El caballero rojo

El caballero rojo
25 julio, 2017 por Redacción La tinta

Paul Breitner renunció a jugar el Mundial 78 por la dictadura y, aunque fue un crack, todavía se lo recuerda más por su ideología maoísta que por su talento. El día de su presentación en Real Madrid, fue demorado por portar un arma; adujo no sentírse seguro al expresar libremente sus ideas en la España de Franco. «Los deportistas, aunque tengan en el deporte su principal preocupación, no deben ser eunucos políticos», le dijo a sus compañeros antes de renunciar a jugar en Argentina.

Por Damián Didonato para Revista Un Caño

“Alemania es el actual campeón y eso le hace tener unas responsabilidades especiales. La Selección no debe dejar que la utilicen como una marioneta, porque los deportistas, aunque tengan en el deporte su principal preocupación, no deben ser eunucos políticos”. En abril de 1978, el fútbol se preparaba para la Copa del Mundo de Argentina. Un país que atravesaba el momento más sangriento de su historia abría sus puertas para dar a conocer la mentira de una vida plena. Aunque la gran mayoría de los futbolistas de la época cerraron los ojos y vinieron a participar de la “fiesta de todos”, unos pocos decidieron alzar su voz. Paul Breitner fue uno de ellos.

Cuatro años antes, Alemania Federal protagonizó uno de los batacazos más resonantes de la historia, al vencer 2-1 a la Naranja Mecánica en la final. Breitner convirtió un gol en aquel histórico partido disputado en el estadio Olímpico de Munich. Era uno de los futbolistas más importantes de su país y por eso sus palabras antes del Mundial 78 generaron una gran controversia, sobre todo entre sus compañeros. Renunció a participar del torneo y les pidió a sus compatriotas repudiar a la dictadura argentina en cada ocasión que se les presentara. Algunos lo escucharon en silencio y otros se ofendieron por lo de “eunucos”. Erich Beer expresó ideas antagónicas: “Cada día me gasto doscientos marcos en comer sin preocuparme por los que pasan hambre en la India; creo que eso es lo que hacemos todos. Respecto a Argentina, no puedo decir otra cosa. Yo iré a jugar y ganar partidos y dinero”.

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Aquellas declaraciones de Breitner no sorprendieron a nadie porque no erala primera vez que expresaba ideas políticas y sociales. A diferencia de la mayoría de sus colegas del pasado, del presente y del futuro, Paul siempre se mostró como un hombre comprometido con la realidad, inmune al adormecimiento que suele provocar el deporte super profesional. Eso lo transforma en un loco. Porque un loco es aquel que se escapa a la media, que asoma la cabeza y que muestra su singularidad sin temor y con orgullo.

Breitner se autodenominaba como “maoísta”. Se fotografió con el retrato de Mao y el libro rojo en varias ocasiones y, ante cada oportunidad expresaba sus ideas de extrema izquierda. En una sociedad conservadora como la alemana y en un contexto tan poco politizado como el del fútbol, era un bicho raro. Aunque sus acciones muchas veces iban en contra de sus palabras, su figura estimuló a muchos jóvenes a acercarse a la política. Breitner hablaba de la lucha de clases y luego se iba a pasear en su Maserati, pero si sus declaraciones despertaron la curiosidad de un sólo pibe, están justificadas.

Ya desde su apariencia, Breitner era un futbolista diferente. Su peinado afro, sus patillas y su bigote se convirtieron en una marca registrada. Aunque no necesitaba ningún condimento externo para destacarse, porque con lo que hacía dentro de la cancha era suficiente. Era un fenómeno. Jugaba como lateral izquierdo, pero tenía mentalidad y talento de delantero. Era hábil, rápido e inteligente y además tenía un gran decisión tanto para la marca como para pasar al ataque. Su carácter era otra de sus grandes virtudes. Jamás se achicaba. En definitiva, fue uno de los mejores futbolistas alemanes de la década del setenta. Pese a y por su ideología.

