Liliana Colanzi: “Mi apuesta se centra en la ambigüedad de las percepciones”

Liliana Colanzi: “Mi apuesta se centra en la ambigüedad de las percepciones”
2 agosto, 2017 por Gilda

Por Nicolás Morelli para La tinta

Nuestro mundo muerto, el último libro de cuentos de la escritora boliviana Liliana Colanzi, confirma lo que escribió Philip K. Dick: “tenemos un montón de goteras en nuestra realidad”. Narrando historias de personajes desplazados, marginados y condenados, la autora obliga a sus lectores a preguntarse una y otra vez por los límites de lo real. Un joven poseído por el alma de un indio mataco, un peón rural que dice comunicarse con extraterrestres, una chica que tiene visiones de un ojo que la persigue, una ola de fuerzas extrañas que cae sobre un campus universitario, una niñera ayorea que asegura que los muertos nunca se van; son algunos de los relatos que componen este libro.

Con una escritura precisa y sensorial, Colanzi construye narraciones complejas y fascinantes, donde pueden encontrarse influencias de escritores como Sara Gallardo y Horacio Quiroga, pero también elementos propios de la ciencia ficción.

Este año, en el marco de la Feria del Libro de Bogotá, se publicó una lista que incluye a los treinta y nueve mejores escritores de ficción de América Latina menores de cuarenta años. Colanzi integra esa selección. La reciente publicación de Nuestro mundo muerto, editado por Eterna Cadencia, se convierte en una excelente oportunidad para disfrutar de la obra de una de las escritoras jóvenes más destacadas del continente.

liliana-colanzi-4—¿Cómo fue el proceso de creación de los cuentos que integran «Nuestro mundo muerto»? ¿Cuándo comenzaste a escribirlos?

—Empecé en 2011 con un cuento que iba a llamarse “Mordor”, que nunca funcionó del todo y que me tomó cinco años resignarme a descartar. Era la historia de un dealer y una chica gótica, y no terminaba de despegar porque todavía seguía atada a la sensibilidad de mi libro anterior. Recién en “El Ojo” intuí que podía haber algo nuevo cuando me llegó la imagen del ojo flotante en medio del vómito en el baño de la universidad. Si mi primer libro tuvo un tono más sobrio y contenido, en este me jugué por una estética mucho más trash.

—Si bien cada cuento funciona de manera autónoma, el libro tiene una atmósfera particular que envuelve a todas las narraciones. ¿Cuáles creés que podrían ser los elementos que conforman esta unicidad que transmite el libro?

—Tal vez la sensación de los personajes de ser tragados por un vértigo cósmico, de estar “pelando cable”, de ser arrastrados por una fuerza mayor.

—La mayoría de los cuentos están narrados en primera persona y cada personaje tiene una voz propia. ¿Cómo trabajaste la oralidad de los personajes?

—La oralidad también es un artificio en el que hay que trabajar: nadie habla como en los libros, incluso en los libros que intentan reproducir el lenguaje de la calle.  Mis personajes están atravesando alguna situación límite, entonces el lenguaje también tiene que dar cuenta de ese quiebre.  Quise en algunos casos hacer estallar la idea del yo, por eso algunos cuentos son como una historia dentro de otra historia, o hay dos voces dentro de una persona, o el pasado viene a colapsar dentro del presente. Pero sobre todo necesitaba sentir que los conocía, que podía escuchar sus voces dentro de mí, y ese es un proceso que se va dando de a poco, a medida que una va descubriendo las pulsiones de sus personajes.

—¿En “La Ola” incluís datos autobiográficos en la historia: al igual que la narradora vos viviste en Ithaca y asististe como estudiante a Cornell. ¿Solés usar datos de tu biografía como disparadores para escribir ficción?

—¿Quién no lo hace? A mí me marcó mucho la experiencia brutal de hacer un doctorado en Estados Unidos, la proximidad con la enfermedad mental y la dependencia a los ansiolíticos para sobrellevar la presión. El mundo académico es muy competitivo, hay mucha incertidumbre con respecto al futuro y eso conduce a la angustia y al autocastigo. La cantidad de alumnos con algún tipo de problema mental gatillado por el estrés es impresionante, y que todo esto suceda en un entorno ordenado y “racional” lo vuelve aún más escabroso. Es un problema, además, del que no se habla mucho. Nuestro mundo muerto es un libro marcado por esas circunstancias. Aunque solo las abordo directamente en “La Ola”, esa atmósfera enrarecida está también en otros cuentos.

