“Y ustedes jueces, tengan cuidado”: una mirada crítica a la serie 13 Reasons why

“Y ustedes jueces, tengan cuidado”: una mirada crítica a la serie 13 Reasons why
4 mayo, 2017 por Gilda

“Bueno, uno más y me voy a dormir…” 13 reasons why se sumó al catálogo de adictivas series yanquis. Se estrenó, explotó, y ahora es el turno de analizarla. No por practicar la erudición como deporte, sino porque está atravesada (y la serie desea tocar) problemáticas sociales contemporáneas. ¿Qué se dice? ¿Qué no se dice? ¿Qué está “edulcorado”? ¿Qué paraliza? A continuación, además de mucho contenido spoiler, lo positivo y lo negativo, el lado A y lado B de una serie angustiante, protagonizada por una heroína que no es tal.

Por Andrea Florencia Leal para Derrocando a Roca

Hay acordes iniciales que nos convierten en animales salvajes en pleno estado de alerta, himnos generacionales etéreos, sucios, distorsionados, capaces de generar excitación y dolor a la vez. No es casual que en una de las primeras escenas de 13 reasons why suene Love will tear us apart, el último simple que publicó Joy Division. Aquella canción que para muchxs posee un mensaje críptico que anunciaba algún tipo de señal acerca de lo que sucedería unas semanas después de su  lanzamiento: el suicidio de su vocalista, Ian Curtis.

En la historia de Hannah Baker, la protagonista de la flamante serie de Netflix, no hay indicios enigmáticos que permitan pensar en la posibilidad de la decisión de ponerle fin a su vida (hay un poema de su autoría que se analiza en una clase y un diálogo con el consejero escolar que mínimamente ameritan a cuestionar su estado emocional y psicológico), ni razones envueltas en un aura de misterio llena de metáforas complejas con una belleza nauseabunda como en las letras de Joy Division. Nada de eso: los motivos que la impulsaron al suicidio están explicados uno por uno en cintas de cassettes dirigidas a los y las responsables. “Seguramente se pregunten por las señales, por cómo lucía alguien que estaba por suicidarse y esto es lo más aterrador de todo: no luce como nada”. La voz en off de Hannah describe su invisibilidad y cómo en la vorágine cotidiana ciertos síntomas pueden pasar inadvertidos.

Aunque resulte interesante, ese es uno de los primeros errores de la serie producida por la cantante de pop y actriz Selena Gómez. La conclusión “Todos matamos a Hannah Baker” es, al menos, conflictiva. Hay una falla en la construcción y descripción del desequilibrio en su salud mental, por lo tanto la idea que se desprende es que se suicidó porque la ignoraron y cada cinta grabada tiene el objetivo de incomodar y llenar de culpa, en mayor o menor medida, a quienes la indujeron a su trágico final. Esto permite que una posible lectura sea la del suicidio como única salida, pero no se refuerza lo suficiente la idea de que esa acumulación de episodios sumada a una dolencia mental produjeron el suicidio.

“El 90% de los suicidios los cometen personas que tienen enfermedades mentales diagnosticadas. Estos problemas requieren mucho más que la presencia de un buen amigo o la ausencia de algunos problemas serios: exigen ayuda profesional”, señala Leah Murphy[1], del Ministerio Internacional Juvenil Life Teen. La experta también lamenta que se muestre a la protagonista como “una mártir heroica que deja una lección y un legado. Un suicida no se convierte en héroe o se empodera al identificar a la gente a su alrededor como las razones para su suicidio”. Estados Unidos posee una alta tasa de suicidios y es actualmente la décima causa de muerte en el país. La mayoría de los casos son protagonizados por jóvenes. Ese dato le pareció interesante al director, Brian Yorkey, para elaborar una trama dirigida a un público adolescente.  Sin embargo, la glorificación del suicidio, incluso con cierto tinte poético, termina siendo irresponsable y contraproducente. ¿Se busca concientizar al espectador aclarando y evidenciando todos los aspectos que entran en juego en un suicidio? ¿O solo se prioriza el afán de metamensajear la muerte de manera ingeniosa y creativa?

