María del Carmen Verdú: “Las fuerzas de seguridad son la columna vertebral de la opresión y de la represión”
Entrevistamos a la abogada y referente de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI). La importancia de la unidad del campo popular en una coyuntura donde el aparato estatal mata a un pibe por día y desaparece forzosamente personas. El desafío de vivir para la alegría en un contexto rodeado de muertes.
Por Débora Cerutti para La tinta
—En la presentación de la CORREPI en Córdoba, la semana pasada, planteabas que el trabajo que se hacía desde la coordinadora era en el lado oscuro de la luna, y retomabas lo dicho por un compañero tuyo, que afirmaba que era como “estar pariendo en una funeraria”. Estar militando desde la alegría en el lugar de la represión, de la tortura, de la muerte, ¿qué implica esto?
—Es una cosa bastante dialéctica que está en el ADN de CORREPI. La mitad de nuestros compañeras y compañeros no se han acercado a la militancia antirepresiva por una decisión individual, una necesidad, un asumir un compromiso de lucha abstracto sino por la situación bien concreta y dramática de que a su pibe, a su hermano, a su familiar lo mató la policía, la gendarmería, la prefectura o el servicio penitenciario. Entonces vos te vinculás con ese compañero o esa compañera en el peor momento de su existencia atravesado por el dolor más terrible que puede pasar una persona, sobre todo cuando el asesinado es el hijo o la hija, y son los padres los que han tenido que enterrarlo transgrediendo absolutamente las leyes naturales. Todos nos preparamos para en algún momento de nuestras vidas, enterrar a nuestros padres y despedirlos y contarles a nuestros nietos quiénes eran. Pero cuando es al revés, es tan antinatural que ni siquiera hay una palabra en nuestro idioma para nombrar a la madre o al padre que perdió un hijo o una hija. Cuando se te mueren tus viejos sos huérfano, cuando se te muere tu compañero sos viuda o viudo, pero cuando se te muere un hijo o una hija… es como que no sos. Es la nada. Entonces es a partir de ahí que nosotros nos vinculamos con buena parte de nuestra militancia que a la vez, tiene esta necesidad que nos han enseñado los propios compañeros y familiares también de que esté atravesada al mismo tiempo por la alegría.
Cuando vos entrás a una reunión en donde el 80 por ciento (como ocurre en las plenarias de familiares) son amigas y compañeras que vienen de esta situación de infierno y sin embargo se están haciendo chistes y riendo y mientras pintan los carteles y las banderas con los nombres de sus hijos y los nombres de los policías que los asesinaron, hacen bromas entre ellos, planifican una fiesta para juntar plata o una feria de platos en el barrio para poder hacer finanzas y bancar las fotocopias en el expediente por ejemplo. Esa es una característica muy particular que sobre todo la destacaba mucho Delia Garcilazo, una de nuestras compañeras fundadoras, la mamá de Fito Ríos que fue asesinado por la tortura en la cárcel de Caseros. Ella falleció hace ya diez años y cuando la velamos pusimos sobre su cajón aquella frase de Fučík que habla de que la alegría siempre esté viva en mi nombre (“Hemos vivido para la alegría; por la alegría hemos ido al combate y por ella morimos. Que la tristeza jamás vaya unida a nuestro nombre”).
—¿Cómo te han atravesado estas historias como militante?
—A todos los que militamos en CORREPI nos pasa que nos apropiamos de las historias. Nosotras hablamos de las pibas y los pibes como si los hubiésemos conocido y salvo muy poquitas excepciones, la primera foto que vemos de ellos, sobre todo los que nos encargamos de la pata técnica, suele ser la foto del momento del hecho o de las autopsias. Desde ese momento nos construimos una imagen que nos permite hablar de nuestros pibes y pibas como si los conociéramos. Sabemos de qué club eran hinchas, qué tipo de música les gustaba. Y eso tiene que ver con el nivel de fraternidad con el que tratamos de promover la militancia en un espacio que se mezcla un poco de todo porque a esto le tenés que sumar la pelea por la libertad de los presos políticos. Le tenés que sumar la defensa de los represaliados por luchar. Las causas por represiones masivas. Los pedidos de asistencias por otros espacios como ocurre ahora con los estudiantes secundarios con todo el tema de las tomas en la ciudad de Buenos Aires.
Hay 17 colegios tomados en este momento resistiendo el intento de reforma estudiantil que los quiere convertir en mano de obra barata para las empresas y pasantías obligatorias, la ultra precarización dirigida por el Estado en beneficio de las patronales. Y se le pregunta a la CORREPI: ¿qué hacemos cuando viene la cana, cómo nos organizamos en cuestiones de seguridad? Y todo eso es una especie de licuadora que tiene como eje organizarnos contra el conjunto de las políticas del Estado.
—Hablando con otras compañeras militantes nos preguntamos algunas veces acerca de las marcas que nos va dejando en el cuerpo el estar en la calle, en la lucha, en la ruta. Si te pensás en ese proceso, de tantos años de militancia antirepresiva ¿sentís que hay marcas sobre tu cuerpo?
