Venezuela, lecturas urgentes desde el sur: la crisis

Venezuela, lecturas urgentes desde el sur: la crisis
28 julio, 2017 por Redacción La tinta

De cara a las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente, repasamos la posición de algunos de los intelectuales más destacados del continente para entender la situación que rodea la actual crisis económica, política y social de Venezuela. Desmenuzamos el dossier «Venezuela, lecturas urgentes desde el sur». Primer capítulo: la crisis.

Por Redacción La tinta.

El próximo domingo 30 de julio se lleva adelante en Venezuela la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), proceso en el que los venezolanos inscritos acudirán a ejercer su derecho al voto en búsqueda de modificar el Estado y cambiar el ordenamiento jurídico. El oficialismo chavista sostiene que ante la constante negativa por parte de sectores de la oposición venezolana, tanto al diálogo como al llamado a las elecciones, “la única vía que queda para que no se produzca en Venezuela un hecho grave es convocar a una Asamblea Constituyente”.

Desde marzo de 2017, en un contexto de agravamiento de la polarización política en Venezuela, la izquierda latinoamericana está inmersa en un profundo y muy pasional debate sobre el presente, el pasado y el posible futuro del proceso bolivariano.

En este marco, el Transnational Institute, el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe de la Universidad de Buenos Aires (IEALC/UBA) y el Grupo de Trabajo de CLACSO Alternativas Contrahegemónicas desde el Sur Global, se entrevistaron con algunos de los intelectuales más reconocidos del continente para exponer los argumentos de una izquierda que no necesariamente tiene posturas irreconciliables. Dicho trabajo concluyó en el dossier «Venezuela, lecturas urgentes desde el Sur».

Aquí trasladamos la primera de las preguntas del dossier para entender la crisis que vive Venezuela. Participan: Karina Arévalo, Santiago Arconada, Atilio Boron, Ana Esther Ceceña, Daniel Chavez, Reinaldo Iturriza, Claudio Katz, Claudia Korol, Edgardo Lander, Miguel Mazzeo, Juan Carlos Monedero, Nildo Ouriques, Hernán Ouviña, Isabel Rauber, Maristella Svampa, Marco Teruggi, Mabel Thwaites Rey, Zuleima Vergel, Raul Zibechi.

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(Fotografía: Francisco Rizquez)

—¿Qué factores de carácter estructural o histórico han condicionado el origen y la evolución de la situación actual?

Atilio Boron: Las condicionantes estructurales son muchas. En primer lugar, debemos considerar las dificultades de una frustrada transición desde una economía basada en la renta petrolera a un esquema económico más diversificado e integrado y que, por eso mismo, no puede producir localmente la mayoría de los bienes que demanda la población. En segundo lugar, los conflictos que se suscitan en todo proceso de cambio, como es el chavismo, que moviliza en su contra poderosos actores locales que fueron históricamente beneficiarios principales, si no excluyentes, de la renta petrolera. En tercer lugar, la corrupción estatal, un vicio endémico del Estado venezolano pero que en condiciones de intensificación del conflicto social, desabastecimiento, escasez y escalada inflacionaria potencia su pernicioso papel en la vida social; y el gobierno no ha hecho todo lo necesario, si no para erradicarla, por lo menos mantenerla bajo control. En cuarto lugar, el imperialismo norteamericano, actor fundamental en nuestra América que, en colusión con las clases dominantes locales y sus grupos aliados, ha saboteado implacablemente todo el proceso bolivariano.

Marco Teruggi: Debemos considerar dos variables principales. La primera de ellas está referida al  ataque sobre el proceso bolivariano, que se ha profundizado en sus métodos y agresividad desde el inicio del mandato de Nicolás Maduro. Los frentes de acción que desplegó la agresión fueron muchos y en simultáneo: económico, diplomático, comunicacional, violento, institucional, en un intento de golpear sin dejar punto de respiro.  El gobierno y la sociedad se vieron enfrentados a esta forma de agresión que se presentó desde el anonimato, donde nunca nadie (salvo los presidentes estadounidenses Barack Obama y Donald Trump) reconoció públicamente que estaba al frente de los ataques. Esto hizo de la batalla por la interpretación de los hechos un elemento central.

