Córdoba volvió a ser el mejor alumno de Cambiemos

Córdoba volvió a ser el mejor alumno de Cambiemos
13 agosto, 2017 por Redacción La tinta

La provincia mediterránea, la más «pro» de todas las islas, ubicó, una vez más, al macrismo en la cima de la elección popular. La alianza PRO-UCR-Frente Cívico ganó las elecciones con el 44,5% de los votos en una provincia obrera y clerical que lleva años votando el cambio, pero no cambia. La provincia fue y es coherente con su historia conservadora.

Por Redacción La tinta

«Qué lindo volver a casa, qué alegría estar! Acá empezó la locura, las ganas de liberar los sueños, vencer el miedo y la resignación, y volver a creer en nosotros mismos. Acá nació el Sí se puede!». Esa fue la arenga con la que el presidente Mauricio Macri se dirigió al público cordobés el pasado jueves en la Plaza de la Música, donde encabezó el cierre de campaña de Cambiemos en la provincia de Córdoba.

En esta, el mandatario no miente. Los cordobeses le dieron una diferencia fundamental en 2015 para llegar a la Casa Rosada. Y este domingo, un año y medio más tarde, ratificaron su intención de voto en las urnas con un arrollador triunfo del candidato de Cambiemos Héctor Baldassi con un 37,8% de los votos, sobre el delfín de Juan Schiaretti, el propio vicegobernador de la provincia, Martín Llaryora, que obtuvo un 28,5%.

Más atrás, quedaron Pablo Carro (Frente Córdoba Ciudadana) con el 9,9% de los comicios; Liliana Olivero (Frente de Izquierda y los Trabajadores) 4,3%; y Aurelio García Elorrio (Encuentro Vecinal Córdoba) 2,4%. El radical Dante Rossi armó una lista propia para disputar la interna con Baldassi y obtuvo el 6,6% de los votos, pero no le alcanzó para ingresar a los comicios de octubre.

En una elección que se nacionalizó por la fuerte presencia de Cristina Fernández en Buenos Aires, una vez más, los cordobeses mostraron ser grandes aliados del macrismo. Esto no significa que el porcentaje -ni este 44,5% ni aquel 71,5% en el ballotage de 2015- se traduzca en un apoyo directo a Mauricio Macri y su gestión, sino, más bien, en un profundo rechazo a la posibilidad de que el kirchnerismo vuelva a ocupar lugares de poder. A pesar de las dificultades económicas y el pesimismo reinante, la satisfacción ideológica de haber sido una ficha clave en el desplazamiento del kirchnerismo sigue pisando fuerte en Córdoba.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

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Cordobesismo: la más Pro de todas las islas

Córdoba es conservadora y etnocéntrica: si la atacan, se encierra, y si no la atacan, se encierra también. Una “isla”, como la definió un gobernador. Argumentos, broncas y preguntas sobre una provincia obrera y clerical que lleva años enfrentada a la Casa Rosada y en la que el kircherismo nunca pudo hacer pie.

(*) Por Dante Leguizamón para Revista Anfibia en diciembre de 2015

El día del balotaje, un vecino de Buenos Aires pagaba 3 pesos el boleto de colectivo gracias a los subsidios del gobierno nacional; el de Córdoba costaba 7,10. Un amigo que vive en Palermo pagaba 80 pesos de luz subsidiada por un 3 ambientes. El autor de esta nota paga 380 a la Empresa Provincial de Energía (EPEC) en los meses más baratos. Un tubo de gas –donde vivo no hay gas natural aunque estoy a unos 45 minutos del microcentro de Córdoba– cuesta 600 pesos y dura, en invierno, entre 3 y 4 semanas. No quiero ni saber cuánto pagan de gas por mes en la Capital Federal.

Los referentes del Frente para la Victoria en Capital Federal fueron Daniel Filmus y Mariano Recalde. En Córdoba, todavía se ve la estela que dejó Ricardo Jaime. La derecha porteña es un empresario millonario y de ojos claros como Macri y un chico lindo de rulos como Martín Lousteau. Nuestra derecha, la cordobesa, es peronista y radical. Nosotros lo llamamos “el partido cordobés”. Desde 1983, gobernó Eduardo César Angeloz y luego Ramón Mestre (el de la represión en Plaza de Mayo en 2001) y ese radicalismo dejó como principal referente a Oscar Aguad. Desde 1999 en adelante, nos gobernó José Manuel De la Sota.

