Nuevo aniversario de la primera obra de Diego en México
Hoy se cumplen poco más de treinta años del primer gol que Diego Maradona anotó en el mítico mundial de México 1986. Aquella caricia de zurda que dejó prácticamente inmóvil al italiano Giovanni Galli en uno de los arcos del estadio Cuauhtémoc de la ciudad de Puebla, no solo permitió que Argentina empatara ante el campeón reinante, Italia, sino que fue el primero de los cinco gritos que inmortalizaron al Diez en la epopeya mayor del seleccionado nacional.
Por Rafael De Julio para La tinta
Las tierras aztecas traían recuerdos más que deslumbrantes a la patria futbolera. Imposible era olvidar el brío de Gerd Müller, la ligereza de Jairzinho, el fulgor de Teófilo Cubillas y la fastuosidad de Pelé en el mundial que dieciséis años atrás se había celebrado en México. Muchos soñaban en 1986 con, al menos, un déjà vu de aquella aventura que terminó consagrando a Brasil como campeón mundial por tercera vez en su historia. Sin embargo, lo que nadie sabía es que el fútbol tenía reservada a su más brillante encarnación.
La antesala de México ‘86 presentaba muchas más adversidades que certezas de éxito para “el Diez”. La última imagen de Maradona en el mundial que se había disputado en España cuatro años antes, retrataba la frustración de un futbolista que cargaba en sus espaldas con el pesado lastre de destacarse, conducir, ganar y hacer ganar. El descalificador -aunque justiciero- planchazo con el que D10S había abatido a Joao Batista en 1982, no solo marcó la eliminación de Argentina frente a su perpetuo adversario, Brasil, sino que postergó el sueño de ver al mejor futbolista de todos los tiempos alzando la Jules Rimet. Todo ello se veía agravado aún más por el paso en falso que el Diego había dado en Barcelona, donde -lesión y hepatitis mediante- nunca pudo colmar las expectativas impuestas.
Tanta desilusión no hizo más que fortalecer el amor propio de Maradona. Meses de trabajo en Acqua Certosa bajo una arquitectura de entrenamiento diseñada por el profesor Fernando Signorini, permitieron que el Diez llegara a México en plenitud.
Después de vencer a Corea del Sur en el debut con tres asistencias de Maradona, Argentina debía ratificar, en el segundo partido, su buen comienzo. Y fue allí, frente a Italia, que el Pibe de Oro condujo a Argentina hacia el triunfo con su primera obra de arte en las redes, y el primero de los cinco gritos que inmortalizaron al mejor jugador de todos los tiempos.
Ya recuperado del castigo físico que le había propiciado el seleccionado coreano, Maradona buscaba ser el líder ante el último campeón. Pese a mostrar su mejor repertorio para burlar el cerrojo defensivo italiano, el encuentro no comenzó bien para la albiceleste, ya que los europeos pegaron primero con un penal de Alessandro Altobelli.
De pronto, los fantasmas y las dudas comenzaron a surcar en el estadio Cuauhtémoc. Aquella vieja frustración del ’82 y las inconsistencias que el seleccionado había mostrado en las eliminatorias empezaron a emerger en la ciudad de Puebla.
Pero de a poco, guiada bajo la conducción y el fuego sagrado del mejor jugador de todos los tiempos, Argentina se adueñó de la pelota obligando a Italia a retrasarse. Ni los golpes, ni la mejor escuela defensiva del mundo podían contener el potrero de Maradona.
Hasta que en el minuto 34, el Diego recibió una pelota llovida de Valdano, se coló ante la presencia de Gaetano Scirea y, suspendido magistralmente en el aire, acarició la pelota con una pincelada de zurda que dejó en ridículo a Giovanni Galli.
“‘Diegol’ querido y del alma, tocando la pelota de zurda, marcado y encimado en el área. Esa pelota que empujamos todos para que, al lado del palo izquierdo, se escurriera a darle un beso a la red”, rezaba el relato vehemente de Victor Hugo Morales. “¿Quién lo puede discutir?”, editorializaba el relator con ironía frente a quienes habían tenido la osadía de cuestionar la grandeza del número 10.
El mundo no solo escuchaba las súplicas de los jugadores italianos para que el Diego dejara de atacar, sino que se encontraba frente a la primera obra de arte que culminaría días después con la coronación. A partir de aquel gol, Maradona comenzó a construir el camino hacia la gloria. No importaba el resultado ni la concepción de la jugada, las apreciaciones tácticas o los comentarios. Lo único relevante y destacado allí era que Maradona había abierto las puertas hacia la mítica consagración.
El gol fue la primera estocada, el primer antecedente, el cimiento sobre el que se construyó una historia que prosiguió con los triunfos sobre Bulgaria y Uruguay, la mano de Dios, la obra maestra más espectacular de todos los tiempos, la abrumadora superioridad frente a Bélgica y la epopeya en el partido final ante la Alemania comandada por Franz Beckenbauer.
Aquella anotación que padecieron los azzurros un cinco de junio de 1986, marcó el comienzo de un reinado eterno que nadie pudo ni podrá derrocar. El reinado del futbolista cuya gracia inigualable lo convirtió en deidad.
*Por Rafael De Julio para La Tinta.