, quienes junto a la gente de la Facultad de Filosofía y Humanidades y la de Artes, participaron en la creación de distintos altares temáticos, tradicionales y otras ofrendas, como formas para recordar a cada muertx en un espacio público, que quedó intervenido desde las 10 de la mañana y se colmó de gente hasta la media noche.
La vida que mata
“Esta instalacción es una propuesta para que aprendamos a estar. No estamos acostumbrados a estar. Siempre estamos en tránsito hacia otra cosa. En marcha hacia. En la actualidad, vivimos en un momento donde se explota el malestar. Hay clima de época donde se alimenta el odio. Y a veces la propia realidad de la vida es la que nos mata”, precisa Blazquez.
Sin embargo, este 2 de noviembre fue distinto. La gente entendió el sentido de esta propuesta y desde temprano fue llegando al Pabellón México, armando sus flores, acercando fotografías. Decorando el lugar. Interviniendo sus rostros. Y sobre todo, mezclándose entre la gente y dejándose llevar.
“Aquí no se trata de realizar un rito ni tampoco de producir un ritual”, aclara Blazquez. “Es un día de celebración, una ocasión donde convocamos a nuestros muertos y también donde podemos despedirlos. Sabemos que la muerte no nos enseña nada, excepto la posibilidad de saber que la vida es muy valiosa. Debemos entonces darle un lugar a la belleza y a la felicidad. Ser conscientes de que la belleza y la felicidad no se encuentran, se construyen. Se trata de una construcción activa, donde la idea no es hacer, sino permanecer y estar, estando”.
Entre altares y pancartas
Victoria Murphy, investigadora del Museo de Antropología de la FFyH, relata cómo se fue armando el rincón referido a los muertos por violencia institucional, en distintas circunstancias. Se llama “Entre altares y pancarta”. Allí se ven fotos, velas, leyendas y ofrendas para recordar la memoria de Lautaro Torres, Fernando “Güere” Pellico o Facundo Rivera Alegre (el Rubio del pasaje), puestas allí por sus propias madres. También, pegado hacia un costado sobre la pared, se observa un afiche impreso en blanco y negro, con el rostro barbudo y la mirada nítida de Santiago Maldonado. La imagen es tan fuerte que ni siquiera es necesario leer la pequeña leyenda del pie, en su pedido y reclamo vigente de justicia.
“Se trata de visibilizar, por un lado, la lucha política de los familiares –dice Victoria–, y a su vez también de mostrar cómo se los celebra, se los llora y se los recuerda a estos muertos, año tras año, en un plano de intimidad”.
En otro rincón, se puede ver una larga mesa rectangular repleta de panes artesanales, frutas, bebidas, golosinas, flores y hasta cigarrillos encendidos. “Éste es un altar, o una mesa, para recibir a los muertos nuevos”, comenta Guillermina Espósito, integrante de un grupo de estudiantes y docentes de Antropología. “Es una vieja tradición que se celebra en la zona andina del norte de nuestro país, específicamente en Jujuy, donde se les ofrece todo tipo de comidas. Es una mesa que demanda de varios días de trabajo y es armada entre familiares, vecinos y amigos para recibir a los muertos de ese año, el 1 de noviembre y el día 2 se los despide”.
Hacia un costado de esa misma pared, también se dispuso un pequeño altar para recordar a las muertes por transfemicidios. Allí aparece o sobresale el rostro bello de Azul Montoro, de apenas 24 años, quien fue asesinada a puñaladas la noche del 18 de octubre pasado.
También, en la pared más larga del patio interno del Pabellón México, se puede ver el altar dispuesto por la Facultad de Filosofía y Humanidades; y hacia un costado, una guirnalda de pañuelos bordados con los nombres y las fechas de las mujeres asesinadas por violencia de género. La pared se va tapizando de fotografías, de flores de papel, de escritos, de colores. Y en el piso, las luces de cada vela, iluminan de manera tenue los presagios individuales que cada unx suma y ofrece.
Conectarse
Bajo los techos de teja del Pabellón México, el grupo de “Tarde marica” se alista a dibujar y a pintar las caras de las personas que así lo deseaban. “Nadie sale igual de esta celebración”, dicen mientras los rostros se convierten en el mejor tapiz de figuras diversas. También, en otro rincón se leen textos y poesías de autores que hablan del amor, de la vida y de la muerte. Y desde temprano, se escucha música en vivo y también canciones alusivas a la ocasión que va eligiendo el gran DJ, Fede Flores.
“Se trata de un encuentro colectivo” dice Blázquez en cada nota que va dando. “De poder cruzarnos. De darnos un abrazo. De saber que existe un cuerpo para mirarnos, para llorar, reír, para encontrarnos. De generar un espacio para permanecer. Y en ese permanecer y estar, poder generar una alegría que sirva como antídoto para el odio, para la queja y la explotación política del desamor».
«Es poder aprender nuevamente a estar juntos, a conectarnos. Y los muertos son esa posibilidad de unificarnos a todos. No todos morimos de la misma manera. Se muere de acuerdo a la condición de clase, de género, de erotismo, etcétera. Ahora, lo que sí sabemos es que todos vamos a terminar muertos. Ricos y pobres. Héteros, gays o trans, todos vamos a terminar muertos”.
Al caer la noche de aquel jueves caluroso y mágico, la luna se posó redonda en Ciudad Universitaria. Se leyeron textos emotivos en referencia a las muertes por el odio, hubo distintas performances y la gente terminó bailando, mezclada. Con la viva sensación de acompañar con alegría los espíritus y las almas de cada persona invocada.
* Texto y fotos de Irina Morán para Alfilo. Material audiovisual: Pablo Becerra (Área de Tecnología Educativa de la FFyH)