El macho progre y el feminismo como espacio de lo políticamente correcto
*Por Svend Nielsen para La Veta
Recuerdo, días atrás, estar participando de un torneo de fútbol en el que había muchos militantes de distintas organizaciones políticas. En el partido, donde cumplía el rol de arquero –de mala manera, por cierto–, me hicieron un golazo. Instantáneamente recibí un comentario del público, más precisamente por parte de un militante de otra organización que se reivindica feminista, que pronunció: “Esa no la viste porque no tenía forma de pene”. Automáticamente, mi respuesta fue: “Acordate que tu organización es feminista. Ese tipo de comentario va en contra de lo que tu organización promulga”. Si bien creí que mi respuesta en ese momento era acertada, y de hecho lo fue, ya que cortaba con cierta complicidad machista, la lógica de la contestación me hizo cierto ruido y malestar interno.
¿Será que me cuido de las frases utilizadas solamente porque milito en una organización feminista? ¿Hasta qué punto me atraviesa realmente el feminismo y hasta qué punto cuido qué decir para no ser políticamente incorrecto? Caminar el feminismo también trata de sincerarse y asumir los errores que cometemos.
Constantemente, en nuestras prácticas militantes, recibimos quejas y críticas de nuestras compañeras cuando reproducimos ciertos comentarios, chistes, actitudes que denotan machismo. Para quienes creemos aprender rápido, corregimos esas actitudes y lo hacemos saber, e instantáneamente recibimos elogios por ser “un poco más feministas”. Pero vuelvo a mi pregunta anterior, ¿lo hacemos porque el feminismo realmente nos atraviesa o porque es lo políticamente correcto? La respuesta se da, a mi entender, en cómo somos en espacios que no involucran la militancia; en espacios como ese partido de fútbol, en espacios de juntadas con amigos varones, en el momento que sentimos celos por nuestra pareja, creyéndonos, de una manera inconsciente, dueños de nuestra compañera o compañero.
Ahí está, bajo mi punto de vista, uno de los mayores desafíos del feminismo: el espacio únicamente de los varones. Es en ese espacio donde el militante feminista se quita las gafas violetas y habla de alguna mujer, realiza chistes sobre las disidencias, se mide con sus amigos sobre con qué mujeres estuvieron, e incluso cuentan dichas intimidades. Es en base a un análisis muy autocrítico y sincero que uno puede determinar hasta qué punto el feminismo nos atraviesa, y hasta qué punto lo hacemos para no ser tildados de machistas en nuestra organización.
Aprendimos a ceder lugares a la mujer en la toma de decisiones, en actos públicos, en referenciación porque incluso es hasta redituable para nosotros mismos. Porque cada vez que “cedemos” nuestro lugar, crecemos en consideración y estimación de nuestras compañeras que elogian nuestra “deconstrucción”. Pero muchas veces lo hacemos – o lo hago, para no generalizar – por el elogio recibido, y no meramente por convicción de lo correcto. ¿Hasta qué punto nos atraviesa el feminismo entonces, si hasta en una organización feminista, incluso la deconstrucción patriarcal de un varón es vista como una actitud digna de elogio, y no como una obligación de cada militante?
Tiempo atrás, en una Asamblea de Varones Feministas, pude ver lo necesario de que entre varones –los mayores reproductores de las lógicas patriarcales– nos encontremos a deconstruir nuestras prácticas, a poner en cuestión nuestras formas y hacerlo realmente por la necesidad imperante de que el feminismo no quede en una mera discursividad, sino que sea transversal a cada espacio que habitamos. Esto no se logra solo en una asamblea, sino en cada espacio entre amigos, cortando de cuajo la complicidad machista. Claro que en un espacio de amigos, deconstruir el machismo no es redituable como ser feminista dentro de una organización feminista; ahí se encuentra el punto nodal –según entiendo– de un camino que nos lleve a habitar realmente el feminismo. Sin feminismo, no hay socialismo.
