La fábrica de emprendedores

La fábrica de emprendedores
14 julio, 2017 por Redacción La tinta

Por Facundo Ruiz Fragola para Nuestras Voces

La hegemonía neoliberal amenaza con avanzar en el modelo individualista y mercantilista de la sociedad argentina. En los últimos tiempos se han desparramado con total liviandad en los medios, en pos de la libertad y el progreso, figuras que apuntan al desentendimiento del Estado como elemento indispensable para la realización del espíritu y desarrollo humano. Una de las teorías subidas a la superficie es la del emprendedor como oportunidad de potenciar la inventiva humana. Son las explicaciones individuales que el gobierno trata de imponer para disfrazar su intención de dinamitar las conquistas laborales y mostrar el fracaso a nivel colectivo del modelo de ajuste, bajo la falsa apariencia de un universo de nuevas oportunidades.

Una de las cosas que más me ha sorprendido en estos tiempos, y que un poco tiene que ver con el concepto político de hegemonía, es la capacidad y el poder que tienen los neoconservadores para aplicar antídotos refrigerantes al conflicto social y las expectativas insatisfechas, adaptando una explicación individual a cada una de las situaciones de pérdida de derechos que se repiten a nivel general.

Esos fenómenos colectivos que se producen mientras el Estado, que es el principal responsable de cada una de las vidas humanas, se retira, afecta la convivencia y los lazos comunes que identifican a cada pueblo. Así, un despido, un cierre de fábrica, la baja en las ventas, a pesar de su repetición de a miles, siempre tiene una excusa individual para explicarlo: falta de esfuerzo, erráticas decisiones comerciales, malos manejos empresariales, entre tantos otros. Pero la idea de moda es la oportunidad. A mayor fracaso, mayores oportunidades.

Esta operación cultural que viene tomando fuerza y arrasando con todo tipo de derechos conquistados desde la estafa electoral que depositó a Cambiemos en el gobierno en 2015, amenaza con derrumbar el edificio social y cultural construido durante varias decenas de años por los gobiernos de contenido nacional-popular y afianzados por distintos colectivos políticos y sociales. Y más aún, bajo el falso aspecto de libertad, ahora parece haber tomado notoriedad la idea de la flexibilidad en todos los ámbitos.


En ese marco de ideas, se desvanece el modelo laboral tradicional para ir hacia el colapso. La respuesta es individual: todo se convierte en una nueva oportunidad de progreso. Si fracasas, no será el Estado el responsable sino una serie de decisiones erradas de cada sujeto, o bien alguna especie de falla, o peor aún, la falta de esfuerzo suficiente para lograr ciertos objetivos.


Alguna idea habían comenzado a deslizar el presidente Macri y sus ministros cuando atacaban los derechos laborales conquistados al referirse a supuestas mafias laborales o sindicales, contrastando con la supuesta libertad que arrojaría el hecho de que cada uno de los “seres individuales” que habitamos esta pequeña porción de mundo se dedique a ser empresario de sí mismo, con teóricas ventajas que otorgaría el hecho de vivir bajo cierto riesgo e incertidumbre que motivaría humanidad y la espiritualidad de cada uno de nosotros para derivar en progreso social.

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El emprendedor, tal como prevé instalarlo el gobierno valiéndose de diferentes canales narrativos y otros dispositivos mediáticos a su disposición, no sería una figura puramente económica pues no está dotada del contenido mercantilista que suele acompañar a cada uno de los mensajes del firmamento neoliberal, sino más bien ligada al manual de la autoayuda. Este nuevo emprendedor es, en realidad, una especie de portador cultural y social que reúne el espíritu del nuevo hombre que por naturaleza tiene inercia hacia el éxito y el crecimiento por sobre la media humana basándose en el coucheo que le entregan los promocionados manuales de autoayuda y la necesidad de mostrarse como una individualidad distinta y mejor al resto.

