«Neoliberalismo progresista»: el debate Fraser vs. Brenner

«Neoliberalismo progresista»: el debate Fraser vs. Brenner
21 septiembre, 2017 por Redacción La tinta

Nancy Fraser escribió a principio de año un artículo sobre lo que llamó «neoliberalismo progresista”, una alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales -incluido el feminismo- y las fuerzas del capitalismo disfrazado de cool, gracias a aquel apoyo. Había acusado que «ideales como la diversidad y el ‘empoderamiento’ que, en principio, podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para las vidas de lo que otrora era la clase media». Johanna Brenner, feminista con sobradas millas de vuelo, le replicó algunas ideas. Ahora Nancy volvió a contestar.

Publicado en LatFem

No ha habido tal cosa como “el neoliberalismo progresista” – por Johanna Brenner

El análisis de Nancy Fraser sobre la elección de Donald Trump y la profunda crítica de los demócratas defensores de Clinton en “El final del neoliberalismo progresista”, ofrece mucho con lo que estar de acuerdo. Pero disiento de su sutil, aunque perceptible, ataque a los movimientos sociales como partícipes de la emergencia del neoliberalismo.

Por un lado, Fraser nos dice lo que ya sabemos sobre el surgimiento del neoliberalismo: el papel del DLC de Clinton, la íntima relación entre el Partido Demócrata y el capital financiero, el creciente dominio cultural de las élites tecnológicas, así como la incorporación del feminismo y el multiculturalismo liberal en la política e ideología neoliberales. También nos es familiar su propuesta: la de avanzar construyendo una izquierda fuera del Partido Demócrata que una las luchas contra la opresión social y que suponga un desafío a los poderes del capital corporativo. Muchas de nosotras hemos estado defendiendo esto durante años.

Por otro lado, el argumento de Fraser lleva consigo un trasfondo culpabilizador hacia el feminismo y hacia otros movimientos sociales por haber participado en lo que ella llama el “neoliberalismo progresista”. Fue, defiende Fraser, una revuelta contra el neoliberalismo progresista lo que nos llevó a la victoria de Trump frente a Clinton. Al apartar el análisis de la ofensiva de la clase capitalista que dio paso al orden neoliberal, y que es el principal responsable de la deriva política de Estados Unidos hacia la derecha, Fraser acaba atacando las “políticas de identidad” y favoreciendo la “política de clase”. Aun si su conclusión es que, por supuesto, la izquierda debe adoptar políticas anti-sexistas y anti-racistas, su análisis implica justamente lo contrario, una clara sospecha hacia el multiculturalismo y la diversidad.


Fraser sostiene que el neoliberalismo “encontró su compañero perfecto en un feminismo empresarial centrado en la voluntad de dirigir del leaning in o en romper el techo de cristal”. Esto es cierto. Pero Fraser confunde este feminismo con el feminismo en su conjunto. Ignora la continua lucha de otras feministas -en los sindicatos; en organizaciones de inmigrantes, por la justicia medioambiental y de mujeres indígenas; en luchas por los derechos civiles y en grupos organizados de personas transgénero de clase trabajadora; en campus universitarios, y en otros lugares- donde la política que Fraser pide ya se está llevando a cabo.


La “Plataforma para el Movimiento por las Vidas Negras”, que creo puede considerarse una de las visiones políticas más avanzadas e inclusivas que hemos visto en los Estados Unidos, surgió del pensamiento, el activismo y las lecciones aprendidas por estos movimientos sociales durante las últimas tres décadas.

La propia Fraser reconoce que el término “neoliberalismo progresista” suena como un oxímoron. No obstante, prosigue con el argumento de que “no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista” el que se convirtió en la política dominante del Partido Demócrata, que abandonó a los votantes de “clase media” (blancos, varones), quienes por su parte acabaron por rebelarse. Sostiene que, de forma desastrosa, el neoliberalismo corporativo recurrió al “carisma” de los movimientos sociales para justificarse, ofreciendo una visión de “la buena sociedad” basada en la igualdad de oportunidades en la que cualquiera puede acceder a las recompensas de un sistema político y económico altamente competitivo y jerárquico. En este recuento de la trayectoria de los movimientos sociales, Fraser borra completamente tres décadas de lucha, así como la evolución teórica y política de los movimientos que critica. Trata al liberalismo corporativista como representante de todos los movimientos, aunque no sea más que una variante.

