El colonialismo «sostenible» de China en África
Las inversiones chinas han ayudado a un puñado de países africanos a cubrir objetivos de crecimiento económico. Pero las contrapartidas de estos acuerdos son elevadas: el extractivismo de recursos y la doble cara de los créditos amenazan con imponer una nueva forma de colonialismo comercial peligroso para la soberanía de estos países.
Por Tiziana Barillá para El Salto
Mientras Donald Trump y Kim Jong-Un se lanzan palabras como misiles, China presume de su primera base naval en el extranjero, inaugurada en Djibuti el día 1 de agosto, día del 90 aniversario del Ejército Popular de Liberación, las fuerzas armadas chinas. Una base cercana al Campo Lemonnier, la única base permanente de Estados Unidos en África. Es decir, desde este verano Djibuti no es solo un puesto avanzado de Estados Unidos.
Djibuti, capital militar de África
La pequeña República de Djibuti cuenta dentro de su propio territorio con más de 15.000 militares occidentales entre franceses, italianos, alemanes, holandeses, españoles, rusos e ingleses. Allí, Japón construyó su primera base militar en el extranjero tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, y dentro de poco, tendrá otra en Arabia Saudí.
De estos 23.000 kilómetros cuadrados de territorio, entre Etiopía y Somalia, despegan cada año miles de drones, predators y reapersdirectos al cuerno de África y al Medio Oriente, un día contra las milicias de al- Shabaab en Somalia, y otros, contra las ubicaciones de Al-Qaeda en Yemen. Se trata, por lo tanto, de una posición estratégica de la cual, obviamente, China no podía perder posiciones en un continente, África, que asume cada vez más la apariencia de una nueva e inmensa colonia.
La vía del comercio
Infraestructuras, deslocalizaciones de producción y mano de obra barata, todo ello a cambio de recursos naturales. Se estima que las multinacionales chinas han invertido en torno a 60.000 millones de dólares en África.
Que China es el primer socio comercial de este continente lo dicen los números: el 3 de agosto, el Ministerio de Comercio chino ha confirmado que el volumen comercial durante la primera mitad de 2017 ha crecido un 19%, llegando a la cifra de 85.300 millones de dólares. Los intercambios de Pekín con los tres mayores socios africanos, Sudáfrica, Angola y Nigeria, ha crecido respectivamente, en el 28%, 67% y 22%. También Etiopía, Zambia, Kenya, Djibuti y otros países han superado los 100 millones de dólares de inversiones.
El 90% del cobalto recogido en África termina en China. Dos terceras partes de este mineral proceden de la República Democrática del Congo.
Y esto es sólo el inicio. Según el portavoz del Ministerio del Comercio chino, Gao Feng, la estructura de la importación exportación continúa mejorando y los grandes proyectos crecen a todo trapo. El gobierno chino ha anunciado de hecho un cambio de paso que permitirá acelerar el desarrollo de “los diez grandes proyectos de cooperación” en los sectores industrial, agrícola, de infraestructuras y financiero.
Una mina de cobalto
Inversiones sobre recursos naturales, decíamos. Desde el último enero hasta ahora, le economía africana se ha vuelto a recuperar y las previsiones de las Naciones Unidas dicen que, para el año 2017, se registrará un crecimiento del 3,2%, con un crecimiento del 1,7% respecto del año 2016. Mérito también del apoyo chino y por supuesto, con una moneda de cambio concreta. El principal de los recursos naturales que une Pekin y África es el cobalto: el 60% de la materia prima comerciada a nivel global es extraído de la República Democrática del Congo. Y el 90% del material recogido termina en China.
No es por casualidad que la cadena de suministro de cobalto está dominado por empresas chinas. Sobre todas ellas despunta la Congo DongFang International Minning, que está asociada a la Zhejiang Huayou Cobalt, uno de los mayores productores de cobalto del mundo. Entre otras cosas, se estima que 100.000 mineros africanos excavan con instrumentos rudimentarios con total ausencia de medidas de seguridad, pero bajo la vigilancia de los trabajadores chinos. Según Amnistía Internacional al menos 40.000 trabajadores son en realidad menores que, a partir de los siete años de edad trabajan doce horas al día por un salario de dos dólares.
El objetivo de China se ha dado a partir del año 2000, es decir, desde la creación del Fórum Económico China–África. Desde ese año, la intención declarada de Pekín es financiar a los países carentes de infraestructuras primarias como calles, puentes o puertos, sin entrometerse en la política interna de los propios Estados.
Angola ha sido la que abrió la compuerta de los dólares chinos, allí el Gobierno asiático empezó a realizar grandes obras a cambio de la explotación de recursos energéticos. De esta manera, Angola financió sus infraestructuras, urbanizó la capital, Luanda, y proyectó un tren transcontinental que llegará a los yacimientos de la cosa del Océano Índico. Desde 2009, en el país se han creado 330.000 puestos de trabajo, y la tasa de pobreza se ha disminuido del 63% al 38% .
La historia reciente del Sudán sigue un camino similar, desde hace 20 años se firman acuerdos comerciales con Pekín. ¿La contrapartida? La explotación de los yacimientos petrolíferos. En Chad, Mauritania, Guinea Ecuatorial la explotación que se lleva a cabo es de hidrocarburos.
Colonialismo sostenible
“El tren Mombasa-Nairobi se inauguró oficialmente en mayo de 2017. Mientras tanto, en Namibia, el depósito minero de uranio explotado por las empresas chinas ha horneado el primer barril y ambiciona convertirse en la segunda minera más grande del mundo”. Los anuncios del gobierno chino tienen siempre un aura de grandeza de otros tiempos. Aquellos en los que las minas y los sistemas ferroviarios decidían el destino económico del planeta.