—Es una pregunta que cuando me la hacen me cuesta contestar porque yo no me puedo imaginar en otro lugar ni haciendo otra cosa. Tengo 59 años cumplidos hace muy poquitos días. Los cumplí en la madrugada que logramos la soltura de los compañeras y compañeros detenidos en la marcha del 1 de septiembre, a las 4 de la mañana. Mi fiesta de cumpleaños fue en las calles General Paz y Madariaga celebrando la liberación de todos ellas y ellos. Entonces seguramente hay marcas, desde el desgaste físico a un montón de otras cuestiones pero yo no me puedo imaginar de otra manera y de hecho secundarizo un montón de otras cuestiones porque para mí es el eje central.
Cuando vos tomás la decisión de asumir un ámbito militante esto empieza a condicionar tu vida. En algunos casos además te determina. Yo tengo organizada mi vida en torno de la militancia. Mi vida laboral, mi vida personal está no solamente condicionada, sino que muchas veces he hecho reorganizaciones profundas de mi vida personal y laboral para poder disponer de más tiempo para la militancia. Pero esa es una cuestión individual. Supongo que si por alguna razón me viera impedida de seguir teniendo una vida política activa ahí me vendría abajo y se me caerían las casi seis décadas que tengo más que en la cabeza.
Además con una trampa muy particular: la militancia antirepresiva se nutre fundamentalmente de jóvenes y el promedio de edad es cada vez más bajo porque cada vez son más chicos las compañeras y compañeros que se acercan. Entonces vos tenés la ventaja de chuparles la energía a ellos y mantenerte vos en forma (risas).
—En uno de los trabajos que hicieron, han podido establecer que 1 de cada 5 femicidios son realizados por miembros de alguna fuerza represiva del Estado ¿Cómo hallaron esta vinculación entre violencia de género y violencia estatal?
—Se nos ocurrió cruzar los datos de la Casa del Encuentro sobre femicidios con la información de CORREPI. En nuestro archivo había un montón de casos (no tanto como de varones, es significativamente mayor sobre todo en el gatillo fácil el protagonismo de víctimas masculinas). Nos dimos cuenta que el 20 por ciento de los casos registrados como femicidios eran cometidos por integrantes de las fuerzas de seguridad del Estado, es decir 1 de cada 5 mujeres asesinadas en situaciones de violencia de género, por su condición de mujer eran también víctimas de un arma reglamentaria, de un policía, de un gendarme, de un prefecto, de un servicio penitenciario. Si vos lo mirás desde el sistema social en su conjunto, tiene mucha lógica porque vivimos en una sociedad profundamente patriarcal.
Estamos convencidas que capitalismo y patriarcado son dos conceptos que se nutren recíprocamente y son funcionales uno al otro y que por eso capitalismo y patriarcado van a caer juntos. Porque cualquier diseño de sociedad socialista que siga siendo patriarcal no va a ser socialista. En ese sentido las fuerzas de seguridad son la columna vertebral de la opresión y de la represión. No es extraño que justamente sean las fuerzas de seguridad las que tienen ese sello tan marcado en materia de femicidios que no lo encontrás en ningún otro tipo de ocupación ni profesión, tomes la que tomes.
Camionero, maestro, médico… lo que sea no vas a encontrar una proporción así tan importante como la que señala la presencia en materia de femicidios del aparato represivo. Donde además está absolutamente exacerbada esa cultura patriarcal como lo sabe cualquier compañera que haya ido a una comisaría de la mujer, que lo único que tiene de diferente con una policía común donde aunque la atienda una mujer policía la va a atender con una lógica patriarcal.
—¿Qué significa hoy ser un desaparecido en democracia?
—Hoy la desaparición de Santiago Maldonado pone el tema en un lugar ultra relevante como la situación más grave, en todo un contexto de extremada gravedad que venimos viviendo en materia represiva. Lo cierto es que nosotros solemos encabritarnos un poco ahora con Santiago, o antes con Jorge Julio López, o antes con Luciano Arruga, que son los 3 casos más conocidos masivamente que se hable del 30 mil 1 como si fueran los únicos desaparecidos. En la década del noventa casos como el de Miguel Brú o el de Andrés Nuñez en La Plata, de Adolfo Baigorria y Raúl Garrido en Mendoza, Héctor Gómez y Martín Basualdo en Entre Ríos, ya nos hicieron pensar que era necesario volver a hablar de desapariciones forzosas en democracia. Nosotras calificamos como tal la que tiene la intervención del aparato represivo estatal más allá de lo que se concluya finalmente en las causas, incluso en esa época que no existía legalmente la figura de la desaparición forzada en nuestra legislación interna, en el 91, 92, 93, fechas de los casos que te estoy mencionando de aquella época. Ya hablábamos de desapariciones forzadas.
