Walt Disney, territorio y frontera
La comparación con Walt Disney dejó el cárter de la señora Carrió en el piso y una mancha de aceite del tamaño del Nahuel Huapi, pero no fue la burrada más grande durante esos minutos.
Apenas una muestra de insensibilidad como las que su amada Arendt llamaba banalidad. Penitencia y reflexión, señora Carrió. La burrada más grande fue jactarse de conocer la zona a la perfección porque veraneó ahí a los seis, o varios años desde sus seis, en un campo de su abuelo. Todos somos Lucio Mansilla un cuarto de hora al día, pero la clase política argentina ejerce a jornada completa.
A qué huele un rancho, señora Carrió. Durmió con un ojo sobre una vinchuca, señora Carrió. Bebió del pico de una damajuana después de un jornalero sin dientes, señora Carrió. Cuántas veces le gruñó la panza de hambre, señora Carrió. Hambre de no tener agua en las tripas y no esa jactancia del ayuno en un retiro. Un lonjazo en el lomo, señora Carrió. Por mano de otro, señora Carrió. Nada de flagelación y otras caricias para el espíritu.
Sabe la señora Carrió que al guanaco se lo descogota a la carrera y con una lonja. Al indio retobado también. Sabe la señora Carrió que el peor enemigo de los alambres es la lana. El vellón se enrosca en el acero y se pudre y oxida el delgado hilo que separa la propiedad de la nada hasta que lo corta. Sabe la señora Carrió cómo suena un puma en mitad de la noche. Un puma con hambre, señora Carrió. Las respuestas no se exhiben en las vitrinas del Patio Bullrich. Me pregunto además si sabe la señora Carrió que esos bajos del centro de compras eran corrales de toros y vacas venidos de Inglaterra. Pisadero. Bosta y barro.
Un año atrás una coyita de San Antonio de los Cobres me dijo usted no es argentino. Nunca había escuchado a un cordobés en sus siete u ocho años. Este territorio nos queda grande todavía. Muy grande. A cada paso una frontera.
Por Gastón Ribba