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—En cuentos como “Alfredito” o “Meteorito” existe una yuxtaposición de cosmovisiones que entran en tensión cuando los personajes tienen que interpretar las situaciones por las que atraviesan. ¿Qué te interesaba explorar en estos cuentos?

—En esos dos cuentos aparece la manera  cómo la mirada indígena se cuela en la ciudad y en los mismos “blancos”, a pesar del rechazo que lo indígena todavía suscita en Bolivia, que sigue siendo una sociedad muy fracturada.  Y es una mirada que puede inquietar y desestabilizar, pero que también es capaz de enriquecer y complejizar nuestra comprensión del mundo.

—¿En “El Ojo” y “Chaco”, nos encontramos con personajes que dicen atravesar experiencias sobrenaturales. Sin embargo, es el lector el que tiene que decidir si les cree o los tilda de locos o mentirosos. ¿Qué podrías comentarnos al respecto?

—Prefiero no imponer mi interpretación a los lectores, mi apuesta se centra en la ambigüedad de las percepciones. No intento aclararle al lector si tiene que leer el cuento en clave realista o en clave sobrenatural, elijo estar del lado del personaje y ver la realidad desde ese lugar. Como escritora, explorar cómo alguien procesa un encuentro con lo divino o diabólico me es más interesante que determinar si ese encuentro de verdad tuvo lugar.

—¿Cómo surgió el cuento que le da nombre al libro?

—Un día recibí la llamada de una amiga rusa con quien no hablaba hacía muchos años. Esta amiga creció en un pueblito rural y más tarde tuvo que escapar de un novio gángster. Me quería contar que estaba trabajando de aeromoza en una aerolínea árabe y que se había ido a vivir a Qatar después de romper otra relación disfuncional. Me hablaba de Doha como de una ciudad muy artificial construida en el desierto, y en la que cada árbol tiene su propia manguerita que lo riega y lo mantiene vivo. La imaginé sirviendo a millonarios árabes en el cielo, soñando aún con el ex novio que la había dejado en la calle, viviendo junto a otros extranjeros en departamentos con aire acondicionado a tope para ignorar el calor del desierto.

Todo ese mundo me pareció fascinante y un poco extraterrestre y la conversación con ella me dejó con las ganas de escribir un cuento sobre una azafata de viajes espaciales. Pero el viaje en el espacio se me hacía largo y rutinario, como debe ser para una azafata un vuelo en avión. Así que convertí a la protagonista en una colona en Marte, una rusa que viene de un pueblo en el que ha ocurrido un accidente nuclear. El tema estaba en el aire, con el anuncio de Mars One de enviar humanos a Marte en diez años, y quise abordar la situación de los integrantes de una colonia marciana no como héroes sino más bien como seres que se están desintegrando física y mentalmente ante condiciones extremas.

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—¿Los ocho cuentos son muy ricos en imágenes, ¿pensás de manera visual cuando escribís?

—A pesar de que casi siempre parto con una imagen para escribir un cuento, pensar visualmente no es algo que me resulte natural. Para empezar porque soy distraída y me es difícil prestar atención a las caras de las personas y a la manera en que están vestidas, y tengo una orientación espacial casi nula. Si alguien me asaltara, sería incapaz de reconocer después al asaltante o de describir el lugar donde ocurrió. Pero escribir me obliga a pensar en la especificidad de un paisaje o de un objeto, en la textura y los sonidos de las cosas, que son los que crean una atmósfera. Es decir, me obliga a ser diferente de lo que soy. Trabajo mucho lo sensorial en la escritura, la escritura que me atrae es una experiencia que apela a todos los sentidos.

—¿“Chaco” comienza con una frase muy potente: “Decía mi abuelo que cada palabra tiene dueño y que una palabra justa hace temblar la tierra”. ¿Esta frase podría resumir tu búsqueda como escritora?

—Me reconozco más bien en lo que dice Truman Capote acerca de la escritura: “Cuando Dios te da un don, también te da un látigo, y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. Y también me gusta esta de Lamborghini: “Me haré escritor/ Es decir/ Me meteré la lengua en el culo”.

*Por Nicolás Morelli para La tinta

Palabras claves: Liliana Colanzi, literatura, Nuestro mundo muerto

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