En la década de 1970 los movimientos emancipatorios evidenciaron una amplia gama de políticas. Sin embargo, la política dominante del feminismo durante los años setenta y ochenta no fue definida ni por el feminismo radical o socialista ni por el feminismo liberal clásico. Más bien, la política feminista de este período se caracterizó por lo que yo llamaría “feminismo del bienestar social”.

Las feministas del bienestar social comparten el compromiso del feminismo liberal con los derechos individuales y la igualdad de oportunidades, pero van mucho más allá. Buscan un estado expansivo y activo que aborde los problemas de las mujeres trabajadoras, que alivie la carga de la “doble jornada”, que mejore la posición de las mujeres y especialmente de las madres en el mercado de trabajo, que proporcione y amplíe servicios públicos que repartan la responsabilidad social de los cuidados (por ejemplo, a través de permisos de maternidad pagados y estipendios para mujeres que cuidan a los miembros de su familia).

Ganar estas demandas exigía una confrontación con el poder de la clase capitalista. Sin embargo, en los años setenta, justo en el momento en el que el feminismo del bienestar social se encontraba más sólido, llegó el tsunami de la reestructuración capitalista, abriendo una nueva era de asalto a una clase obrera que disponía de pocos medios para defenderse. A medida que la gente se apresuraba a sobrevivir en este nuevo orden mundial, a medida que las capacidades colectivas y las solidaridades empalidecían, a medida que aumentaba la competencia y la inseguridad, a medida que la supervivencia individual se convertía en la orden del día, se abría la puerta para que el feminismo liberal tomase el relevo, en un orden neoliberal cada vez más hegemónico.

En otras palabras, el feminismo de la segunda oleada y del bienestar social no fue cooptado, sino políticamente marginado.

Johana-Brenner-feminista

No negaría que muchos defensores de las mujeres y las minorías pertenecientes a las clases medias cambiaron su retórica en respuesta a la obvia oposición política a la que se enfrentaron. Por ejemplo, después de que Bill Clinton desmantelase los programas de políticas sociales en 1996, se adoptó la retórica de la “autosuficiencia” económica para las madres solteras, con la esperanza de justificar el financiamiento para educación, el cuidado de los niños y el acceso a empleos dignos. En su lugar, por supuesto, las madres solteras han sido forzadas a empleos precarios y de bajos salarios, en su mayoría sin acceso a servicios de cuidado de niños con fondos públicos. Pero estos discursos siempre fueron impugnados, aunque los que se oponían a ellos permanecieran marginados.

Hubo algunos éxitos importantes. Por ejemplo, la organización de mujeres de color empujó a las principales organizaciones pro-elección, especialmente NARAL y Planned Parenthood, a alejarse del uso del argumento liberal burgués de la “privacidad” para defender el aborto, y moverse hacia el discurso de “derechos reproductivos” que se alinea menos fácilmente con la ideología neoliberal. Las mujeres de color desafiaron el feminismo de la “ley y el orden” que llegó a dominar la discusión sobre la violencia de género. Desarrollaron estrategias alternativas (tales como refugios abiertos y justicia restaurativa) y analizaron cómo la violencia interpersonal está vinculada a la violencia infligida por el estado en sus comunidades (ver, por ejemplo, el sitio web de INCITE!).

A nivel internacional, es cierto que algunas organizaciones como la Fundación Feminist Majority apoyaron la intervención estadounidense en Afganistán. Sin embargo, existen grupos feministas bien organizados contra la guerra (como Code Pink y MADRE) y otras organizaciones feministas que rechazan y desafían las políticas de desarrollo neoliberales (como la Organización de Mujeres para el Medio Ambiente y el Desarrollo). El Movimiento de Resistencia Crítica organizó a muchos jóvenes para protestar contra el estado carcelario desde una perspectiva feminista, antirracista y anticapitalista. Muchos de los activistas que lideraron los movimientos sociales más radicales de los últimos años, como Black Lives Matter y los Dreamers, aprendieron a través de estos diversos movimientos de oposición y en los campus donde los programas de estudios de género estaban desarrollando lo que se llamaría el análisis “interseccional”. El surgimiento de Internet abrió un espacio mucho más amplio para desafiar al feminismo liberal y para promover perspectivas feministas más radicales y anti-corporativas. Lo mismo es cierto para muchos otros movimientos sociales.

Fraser defiende que “nosotros” debemos rechazar la elección polarizada entre la “financiarización-y-emancipación” y la “protección social”. No estoy muy segura de quién es este “nosotros”. Una vez más, si Fraser está hablando de feministas corporativas, de la clase política negra o los demócratas de pacotilla, entonces seguramente sí. Pero de hecho, muchos grupos y organizaciones han resistido a lo largo de este tiempo esta supuesta elección.