La otra variable son los errores y limitaciones de la dirección y el proceso. La derecha centró el golpe estratégico donde sabía que tendría efecto: en la economía. Ahí es donde el chavismo mostró una deuda en cuanto a no haber logrado revertir parte de la dependencia de la renta petrolera. No significa que no se hayan hecho intentos en los años de revolución, sino que los resultados no fueron los esperados, y la producción en manos del Estado y las comunidades organizadas no logró conformar la estructura productiva necesaria. Por varias razones, como son la falta de preparación, de seguimiento y de castigo ante los errores. En esto último, la ausencia recurrente de sanciones, se incubó la corrupción, uno de los factores que hoy complejiza las políticas del chavismo. Esas dos variables, con puntos de encuentro como la complicidad de la corrupción con los ataques económicos, crearon el cuadro actual.

Ana Esther Ceceña: Venezuela es una tierra muy rica. Siendo el país con las mayores reservas de petróleo tiene una larga historia de bonanza y fragilidad económica simultáneamente. No es un país autosuficiente, ni siquiera en términos relativos, a pesar de sus grandes riquezas. Su fuerza económica deriva de su capacidad de exportación y eso, en un contexto geopolítico de redefinición de poderes y hegemonías, se convierte en un problema mayor, que Chávez enfrentó promoviendo, con poco efecto, la diversificación productiva, pero impulsando, muy exitosamente, la construcción de estructuras regionales de integración y compensación.

El desbalance de la economía llevó a propiciar la producción interna de alimentos y el desarrollo de la agricultura, pero una cultura petrolera rentista requiere tiempo para ser transformada y los logros en ese terreno son todavía limitados. Así, la fuerte caída de los precios del petróleo, que ha sido provocada en el marco de las disputas hegemónicas para debilitar a los tenedores de reservas, está conduciendo a reforzar de algún modo el esquema
exportador. Hoy se incorpora a la lista el oro y otros minerales valiosos como el coltán, y está apuntando el torio
(uranio verde) como pieza geopolítica de confrontación de fuerzas.

La destacada riqueza de las tierras venezolanas se complementa con una posición geográfica privilegiada que eslabona su presencia preponderante en el Gran Caribe con la de la cuenca amazónica, adicionalmente a su colindancia estratégica con el canal de Panamá. Nada más apetecible. Estas mismas ventajas fueron la cuna de una oligarquía cómoda y acomodaticia, parasitaria de la riqueza petrolera y emparentada ideológica y culturalmente con la prosperidad estilo Miami. Ineficiente y apátrida, ávida de dólares y del podercito, bajo el ala de Washington exige imponerse sobre sus connacionales.

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(Fotografía: Orlando Monteleone)

Edgardo Lander: La crisis que hoy atraviesa Venezuela no es una crisis reciente. Es una crisis que tiene profundas raíces estructurales y es de larga data.  Para entender la situación actual es importante reconocer que el país ha venido atravesando una crisis muy larga durante mucho tiempo. La crisis no es sólo lo que hemos sufrido en los últimos tres años. Tampoco está limitada a la época del chavismo, sino que es una crisis profunda que se ha ido desarrollando por lo menos desde comienzos de los años 80. Es una crisis derivada del agotamiento del modelo petrolero-rentista . El petróleo no se ha agotado (Venezuela todavía cuenta con las reservas más grandes del planeta), pero el modelo ha alcanzado su límite, con un estructura social, un patrón de Estado, un patrón cultural y un patrón de organización de los partidos altamente dependientes de la explotación petrolera.

Consideremos un indicador básico y esencial para entender la situación actual: el ingreso petrolero per cápita ha venido descendiendo de forma sostenida, a pesar de algunas variaciones coyunturales. En consecuencia, en las décadas de los 80 y los 90 Venezuela ingresó en una severa crisis económica que pasó a ser también una crisis política, de legitimidad. La disminución sostenida del ingreso petrolero fue limitando severamente la capacidad del Estado para resolver las demandas y las expectativas de la población. Al mismo tiempo, los partidos tradicionales, Alianza Democrática y COPEI, fueron distanciándose de su base popular para convertirse en organizaciones políticas estrictamente electoralista y representativas de los intereses de los sectores empresariales, perdiendo todos sus vínculos con las organizaciones populares. El descontento con el sistema político se fue acumulando y explotó con las reformas de ajuste estructural introducidas durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez. En el año 1989 se produjo la gran reacción conocida como el Caracazo, el primer gran levantamiento popular en América Latina contra las políticas neoliberales. Esa reacción social marcó el quiebre final de la legitimidad del sistema político y preparó el terreno para el posterior ascenso de Hugo Chávez al gobierno.

