Facturando con la muerte en el pasado, el presente y el futuro
Por Wenceslao Torti Diaz para La tinta
Facturar con la muerte, eso es lo que hace la empresa multinacional Monsanto. Históricamente su cometido fue ese. Como sociedad no podemos tomarnos a la ligera este problema, porque no es una cuestión “hippie”, en el sentido peyorativo y deslegitimador del término, con el cual muchos sectores de la sociedad rotulan las posturas y diversas luchas en contra de esta multinacional. Estereotipo y ciertos mitos, como tantos otros que hay en la sociedad, son producidos para deslegitimar protestas y luchas de diversos sectores de la sociedad que se manifiestan con un alto grado de conciencia, aunque los grandes medios masivos de comunicación se encarguen, de manera ardua, con mucha experiencia y compromiso, de mostrarnos lo contrario.
El tema central es Monsanto y sus negociados con la muerte en el pasado, presente y futuro. El pasado me remonta a la Guerra de Vietnam, que sale un poco de la discusión de los transgénicos y nos acerca más a la idiosincrasia en la que se funda la empresa. El presente más cercano, tanto en espacio como tiempo, me remonta a la ciudad de Malvinas Argentinas y el convenio que quiso realizar la Facultad de Ciencias Agropecuarias de la Universidad Nacional de Córdoba, que luego se derogó por la lucha muy consciente de aquellos “hippies».
¿Y el futuro? Acaso, ¿podemos adivinarlo? Sí, pero no, porque no se trata de adivinar, sino de saber con certeza lo que Monsanto hizo y hace históricamente: no sólo condenar a muerte a los vivos del presente, sino también, condenar a las generaciones venideras. Es decir, que no sólo no le importa la justica de hoy ni de ayer, sino que tampoco le importa la justicia intergeneracional, justicia para aquellos que vendrán mañana.
Es por esto que me remonto particularmente, al caso de la Guerra de Vietnam, porque en esa guerra, Monsanto, conjuntamente con el gobierno de Estados Unidos, se encargaron de matar de manera planificada, sistemática e injusta a personas, tanto civiles como soldados; condenar a muchas otras/os a no conocer la vida y para aquellos/as que pudieron nacer, a vivirla penosamente.
Pero qué tiene que ver Monsanto con la guerra Vietnam, se preguntaran muchos. Acaso Monsanto ¿no hace semillitas solamente?, se preguntaran otros. No solamente; Monsanto hizo y sigue haciendo armamento. Pero no cualquier armamento, sino uno que mundialmente estuvo y sigue estando prohibido desde que se firmó el Protocolo de Ginebra en 1925, post Primera Guerra Mundial (firmado también por Estados Unidos que lo violaría luego, en Vietnam). Este protocolo surge debido a la catástrofe que significaban estas armas para la humanidad y el medio ambiente, así como las bombas nucleares (obviamente teniendo en cuenta las particularidades de cada armamento), que también tienen su perjuicio para el conjunto de la humanidad y el medio ambiente, algo que quedó demostrado con Hiroshima y Nagasaki que, o casualidad, Estados Unidos fue responsable. Estas armas son las armas químicas. En el caso de Vietnam, las consecuencias que tuvo la implementación del Agente Naranja fueron drásticas y hasta el día de hoy tienen vigencia.
Lo más sorprendente, si es que a esta altura uno se puede sorprender, es con el grado de cinismo con que esta empresa de manera pública, admite las atrocidades que hizo. En su página oficial de España, ya que en la versión Argentina no se hace ninguna mención de ningún tipo sobre el Agente Naranja, dice lo siguiente: “A modo de antecedente, los militares de EE.UU. utilizaron el Agente Naranja de 1961 a 1971 para salvar la vida de soldados de EE.UU. y sus soldados aliados deshojando la densa vegetación en la selva de Vietnam y por tanto reduciendo las posibilidades de una emboscada ”.
Luego se lava las manos, evadiendo toda responsabilidad diciendo que “el Tribunal Supremo acordó que las empresas no eran responsables de las consecuencias del uso militar del agente naranja en Vietnam, porque los fabricantes son los contratistas del gobierno, llevando a cabo las instrucciones del gobierno”. Dudo que tal empresa no posea el derecho de negarse a producir dicho producto para el gobierno norteamericano, consiente del uso que se le otorgaría en la guerra. Reitero, que lo hayan desconocido lo dudo.
“Creemos que las consecuencias adversas que presuntamente han surgido de la guerra de Vietnam, incluyendo el uso del Agente Naranja, deben ser resueltos por los gobiernos que estuvieron involucrados”, explica. El descaro no tiene límites. Por un lado, desligarse de las responsabilidades y de afrontar las consecuencias de lo que ellos produjeron y luego vendieron al complejo industrial militar de EE.UU. Dando por supuesto, que la empresa no tiene nada que ver con el accionar político de los gobiernos de los Estados, tanto aquellos “desarrollados” y en “vías de desarrollo”, en lo referente a su política interna e internacional. Algo que es una vil mentira, y en la actualidad es evidente, ya que Monsanto y otras corporaciones “realizan un fuerte lobby ante los tres poderes; financian grupos de expertos para legitimar sus acciones; están directamente relacionadas con la financiación de campañas electorales, eventos para funcionarios públicos; están dentro de comisiones y agencias reguladoras. Inclusive en algunos casos son consideradas como actores sociales legítimos, dentro del fenómeno de multistakeholder (múltiples partes interesadas) de la gobernanza global, que podemos observar directamente en el incentivo a las asociaciones público-privadas”, considera la escritora Tchenna Fernandes Maso.