13 reasons why es una serie que aborda aspectos muy interesantes de las consecuencias que generan los abusos en la mente de quien está en pleno descubrimiento de su ser, pero es peligrosa en la manera de abordarlos. Al estar protagonizada por un personaje con el cual es fácil empatizar, es necesario ver de qué forma se estimulan o detractan ciertas prácticas.

Lado A

Sobrepasada por una sucesión de hechos decepcionantes y ofensivos, Hannah observa el comedor de la escuela secundaria y plantea una contradicción del mundo adulto: “Nos dicen que soñemos en grande, que aspiremos a las estrellas, pero después nos encierran por doce años y nos dicen dónde sentarnos, dónde hacer pis y qué pensar. Y después cumplimos 18 y aunque nunca tuvimos un pensamiento genuino, debemos tomar la decisión más importante de nuestras vidas”.  No solo alude a la desprotección de los adolescentes en un contexto donde conviven personalidades disímiles sino también a esa falsa noción que se tiene del adolescente como individuo que está más allá de todo, sin intereses concretos, sin reflexiones críticas, totalmente a la deriva. 

Sin embargo, en la serie hay una falta de énfasis en las violencias cruzadas que se dan en el contexto de las escuelas públicas norteamericanas, que en gran parte son las que dan lugar al bullying. Es difícil como espectador creer en un bullying inscripto en un contexto donde no existe de forma evidente la homofobia, la discriminación por clase o el racismo y donde géneros, orientaciones sexuales y clases se desdibujan para participar de un suicidio.

Por otro lado, muchas de las cuestiones que se plantean bajo el concepto de bullying son lisa y llanamente otra cosa: violencia de género. El disparador de todo es una foto en la que a Hannah se le ve la bombacha que es difundida por toda la escuela junto con el rumor de que tuvo sexo con uno de los chicos más populares. A raíz de eso, la joven enfrenta diversas situaciones en las que sus compañeros la maltratan, acosan o abusan de ella por pensar que es “fácil”. Por lo tanto,  sorprende que en ningún momento se hable de violencia machista, como si los personajes fueran simplemente crueles y no se hallen inmersos en un sistema patriarcal que, a su vez, legitiman.  Incluso en las entrevistas a actores, actrices y a la productora no se menciona la palabra machismo.

Listas con nombres de las chicas de la clase otorgándoles etiquetas como “la mejor cola”, “los mejores labios”, los mejores pechos”, varones que toman represalias por no aceptar el No de una mujer, compañeros que intentan sobrepasarse sin consentimiento o que tocan a una chica en la vía pública con total impunidad, mientras que los únicos personajes que se liberan de las agresiones son quienes se ajustan y reproducen el modelo del hombre heteropatriarcal. Todo eso se engloba bajo el término de bullying o acoso escolar generando una confusión en la audiencia e impidiendo cuestionar el origen de estas violencias.

La carencia de un eje político y la invisibilización de determinados conceptos se completan con enfoques o representaciones que reproducen premisas erróneas -como el perfil de las madres sobreprotectoras, exigentes, que toman todas las decisiones mientras que los padres se limitan a conciliar- o posicionamientos machistas: no hay ninguna voz que la serie utilice para decir que Hannah podía disfrutar plenamente su sexualidad, es decir, el foco está puesto en que se trató de una mala interpretación que perjudicó la imagen de una chica virgen. No hay un cuestionamiento real al prejuicio ni a la misoginia, simplemente se plantea que los rumores son perjudiciales si afectan la buena reputación de una chica que no los merece. ¿En caso contrario, merecería lo que le ocurre o estaría justificado?

Por otra parte, la joven establece una amistad con otros dos personajes: Alex y Jessica. Pero se distancian de Hannah cuando inician un noviazgo. ¿Acaso como mujeres no podemos ser amigas de hombres con o sin pareja? ¿Sigue vigente esa idea de que existen mujeres que “roban” hombres?