Varios amigos de Buenos Aires me han preguntado en estos días: ¿Por qué nos hicieron esto? ¿Cómo puede ser que Cambiemos haya sacado el 71,5% de los votos? Lo primero que pienso es: nosotros no lo hicimos. Córdoba, pese a todo, no es una sola. Me animo a repreguntar: ¿Ustedes saben lo difícil que ha sido para los simpatizantes del proyecto nacional y popular cuando la mayoría –no todos, es cierto- de los beneficios de ese proyecto fueron obturados en nuestra provincia por la pésima relación entre la Nación y los gobernantes de este distrito?

En abril de 2013, La Plata sufrió una inundación espantosa. El gobierno nacional destinó millones a la reconstrucción. Cristina, además de ir a visitar a los afectados, dio un discurso conmovedor sobre la lucha y la militancia ayudando. Al mes, se publicó un informe sobre la ayuda prestada.

Cuando las inundaciones golpearon a la mitad del territorio cordobés, en el Hotel 18 de Marzo de Río Ceballos, convertido en centro de refugiados, entre los que ayudaban, había muchos vecinos y algunos militantes, varios kirchneristas. Al tercer día, los últimos evacuados miraban el televisor a todo volumen esperando las palabras de Cristina. La presidenta hizo apenas una referencia tangencial al tema. Recién unos días más tarde, nuestro gobernador –el más convencido representante de la derecha peronista, quien trabajó para Cambiemos en el balotaje- fue a hablar con Aníbal Fernández. El Jefe de Gabinete le prometió un crédito que todavía -10 meses después- sólo se hizo efectivo en un 25%.

Por otro lado, queridos porteños, no fue Córdoba, sino los vecinos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires los que votan a Macri desde hace ocho años. Los mismos vecinos que gracias a los subsidios del Gobierno Nacional pagan los servicios entre un 30 y un 70 por ciento más baratos que los cordobeses.

Hay razones para entender el resultado electoral en Córdoba, pero dejemos en claro algo: no alcanza con preguntar a los cordobeses por qué los tapó la ola amarilla. También los vecinos de Buenos Aires deberían preguntarse cómo fue que esa ola comenzó a crecer.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

Los beneficiados por las políticas del gobierno nacional en los últimos 12 años fueron millones. Fuimos millones. Además de las iniciativas obvias y no por ello menos maravillosas (Ley de Medios, Matrimonio Igualitario, Procrear, etc.), lo cierto es que la idea de aislar a los gobernantes cordobeses (De la Sota-Schiaretti-De la Sota) produjo una batalla narrativa que supo utilizar con mucha más lucidez el conservadurismo cordobés que el kirchnerismo nacional.

Doy ejemplos: la Asignación Universal por Hijo se aplicó en Córdoba como en todo el país, pero los beneficiarios todavía hoy creen que es un beneficio del gobierno provincial. Mi hijo tiene la notebook de Conectar/Igualdad, pero ningún docente le dijo que era un beneficio de la Anses. Justamente, la Anses fue tomada como un enemigo ideal por el gobernador De la Sota que, según su relato anti-k, se quedaba con la plata de los cordobeses y era el responsable de que él se viera “obligado” a cobrar una tasa vial –a todas luces inconstitucional- que aumentaba el precio de la nafta en la provincia. El diálogo interrumpido entre la Casa Rosada y el gobierno cordobés también limitó el alcance de las políticas nacionales.

Entre las cosas que me dijeron en estos días algunos amigos porteños, estuvo también la comparación entre aquella provincia “rebelde” del Cordobazo y la Reforma de 1918, y esta Córdoba Pro. Lamento decirles que esos planteos muestran un desconocimiento de esta provincia similar al de Mauricio Macri cuando comparó la elección del domingo 22 de noviembre con la gesta obrera estudiantil de Agustín Tosco, Elpidio Torres y Atilio López.

