Lilia Lardone: “Mostré cómo se había vivido la muerte de Evita en el interior”

Lilia Lardone: “Mostré cómo se había vivido la muerte de Evita en el interior”
9 agosto, 2017 por Gilda

Intensa ha sido la actividad de Lilia Lardone, Licenciada en Literaturas Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba, como capacitadora docente y como escritora. Conversa con nosotros no sólo sobre su formación y su trayectoria, sino que puntualmente se refiere a su trato con Andrés Rivera y a su libro «20.25. Quince Mujeres hablan de Eva Perón».

Por Rolando Revagliatti

—¿Noticias de vida?

—Crecí, afortunadamente, en un pueblo apartado de rutas. Infancia y adolescencia en Hernando transcurrieron entre juegos, libertad total para andar por las calles en bicicleta, y a la vez una situación de preocupante estrechez económica. En mi casa no había libros, sí pinceles porque mamá pintaba y enseñaba a pintar, y de eso vivíamos ya que papá murió cuando yo tenía cinco años. Hacia los once descubrí un día la Biblioteca Popular, un encuentro decisivo porque a partir de ahí me transformé en lectora constante y entusiasta.

La pasión por los libros me llevó a la capital de Córdoba, a estudiar Letras en la Facultad de Filosofía y Humanidades en donde tuve profesores increíbles, como Enrique Luis Revol, Noé Jitrik… Pero lo académico no me tentaba, así que un poco antes de recibirme empecé a trabajar en la recién creada Radio Municipal, y más adelante me dediqué de lleno al activismo cultural para promover la difusión de la literatura y el teatro. Eso hice durante largos años. Me casé, tuve dos hijos, me separé, y en los años terribles de la dictadura aprendí a callar: resultaba muy difícil trabajar en el Departamento Letras, hacia donde apuntaban las miradas inquisidoras. Entonces, como siempre, la lectura fue mi refugio. Igual que para tanta otra gente…

—Hasta que un tal Reynaldo Bignone le transfiere la banda presidencial a Raúl Ricardo Alfonsín.

—Por fin llegó la democracia, y se multiplicaron las posibilidades de hacer cosas. Elegí especializarme en Literatura para niños y jóvenes, temática que me atraía desde hacía mucho. Junto a Lucía Robledo recorrimos la provincia dando cursos para docentes sobre criterios de selección en LIJ: Literatura Infantil y Juvenil. Y a partir de 1985 coordiné talleres de escritura…  Los años pasaron y me encontré —después de mis cincuenta— con los hijos crecidos e independientes: se dio la hora de escribir mis propias historias, algo que nunca hubiera imaginado como destino.  Porque para mí escritores eran los otros, los que admiraba y leía… Sin lugar a dudas el estímulo determinante fue escuchar lo que escribía la gente en mis talleres, personas que sin ninguna experiencia previa de escritura lograban conmoverme… ¿Por qué no?, pensé. Y ese fue el comienzo de una vida distinta, donde no sólo la lectura es fuente de alimentación sino también la búsqueda expresiva a través de la creación.

—¿Y qué fue lo inicial?

—Con timidez, bien insegura, hice una recopilación de coplitas anónimas cordobesas, investigando en publicaciones que sólo se encontraban en bibliotecas y archivos. Se publicó como Nunca escupas para arriba. Después avancé en versiones personales de cuentos populares de Córdoba, bajo el título El Cabeza Colorada. Ahí empecé a intuir la cocina de la narrativa, cómo construir la tensión, cómo sostener un relato. Un día, en una Feria del Libro de Córdoba, escuché decir a Ricardo Piglia algo así como: “Se escribe una novela para descifrar un enigma”. Y de inmediato recordé una historia tabú de la que conocía sólo jirones, una historia de abandono que circulaba sotto voce en mi infancia, en la casa de mi abuela paterna, piamontesa. Poco a poco, borrando más de lo que escribía, empezó a tomar forma la novela Puertas Adentro, en la que trabajé unos tres años y que tuve la suerte de publicar en Alfaguara. Luego se me ocurrió un texto para chicos que también me llevó mucho tiempo, porque soy bastante obsesiva con la reescritura y hasta que no me conforma sigo desechando borradores. Por fin estuvo lista la novela breve Caballero Negro y coincidió con un concurso importante de LIJ que se hace anualmente en Colombia. La mandé por correo, sin ninguna esperanza, y gané el Primer Premio Latinoamericano Norma/Fundalectura, en Bogotá. Con ese premio sentí que la escritura me había llegado como un enorme privilegio de la edad madura.

—¿Y la poesía?