La cinta dirigida a Clay, el personaje que representa la voz de la conciencia y la perspectiva del espectador que escucha las cintas en simultáneo, es la que nos mantiene en alerta y acongojadas a lo largo de toda la serie: queremos saber qué le hizo el chico bueno que estaba enamorado de ella. Básicamente, el problema fue que él se fue cuando ella lo echó, pero en realidad quería que se quede. Claro que Hannah lo necesitaba a nivel emocional y en otros momentos, la serie se encarga de enfatizar en el respeto a la decisión negativa de las mujeres. Pero hay todo un capítulo en el que Clay se somete a la culpa y decide cargar con una responsabilidad solo por no haberse quedado en un cuarto con una chica que le pidió que se vaya. Cuidado con la apología del “las chicas dicen que no cuando quieren decir que sí”.

«Nos obstinamos en hacer como si la violación fuera algo extraordinario y periférico, fuera de la sexualidad, evitable. Como si concerniera tan solo a unos pocos agresores y víctimas, como si constituyera una situación excepcional que no dice nada del resto. Es el proyecto mismo de la violación lo que hacía de mí una mujer, alguien esencialmente vulnerable”, explica Virgine Despentes en Teoría King Kong acerca de la violación en su sentido más político, más programático, más allá de tal o cual forma de materialización. Urge poner en cuestión el rol de los varones en el consentimiento directo o indirecto de esas prácticas, su indiferencia o su tolerancia, sobre todo en tiempos de creciente concientización que muchos desaprovechan poniéndose a la defensiva o 100% por fuera de la experiencia violenta, minimizando la gravedad de determinadas actitudes para no cuestionar sus privilegios. Comprender esa densidad política de la que nos habla Despentes respecto de la violación como programa, implica reconocer que el carácter extremo de prácticas que llevan adelante violadores están sostenidas por el universo simbólico de la violencia machista alimentada por muchos otros que dicen horrorizarse ante tal o cual experiencia.

La serie intenta hacer hincapié en este último aspecto pero la construcción de los personajes que terminan ocasionándole mayor daño a la protagonista, también puede resultar confusa. Muchas veces cuando la prensa se encuentra ante un caso de violencia de género califica al agresor como un monstruo, una etiqueta que los convierte en excepciones, en casos aislados. En este caso, Bryce, el más popular de la escuela es a la vez el más impune, como si su ego y su fortuna bastaran para hacerlo alguien cruel que a diferencia de los demás no siente culpa ni compasión en ningún momento. Eso solo sirve para ocultar la regularidad violenta en la que vivimos. “Las relaciones de género son un campo de poder. Es un error hablar de crímenes sexuales. Son crímenes del poder, de la dominación, de la punición. En el acto de violación se está moralizando a la víctima, se cree que la mujer se merece eso”, las palabras de la antropóloga Rita Segato[2] llevan a analizar el intento de justificación de la actitud del mejor amigo del “monstruo”, Justin. Al parecer, ser consciente que su amigo violó a su novia y encubrir ese episodio se debe a que dicha amistad es un lazo que se volvió muy fuerte porque Bryce siempre lo ayudó económicamente, ya que Justin atraviesa un grave conflicto con la pareja de su madre. Es decir, deberíamos sentir compasión por quien le negó durante mucho tiempo a su novia la verdad acerca de un abuso.

Acá se presenta una contradicción con el objetivo de la serie: concientizar.  13 reasons why desperdicia la posibilidad de proponer un reconocimiento del continuo de la violación como programa político para poder reclamar justicia pero también para poder liberarnos, dejar en claro que no estamos dispuestas a seguir viviendo con el guión que nos recomiendan porque eso no tiene nada de reparador, sino que es necesario el empoderamiento y la sororidad frente a un sistema que a lo largo de la serie no se menciona explícitamente.

Lado B

A la madrugada, la frecuencia de la línea 160 rumbo a zona sur es escasa. En Almagro, la cantidad de pasajeros se descomprime, pero en Pompeya el colectivo vuelve a llenarse. Tres chicas suben en la parada previa al Puente Alsina y se ubican cerca de la puerta, cuyo sonido y el del motor es lo único que se escucha ante la ausencia de diálogos a las 3 A.M.  Una de ellas decide hacer más ameno el viaje y romper el silencio: “Terminé de ver la serie de esa chica que se suicida y deja cassettes. Me impresionó mucho la escena en la que se mata”. Todas la vieron, todas coinciden con el nivel de angustia ocasionada. Inmediatamente, otra recuerda el caso de una chica italiana que se ahorcó con una bufanda luego de la viralización de un video en el que ella practicaba sexo oral. No pudo con la pesadilla, se mudó de ciudad, cambió su nombre, lo intentó todo pero la gran audiencia televisiva se burlaba, jugadores de la Selección de fútbol y hasta algún funcionario público hacían chistes al respecto.