Pero Pekín tiene en mente otras medidas para promover aquello que define como “el desarrollo de la cooperación económica y comercial bilateral”. Ya ha sido constituida la Alianza para la innovación y la cooperación de las energías renovables China-África (Aicerca). Esta alianza está conformada por instituciones financieras, proveedores de smart grids (redes inteligentes) y constructores de plantas de energía renovable.
En total, en las universidades chinas se han inscrito más estudiantes africanos que en los Estados Unidos y Gran Bretaña
“Según un plan de desarrollo sostenible –se puede leer en la agencia oficial china Xinhua– Aicerca ayudará a realizar sistemas de aprovisionamiento y de transmisión de electricidad en África a través de proyectos de partenariados público-privados (PPP)”. La alianza apuntaría por lo tanto a promover también las energías renovables. Y todo ello ocurre cuando los Estados Unidos de Trump se retiran del Acuerdo de París y declaran su intención de disminuir sus inversiones en África.
La vía del «poder blando»
Para entender con un poco de anticipo los proyectos geopolíticos de las grandes potencias puede ser útil una ojeada a los cursos de lengua previstos por las grandes universidades de los países en cuestión.
Mientras en las universidades estadounidenses se enseñan en torno a 70 lenguas, en las universidades chinas se enseñan 84 y aparentemente llegarán a 95. Kurdo, mahorí, samoano, tigriña (lengua de Eritrea y del norte de Etiopía), ndebele (Botswana y Zimbabue) o comorense: las lenguas que estudian los chinos cubren la mitad del mundo, para hablar con exactitud, Medio Oriente, el área del Pacífico, África y Europa del Este.
La regla es hablar con el interlocutor de turno sin imponer el mandarín y sin “someterse” al inglés. “Usar el inglés y el francés significa perpetuar la hegemonía de las potencias coloniales” ha afirmado Sin Xiaomeng, presidente de la escuela de estudios Asiáticos y Africanos de Pekín. Por lo tanto, mejor colonizar usando la lengua del territorio a dominar, y después, si va mal, en caso de no entenderse, se podrá dejar hablar al dinero.
De los archivos del ministerio de instrucción chino se entiende que las tendencias internacionales de Pekín están también relacionadas con el campo de la instrucción. La universidades chinas acogen a estudiantes provenientes de Asia, de las Américas, de Europa y de Oceanía. Es cierto que en los pasillos de las facultades se encuentran sobre todo chicos y chicas asiáticos, como es lógico, pero los estudiantes africanos crecen a buen ritmo.
En menos de 15 años, su número ha aumentado en 26 veces: de menos de 2.000 estudiantes en el año 2003 se ha pasado a casi 50.000 en 2015. En total, en las universidades chinas se han inscrito más estudiantes africanos que en los Estados Unidos y Gran Bretaña, donde hay 40.000. Sólo Francia, por razones históricas obvias, tiene más, en torno a 95.000. Por otro lado, el gobierno chino ha invertido mucho en la formación de recursos humanos africanos: a partir de 2006, ha potenciado el número de becas de estudio dedicadas a los jóvenes africanos, y ha anunciado un objetivo de 30.000 unidades para el año 2018.
Una población africana mejor formada implica la extensión del “poder blando” chino, y como consecuencia, una influencia sobre la futura generación de la élite africana. Al mismo tiempo, en China, el auge de la xenofobia respecto a los estudiantes extranjeros se controla gracias a la rigurosa política de visados. Terminados los estudios, la mayoría de los estudiantes está obligada a dejar el país y volver a África donde las multinacionales chinas les contratan.
Contentos y endeudados
El sondeo Afrobarometer del 2016 muestra que en 36 países africanos, los ciudadanos están en general, contentos de la presencia china: el 63% considera la influencia de Pekín bastante o muy positiva. Entre estos últimos, el 24% cree además que el modelo económico del gigante oriental está más adaptado a su continente.
Encuestas aparte, y más allá de las alianzas y las redes ferroviales, lo que crece en los últimos años es la deuda que África tiene con China. El estudio China–África Research Initiative (Cari) de la Universidad de Johns Hopkins estima que los préstamos concedidos por Pekín (Estado, bancos y empresas) a los Estados y organismos públicos africanos entre los años 2000 y 2014 han pasado de 132 millones de dólares a 13.590 millones.
En el año 2015, la balanza comercial de 54 países africanos ha llegado a un desequilibrio de 34.000 millones de dólares a favor de Pekín. Entre los líderes africanos no falta quien denuncia las relaciones de fuerza. El presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta –recientemente reelegido, en el medio del desorden en las calles del país– en una entrevista concedida al Financial Times, ha declarado: “Para cualquier país, el desnivel en la balanza comercial es un problema. En el futuro haremos de tal manera que los productos keniatas puedan penetrar sobre todo en los mercados chinos”.
Para hacerse una idea del desafío que se ve en el horizonte, vale la pena confirmar los números relativos a las interacciones comerciales entre Pekín y Nairobi. En 2015, Kenia ha importado bienes desde China por un valor de en torno a 5.900 millones de dólares, sobre todo acero y materiales de construcción ferroviaria. Al contrario, el valor de los productos keniatas vendidos al “dragón” no ha superado los cien millones de dólares.
*Por Tiziana Barillá para El Salto.