El mito del crecimiento económico ilimitado

El mito del crecimiento económico ilimitado
3 julio, 2017 por Redacción La tinta

Por Tomás Allan para La tinta

El título de este artículo no obedece a una creación mía sino al ámbito de la economía ecológica. Refiere particularmente a esa idea extendida de que la economía crezca a costa de lo que sea es la única forma de poder crear bienestar. Su designación como un “mito” responde a que tal afirmación ignora dos cuestiones muy importantes: la primera, que sería físicamente imposible que el tercer mundo gozara de las condiciones de vida del primero, ya que colapsaría la Tierra; es decir, necesitaríamos varios planetas. La segunda (y muy relacionada a la primera), que el planeta es finito, o sea, tiene recursos que se agotan, con lo cual no pueden producirse bienes y servicios ilimitadamente, y hoy llevamos un ritmo de producción y consumo difícil de sostener en el largo plazo.

La dicotomía primer mundo-tercer mundo

La antropóloga e investigadora española Yayo Herrero comenta en una de sus conferencias, que los denominados países desarrollados hace mucho tiempo agotaron su base de materias primas y la base material que tienen en sus propios territorios. «Si ahora mismo les ponemos una valla a la periferia de estos países, y no se deja entrar materiales, no se deja entrar energía y no se dejan salir residuos, esos países no duran ni quince minutos”. Y sigue “porque son países que hace mucho tiempo sobrepasaron los límites de sus propios territorios”. Más bien, el nivel de consumo de la mayoría de estos países excede por mucho su capacidad en recursos naturales (aunque hay casos como Canadá y Australia, que igualmente ostentan una muy buena base).


Estados Unidos y Canadá, con un 5,1 % de la población mundial, consumen el 21,5 % de los recursos energéticos del planeta. Estos dos más Rusia, Japón y quince países europeos agrupan el 15 % de la población, que consume el 43 % del total de la energía. Mientras que India, con el 17,7 % de la población mundial, consume apenas el 5,1 % de los recursos energéticos (fuente: Alberto Ríos Villacorta, Universidad Europea de Madrid).


Para la antropóloga, tenemos un primer mundo que ejecuta una economía “caníbal”, y un tercer mundo que funciona como “una gran mina y un gran vertedero”. Un primero que necesita del tercero no sólo para extraer recursos sino también para tirar toda la basura que producen sus ciudadanos.

Según Herrero, si todos los habitantes del mundo viviesen como la media de un habitante australiano, es decir, en cuanto a los recursos, minerales y energía que consume, y la basura que produce, se necesitarían más de 4 planetas. Si todo el mundo viviese como la media de un ciudadano español, más de 3. Como un estadounidense medio, más de 5, y como la media de un habitante de Kuwait… más de 12. Son datos que también publicó Greenpeace y el diario La Nación.

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Siguiendo la linea de los argumentos, es dable decir que no todos podemos ser Australia, ni EEUU, ni España. Si no hay un desplazamiento importante de riqueza desde los países desarrollados hacia los emergentes y una modificación significativa en los patrones y niveles de consumo, no se ve como posible el logro de tener un mundo entero gozando de buenos niveles de vida, más teniendo en cuenta que la población mundial crece a buen ritmo. A menos que creemos un par de planetas Tierra más. Queda por verse, igualmente, el desarrollo de fuentes alternativas de energía y demás avances científicos posibles.

Alguna vez, en su célebre libro “Las venas abiertas de América Latina”, Eduardo Galeano escribió “no puede entenderse la riqueza de Europa sin entenderse la pobreza de América Latina”. Con aquella fenomenal narración del modelo de extracción de riquezas que se llevó a cabo durante la época colonial, Galeano da cuenta de cómo el hecho de haber sido colonizados, y nuestras relaciones económicas con el llamado primer mundo, nos condicionaron desde aquellos tiempos.


Pues bien, no creo poder afirmar que el desarrollo de unos encuentre su causa única y simplemente en el subdesarrollo de otros, pero sí que hay una evidente inequidad en el uso de los recursos, y un entramado de relaciones económicas históricas y cuestiones geopolíticas que juegan un papel importante, y que no pueden dejarse de lado a la hora del análisis.


A los creyentes en la singularidad argentina: ¿nunca les hizo un poco de ruido observar que ni un solo país de latinoamérica pudo desarrollarse? ¿Y que de África tampoco? ¿Y que la mayoría de los países centrales son los que jugaron el papel de colonizadores, mientras que los países periféricos, en general, somos los históricamente colonizados? No, no tenemos, los africanos y los latinoamericanos, un gen que nos hace más estúpidos y hacedores seriales de cagadas. Tampoco responde a que del otro lado haya seres superiores y civilizados que hacen posible el desarrollo del que carecemos.

Nuestra historia y nuestras relaciones económicas históricas, sin duda alguna, nos condicionan. No nos determinan, no estamos condenados al fracaso, pero sí nos han condicionado. Como me dijo Daniel Schteingart: “es como jugar al truco con malas cartas”. Reformulando la frase del gran escritor uruguayo: no pueden entenderse las condiciones de vida del primer mundo sin entenderse las del tercero.

