De verdades científicas y neurodesigualdades

De verdades científicas y neurodesigualdades
14 julio, 2017 por Redacción La tinta

Por Estefanía Orellana y Noelia Villarreal para La tinta

En tiempos de posverdad, en los cuales somos bombardeados por miles de afirmaciones, contra-afirmaciones y múltiples sentidos, el rol de la ciencia como empresa reveladora de la verdad, y cubierta por un manto de objetividad y apoliticidad, debe ser puesto en cuestión. Resulta imposible pensar en una ciencia que no se haga desde nuestro lugar de humanos, seres creados y creadores de una estructura social, por lo tanto actores sociales y políticos.

La ciencia, como todas las otras prácticas sociales, nace de allí con el objetivo de poder comprender el mundo que habitamos, pero encontrándose con la limitación de que el ojo que observa está moldeado por ese propio mundo. En ese sentido, la esperanza de una ciencia aséptica se diluye en el líquido desinfectante. La ciencia es política, aunque haya científicos que intenten negarlo, y es precisamente esa ciencia que se proclama apolítica la que más nos preocupa.

Ahora bien, esta visión crítica respecto a la ciencia no es nueva, se ha postulado hace mucho tiempo, pero la mirada positivista aún persiste y se expresa con fuerza en muchos de los saberes que la ciencia alberga. En los últimos años hemos podido observar, con un alto grado de preocupación, que las neurociencias se han transformado en un caldo de cultivo de muchos pensamientos de corte positivista, reduccionista, cerebrocentrista y omnipotente. Varios han señalado el ambicioso objetivo de esta joven ciencia, que pretende dar cuenta de muchos de los pilares que sostienen nuestra sociedad moderna occidental. Vemos pues cómo crecen en este jardín la neuroeconomía, la neuropolítica, el neuromarketing, etc.

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Neuroeducación

En ese intento de abarcarlo todo surge la neuroeducación y un programa de capacitación docente y divulgación científica llamado “Educando al cerebro”. Estas jornadas, que convocan a cientos de maestros y personas cercanas a la tarea de enseñar, pretenden brindar herramientas que le permitan al docente incrementar el desempeño escolar apelando a estrategias basadas en mecanismos cerebrales. Estas capacitaciones muchas veces van acompañadas de un libro que tiene como eslogan: “más ciencia es más libertad”, y es este punto el que queremos poner en discusión aquí.


¿Es que más ciencia es igual a más libertad? ¿No resulta acaso necesario pensar primero en el tipo de ciencia, sus preguntas, formas de responder, los objetivos que persigue y a quién está destinada para pensar si es que ésta puede generar libertad? y si la ciencia genera más libertad, ¿esa libertad es para todos?


En el título del primer capítulo del libro, Fabricio Ballarini afirma: “con hambre no se puede pensar”, y sentencia: “es imprescindible saber si existen o no fundamentos científicos para justificar que la búsqueda por la igualdad no es un mero capricho guevarista sino una forma de lograr una sociedad más efectiva”. ¿Qué lugar ocupa la ciencia en nuestra sociedad que la vuelve una voz tan necesaria a la hora de validar la búsqueda de la igualdad social? ¿es que necesitamos fundamentos científicos para defender la justicia social? ¿cuál es el criterio científico que justifica la búsqueda de equidad?

En el capítulo se propone la idea de una sociedad más efectiva, pero ¿qué es una sociedad efectiva?, ¿cómo medir la efectividad social?, ¿con qué indicadores? Es posible pensar que esta sociedad ha resultado efectiva para ciertos sectores, los cuales se benefician de la organización social actual y someten al resto a niveles desgarradores de desigualdad. En los términos clásicos de evolución darwiniana, el sistema capitalista actual ha resultado muy efectivo, y es por eso que se reproduce generación tras generación, alimentándose del tiempo, el trabajo y la vida de miles de personas sumergidas a la más dura explotación. Por lo tanto, ¿qué hace que una sociedad sea más efectiva?, ¿quién plantea las reglas del juego?