Miguel Mazzeo: El proceso bolivariano posee una naturaleza contradictoria. Existieron y existen tensiones entre el proyecto estatal extractivista y neodesarrollista –que hoy está en crisis– y el proyecto comunal-socialista, que no termina de consolidarse y que no recibe el impulso necesario desde los ámbitos del Estado. Existe una incompatibilidad manifiesta entre el funcionario dizque chavista que opera como reproductor consciente o inconsciente de las lógicas capitalistas, que aspira al ‘ascenso social’, y el ‘político crítico’, el ‘intelectual orgánico’, en fin…, el y la militante chavista de base. La necesaria unidad frente a la contrarrevolución no logra ocultar esta contradicción, aunque suele proveer argumentos válidos para relegarla y minimizarla. Nosotros no abjuramos de la posibilidad de un camino que resuelva la contradicción en función de los intereses del pueblo chavista al tiempo que sea capaz de construir una unidad para frenar la contrarrevolución, una unidad asentada sobre pilares más sólidos.

Nildo Ouriques: Lo primero a mencionar es la incapacidad de la Revolución Bolivariana en superar el capitalismo rentista. No es, desde luego, un proceso sencillo, pero una revolución o se propone tareas grandes o no merece este nombre. Es necesario hacer una diferencia decisiva: ha habido una revolución bolivariana y hay un gobierno bolivariano; son fenómenos muy distintos. La revolución es una experiencia histórica que todavía se mantiene fuerte en el pueblo como experiencia de lucha, resistencia y capacidad creativa. No pasa lo mismo con el gobierno, especialmente después de la muerte de Hugo Chávez. La tercera cuestión crucial es el manejo económico y la incapacidad del gobierno en controlar la inflación. Más allá del boicot del imperialismo y la acción interna de los capitalistas –real, obviamente– el gobierno mantiene la cuenta de capitales abiertas y el control de cambio, por lo que estimula la fuga permanente de capitales. No se puede controlar la inflación y menos todavía controlar las divisas petroleras con esta situación. Hasta los manuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) indican que no se debe hacer semejante cosa. Si ocurre es porque el sector bancario acumula riqueza inmensa mientras el pueblo tiene que luchar por la supervivencia ante la alza de los precios y el desabastecimiento. En definitiva:  o el gobierno controla la banca y la estatiza, o la Revolución Bolivariana no volverá a pulsar . Incluso más: es necesario eliminar la fuerza de los banqueros en el gobierno.

(Oscar B. Castillo / For The Times)

Miguel Mazzeo: Claro está que también han pesado (y pesan) las dificultades a la hora de construir un modelo económico productivo, diversificado y autónomo. La matriz extractivista no sólo no fue superada, sino que se consolidó bajo nuevas condiciones. En torno a esa matriz, además, se han fortalecido sectores que, desde el Estado
o desde otras posiciones de poder, crean condiciones de inercia y frenan los posibles avances en direcciones alternativas. Ha surgido una ‘alianza’ entre sectores de la burguesía y sectores de la burocracia estatal que no conciben al chavismo más allá de la ‘gestión progresista’ del ciclo en el marco del modelo extractivista posneoliberal. La caída de los precios internacionales del petróleo ha conspirado contra
esta modalidad, ha ahondado la crisis y ha alentado los avances de la reacción, pero también ha puesto en evidencia algunos límites estructurales de la Revolución Bolivariana.

En este sentido, cabe destacar que la burguesía (local, transnacional, lumpenburguesía, boliburguesía; a esta altura poco importa la distinción) perdió en las últimas décadas buena parte de su poder político pero conservó poder material y siguió manejando regiones enteras de la economía, el Estado y los medios de comunicación. Desde esas posiciones hoy lanza sus sucesivas ofensivas.