En el caso que atañe a lo que comúnmente conocemos como mercado laboral, es un modelo que ha entrado en crisis por distintos factores. Es cierto que la estructuración de las labores en el mundo moderno ha ido variando comprensiblemente por la división de tareas y roles, por la modificación en las escalas de producción y por los diversos comportamientos de los consumidores. También es cierto que los Estados modernos, principalmente aquellos de orientación neoliberal, han hecho mucho para debilitar el blindaje de los derechos que nacen de las relaciones entre obrero-empleado-trabajador y las patronales. Es más: se han ido generando consensos en torno a la flexibilidad negativa bajo el fingido propósito de facilitar la productividad y la rentabilidad de las empresas para un mayor crecimiento, que derramaría luego sobre todos los sectores de la sociedad.

Para ingresar al análisis del concepto del trabajo como empleo, como primera medida hay que decir que el ser humano siempre ha trabajado. El punto a discutir reside en la concepción de trabajo y su mutación a lo largo de la historia. Para ello, basta recordar brevemente la evolución de la idea del trabajo y el rol del trabajador en la cadena de producción. En la Roma antigua, el proletari recibía un salario que se retribuía en sal (de allí el nombre de salario) a cambio de su trabajo, pero el rol estaba predeterminado por el crecimiento del Estado y en consecuencia la importancia de los trabajadores se escalonaba detrás del objetivo principal, que era el engrandecimiento del Imperio.

También recordemos que durante el período feudal las pautas laborales estaban dadas en función del ensanchamiento y acumulación de riquezas de cada feudo y no se concebía la retribución del esfuerzo humano como compensación sino más bien a la idea de propiedad y esclavitud de la era más antigua.

Con la revolución industrial y la aparición del modelo fordista, se modificó sustancialmente esa relación y el trabajo comenzó a tener límites horarios y otros beneficios. Es decir, comienza a estabilizarse la idea de trabajo como una actividad económica con gran significación social y la flexibilidad empieza a darse en sentido positivo en tanto las condiciones y “ofertas” laborales hacían que el obrero sea quien maneje la relación laboral. Es decir, a mayor oferta, mayor flexibilidad. Esto permitía a los obreros romper las fronteras de pertenencia a su empresa y tener en sus manos la elección de las mejores opciones. Tal ocurría, por ejemplo, en la Italia de los años 50.

Sin dudas, uno de los puntos importantes en la evolución del trabajo-empleo es la sindicalización o agrupación de los obreros alrededor de los consejos de fábrica para defender sus derechos. Con la evolución de la tecnología, la aparición de los mercados financieros, la idea de consumo y las diferentes crisis mundiales, el trabajo pasó a ocupar un lugar de privilegio en la vida humana. Allí, el concepto de flexibilidad pasó a tener un significado negativo: ese que le conocemos hoy.


Para el mundo neoliberal, la precarización es símbolo de progreso porque le garantizaría a las empresas mayor productividad y rentabilidad. Incluso el Estado tendría un crecimiento sostenido, sin la “asfixiante cadena” que fiscaliza las relaciones entre patrones y obreros.


El proceso de cambio que vive la Argentina desde la implementación del modelo ceócrata neoliberal a manos del conservador Mauricio Macri, y que se repite en algunos países de América Latina, muestra el camino de inicio de un proceso de exaltación de la figura del emprendedor como caja de herramientas a la crisis que ya se vive en distintos ámbitos del trabajo y la seguridad social.

La falacia de la democratización del sujeto-emprendedor-empresario parece ser la única respuesta efectiva que el horizonte neoliberal propone para el crecimiento sostenido de nuestra sociedad “de mercado”, donde el “mundo laboral” es una “burbuja de privilegiados” que tiende a disminuirse hasta desaparecer por la escasez de empleo bajo el formato que hemos conocido a mediados del siglo pasado.

Pero no debemos pensar esta idea de precarización laboral como novedad exclusivamente argentina. En el mundo, producto de la crisis de la globalización y el dominio del capital financiero, los modelos laborales han ingresado en el lodazal que proponen las multinacionales. Basta con mirar de reojo la crisis europea, principalmente en España -cuarta economía del euro- y otros países cercanos como Francia.

También en Latinoamérica, uno de nuestros vecinos, Chile, ha sido el alumno perfecto de la escuela de los Chicago Boys luego de la instauración de la nueva Constitución post-pinochetista de la mano de Jaime Guzmán, y aun no logra superar el denominado cooperativismo familiar. Hoy es uno de los países más desiguales del planeta, con tasa de sindicalización casi nula y ausencia de pautas laborales favorables a la masa de trabajadores. Sin embargo, es el modelo que Macri y compañía intentan vender como saludable para nuestro país.