Las principales organizaciones feministas y de derechos civiles han desafiado la agenda de la austeridad, por ejemplo, defendiendo la seguridad social contra los intentos de los republicanos de privatizarla. El feminismo mainstream continúa abogando por la expansión de programas públicos y de calidad para el cuidado infantil. Sí, en su mayoría no tienen éxito. Y sí, desafortunadamente dependen de un Partido Demócrata corporizado. Y sí, serían más exitosos si estuvieran aliados con un movimiento obrero revitalizado. Pero no son “neoliberales progresistas” atrapados en el romanticismo del individualismo competitivo, y continúan identificándose políticamente con un programa feminista de bienestar social.


Fraser sostiene que la izquierda americana está tan débil hoy porque “se dejaron languidecer los potenciales vínculos entre el mundo del trabajo y los nuevos movimientos sociales”. Por supuesto, el fracaso de construir tal coalición llevó al surgimiento de la derecha. Pero ¿cree realmente Fraser que esto se debió a decisiones deliberadas tomadas por activistas de los movimientos sociales? ¿Prefirieron simplemente aliarse con la política corporativa del Partido Demócrata en lugar de con los trabajadores? ¿O es la falta de construcción de estas coaliciones la consecuencia de la burocratización de los sindicatos en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, que dejó a los trabajadores completamente desprovistos de medios para enfrentar la ofensiva patronal contra los salarios y las condiciones de trabajo que comenzó en la década de 1970, y que se intensificó con la globalización? Sólo un movimiento obrero militante, politizado e inclusivo, dispuesto a desafiar al poder corporativo estaría interesado y sería capaz de superar las muchas divisiones dentro de la clase obrera para construir una alianza con los movimientos sociales.

En el contexto del creciente poder de la globalización del capital y el creciente desempoderamiento de la clase trabajadora, la política estadounidense se ha desplazado hacia la derecha. No obstante, el liderazgo burocrático de los sindicatos ha sido desafiado desde dentro (por ejemplo, por el “sindicalismo de justicia social” de los radicales que se apoderaron del SEIU Local 1021 en San Francisco y el Sindicato de Maestros de Chicago) y desde fuera (como por la Asociación Progresista China, y proyectos de organización comunitaria, como Make the Road in Brooklyn). Y luego, por supuesto, está el movimiento Fight for $15 y las exitosas campañas para elevar el salario mínimo en muchas ciudades y estados en los últimos cinco años.

Aunque es cierto que Bernie Sanders movilizó a muchas personas nuevas en el activismo, la resonancia de su mensaje sacó fuerza de anteriores ejemplos de resistencia, incluyendo Occupy y Black Lives Matter. Estos desafíos -descartados por Fraser como “estallidos” – debilitaron la hegemonía neoliberal y prepararon el terreno para la explosión de la campaña de Sanders.

Por último, si bien estoy de acuerdo con que los votantes de Trump de clase obrera blanca estaban expresando su rabia con el liberalismo elitista del Partido Demócrata (y también con los candidatos del establishment republicano que rechazaron en las primarias), creo que Fraser subestima el grado en el que el privilegio blanco y masculino formaba cómo entendían y articulaban su angustia. Como otros han señalado, la clase obrera negra y latina tiene muchas razones para culpar a los Clinton y a sus colaboradores en el Partido Demócrata (ajustes, complejo carcelario, deportaciones, etc.). Sin embargo, fue la deserción de los demócratas obreros blancos en los “estados bisagra” la que puso a Trump en el cargo. Claramente, la mayoría de los trabajadores negros y latinos no podían permitirse el lujo de “ignorar” la horrible misoginia y el racismo de Trump. Era demasiado fácil para los hombres blancos de clase obrera (y las mujeres) hacerlo. Por tanto, rechacemos la contraposición de las “políticas de identidad” a la “política de clase”. En su lugar, critiquemos el multiculturalismo liberal y el feminismo liberal, a la vez que avanzamos una visión feminista, socialista, antirracista y anticapitalista. Tratemos de dejar atrás las divisiones sectarias que nos han paralizado y aprovechemos la oportunidad de construir una nueva izquierda.

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Contra el neoliberalismo progresista, un nuevo populismo progresista – por Nancy Fraser

La lectura de mi artículo hecha por Johanna Brenner pierde la centralidad del problema de la hegemonía. Mi punto principal era que la actual dominación del capital financiero no se logró sólo por la fuerza sino también por lo que Gramsci llamó “consentimiento”. Lo que sostenía es que las fuerzas que favorecen la financiarización, la globalización empresarial y la desindustrialización lograron hacerse con el Partido Demócrata, al presentar unas políticas claramente anti-laborales como progresistas.