—Leía y leo a los poetas, todos los que puedo, porque la palabra poética es condensación y desnudez y esencia. También ese me parecía terreno reservado sólo para algunos, y demoré mucho en animarme a hacer mi experiencia. Pero el dolor a veces se filtra y decanta de modos inesperados: a los cinco años de la muerte de mamá necesité escribir sobre ella, sobre mí, sobre la temprana desaparición de mi padre… y poco a poco construí Pequeña Ofelia”. Un libro breve, con imágenes que me sacudían aún por su carga de ausencias, de pérdidas, de vínculos que ya no existían. Y casi enseguida, ganada por una especie de “estado de poesía”, fui armando Diario del río. Es un poemario que refleja, en puras minúsculas, los paseos por el río Suquía que corre cerca de mi casa. Una condensación de interrogantes, contradicciones, analogías, miradas sobre lo que ocurre entre los silencios y los rumores de la vida cotidiana… En ambos casos hubo intensa tarea de reescritura. Se los di a mi amigo Julio Castellanos, excelente poeta y editor de Ediciones Argos, y él los publicó en una bellísima cajita que contiene los dos libros, en la Colección Horizon Carré.

—¿Después?

—Como soy curiosa, traté de incursionar en otros géneros y di con el apasionante trabajo de escribir en coautoría. Así nacieron varios libros con María Teresa Andruetto, una autora excepcional, gran amiga. Las dos veníamos de una intensa labor a lo largo de años en talleres de escritura y decidimos sumar conocimientos para trasmitirlos. Escribimos El taller de escritura creativa (en la escuela, la biblioteca, el club)… Siguió La escritura en el taller, que se publicó en España, y también un libro de entrevistas a un autor que las dos admiramos y que nos honró con su amistad, Andrés Rivera. Apareció con el título Ribak, Reedson, Rivera: conversaciones con Andrés Rivera.

Por ese entonces, en mi tarea como jurado en concursos, al leer incontables originales empecé a intuir que estaba surgiendo una corriente bastante fuerte de autores jóvenes. Emprendí una larga y minuciosa búsqueda por redes y contactos hasta que compilé: Es lo que hay. Antología de la narrativa joven en Córdoba, en la que incluí veinticinco autores. Más tarde, Córdoba cuenta. Antología de literatura para niños.

Entretanto, seguía escribiendo ficción: para grandes, la nouvelle Esa chica, el volumen Vidas de mentira y otros relatos… Para chicos, entre otros, el poemario La niña y la gata en donde volví a rondar la poesía. Y los cuentos Los asesinos de la calle Lafinur, Benja y las puertas, El nombre de José, Los Picucos, más las novelas juveniles La fábrica de cristal, La banda de los coleccionistas. Nombro aparte Papiros, libro que me dio otra satisfacción al ser seleccionado por la Biblioteca de Munich como uno de los destacados en 2004, en lo que se llama The White Ravens.

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—¿Cómo surge, cómo organizaste la tarea que te habrá demandado “20.25. Quince mujeres hablan de Eva Perón”? ¿Quiénes son las quince mujeres y cuál ha sido la repercusión de dicha iniciativa?

—La idea surgió en conversación con una amiga (que luego sería una de las entrevistadas): cómo un acontecimiento histórico puede grabarse para siempre en distintas personas, integrado a un momento peculiar de su propia vida. Hablamos del 26 de julio de 1952, fecha imborrable. Yo tenía once años cuando murió Eva Perón y no me olvido de las lágrimas de mamá, de la conmoción en el pueblo… Después de la charla me quedé pensando que me gustaría mostrar esa Argentina de mediados del siglo XX, un país que ya no existe porque cambiaron las costumbres, cambió la vida. Y para eso nada mejor que conseguir testimonios de gente que quisiera contar lo sucedido, que iluminara de nuevo la escena.  De inmediato me di cuenta de que necesitaba que la memoria emotiva impregnara las entrevistas y me permitiera reconstruir aquel país, y que por eso las entrevistadas debían ser mujeres mirando a otra mujer, esa mujer… 

Pedí colaboración a Yaraví Durán, licenciada en Comunicación, y fuimos eligiendo las “testigos de época” en función de ideologías y pertenencias de clase. Radicales, peronistas, contras, fanáticas, conservadoras, izquierdistas, políticas, científicas, amas de casa, maestras, habitantes de la ciudad y del campo… un mosaico de voces y pensamientos. Las entrevistas llevaron mucho tiempo, en algunos casos no fue fácil conseguir los testimonios. Si hasta hubo algunas elegidas que prefirieron no participar, increíble, a sesenta años de su muerte Evita es un tema aún candente, polémico…

Y llegó lo más difícil, tarea que emprendí sola: editar las voces respetando sus identidades, sus ritmos y silencios, su respiración, tal como si fueran personajes. Lo que quedó es lo que yo pretendía, quince piezas de un rompecabezas histórico para que los lectores lo armen al derecho y al revés, o al sesgo, a través de las contradicciones de una época muy parecida a la actual, con divisiones que separaban a familias y amigos, odios y amores… Cuando apareció el libro recibí incontables llamadas de los medios de todo el país, las críticas fueron muy positivas y rescataron la originalidad de la iniciativa, porque hasta el momento no había un libro que mostrara cómo se había vivido la muerte de Evita en el interior, ni cómo sus contemporáneas la narraban desde hoy.