La actual situación sitúa a las clases populares, al pueblo chavista, con una gran disposición para la resistencia. Con esto queremos decir que la crisis también se relaciona con la capacidad de lucha de un pueblo que ha realizado un aprendizaje político sustancial. Esa capacidad es el mejor argumento para refutar a quienes ponen el énfasis en las estrategias de ‘cooptación’ o de ‘integración subordinada’, a la hora de explicar el vínculo entre la Revolución Bolivariana y las clases subalternas.  El escenario de confrontación civil habla de un pueblo reacio a consumir los discursos del poder y aceptar mansamente proyectos y valores de las clases dominantes y el imperialismo. El pueblo chavista no se ha entregado. El pueblo chavista no se ha rendido a pesar de las dificultades. Y sigue considerado al gobierno de Nicolás Maduro como una trinchera contra la reacción. 

En buena medida, los problemas económicos y políticos más recientes se explican por condicionantes estructurales no superados. Por supuesto, se trata de condicionantes difíciles de resolver de manera inmediata, y haciendo abstracción de las relaciones de fuerza sociales y políticas, a nivel local e internacional no tiene mucho
sentido discutir la necesidad de una reconversión productiva radical para Venezuela (y en mayor o menor medida para todo el mundo periférico). Eso es evidente. De nada sirven ahora los planteos abstractos y la fetichización del extractivismo.

Maristella Svampa: Las causas de la crisis actual son múltiples y complejas. Desde Arturo Uslar Pietri, Rodolfo Quinteros, Orlando Araujo a Fernando Coronil, son numerosos los especialistas que han reflexionado sobre la consolidación de un petroestado en Venezuela, de su relación con una burguesía parasitaria y una cultura social rentista. En esa línea y en términos estructurales, el chavismo conllevó una profundización del rentismo, basado en la exportación de petróleo. Recordemos que cuando en 1999 Hugo Chávez asumió el poder, el precio del
barril de petróleo era de 7 dólares; mientras que en 2008 alcanzaba los 120 el barril. Ciertamente, entre 2001 y 2011, como sucedió en todos los países latinoamericanos, en este contexto de boom de los precios de los commodities, el chavismo aumentó el gasto público social, logrando una importante disminución de la pobreza. Al mismo tiempo, más allá de las expresiones de deseos acerca de la necesidad de la diversificación de la matriz productiva, el chavismo profundizó el carácter monoproductor y rentista del Estado, lo cual se vio potenciado últimamente por los nuevos planes de desarrollo, basados en la expansión de la frontera extractiva (petrolera y minera).

Por otro lado, el populismo chavista se instaló en una escena política inestable, a raíz del acoso permanente de sectores de derecha. Sin embargo, el liderazgo de Chávez –que tomará asimismo una dimensión regional e internacional– estaba ahí para suturar transitoriamente las brechas abiertas por la polarización política.  La muerte de Chávez en 2013, junto a la caída de los precios del petróleo, colocaron en un tembladeral los logros sociales realizados y exacerbaron las fallas estructurales y coyunturales.  En la actualidad, la consolidación de un Estado rentista se manifiesta de diferentes maneras: desde la incapacidad para producir bienes básicos para la población hasta el incremento sideral de la corrupción, la que atraviesa importantes sectores de las clases gobernantes (lo cual incluye militares, hoy en altos puestos ministeriales y gobernaciones). En términos políticos, la crisis del chavismo mostró el agravamiento de las tendencias autoritarias del régimen en un marco de mayor polarización con los sectores de oposición de la derecha.

Juan Carlos Monedero: En primer lugar, creo que los gobiernos de cambio a partir de 1998 se articularon para dar respuesta al modelo neoliberal y acertaron en frenar los incrementos de las desigualdades y de la pobreza. Acertaron también a la hora de desconectarse de los tóxicos centros financieros internacionales y en aprovechar
una coyuntura geopolítica para poder construir un nuevo orden global. Pero fracasaron en dos cosas, porque no estaban en su agenda. Por un lado, fracasaron en quebrar el sentido común neoliberal. Los gobiernos de la izquierda latinoamericana sacaron a muchos millones de la pobreza, pero más que convertirlos en ciudadanos los convirtieron en consumidores y clientes, de manera que siempre han sido deudores de un lógica que podríamos caracterizar como clientelar. En segundo lugar, tampoco han sido capaces de quebrar los problemas históricos y los déficits estructurales; en particular en Venezuela, un país que nunca fue virreinato por carecer de minas y que careció de un Estado eficiente. Eso explica, por un lado, el papel de los militares como la única estructura burocrática eficaz, pero al mismo tiempo da cuenta de una profunda ineficiencia que, unida a la condición rentista de Venezuela, construyó unas bolsas muy grandes de corrupción que obstaculizaron la conformación de un sentido común anticapitalista.

