Caracas era una guerra

Caracas era una guerra
17 julio, 2017 por Redacción La tinta

Por Marco Teruggi para La tinta

La noche es un disparo en varios puntos de Caracas. Sigo las tendencias en twitter, los videos de treinta segundos que muestran un escenario de supuestas protestas que, al día siguiente, pocos sabrán si fueron o no real. Ese es el truco: crear un tiempo-espacio falso que finalmente es verdad para millones. Se necesita dinero, laboratorios, cuentas de miles de seguidores en redes sociales, coordinación, táctica del rumor, gritos sueltos y ruidos de balas. La derecha tiene eso por cantidades. Sabe que construir un episodio y armar la matriz es jugar con ventaja. Se ha preparado para eso, tiene una arquitectura nacional y extranjera. Opera sucio, criminal, eficaz.

La verdad es la realidad de los muertos. En promedio son casi uno diario desde que comenzó el ciclo insurreccional de la derecha. Generalmente suceden pasado el mediodía hasta entrada la noche. Como un orden en el enfrentamiento. No son, como dice la derecha, producto del accionar de las fuerzas de seguridad del Estado: de los más de cien, nueve lo fueron. Es poco, es demasiado. El gobierno reconoce los errores, encarceló funcionarios. La dirigencia opositora no reconoce nada. Pocas veces en la historia se ha visto una clase política dueña de tanto cinismo y cobardía criminal. Es el otro truco: negar todo, fingir demencia. Funciona en el extranjero. ¿Quién es responsable de las muertes en Venezuela? Afuera dicen que el gobierno, aunque sea mentira -lo que importa es convencer. Dentro del país la ecuación no les resulta tan sencilla.

La violencia puede desgastar la política. Es una reconstrucción permanente: destruir/legitimar, matar/legitimar. Pierde su capacidad si la legitimación no sucede, aisla a quien la ejecuta. El plebiscito del 16 de julio es para darle esa coartada de legitimidad a la escalada que vendrá, en particular internacionalmente. También lo son sus videos, reportajes, anuncios, un armazón para dotar de épica libertaria un brazo armado pensado para sostener un conflicto prolongado. Lo han ensayado en asaltos a cuarteles, detonación de bombas a distancia sobre cuerpos de seguridad del Estado, asedio de ciudades durante días enteros. Si una guerra debe tener acciones militares, entonces eso es lo más nítido de la misma.

Esta guerra funciona en la negación de si misma. El enemigo no se muestra. Como el truco del diablo que hizo creer que no existía.

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Un hombre, sospechoso de ser chavista o ladrón -es lo mismo para la base social clasista de la derecha- fue linchado y amarrado desnudo a un palo de luz. Una señora, confundida con la esposa de un chavista, fue corrida por una turba en un centro comercial. Dos jóvenes, chavistas, fueron golpeados y prendidos fuego. Otro joven, acusado de robar, fue molido con bates de beisbol. Los vecinos hacían cola para golpearlo, en estado de gloria asesina colectiva. La lista de acciones similares es larga. Es costumbre también, siempre en las zonas de clase media y media alta, donde se concentra la violencia. La ciudad está partida, y la normalidad del cotidiano de millones sucede en simultáneo a los focos insurreccionales.


Decía Bertold Bretch: no hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado. En el caso venezolano el imperialismo planifica la estrategia del crimen, la burguesía y los terratenientes lo financian nacionalmente, los paramilitares y pequeña burguesía lo ejecutan.


Haga patria, mate un chavista. Así lo viven muchos.

La derecha festeja los crímenes en redes sociales. Celebra cuando encuentra un infiltrado -chavista o ladrón- en sus movilizaciones y puede descargar sobre su cuerpo todo su odio y frustración. Tiene un goce de la muerte. Lo escribo y no me sorprende. Ya pocas cosas lo hacen en Venezuela. Hemos visto pechos abiertos como un hueco por morteros mal usados, un hombre correr en llamas para luego volver a ser golpeado, curas bendiciendo a grupos armados de la derecha, una comisaría baleada y destruida con retroexcavador, células de motorizados encapuchados y armados cerrando negocios, un actor fracasado lanzar granadas desde un helicóptero sobre el Tribunal Supremo de Justicia para luego leer discursos por telepronter y subirlos en instagram. Una mezcla de realismo mágico, patético y trágico.