13 reasons why tiene el mérito de hacernos recordar y debatir otras experiencias, propias y ajenas, reconociéndolas bien porque con distintas intensidades las recorrimos, las transitamos. A pesar de su enfoque confuso e insuficiente, nos permite reflexionar sobre lo que “se premia”: no es la castidad sexual sino la simulación, el sigilo, hacerla bien, que no se note. El ostracismo o la sobreadaptación con adhesión al estigma son las opciones posibles para la mayoría. Esto puede representarse en el caso de Alex, quien es crítico y consciente de todo lo que sucede pero prefiere incorporarse al grupo de los machitos violentos. Tanto el final de Alex como el de Hannah permiten hacernos pensar que en ninguno de los dos casos se sale indemne, porque quedarse afuera, no pertenecer o adoptar el rol y quedar a merced de cómo lxs otrxs nos definan, a su disposición incluso física, se parece mucho a volvernos cosas, a no existir.

No les va mucho mejor a quienes creen que logran “hacerla bien”, como el caso de Jess, la mejor amiga de Hannah. El sigilo deja a expensas del varón que si se enoja o si necesita reafirmar su hombría patriarcalmente entendida a costa de la humillación, podrá de un minuto a otro etiquetarnos, agredirnos, abusarnos. Ese éxito se ve asegurado por varios personajes que concurren presurosos a alimentar a fuerza de chismes y repeticiones el mote fijando la etiqueta a la que por discreta, por mala mujer, por despiadada, en definitiva, también por puta, le corresponda. Eso puede hacernos ver la serie: que  la reproducción de las mañas del patriarcado, en tanto relaciones de dominación, son tan tramposas que si fallan serán cargadas a la cuenta de cada víctima porque siempre, por acción u omisión, por sumisas, por vírgenes, por fáciles, por alcohólicas, por populares, algo de putas habremos puesto en juego. 

La muerte, dice el dicho popular, nos mejora: una buena víctima no se drogaba, no disfrutaba de su sexualidad libremente, no mentía. El énfasis en su pasividad, además de habitarla como buena víctima, nos advierte sobre el peso explicativo que tiene, cuando sufrimos violencia, nuestra propia contribución. En una escena, luego de que Bryce toque a Hannah en un kiosco y se retire como si nada, ella reflexiona si habrá hecho algo que se preste a la confusión y que lo habilite a actuar de esa forma. Hay un eco misógino de fondo que oculta la ausencia total de vínculo razonable entre unas cosas y las otras, reforzando la idea de que evitar el daño es nuestra responsabilidad: mejor no ir, mejor quedarse, pero si vamos y si no nos quedamos, y en medio de todo decimos que no, nos deberíamos haber dado cuenta antes, o peor aún: es de histéricas. Curiosa forma de libertad que nos ofrecen. De un modo u otro se nos va la vida encerradas con miedo o a expensas de algún “sí” fatal o que el macho de turno se cree un pase libre, un vale todo. Hannah enfrenta las consecuencias negativas de ambas respuestas: cuando rechaza a alguien que no tolera un No, o cuando acepta una salida y se sobrepasan con ella diciéndole “pensé que eras fácil”.

En la misma línea de situaciones que se nos presentan en la cotidianeidad, hay dos cuestiones que atraviesan muchos casos de violencia de género y tienen que ver con las soluciones o las salidas que suelen brindarse a mujeres en peligro. Su representación también es un punto rescatable en la serie: Hannah decide pedir ayuda al consejero del instituto, pero invadida por el temor y la vergüenza es cuestionada por la autoridad escolar, quien no le puede asegurar que nunca más va a ver a su agresor a la cara – la condición que la estudiante pone para contar quién abusó de ella – y le sugiere que, si no quiere contarlo, la única opción es dejarlo pasar y olvidarlo.