En un empecinado intento por inmunizar a la ciencia de cualquier infección política, el autor propone que nos pongamos “al lado de ese pedacito de verdad que puede arrojar el conocimiento científico”, y analicemos la desigualdad social desde la neurociencia, que a pesar de su distancia con la política, puede ser “progre” (lo cual se transforma en una contradicción interesante, ya que no se puede ser progresista y negar la vinculación político-ideológica de esta acción). Ahora bien, ¿qué viene a decirnos la Neurociencia respecto a los efectos de la marginalidad y la pobreza? En líneas generales, que estas condiciones afectan nuestros comportamientos, no precisamente de manera positiva. Pero al parecer era necesario que apareciera una voz legitimada, productora de verdades más que de conocimientos, que viniera a avivarnos de esta terrible noticia y nos diera algunos tecnicismos: el pasar socioeconómico afecta nuestras funciones ejecutivas (como razonar eficientemente, resolver problemas, planificar, ejecutar, tener memoria de trabajo), al parecer, de acuerdo con el capítulo, todas aquellas funciones que nos hacen más humanos. ¿Pero qué tiene que ver esto con la neurociencia? El saber neurocientífico viene a decirnos los sitios cerebrales en los cuales esas complejas funciones se alojan. Es así que comportamientos como razonar eficientemente, resolver problemas, planificar, ejecutar y tener memoria de trabajo pueden deducirse a partir de la activación cerebral de regiones como la corteza pre-frontal.

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¿Y cómo hacer para observar al cerebro en acción? Bueno, si son lo mismo se podría haber optado por mirar al sujeto comportarse, pero en un mundo en el que la tecnociencia legitima el abordaje científico era indispensable utilizar neuroimágenes (en el caso citado, resonancia magnética). Así se logró fotografiar la “realidad social dentro del cerebro”, y se pudieron establecer correlaciones entre la superficie cortical y el nivel socioeconómico y educativo de la persona. Ballarini nos cuenta que existe un vínculo notable y significativo entre la cantidad de años de formación educativa que tuvieron los padres y el tamaño de regiones cerebrales relacionadas con el lenguaje, la lectura y las funciones ejecutivas de sus hijos (¡hasta un 3%!), y diferencias de hasta 6% a nivel cortical entre familias de clase media y familias pobres.

Respecto a este último punto, Ballarini aclara que no hace falta pertenecer a la clase rica, pues no se presentan diferencias en las cortezas ricas y de clase media, sino que basta llegar a la meca de la clase media para nivelar tu corteza. Y es en este punto donde aparece un comentario que vale la pena analizar. Dice el autor: “Lo que sí es absolutamente necesario es tener un ingreso mínimo que te libere el ancho de banda mental para poder pensar inteligentemente y tomar buenas decisiones por fuera de las relacionadas con la supervivencia”. ¿Significa esto que aquellas personas sumergidas en la pobreza y marginalidad encima son incapaces de pensar inteligentemente? ¿son acaso estas personas incapaces de tomar buenas decisiones? ¿es el tamaño cerebral lo que te permite decidir inteligentemente?


Uno podría pensar también que lo bueno y lo malo depende del observador y del indicador que este tome; que ciertos comportamientos y pensamientos pueden ser etiquetados como poco inteligentes o carentes de razón cuando estos no se ajustan a los patrones establecidos por la visión hegemónica del mundo, aquella que se construye desde sectores de poder. Sería interesante conocer cuáles son los comportamientos que el autor entiende como inteligentes y que considera no se presentan en poblaciones de bajos recursos.


En el artículo se sugiere que de nuestros progenitores heredamos el tamaño de nuestro cerebro, lo que va a depender de los años de escolaridad y los recursos que estos posean. Pero también heredamos el capital cultural y económico, que nos va a incluir o excluir del sistema educativo. Esto no tiene que ver con tamaños cerebrales, sino con oportunidades de vida. ¿De qué sirve conocer el tamaño del cerebro de una persona que no tuvo garantizados los derechos de alimentación, vivienda, salud, educación, etc.? ¿qué aporta saber si es un 3% o un 6% más chico?