Por ejemplo el caso de Miguel Brú, que es uno de los pocos que tuvieron sentencia a pesar de que nunca apareció el cuerpo, la condena haya sido por tortura seguida de muerte en concurso con una privación ilegal de la libertad, porque no había en el Código Penal de ese momento la posibilidad de la condena por desaparición forzada. Con posterioridad se fueron sumando, son casi dos centenares los casos que tenemos registrados, incluso al ponernos a buscar información para el archivo encontramos casos previos. Uno de los primeros casos que tenemos registrados en el archivo del 24 de diciembre del año 1983 es un desaparecido a manos de la provincia de Santa Fe de la ciudad de Rosario, José Luis Franco un pibe de 23 años levantado por la patrulla y que mucho tiempo después apareció su cuerpo.
No hay prácticamente provincia en que no registremos algún caso de desapariciones forzadas con la particularidad de que la Patagonia es muy próvida en esa materia. El caso muy conocido de Iván Torres por el hecho de Argentina ha sido condenada en la Corte Interamericana de Derechos Humanos por esa desaparición ocurrida hace ya más de 10 años, pero solamente en Comodoro Rivadavia hay más de una docena de casos.
—¿Y qué implica que se esté aplicando la desaparición forzada de personas como política represiva?
—Más allá de las manifiestas diferencias entre un régimen democrático y dictatorial, lo que determina la aplicación de la política represiva estatal no es solamente eso sino también la necesidad objetiva que tiene el régimen independientemente del color del gobierno de turno, de implementar el control y el disciplinamiento social y por supuesto las características del propio gobierno. Quién va a administrar esa política represiva en forma coherente con su propio discurso. En la medida que se lo permita la circunstancia y cuando no apelara a otro tipo de sutilezas como lo hemos visto en nuestra historia reciente. Por eso así como hay fusilamientos por gatillo fácil, hay muertes por tortura, hay muertes por suicidios inducidos en los lugares de detención y hay femicidios cometidos por fuerzas de seguridad, etcétera, también hay desapariciones forzadas. Que no siempre responden a las mismas modalidades o mecanismos.
La más extendida seguramente, es la muerte en lugares de detención, en comisarías que son disimuladas borrando todo rastro de libros de las comisarías y tirando el cuerpo por ahí como muchísimos casos. A veces son situaciones de pibes como el caso de Luciano Arruga, hostigado a partir de su negativa a integrarse a las redes criminales que dirige y administra la propia policía, a veces son testigos molestos, en algunos casos los matan como a Silvia Suppo, en otros casos los desaparecen como a Jorge Julio López. Otras veces son situaciones como la de Santiago Maldonado en un escenario de represión más general, y recuerdo otro caso de un operativo donde buscaban a un pibe y la policía invadió el barrio y desapareció a Luciano González en Corcovado, también en la Patagonia. Incluso hay casos de femicidios donde el cuerpo está desaparecido con toda la capacidad logística del aparato estatal.
Cuando nosotros decimos 200 desaparecidos, es en aquellos casos en que tenemos elementos para afirmar la intervención del aparato represivo. Y la presunción de muerte. Porque no estamos incluyendo en ese listado a las más de 5 mil niñas, adolescentes y mujeres secuestradas por redes de trata.
—Desde el lanzamiento de la CORREPI Córdoba, hiciste hincapié en un llamado a la unidad ¿Cómo nos interpelamos en el marco de la generación de esta unidad para enfrentar la coyuntura política?
—Hace casi dos años cuando se avecinaba el cambio de gestión, incluso antes de las elecciones, cuando era evidente que a partir de la situación económica y social iba a ser necesario para quien ganase las elecciones, aplicar un ajuste brutal que se iba a descargar sobre la espalda de los trabajadores, nosotros venimos planteando la necesidad de distinguir los distintos niveles en los cuales podemos ir avanzando en cuestiones de unidad. No es necesario tener acuerdos hiper cerrados en cuestiones estratégicas con todo el mundo para poder hacer cosas en común, de hecho CORREPI como organización de base, de frente más allá de la caracterización del Estado no se plantea tampoco una estrategia de poder, no es el lugar de nuestra organización para la lucha antirepresiva, por eso integran CORREPI no solamente compañeras y compañeros independientes sino muchos otros que militan en distintas expresiones del campo popular, naturalmente en tanto y en cuanto, podamos acordar en las cuestiones básicas de nuestra declaración de principios que incluye la caracterización del Estado y sus políticas y la distinción de lo que es la clase trabajadora de lo que son los opresores y explotadores. Ahora de ahí para abajo tenés un montón de situaciones que no se pueden resolver de la misma manera.
Cuando hablamos de la situación más básica que es la de una movilización de una actividad pública en la calle, de salir masivamente con una consigna central única como puede ser el No al 2×1 de los genocidas o la aparición con vida de Santiago Maldonado, poco importa preguntarle a cada uno de los que están en la movilización a quién votó o si va a votar o no en las próximas elecciones. Eso no suma, sino que resta. Y entendemos que en un escenario como el que tenemos en este momento de un incremento represivo a fondo en todos los aspectos sería criminal empezar a sacar trapitos al sol que tenemos por montones, no hay ninguna duda de discusiones que no son hoy las centrales, las principales ni fundamentales cuando hay un compañero desaparecido o cuando nos están matando un pibe por día con el gatillo fácil.
*Por Débora Cerutti para La tinta / Fotos: Colectivo Manifiesto.