Isabel Rauber: Yo hace mucho que no uso el concepto de causa para el análisis de la sociedad, porque causa me lleva a consecuencia y me evoca cierta linealidad y un mecanicismo que no tiene que ver con las dinámicas sociales. Los problemas no responden a causas, sino que tienen un origen histórico, una genealogía signada por los intereses de clases que intervienen en la configuración de determinadas realidades. En lugar de estructural yo hablaría de raizal. Creo que en Venezuela hay una guerra económica con una carga fuerte del rentismo, que genera dependencia del país con relación al petróleo, muy semejante a los países azucareros o cafetaleros. Por eso el gran impacto de la baja de los precios del petróleo. Pero algo más:  la psicología, la cultura, el modo de vida que genera el rentismo en el desarrollo interno en los sujetos sociales, tienen una importancia fundamental. Los cambios culturales no se producen tan rápidamente, y promover un desarrollo productivo alternativo, que dé sustento a la autonomía y la emancipación es un proceso que lleva tiempo .

Raúl Zibechi: Desde el punto de vista estructural e histórico veo una pugna entre un sector de la clase dominante venezolana, que está siendo o ha sido desplazado del control del aparato estatal, y una burguesía emergente que utiliza al Estado para formarse como clase dominante. De algún modo, este proceso es muy similar al que durante las guerras de independencia enfrentó a peninsulares y criollos. En este punto, debe entenderse que ambos sectores, pero con más posibilidades de éxito los progresistas, buscan el apoyo de los sectores populares para torcer la balanza a su favor.

Lo que sucedió una vez que se consiguieron las independencias lo sabemos muy bien: la nueva clase en el poder la emprendió contra los sectores populares, con campañas como la Conquista del Desierto en la Argentina o la Pacificación de la Araucanía en Chile, por mencionar apenas dos casos. Las repúblicas fueron incluso más agresivas contra indios, negros y mestizos. Porque  el Estado-nación se construyó sobre la base de la colonialidad del poder, como señala Aníbal Quijano. De modo que pienso que ahora se trata de garantizar la independencia o autonomía de los sectores populares, para que su proyecto histórico de clase, etnia o género no sea usurpado por los progresistas en lucha contra los conservadores. 

Santiago Arconada: Si contestara que la causa estructural de la situación que atravesamos es la voracidad capitalista no mentiría. Estaría diciendo una verdad, pero no estaría aclarando nada. Si digo que la voracidad capitalista del último lustro se expresó –fundamental que no únicamente– en un desfalco monumental, tramado desde el gobierno bolivariano con importantes complicidades en el mundo opositor, entonces ya cobra más ‘carácter estructural’ el no tener, cuando se debería tener en el Banco Central de Venezuela, 300.000 millones de dólares, para poner una cifra que entre los ‘desfalcólogos’ se considera moderada o tímida.

En términos convencionales no parece muy serio colocar a algo coyuntural, como un desfalco, en la categoría de las causas estructurales de la situación de un país, en este caso la República Bolivariana de Venezuela. Creo que estamos en presencia de uno de esos momentos en los que lo cuantitativo se transforma en lo cualitativo. Se robó
en forma tan oceánica, y la ‘corrupción corporativizada’ (para decirlo con la expresión de Elías Jaua, actual Ministro de Educación y Presidente de la Comisión Presidencial para la Asamblea Nacional Constituyente) fue de tal modo masiva, que se desestructuró el futuro en forma lamentable, y decenas de miles de niños y niñas ya no ingirieron las proteínas mínimas necesarias para un futuro crecimiento pleno. Si algo nos aplasta tan oprobiosamente el futuro, ¿eso sería estructural o sería coyuntural?

* Por Redacción La tinta. Extracto del dossier «Venezuela, lecturas urgentes desde el Sur».

Palabras claves: Revolución Bolivariana, Venezuela

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