Pero además, y teniendo en cuenta los destinatarios del libro, ¿qué repercusiones podrían tener estas afirmaciones entre aquellos que asumen la tarea de enseñar?, la biologización del problema ¿podría llevar a los maestros a pensar que su tarea es inútil debido a una limitación natural (el chico no da para más) o a acudir a métodos basados en supuestos biologicistas (ha llegado la hora de entrenar para agrandar nuestro cerebro)? ¿qué propone el autor para revertir esta condición de desigualdad cerebral? ¿se puede pensar en una solución para los “jíbaros” de nuestro siglo?

Esta información puesta de ese modo en las aula ¿es inocua? o ¿es acaso una legitimación a la exclusión del sistema educativo? en la medida en que lo que aporta es una justificación científica, devenida en una verdad, al problema de la exclusión, también denominado deserción o fracaso escolar. Una vez más se pone la responsabilidad en los estudiantes, y como si fuera poco, se individualizan los problemas que son históricos, sociales y políticos. Entonces, ¿se puede pensar que la ciencia sirve para mejorar la vida de las personas, como se propone en el capítulo?, ¿cómo se relaciona esta ciencia con los problemas sociales? ¿a quién le sirve esta ciencia? ¿qué vidas se mejoran cuando se hace ciencia desde una mirada apolítica?

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Por último, como cierre del trabajo, Ballarini invita a “los que podemos”, a tomar las mejores decisiones posibles para acortar esas distancias entre pobres y clasemedias, pero ¿quiénes integran el grupo de los que pueden? ¿quiénes tienen el poder de decidir? ¿Por qué hay quienes sí pueden y otros que no pueden? Se trata de una propuesta verticalista en la que no se construye el conocimiento con ESOS a los que está dirigida, puesto que ESOS no podrían formar parte de la producción del saber en la medida en que no pueden pensar inteligentemente ni tomar buenas decisiones. ESOS son los que tienen una corteza cerebral 6% más chica, los que presentan sus funciones ejecutivas, esas que nos vuelven humanos, ejecutándose disfuncionalmente; son los excluidos, los vulnerados, los silenciados.

El problema de la desigualdad social es complejo, por lo que son necesarios otros saberes para poder comprender esta problemática y pensar en una solución. Es decir, es necesaria la interdisciplina como también los saberes propios de la comunidad. No podemos poner en práctica soluciones pensadas en un laboratorio sin la participación y la construcción colectiva.

Mario Testa plantea que hay dos maneras de participación de la comunidad: la primera, como un proceso nacido desde el conocimiento de las necesidades sufridas y sentidas por la comunidad, acompañado de la convicción de que el accionar grupal va a solucionar los problemas que no se pueden resolver individualmente; y la segunda, una propuesta o proyecto organizado por autoridades fuera del contexto real, éste último tiende al fracaso por tratarse de una abstracción.

Si realmente se pretende que la ciencia sea capaz de aportar algo para lograr la libertad e igualdad de las personas resulta indispensable, en primer lugar, que exista una verdadera convicción y compromiso por alcanzar ese objetivo. Pero además es imprescindible que el científico se acerque al problema dispuesto a escuchar, más que a decir. En estos tiempos, es urgente comprender que la ciencia sólo puede contar una parte de la historia, y que los problemas se solucionan con otros. ¿Cómo pretender la igualdad si nosotros mismos nos ubicamos en un lugar superior?

Es fundamental que se abandone la mirada paternalista que subestima al que padece. No existen quienes pueden y quiénes no, todos podemos hacer algo para mejorar este mundo desigual, y sólo podremos hacerlo en comunidad, pero para eso es necesario que nos reconozcamos como actores políticos y constructores de nuestra sociedad. Es hora de que todos ocupemos un lugar que nos permita mirarnos a los ojos sin necesidad de subir o agachar la cabeza para hacerlo, que desde allí dialoguemos y que entre todos busquemos la salida al laberinto.

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*Por Estefanía Orellana y Noelia Villarreal para La tinta.

Palabras claves: Fabricio Ballarini, neurociencia

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