—Sin ser periodista tenés tu experiencia de haber entrevistado, al menos a dieciséis personas, una de ellas, uno de nuestros más reconocidos novelistas.

—Una primera conclusión es que hay que prepararse bien para el momento. En el caso de un escritor, me parece esencial conocer a fondo su obra para que las preguntas iluminen y aporten nuevos caminos de lectura. Y en toda situación, cualquiera sea la personalidad a entrevistar, la condición básica sería mantenerse bien alerta para introducir preguntas cuando sea necesario ampliar el campo temático, y no ceñirse a pautas rígidas ni a preconceptos. Para eso, hay que aprender a escuchar las “entre líneas”.

Ni yo ni María Teresa tomábamos apuntes sino que mientras funcionaba el grabador estábamos de lleno, cara a cara, en la entrevista. Con Andrés Rivera contábamos con un conocimiento previo, acabado y exhaustivo, de toda su producción literaria. También de su persona, un respeto muy grande por su trayectoria de militante y de escritor. Por eso los encuentros fluían con naturalidad y él se veía cómodo, con ganas de responder, porque sabía que las preguntas venían precedidas de un interés genuino y responsable.

Con las quince mujeres, a quienes salvo un par de excepciones conocí el mismo día de la entrevista, me dejaba llevar por la intuición y por mis propios recuerdos de la época, tanto en lo político como en lo costumbrista. Habíamos hecho un esquemita previo, preguntas que servían de marco. Pero todo dependía de las personalidades, de los detalles que iban apareciendo y que era necesario precisar para que no se perdieran en medio de los recuerdos difusos. El grabador funcionaba, yo escuchaba y de a ratos repreguntaba, lo que a veces provocaba la aparición de nuevos pormenores. La mayoría había pasado los ochenta años y algunas tenían buena memoria, otras no, y era necesario adaptarse para rescatar lo valioso a efectos del objetivo del libro. Después, en el armado final, introduje una semblanza de cada una de ellas y de su ámbito familiar, porque las entrevistas se hacían en sus propias casas o departamentos y me parecía importante mostrar los contextos… Me gustó el trabajo, el contacto directo con personas que de otro modo no hubiera conocido y sobre todo, el acceso a opiniones tan diversas. Un aprendizaje inolvidable acerca del respeto por los otros y su pensamiento.

*Por Rolando Revagliatti – www.revagliatti.com

Lilia Lardone nació el 24 de octubre de 1941 en la ciudad de Córdoba. Es Licenciada en Literaturas Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba (1961). Entre 1985 y 1997 dictó cursos de capacitación docente sobre criterios de selección en libros dirigidos a chicos y jóvenes, para la Unión de Educadores de su provincia. Ha sido coordinadora de programación de ocho emisiones (1988-1995) de la Feria del Libro de Córdoba para niños y adultos, y miembro activo del Ateneo del Centro de Difusión e Investigación de la Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ) entre 1991 y 1995. Entre otras distinciones obtuvo el Premio Taborda 2009 de Letras por su trayectoria a favor de la lectura y la escritura, otorgado por la Asociación para el Progreso de la Educación. En el género novela aparece en 1998 la primera edición de “Puertas adentro” a través de Editorial Alfaguara; en 2006, “Esa chica”; en 2002, “Papiros”, reeditada en 2014. En 2003 se publica el volumen de cuentos “Vidas de mentira”. La primera edición de su novela para niños “Caballero negro” es de 1999 y se reeditó en 2014. De cuentos y relatos para niños son sus obras “El nombre de José”, “Los picucos”, “Los asesinos de la calle Lafinur”, “El día de las cosas perdidas”, “Benja y las puertas”; y “La fábrica de cristal”, más “La banda de los coleccionistas”, son títulos de sus novelas juveniles. “La niña y la gata”, poemario para niños, con ilustraciones de Claudia Legnazzi, es de 2007, y sus dos poemarios para adultos, “Pequeña Ofelia” y “diario del río” aparecieron en 2003 a través de Ediciones Argos, en su provincia. Entre 2003 y 2011 fueron editándose libros concebidos en forma conjunta con María Teresa Andruetto. Y en 2012, Editorial Sudamericana publicó “20.25. Quince mujeres hablan de Eva Perón” (con la colaboración en las entrevistas de Yaraví Durán).

Palabras claves: Andrés Rivera, Lilia Lardone, literatura, María Teresa Andruetto, Quince mujeres hablan de Eva Perón

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