Lo más grave es que estos prototipos, como bien señala Jorge Moruno cuando en su libro “La fábrica del emprendedor” se refiere al invento del emprendedor y nos cuenta que algunos países desarrollados han aplicado como solución al conflicto laboral, desafían las leyes más básicas de la sociología. ¿Por qué? Hasta aquí habíamos entendido perfectamente la noción de que el ser humano es un ser social por naturaleza y que necesita del otro para desarrollar su personalidad. Este desafío neoliberal propone una lucha individual donde cada situación se convierte en una competencia donde unos ganan y otros pierden.


La naturalización de esa lucha en el terreno de la “empresa-mundo” tiene vencedores y vencidos y por tanto resultaría normal que en las sociedades haya desigualdad. Es el resultado final de esa contienda que no es cruel porque, como ya se dijo, incentivaría a vivir en “permanente realización del espíritu aventurista” que todos poseemos.


Esa absurda abstracción que saca de la discusión a los oscuros entramados entre las -verdaderas- mafias que dominan la región y el mundo, está destinada a legitimar la desigualdad y hacer una exégesis de la competencia, donde indefectiblemente hay ganadores y perdedores porque la supuesta virtud es la capacidad de los vencedores a aplicar sus dotes intelectuales y visión de negocios en detrimento de los vencidos, quienes ante su “propio fracaso individual” tienen que buscar permanentemente nuevas “aventuras” como el readaptar sus negocios y salvarse como puedan. Claro está, que nada se dice de las enormes ventajas con las que cuentan de arranque las grandes empresas y las multinacionales, en un mundo desigual donde las decisiones siempre favorecen a la casta de privilegiados que se han hecho ricos justamente a costa del Estado.

La paradoja de cada una de esas explicaciones es la permanente arenga del esfuerzo propio y de sacrificio para consumir y poseer, donde nunca se dice nada de las enormes ventajas que de antemano el mismo Estado, a través de las relaciones de poder que detentan los grupos que cogobiernan o que directamente se han comprado un partido político para gobernar en bloque en función de sus exclusivos intereses, siempre terminan pagando la crisis los de abajo mientras se conceden millonarias condonaciones de deuda. Porque, mientras piden capacidad e inventiva, el resto de los sedimentos sociales debe dedicar de manera no intencionada gran parte de su esfuerzo a rescatar bancos, a perdonar deudas o soportar la fuga de capitales a paraísos fiscales en cabeza de los grandes saqueadores que han vaciado nuestro país durante la historia reciente.

En ese contexto de precarización permanente de las mayorías sociales, los que pregonamos un sistema de ideas y una estructura de valores en torno a la igualdad y la solidaridad como prédica del crecimiento sostenido y eficaz desarrollo humano, entendemos que este horizonte neoliberal domina las subjetividades bajo la filosofía del cinismo. Tal es así que pregonan la libertad pero limitan la igualdad. Cuando han inclinado la balanza hacia el costado donde residen los poderosos, nos limitan las libertades con la excusa de la necesidad de orden. Finalmente, cuando ya dominan el terreno los mismos saqueadores de siempre, interponen la idea ética a las clases políticas para tapar tamaña inmoralidad.

En definitiva, el modelo del ciudadano-empresario-emprendedor que debe superar la media para “ganar” eleva al máximo el sistema de precarización, la legitimación de las desigualdades y la desaparición de los estándares más básicos de convivencia para adaptarnos a un complejo de intereses que resalta la competencia bajo la falacia del progreso.

Esa especie de nueva división del trabajo hará peligrar nuestra comunidad en un futuro más o menos cercano. La operación cultural que propone el gobierno neoliberal pugna por la eliminación de los “subversivos” conceptos de solidaridad, cooperación y comunidad, donde todos los hombres y todas las mujeres se desclasan para buscar lugares de privilegio dejando atrás las conexiones de todo cuerpo social. Queda en nosotros proponer nuevos horizontes para evitar ese camino a la fábrica de emprendedores.

*Por Facundo Ruiz Fragola para Nuestras Voces.

Palabras claves: crisis, desempleo, macrismo

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