Nació en 1951 en Kolbermoor, un pueblo de Baviera, aunque su causa estaba del otro lado del Muro. El Mayo francés lo tomó en sus 17 años y sin dudas ayudó a forjar su ideología. Dos años después de aquella primavera inolvidable, Paul Breitner hizo su debut como profesional en Bayern Munich. El símbolo del club era Franz Beckenbauer, un señor elegante, conservador y burgués. En ese contexto, la presencia de un maoísta sucio y desprolijo no era muy bienvenida, por supuesto. Sin embargo, sus primeros años los pasó callado y sin hacer demasiado barullo. Cuando ya se había convertido en ídolo por su enorme talento, comenzó a expresar sus ideales.

El Bayern de Udo Lattek ya era un equipazo y la llegada de Breitner le dio todavía más brillo. Ganó la Copa de Europa en 1974 y días después se coronó campeón del mundo con la Selección de Alemania. Antes, en 1972, ya había ganado la Eurocopa. A los 23 años, Der Afro ya había ganado todos los tres trofeos más importantes que se podían ganar. “Es un trofeo majestuoso, y no tengo nada que objetar al respecto. Simboliza el significado de ser campeón del mundo. El que la alza es el mejor del mundo en su campo. Se trata de un símbolo, nada más y nada menos. Y lo que importa en un símbolo, ya sea una bandera, un escudo o cualquier otra cosa, no es su belleza sino lo que representa”, dijo tiempo después acerca de la Copa del Mundo.

Aquella Selección alemana derrotó a la Naranja Mecánica en la final del Mundial 74. Fue el triunfo del pragmatismo sobre la belleza, del orden por sobre la creatividad. Ese día en el estadio Olímpico, Breitner marcó un gol para el equipo que menos representaba sus creencias. En la cancha, él jugaba como el más alemán de todos, pero fuera de ella se manifestaba como un holandés progresista y liberal. De hecho, lideró un movimiento “sindical” en el plantel junto a Uli Hoenness, que buscaba un reparto más equitativo de las ganancias que generaba el combinado nacional. Entre ambos no sumaban 50 años y ya eran líderes de un grupo campeón mundial.

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breitner real madridDespués del título, decidió irse de Bayern para pasar a Real Madrid, ni más ni menos. Dejó el club de toda su vida sin hacer mucho alboroto para jugar en un país donde todavía gobernaba Francisco Franco y en un equipo siempre ligado a los poderes. Otra de las contradicciones del loco Paul. Por supuesto, su ideología no fue bien recibida en el Paseo de la Castellana y el propio Santiago Bernabéu, presidente del Madrid en aquel momento, afirmó cuando acordó su fichaje: “Ya me encargaré yo de reconducirle”. Aunque la relación comenzó con un incidente, Breitner se comportó como un señorito inglés (o madrileño) durante gran parte de su carrera en el Merengue.

Estuvo a punto de no llegar a la presentación oficial porque fue demorado en el aeropuerto por llevar un arma en su equipaje de mano. Sin embargo, pagó la multa y alquiló un avión privado que le costó una fortuna. Llegó con lo justo a su primer compromiso en España y nadie se enteró del inconveniente hasta mucho tiempo después. Lo resolvió bien, pero ¿por qué llevaba una pistola en su valija? Simple: no se sentía seguro por expresar sus ideas con libertad y creía estar más protegido con un arma en su poder. Es cierto que es fácil pensar que esa incomodidad se podía hacer aún más fuerte en un club como Real Madrid, pero nada de eso. Durante los primeros años, Breitner se sintió muy cómodo y apartó el libro rojo para sólo dedicarse a jugar al fútbol. Pero nada es para siempre.

“Nosotros tuvimos unos 12 años de fascismo. Yo viví 15 meses el fascismo español y luego el cambio a la democracia. Para una persona como yo, que estaba interesado en todo lo que pasa en la política, en la sociedad, era una época fenomenal”. En 1977 se declaró a favor de la huelga de los obreros de la fábrica Standard y aportó 500.000 pesetas para esa causa. Esa actitud se sumó a su bajón en el nivel futbolístico y los directivos de Real Madrid decidieron cancelar el contrato en 1978. En Madrid, Breitner dejó de jugar como lateral y se convirtió en un mediocampista de creación. Logró terminar con la hegemonía del Barcelona de Johan Cruyff y dejó un gran recuerdo en los hinchas. Pero como no se puede ser bueno con todos, su aventura en el club más burgués del mundo duró sólo cuatro temporadas.