Los neoliberales ganaron poder al cubrir su proyecto en un nuevo ethos cosmopolita, centrado en la diversidad, el empoderamiento de las mujeres y los derechos LGBTQ. Apoyándose en partidarios de tales ideales, forjaron un nuevo bloque hegemónico, al que llamé neoliberalismo progresista. Al identificar y analizar este bloque, nunca perdí de vista el poder del capital financiero, como afirma Brenner, sino que ofrecía una explicación sobre su predominio político.


El enfoque de la hegemonía también arroja luz sobre la posición de los movimientos sociales frente al neoliberalismo. En lugar de diseccionar quiénes cooperaron y quiénes fueron cooptados, me concentré en el cambio generalizado dentro del pensamiento progresista, el paso del paradigma de la igualdad al paradigma de la meritocracia. En las últimas décadas, este pensamiento influyó no sólo a las feministas liberales y a los defensores de la diversidad que conscientemente adoptaron su ethos individualista, sino también a muchos otros dentro de los movimientos sociales. Incluso aquellas a quienes Brenner llama “feministas del bienestar social” encontraron algo con que identificarse en el neoliberalismo progresista, y al hacerlo, hicieron la vista gorda a sus contradicciones. Decir esto no es culparlos, como Brenner afirma, sino aclarar cómo funciona la hegemonía -atrayéndonos hacia dentro- a fin de encontrar la mejor manera de construir una contra-hegemonía.

Esta última idea suministra el estándar para poder evaluar la trayectoria de la izquierda desde los años ochenta hasta el presente. Revisando ese período, Brenner examina un impresionante número de movimientos de izquierda, al cual apoya y admira, al igual que yo. No disminuye la admiración el reconocer que este activismo nunca alcanzó el nivel de un movimiento contra-hegemónico. Es decir, que no tuvo éxito, en presentarse como una alternativa creíble al neoliberalismo progresista, ni en reemplazar la visión de este último de quién cuenta como “nosotros” y quién como “ellos”. Explicar porqué esto sucedió así requeriría un largo estudio, pero una cosa al menos está clara: poco dispuesta a confrontar las versiones neoliberal-progresistas del feminismo, del anti-racismo y del multiculturalismo, la izquierda no fue capaz de llegar a los “populistas reaccionarios” (es decir, a la clase industrial y trabajadora blanca), quienes acabaron por votar a Trump.

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Bernie Sanders es la excepción que confirma la regla. Aunque lejos de ser perfecta, su campaña desafió directamente las fracturas políticas establecidas. Al centrarse en “la clase multimillonaria”, se acercó a los abandonados por el neoliberalismo progresista, dirigiéndose a las comunidades que luchan por preservar vidas de “clase media” como víctimas de una “economía manipulada” que merecen respeto y que son capaces de unir fuerzas con otras víctimas, muchas de las cuales nunca tuvieron acceso a trabajos de “clase media”. Al mismo tiempo, Sanders recuperó a un buen número de los que habían gravitado hacia el neoliberalismo progresista. Aunque fue derrotado por Clinton, señaló el camino hacia una potencial fuerza contra-hegemónica: en lugar de la alianza “financiarización-y-emancipación”, nos dejó entrever un nuevo bloque populista y progresista, que combina la emancipación con la protección social.

En mi opinión, la opción de Sanders sigue siendo la única estrategia ganadora y de principios en la era de Trump. A los que ahora se movilizan bajo la bandera de la “resistencia”, sugiero el contraproyecto de “corrección de rumbo”. Mientras que el primero sugiere una réplica de la definición del “nosotros” (progresistas) del neoliberalismo versus el “ellos” (los “deplorables” partidarios de Trump), el segundo rediseña el mapa político, forjando una causa común entre todos aquellos a los que el gobierno está dispuesto a traicionar: no sólo los inmigrantes, las feministas y las personas de color que votaron en su contra, sino también los estratos obreros del Cinturón de Óxido y del sur que votaron por él. Contra Brenner, no se trata de disolver la “política de identidad” en “política de clase”. Se trata de identificar claramente las raíces compartidas de las injusticias de clase y estatus en el capitalismo financiero y construir alianzas entre aquellos que deben unirse para luchar contra ellas.

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*Publicado en LatFem.

Palabras claves: Donald Trump, Estados Unidos, Hillary Clinton, Johanna Brenner, Nancy Fraser

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