La práctica clínica y social nos muestra que el poder de la Masculinidad Hegemónica (MH) predomina de manera generalizada, por lo que aun hay pocos hombres «nuevos», siendo la mayoría son incorregiblemente «antiguos». Eso no significa que esta masculinidad, como producto históricosocial no puede transformarse, si hay deseo social de romper este imaginario. Lamentablemente, hasta ahora, este deseo que si existe- está siendo sostenido principalmente por muchas mujeres y algunos pocos hombres. Ahora bien, para que dicha transformación lo sea realmente es preciso hacerlo sobre todos sus componentes de la MH, para lograr otra (o ninguna) masculinidad y no versiones light de ella. No basta la voluntad de ser menos autosuficiente, violento o igualitario, o deslegitimar esos valores, sino que es preciso trabajar en deshacer las múltiples estructuraciones sociales e individuales (del cuerpo, carácter, identificaciones y hábitos) que la MH, en su calidad de, organizador, normativa, guia y modelo produce en las instituciones y sujetos masculinos.
Recordemos que la MH no es algo de ponerse y quitar, sino que está inscrita en toda nuestra identidad (subjetiva, corporal y vincular) y modela nuestra posición existencial, por tanto modificarla supone un cambio identitario y posicional. Algunos plantean su redefinición, otros su transformación, otros su metamorfosis y otros su disolución en una disposición vital -una identidad «débil»-, pero todas esta posibilidades requieren al menos algunos requisitos:
-Tener en cuenta que en los hombre ya existentes, la MH ya está internalizada como ideal y guía existencial en la identidad constituida, por lo que la posibilidad de cambio deberá ser planteada sobre lo ya dado. No basta por tanto el cambio de ideas, ni siquiera de prácticas, sino de la misma identidad.
-Saber que el cambio produce resistencias materiales y emocionales, porque implica tocar la identidad, pero también tocar privilegios que los hombres no dejarán fácilmente.
-Aceptar que el cambio requiere una revisión identitaria (individual y social) y de posición existencial que incluye una decisión de rebeldía al sometimiento a la MH, una desconstrucción critica de los valores, creencias con sus organizadores y mandatos de la MH, una desidentificación y una deshabituación de sus definiciones de ser y de los hábitos que ha promovido, y una reinvención particular alejada del deber ser, aunque con una ética de la igualdad y el respeto a las demás personas y a la diferencia.
– Considerar que el cambio incluye los asuntos relacionados con el cuerpo, no solo redefiniciones sino reencarnaciones, es decir nuevos prácticas corporales que impliquen interacciones más o menos cordiales entre cuerpos y una exploración más diversa de los placeres corporales (Connell, 1998).
– Jerarquizar la necesidad de la introducción de nuevos ideales y valores e intereses (Pease, 2000): quien quiera cambiar desde una ética de la igualdad, debe tener en cuenta que la paz, la igualdad, el antidogmatismo y la vinculación son valores poco existentes en el listado de los que propone la MH.
– Procurar descubrir y legitimar masculinidades contrahegemónicas, y no solo pensar en cambios de fexibilicen el núcleo duro de la MH, pero sin cambiar sus premisas.
– Buscar hombres interdependientes, cercanos, que no rivalicen entre ellos ni se aprovechen de las mujeres, pacíficos con fuertes sentimientos morales de respeto al otr@ y a la naturaleza, cuidadores, que no tengan nada que probar ni conquistar permitiéndose ser uno más, para los que ser un hombre hecho y derecho no signifique nada, y acercarnos a ellos, aprender de ellos lo que les ha permitido ser resistentes a la MH y promoverlos socialmente
(Christian, 1 994).
– Tener en cuenta que aún no hay políticas públicas que promuevan la masculinidad no hegemónica, y que habrá que crearlas, porque las políticas tradicionales actúan como defensoras y perpetuadoras de la MH y sin ellas es muy difícil hacer cambios que vayan más allá de los esfuerzos individuales Uackson, 1996; Deven, 1998; Bonino, 2001).
Fuente: http://www.raco.cat/index.php/DossiersFeministes/article/viewFile/102434/153629
*Por Svend Nielsen para La Veta