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Después de un año en el modesto Eintracht Braunschweig, decidió volver a Bayern Munich, que lo había extrañado como a un hijo que se va de casa demasiado pronto. Tras su renuncia a la Selección nacional antes del Mundial 78, se reencontró con su mejor nivel y ganó dos Bundesligas y una Copa de Alemania. Su juego era muy diferente, ya no era un laborioso marcador de punta sino un inteligente armador de juego. Eso le daba mayor vuelo al equipo. En 1980 jugó un partido amistoso histórico. Real Madrid viajó a Munich para enfrentar a Bayern. Venía de ganar dos Ligas y era uno de los mejores de Europa. Pero en ese amistoso se topó con un Breitner al que le había quedado el mal sabor de una salida por la puerta de atrás y se vengó a su manera: convirtió un tanto en la goleada 9-1 del local. Sí, 9-1. Fue una de las humillaciones más grandes de la historia del Merengue. El primero tiempo finalizó 7-0. Tras la caída, el entrenador Vujadin Boskov lanzó una frase legendaria: “Prefiero perder un partido por nueve goles que nueve partidos por un gol”.

En 1982, antes del Mundial de España, se produjo su regreso al combinado nacional. Karl Heinz Rummenigge y varios otros jugadores habían pedido públicamente su retorno y la baja de Bernd Schuster terminó de abrirle las puertas. Es que en 1981, Breitner y Schuster, dos de los locos más lindos del fútbol teutón, protagonizaron una pelea en la que no ganó nadie. El conflicto comenzó tras un partido ante Brasil en Stuttgart, en el que Paul no le dio ni un pase al bueno de Bernd. Por la noche, Schuster no asistió a la fiesta organizada en la casa de Hansi Muller y su mujer discutió muy fuerte con el director técnico Jupp Derwall. Después, siguieron las peleas en los medios y el rubio mediocampista ofensivo llegó a afirmar: “yo no quiero ser el que le corte el césped a Breitner”. La disputa finalizó en 1983, poco antes del retiro de Breitner.

En España 1982, el Kaiser rojo fue una de las grandes figuras del subcampeón y volvió a marcar un gol en la final, que en esta ocasión Alemania perdió contra la Italia de Paolo Rossi. Así, Breitner se convirtió en uno de los pocos jugadores en anotar en dos finales del mundo.

Jugó en Bayern hasta 1983, cuando anunció su retiro a la edad de 31 años, en plenitud física y futbolística. “Trece años de carrera son suficientes”, explicó al confirmar el final de su carrera. Además, dijo estar cansado de los insultos de niños de ocho o nueve años. Hoeness y sus compañeros intentaron convencerlo para que siguiera jugarlo y los dirigentes le ofrecieron un nuevo contrato millonario, pero su decisión ya estaba muy firme. Quien más sufrió su salida fue Rummenigge, la otra cabeza del breitnigge, el sistema de coordinación que hacía funcionar a Bayern. “No me quiero hundir en la medianía”, declaró el delantero, triste por el adiós de su socio.

No hace mucho, se confirmó que el gobierno de China introducirá manuales de fútbol en sus escuelas, para intentar mejorar el nivel de sus jóvenes futbolistas. Nada tuvo que ver en esto Paul Breitner, pero alguna vez fue el principal protagonista de la relación entre el comunismo chino y el deporte más popular del mundo. Algunos dirán que su compromiso está manchado con la mugre del capitalismo salvaje, pero ¿quién no ha evidenciado una contradicción en su vida? Breitner hizo y dijo lo que quiso cuando lo sintió. Es mucho más de lo que otros pueden presumir.

*Por Damián Didonato para Revista Un Caño

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