Dicen que la violencia es chavista. No puedo, ni yo ni nadie que pueda ser reconocido como chavista, ir a una movilización de la derecha. Las probabilidades de salir vivo en caso de ser reconocido son pequeñas. En cambio, siempre están presentes las agencias y canales internacionales. Presentan al personaje de las granadas como a un héroe, y a quienes atacan con morteros y molotov como jóvenes por la libertad. Hasta que sus propios periodistas son golpeados, pero sus jefes callan. La mass media se ha dado la tarea de legitimar la violencia del Golpe de Estado prolongado. No son cómplices, son un actor decisivo para lograrlo.

¿Cuál es la responsabilidad criminal de los grandes medios de comunicación? No pagarán por ello.

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-A ti/vos te paga el gobierno.

La frase -o acusación- se repite. La desinformación es tan grande que puede parecer imposible defender al chavismo. Al menos desde afuera. La derecha tiene mucha mejor correlación de fuerza en la batalla de la percepción. Dicho de otra manera: estamos casi aislados. Le faltan dos elementos centrales capaces de quebrar la correlación: la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, y los barrios. No se han sumado a su llamado político. El discurso hacia las clases populares intenta incluirlas en el nosotros. No funciona, la derecha carga su peso de clase desde el inicio de la revolución, aunque lo niegue y le desespere su excesiva evidencia. De lo que se trata es de un conflicto de clases, algo que queda claro al descubrir quienes financian la violencia.

Una cosa es el llamado político y otra la situación económica. Lo primero no sucede. Lo segundo es una guerra que se hizo crisis. Cuando los productos, alimentos/medicinas/higiene, aparecen es a precios cada vez más altos. Existen problemas de gas -un día de junio tuvieron lugar más de 150 protestas por falta de abastecimiento de bombonas- un dólar paralelo que marca los precios de muchos productos, una impunidad de los comerciantes, una situación que asfixia. Una rueda de un carro cuesta más que un sueldo mínimo. La situación golpea a los sectores populares, despolitiza, desgasta. La pregunta, con sentido común, sería: ¿a quién le conviene? El chavismo se hace en la política, la derecha en la ausencia -imposible- de la misma.


El problema no es que el gobierno haya hecho de más, sino que le ha faltado. Ha optado por, en gran parte, pelear la guerra sin quitarle poder a los importadores, grandes empresarios, terratenientes, acreedores de la deuda. Busca el acuerdo que no resulta: la burguesía hace negocios, pero no es su gobierno. El costo de esa elección es grande para la revolución.


El gobierno perdona. La derecha, por experiencia histórica, no.

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¿Cuál es el objetivo de los Estados Unidos? De manera lineal se puede decir que hacerse con el poder político a través de la oposición, recuperar el control directo sobre los recursos naturales, y aplicar una revancha aleccionadora sobre la experiencia histórica chavista. Para eso maneja una posible combinación de salida violenta y/o electoral, y diferentes tiempos. Necesita desgastar al máximo la capacidad de resistencia del chavismo, golpear y volver a golpear sobre la población, llevar al país a la ingobernabilidad, la desregulación de la vida, el caos, la ruptura de los vínculos sociales. Agotar a su enemigo. Por eso el ataque sobre la economía, la violencia como medio y fin, la hipótesis del gobierno paralelo -con la complicidad internacional- para un caso de prolongación del conflicto donde sigan sin la Fuerza Armada Nacional Bolivariana ni las clases populares.

La estrategia es completa. Así se hacen los Golpes de Estado en este siglo: prolongados, integrales, por fases, en el anonimato, con epicentro comunicacional.

Una de nuestras necesidades es demostrarlo y convencer. Poner palabras sobre los hechos, decirle guerra a un ataque comando a un cuartel militar, al incendio de un depósito de comida, al asesinato selectivo -y no tan selectivo- a chavistas, al hombre linchado y atado a un palo de luz, a la imposibilidad de moverse por Venezuela con algo que pueda identificarse con el chavismo, a las zonas prohibidas de la ciudad, a la mentira sistemática de los grandes medios, al aumento desesperante de precios, a la complicidad burocrática y corrupta, a las noches ante las redes sociales, al tiempo que aceleran y parece a punto de quebrarse, a este texto que escribo cuando ya solo queda de la ciudad su calor y silencio -espero la lluvia para apagar el pensamiento.

Caracas era una guerra, diremos en un futuro. No sé cómo será el desenlace. Las hipótesis puestas hoy sobre la mesa no son las que quisiera. Es el desafío de esta revolución, esta época. En eso andamos.

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*Por Marco Teruggi para La tinta / Fotos: Alejandro Cegarra.

Palabras claves: Venezuela

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