El otro aspecto que suele enfrentar quien denuncia una agresión machista es el hecho de que se ponga en duda la veracidad de sus palabras. “¿Cuál es la verdad?”, “Por qué mentiría una chica muerta?”, son los slogans de la serie y sus mismxs compañerxs aseguran que miente y terminan encubriendo a un violador. El patrón de impunidad selectiva más frecuente cuando se trata de la investigación de delitos sexuales se basa en descalificar a la víctima. Suele pasar, en la realidad, que no alcanza con denunciar los hechos y decir que no se ha consentido: hay que probarlo. Y la prueba de que el abuso no ha sido consentido es, quizás, la forma de sometimiento más cruel porque la intervención institucional médica, judicial o la que fuera, parte de presumir lo contrario.

El efecto del miedo compartido

El suicidio es un acto donde se manifiestan, en un último residuo de voluntad, los signos de disonancia profunda sobre la existencia propia. Esto parece que lo explica todo, pero no sin relacionarlo con otros signos más inescrutables, que ya no explican nada. Son los que sumergen al suicida en un espacio hermético o indescifrable, pues siempre quiere decirle algo a sus conocidas. El no deseo de vida y enjuiciarse a sí mismo como no merecedor de seguir gozándola, implica un tipo especial de culpa o aceptación del más alto precio que se paga para enviar el póstumo mensaje de socorro o resarcimiento. La potencia de semejante decisión tenía que tener un correlato visual a la altura, y los expertos en salud mental advirtieron a los directores de 13 reasons why que no era conveniente incluir una escena de tal magnitud. Incluso instituciones como el Hunter Institute of Mental Health, a través de su directora Jaelea Skehan, publicó una lista titulada “Seis razones por las que me preocupa una serie de televisión”[3].

Sin embargo, la escena se produce y es un cross a la mandíbula.  Comienza a doler y angustiar eso a lo que previamente se había romantizado y hasta añadido un tinte poético: el suicidio. Daña, descoloca, perturba. Genera agonía de forma irresponsable porque no se preparó al espectador bajo ningún sentido para enfrentarse a esa atrocidad.  Es difícil hasta recordar si había música de fondo o silencio, es difícil pensar en qué podría ser lo más acorde, es difícil mirarla en su totalidad. “No hay vínculo más grande que el miedo compartido”, decía el escritor John Baker en El peregrino. Y es cierto, cuesta despegarse de la pantalla no porque queramos seguir mirando, sino porque en algún punto, logra hacernos compartir ese miedo, el escalofrío que debe atravesar alguien que está a punto de ponerle fin a su vida.

 No alcanza con perturbar para concientizar.  No alcanza con tocar temas que generan debate sin llamarlos por su nombre y sin profundizar ni cuestionar sobre el contexto, la cultura, el sistema en el que se hallan inmersos. No alcanzan las reflexiones trilladas  – “hay que cuidarnos más”, es la moraleja torpe que dice Clay al final del capítulo – para desnaturalizar las prácticas machistas y las relaciones de dominación o disminuir el bullying en las escuelas. No alcanza el dolor para evitar el dolor. Alcanzaría, quizás, con plantear otra salida. Pero claro, se trata de una serie, un producto que necesita atrapar enormes audiencias, viralizarse y venderse aunque eso implique descuidar las formas en que se abordan determinados temas y se desdibuje el objetivo de concientizar a un público adolescente. Entonces, al menos, podríamos someterla a la crítica. O podríamos limitarnos a escuchar la voz de Ian Curtis interpretando Insight: “Y todos los ángeles de Dios, tengan cuidado/ Y ustedes jueces, tengan cuidado/ Hijos del azar, tengan cuidado/ Por toda la gente que no está allí/ Yo no tengo más miedo, yo no tengo más miedo”.

Por Andrea Florencia Leal para Derrocando a Roca


[1] http://www.aciprensa.com/noticias/13-reasons-why-los-peligros-de-la-popular-serie-de-netflix-sobre-el-suicidio-36520

[2] http://www.pagina12.com.ar//32120-con-mas-carcel-no-solucionamos-el-problema

[3] http://www.linkedin.com/pulse/6-reasons-why-im-concerned-tv-series-jaelea-skehan

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