Por otro lado, decir que las consecuencias “adversas” y “que presuntamente”, o sea que no hay certezas de dichas consecuencias y que las mismas responden a la lógica de un “daño colateral”, es también una vil mentira. En Vietnam se lanzaron “72 millones de litros de herbicidas, (y según la Cruz Roja Española fueron 82 millones) de los que 41.635.000 eran de agente naranja, sobre una superficie que totalizaba en los tres países afectados cerca de 2 millones de hectáreas de bosques y arrozales, un 34% de los cuales fue fumigado en más de una ocasión y al menos el 12% lo fue tres veces”. En un estudio realizado en 2003 por Jeanne Mager Stellman podemos ver el proceso en el cual se lleva a cabo la fumigación y en qué lugares de Vietnam, durante el periodo que abarca desde 1963 hasta 1971.
No es posible cuantificar la cantidad de damnificados de forma precisa, ya que, “decenas de millares de civiles quedaron expuestos a los herbicidas así como miles de combatientes vietnamitas y estadounidenses”. Algunas de esas “supuestas consecuencias adversa” son las siguientes:
-Los índices de concentración de dioxina detectada en adultos y en niños nacidos después de la guerra, es altísimo en la regiones donde se lanzó el agente naranja;
-En el sur de Asia la frecuencia del choriocarcinoma (variante del cáncer de útero), es de 1-2 por mil, en Vietnam del Sur es del 6%;
-Soldados vietnamitas, estadounidenses, australianos, coreanos, neozelandeses que presentaron servicio en Vietnam, han sufrido y sufren enfermedades de la piel, tumores, diferentes formas de la enfermedad de Hodgkins, cáncer de pulmón, de tráquea y de próstata;
-El índice de niños con malformaciones y enfermedades físicas o mentales, cuyos padres estuvieron en la guerra de Vietnam es increíblemente alto;
-La muerte súbita de bebes de soldados expuestos al agente naranja, es cuatro veces más frecuente que entre los otros lactantes; y
-La tasa de mortalidad prematura es mucho más alta entre los combatientes que estuvieron expuestos a los herbicidas, que aquellos que no lo estuvieron.
Es fundamental que los Estados tomen cartas en el asunto, para así regular a estas multinacionales de una manera más efectiva y sancionarlas en relación a sus actos, para garantizar de una vez, el ejercicio pleno de los Derechos Humanos e impedir la vulneración de los mismos. Ya que “los Estados tienen obligaciones más allá de sus fronteras –llamadas obligaciones extraterritoriales– de carácter bilateral, multilateral y global. Los Principios de Maastricht, sobre las Obligaciones Extraterritoriales de los Estados en el Área de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, presentan una visión sistemática de esas obligaciones, derivada del derecho internacional. Incluyen obligaciones de –individual y conjuntamente–, proteger a la gente de los daños causados por las empresas transnacionales, y de proveer recursos efectivos para los crímenes cometidos por las corporaciones. Es urgente que las obligaciones extraterritoriales se aclaren, se tornen operacionales y se hagan efectivas”.
De esta manera, evitaremos que se sigan cometiendo atrocidades contra la humanidad y que controlen el destino del mundo. Y no exagero al decir que controlan el destino del mundo, porque Monsanto conforma el círculo de los “737 grupos económicos que controlan el 80% del mundo corporativo”. De este grupo de corporaciones, “si nos fijamos en la producción de alimentos, tenemos a la cadena productiva concentrada en 6 grandes empresas (Monsanto, Bayer, DuPont, Syngenta, BASF y Dow), con la tendencia a un mayor número de fusiones”.
Con respecto a este último punto, el 14 de septiembre de 2016 se conoció una de las fusiones más importantes de la historia corporativa, la fusión entre Monsanto y Bayer. De esta forma podemos ver que el poder que detentan es enorme. Esto es un crimen muy grave, que va en contra de toda la humanidad, el planeta y los principios y valores democráticos. Vivimos en un mundo gobernado por las élites que brega por mantener sus privilegios en detrimento de la mayoría de la población, del mundo en general, en fin, del planeta.
Hoy en día, estamos viviendo en un periodo histórico donde la desigualdad a nivel mundial ha alcanzado niveles exorbitantes. Desigualdad que es producida, reproducida y legitimada por estas corporaciones y los gobiernos de los Estados cooptados por los intereses de las mismas, condenado a millones de personas a morir de hambre. Lo irónico de este último punto radica en que supuestamente, Monsanto trabaja para erradicar el hambre del mundo, pero vemos en la realidad un proceso totalmente contrario. Ya que “el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el 99% restante de las personas del planeta”. De esta manera “la desigualdad económica extrema y el secuestro de los procesos democráticos por parte de las élites son demasiado a menudo interdependientes. La falta de control en las instituciones políticas produce su debilitamiento, y los gobiernos sirven abrumadoramente a las élites económicas en detrimento de la ciudadanía de a pie. La desigualdad extrema no es inevitable, y puede y debe revertirse lo antes posible”.
De esta manera se desenvuelven, se desenvolvieron y seguirán desenvolviéndose, estos monstruos del poder en la actualidad. De esta manera es como facturan, y van a seguir facturando, con la muerte en el pasado, el presente y el futuro. No dejemos que nos arrebaten ni el presente y ni el futuro. Y reivindiquemos con la memoria a aquellas personas del pasado que han sufrido en persona estas atrocidades. Hoy más que nunca tenemos que unirnos por esta causa.
*Por Wenceslao Torti Diaz para La tinta.