El voto cordobés tiene un recorrido histórico que puede servirnos para entender por qué mi provincia vota como vota. Sarmiento fue uno de los primeros que supo definir a esta tierra conservadora y clerical, donde hasta el zapatero se da aires de doctor: “Por lo demás, el pueblo de la ciudad, compuesto de artesanos, participaba del espíritu de las clases altas: el maestro zapatero se daba los aires de doctor en zapatería y os enderezaba un texto latino al tomaros gravemente la medida; el ergo andaba por las cocinas y en boca de los mendigos y locos de la ciudad, y toda disputa entre ganapanes tomaba el tono y forma de las conclusiones. Añádase que durante toda la revolución, Córdoba ha sido el asilo de los españoles en todas las demás partes maltratados. ¿Qué mella haría la revolución de 1810 en un pueblo educado por los jesuitas y enclaustrado por la naturaleza, la educación y el arte? ¿Qué asidero encontrarían las ideas revolucionarias, hijas de Rousseau, Mably, Raynal y Voltaire, si por fortuna atravesaban la pampa para descender a la catacumba española, en aquellas cabezas disciplinadas por el peripato para hacer frente a toda idea nueva; en aquellas inteligencias que, como su paseo, tenían una idea inmóvil en el centro, rodeada de un lago de aguas muertas, que estorbaba penetrar hasta ellas?”

Córdoba es, esencialmente, conservadora y etnocéntrica. Si la atacan, se encierra; y si no la atacan, se encierra también. Angeloz habló de una “isla” en tiempos previos al menemismo. Lo mismo hizo De la Sota al lanzar el “cordobesismo” en 2011 y culpar a la Nación para justificar sus administraciones, pésimas para mí, desde 1999 hasta hoy.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

En una conferencia llamada “Contra Córdoba”, el decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Diego Tatián, enumeró, en agosto de 2015, una serie de hechos que no representan a Córdoba, sino que han ido justamente en contra de esa Córdoba conservadora que describía Sarmiento y cuya idiosincrasia soberbia y autoreferencial aprovecharon De la Sota y, antes, Angeloz. Para hacerlo, Tatián decide dejar de lado el Cordobazo y la Reforma Universitaria del ‘18 porque, entiende, el tiempo ha hecho que el establishment cordobés se apropie de ellos tratando de usurpar su simbología y escondiendo su verdadero significado revolucionario.

La idea de “Contra Córdoba” surge de la Elegía que Enrique González Tuñón lee (según entiendo) el día en que justamente es enterrado Deodoro Roca, el gran ideólogo de la Reforma Universitaria. Allí Tuñón describe, en 1942, a nuestra tierra como “una ciudad de nichos con espectros feroces, de ventanas ciegas, de antiguos muertos de levita y retratos al óleo de los antiguos muertos de levita…, que todavía, más allá de la ceniza, consiguen opíparos nombramientos oficiales para sus descendientes; Córdoba de marchitas vírgenes arrepentidas, arañas nocturnas hilando infamias, el cretino importante y las familias venidas a menos; Córdoba con poetas que hablan de efebos rosados, con ruiseñores ciegos; Córdoba del pequeño burgués, del filofascista y del encapuchado, topo, rata huidiza, mosca verde”. Pero va más allá y la narra como “Negra ciénaga, vivo cangrejal oscuro, esa Córdoba es ciudad triste de toda tristeza: arañas, sudarios, telegramas del señor Ministro, subvenciones a campos de concentración, murciélagos y nidos de murciélagos”.

Luego de enumerar hechos “Contra Córdoba” -que caben en los dedos de una mano-, Tatián dice que el último de ellos ocurrió hace 40 años cuando en una fórmula del FREJULI, Ricardo Obregón Cano –un peronista cercano a la Tendencia Revolucionaria- obtuvo el triunfo en marzo de 1973 junto al sindicalista de origen peronista -clave en la gesta del Cordobazo- Atilio López.

Ese gobierno Contra Córdoba, que era parte de un proyecto nacional y popular, duró apenas 11 meses: un golpe de estado policial derrocó al gobernador. La historia dice que cuando Obregón Cano esperaba la ayuda del gobierno central, Juan Domingo Perón lo despachó con una frase: “Que los cordobeses se cocinen en su propia salsa”.

Así fue que la triple A, con el Brigadier Raúl Laccabane a la cabeza, se quedó con la intervención de la provincia. Después de desplazar al gobierno constitucional provincial, el brigadier hizo todo lo contrario con el gobierno municipal y decidió dejar en el poder al joven intendente peronista de derecha, Domingo Coronel, y a su Secretario de Gobierno, José Manuel de la Sota. ¿Saben quién era el Secretario de Cultura de ese gobierno municipal? Juan Carlos Maqueda, al que le faltaban 30 años para llegar a la Corte Suprema de la Nación.