La desigualdad como tema central

Con la globalización, el PBI mundial comenzó a crecer más rápido. Pero al mismo tiempo se aceleró la desigualdad hacia el interior de ellos y entre las personas a escala global, sin distinción de países. O sea, se produce más que antes, pero se distribuye cada vez peor. Crecemos a costa del aumento de la desigualdad.


La confederación de organizaciones Oxfam Intermón (conformada por 17 ONGs), que se dedica a estudiar el tema, señaló que en 2014, 80 personas poseían la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial (o sea, lo mismo que aproximadamente 3.500 millones de personas). En 2015, ya eran 62 los que tenían lo mismo que la mitad del mundo. En 2016, 8.


Además, los 1810 millonarios que aparecen en la revista Forbes (2016) tienen lo mismo que el 70% de los habitantes del mundo. Y otro dato increíble: 10 empresas tuvieron en 2016 más ingresos que 180 países juntos. Sumado a que cualquier CEO de alguna de las 100 empresas más ricas gana más de lo que ganan 10.000 trabajadores juntos en las fábricas de Bangladesh.

El otro dato importante que nos atañe es que en el último año los países en desarrollo perdieron, dice Oxfam, más de 100.000 millones de dólares por la evasión fiscal de empresas mayormente extranjeras. En el caso de África fueron 11.000 millones de dólares en 2010, equivalentes a 6 veces la cantidad necesaria para hacer frente al ébola (que se desató apenas años después) en Sierra Leona, Liberia y Guinea.

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Según Thomas Piketty, la desigualdad en el mundo está volviendo a los niveles del siglo XIX. El economista francés sostiene que esta creció hasta 1940, bajó rápida e intensamente hasta mediados de esa década, luego se mantuvo relativamente estable hasta los ‘80 y ahí es cuando comenzó a acelerarse y agudizarse hasta nuestros días. La ONU recononce el problema y lo tiene como uno de los objetivos a resolver para el desarrollo sostenible en este siglo.

La ilusión de crecer ilimitadamente en un plantea limitado

Hay una cosa que es cierta: la pobreza en el mundo viene bajando desde hace muchas décadas. No frenó su baja por el aumento de la desigualdad, pero para esto es necesario un crecimiento grande de la economía (y así lo fue hasta momentos previos a la crisis del 2008). Es decir, se agranda la torta, sus porciones se distribuyen de forma muy desigual, pero van sumándose, aún así, algunas personas a la merienda (mientras que muchísimas otras siguen quedando afuera). O sea que podrá salir gente de la pobreza aún con estos niveles de desigualdad siempre y cuando la economía crezca bastante, lo cual trae aparejado un tremendo impacto sobre la naturaleza que nos sustenta, y a su vez ignora la posibilidad de bajarla más aceleradamente a partir de una mejor distribución y sin llevarse puesto el medio en el que vivimos.

Sin ánimo de ser apocalípticos, pero sí presentando las debidas advertencias: ¿qué haremos cuando comencemos a sentir verdaderamente la limitación de los recursos? Hoy la economía crece a costa de un enorme uso de éstos, de la mano de una enorme cantidad de generación de residuos. Nos puede parecer lejano aquel momento en que el agua y otros recursos comiencen a escasear, pero a este ritmo no sólo nos acercamos cada vez más rápido sino que en el transcurso, además, contaminamos. Si nos topamos con esto y nuestra capacidad para crear bienes y servicios se ve limitada y disminuida, ¿cómo haremos para seguir bajando la pobreza si no distribuimos mejor la riqueza?

La ONU y organizaciones como Greenpeace ya manifiestan su preocupación por el deterioro del ambiente. De hecho, el máximo organismo internacional ha puesto el cuidado de los bosques como otro de los objetivos para el desarrollo sostenible de nuestro siglo, previo lanzar el dato de que cada año desaparecen 13 millones de hectáreas de bosque en el mundo.


Resulta entonces fundamental comenzar a vislumbrar este problema como algo que puede presentarse en el futuro, quizás no tan lejano. Empezar a dar lugar a la idea de que probablemente se achique el margen para agrandar la torta y sea tiempo entonces de repartir mejor sus porciones. Aunque todo esto no quita lugar a la actual urgencia de hacerlo, y se suma también a la necesidad de profundizar el uso de las energías renovables y de la promoción de un mayor y mejor cuidado del ambiente.


Así pues, la desigualdad inter-países y la desigualdad globalizada parecen ser dos puntos para ser atacados (y las razones no terminan en las aquí mencionadas). Pero además, ¿es cierto que es un costo necesario a pagar para poder lograr bienestar generalizado? ¿No es posible crecer menos, cuidar más el ambiente y distribuir mejor?

*Por Tomás Allan para La tinta / Fotografías: www.onepercentshow.com

 

Palabras claves: capitalismo, Ecología, economia

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