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(Imagen: Colectivo Manifiesto)

La Córdoba que muchos trataron de acercar al kirchnerismo (Cristina Fernández logró el 35 por ciento de los votos en 2011) es también esta Córdoba. Una provincia gobernada desde el regreso de la democracia por lo que el filósofo cordobés Gustavo Cosacov llama “conservadurismo lúcido”. Un conservadurismo que antes de la llegada de cualquier espíritu nuevo que pueda cambiar el statu quo se apura a apropiarse de sus ideas para aplicar políticas y reformas que tienen como fin aparentar cambios que no cambian nada.

En las presidenciales desde 2003 a 2015, el Frente para la Victoria siempre sacó en Córdoba la mitad de los votos que sacaba en el resto del país.

El candidato a gobernador del kirchnerismo cordobés en las elecciones de 2015 fue Eduardo Acastello. Obtuvo el 17% de los votos. En las PASO, Daniel Scioli sacó el 14. En las elecciones municipales de la capital, Daniel Giacomino apenas si llegó al 2%. Para las generales nacionales, Scioli sumó a varios dinosaurios del peronismo relegados por De la Sota -la gran mayoría de ellos anti k- que le permitieron llegar al 19%.

Después de la derrota y previo al balotaje, los referentes –todos- desaparecieron. Dos amigos fueron al local del FPV a pedir afiches y les dieron unas hojas A4, mal impresas, con críticas a Macri. Preguntaron por qué tanta precariedad. Les respondieron: “Se ha decidido que esta campaña la encabece la gente, no los dirigentes”.

En Córdoba, las plazas “Amor sí, Macri no” fueron multitudinarias, pero sólo mostraban buena voluntad. Lo que se veía era una militancia huérfana de referentes y de línea política. Y cuando esos referentes aparecían, lo hacían por alguna radio para criticar al votante de Massa; justo al que había que seducir. Me cuentan que, en Buenos Aires y muchas ciudades grandes, se dieron situaciones parecidas: fue la militancia desde el llano la que ocupó las plazas, hizo carteles a mano que pegó en las paradas de colectivos, graffiteó y estencileó, pagó de su bolsillo los locales partidarios, visitó casa por casa a los vecinos, invadió las redes sociales, puso el cuerpo.

En Córdoba, miles de voluntarios se quedaron sin siquiera poder fiscalizar la elección porque el representante del sciolismo local decidió entregarle la tarea a Alejandra Vigo, la mujer del gobernador electo –socio de De la Sota y amigo personal de Macri- Juan Schiaretti. El día de la votación, las carpetas con los padrones llegaron a varios lugares después de las 13 horas.

Si en el balotaje, Scioli pasó del 19 al 28,5%, en parte fue por esa militancia o voluntarismo de miles de cordobeses que salieron a la calle sin referentes.

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Córdoba no cambió. La provincia fue y es coherente con su historia conservadora. Y no se pudo, no se supo o no se quiso, desde la gestión kirchnerista, llegar a fondo con políticas –y referentes– capaces de generar un “contra Córdoba”, capaces de doblarle el brazo al poder del conservadurismo lúcido local.

Habrá que aceptar que la principal responsabilidad es de quienes habitamos esta tierra. Aquí, la gran mayoría que pide un cambio en realidad no quiere que cambie nada. Nunca quiso. Por su parte, el proyecto que supo levantar las banderas de lo nacional y popular deberá encontrar, en la lógica de construcción federal, las formas de incluir a esta provincia, porque, esta vez, los cordobeses no se cocinaron en su propia salsa, más bien, sintieron que eran el maridaje perfecto para acabar con aquello que para millones hizo tanto bien y que a ellos los convencieron de que sólo les hacía tanto mal.

Ahora, como siempre, nos sentimos una isla, la más pro de todas las islas, a la espera de las soluciones que lleguen del puerto de Buenos Aires.

(*) Artículo escrito por Dante Leguizamón para Revista Anfibia el 2 de diciembre de 2015/ Fotos: Colectivo Manifiesto.

Palabras claves: Cambiemos, Elecciones 2017

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